MENSAJE DE NAVIDAD
FR. RAÚL VERA LÓPEZ, O.P.
OBISPO DE SALTILLO
DICIEMBRE 2013
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Renovar nuestra confianza en Jesucristo, Rey y Señor de la
historia
“Hoy, en la ciudad de David,
les ha nacido un Salvador, que es el
Mesías, el Señor”
(Lc.2,11)
La
Navidad, Misterio Divino actualmente presente en medio de nosotros
Celebramos, dentro del nuevo ciclo
litúrgico anual de la Iglesia, las Fiestas del Nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo, el Hijo de Dios. Durante el Adviento, la Iglesia nos ha ayudado a
prepararnos a la celebración de la Navidad, para que podamos comprender ampliamente
el significado que tiene este acontecimiento para nosotras y nosotros, las
mujeres y los hombres que poblamos la tierra, ya que la Navidad no es tan sólo
un suceso del pasado que tiene posteriores repercusiones históricas en la vida
del mundo, sino que se trata de un misterio vivo, presente de manera actual, en
todas las etapas de la historia humana.
La
Encarnación del Hijo de Dios, trae consigo una benéfica transformación de la
historia humana
La encarnación del Hijo eterno de Dios
en el seno de la Virgen María, su nacimiento, su vida en la tierra, su pasión y
muerte en la cruz, su Resurrección gloriosa y Ascensión al Cielo, da como
resultado una acción benéfica y continua de Dios dentro de la historia humana,
que perdurará hasta el final de los tiempos, como lo afirmó Jesús ante sus
discípulos después de su resurrección, antes de ascender al Cielo: “Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a
todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo, y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Yo
estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo” (Mt.28,18-20).
Las profecías anunciaban a Israel una
intervención poderosa de Dios en su pueblo para, de una manera sorprendente,
transformar las condiciones adversas que estaba viviendo su pueblo; para
llevarlo a realizar su vida en condiciones de bonanza, de justicia y de paz. Dicha
transformación no se limitaría tan sólo a Israel, sino que abarcaría a todos
los pueblos, hasta los confines de la tierra. Un cambio que implica a todos los
seres de la naturaleza y a todas las personas en su condición espiritual, moral
y física, consideradas individualmente y como pueblos (Cf.Is.2,2-5; 11,1-9;
35,1-10 Za.8,20-23; Ha.2,14; Jer.31,33-34).
Jesús
da pleno cumplimiento a la promesas divinas de liberación de los pobres
Desde nuestra fe, gracias al Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo, hoy podemos comprender a los profetas del Antiguo
Testamento con mayor amplitud. A este propósito quisiera comentar un pasaje del
libro del profeta Ezequiel, que nos ayuda a profundizar en la reconstrucción de
la humanidad que Dios realiza por medio de su Hijo Jesucristo -cuyo nacimiento
conmemoramos en estas Fiestas de la Navidad-.
El pasaje dice que, arrebatado por el
Espíritu de Dios en una visión, el profeta fue conducido a un campo en el que
había una cantidad muy grande de huesos humanos secos. Después Dios interrogó
al profeta sobre si sería posible que esos huesos readquirieran vida; la
respuesta de él a Dios fue: ‘Tu lo sabrás
Señor’ (Ez.37,3). Entonces Él ordenó al profeta: Profetiza sobre estos huesos, les dirás: ‘Huesos secos, escuchen la
palabra del Señor. Así dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí que yo voy a
hacer entrar el espíritu en ustedes, y vivirán. Los cubriré de nervios, haré
crecer sobre ustedes la carne, los cubriré de piel, les infundiré espíritu y
vivirán; y sabréis que yo soy el Señor’. (Ez.37,4-6). Ezequiel profetizó
sobre los huesos y describe en su libro que en ese momento los huesos se
juntaron para conformar los cuerpos humanos a los que pertenecían, se
recubrieron de nervios primero, luego de carne y, finalmente de piel; eran
cadáveres sin vida (Cf.Ez.37,7-8). Le volvió a ordenar Dios: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de
hombre. Dirás al espíritu: ‘Así dice
el Señor Dios: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos
muertos para que vivan’ (Ez 37,9). Así lo hizo Ezequiel, como se lo pidió
Dios y el espíritu entró en ellos, se incorporaron sobre sus pies, como un
ejército enorme (Cf.Ez.37,10). A continuación dijo Dios al profeta: Hijo de hombre, estos huesos son toda la
casa de Israel. Ellos andan diciendo: ‘Se
han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha
acabado para nosotros’. Por eso,
profetiza. Les dirás: ‘Así dice el
Señor Dios: He aquí que yo abro sus tumbas; les haré salir de sus tumbas,
pueblo mío, y les llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabrán que yo soy Dios
cuando abra sus tumbas y les haga salir de sus tumbas, pueblo mío. Infundiré mi
espíritu en ustedes y vivirán; los estableceré en su suelo, y sabrán que yo,
Dios, lo digo y lo hago, oráculo del Señor’ (Ez.37,11-14).
El profeta Ezequiel recibió esta visión
profética cuando el pueblo judío estaba exiliado en Babilonia, y la anunció ahí
mismo al pueblo que vivía sin ánimo ni esperanza, cautivo como estaba de ese
imperio, en una tierra extraña, sin libertad ni personalidad alguna. Dios les
anuncia por medio de esta visión, que hará de ellos un pueblo reconstituido en
cada una de sus ciudadanas y en cada uno de sus ciudadanos. Cada una y cada uno
de quienes integraban el pueblo judío, muertos en vida en el exilio de Babilonia,
representados en la visión en aquellos huesos secos, readquirirían nueva vida
por el poder de Dios y regresarían a su tierra para reconstruirla. Así sucedió,
Ciro Rey de Persia que conquistó Babilonia en el año 539 A.C., les concedió a
los judíos regresar a su Patria en el 538 A.C. para que la reconstruyeran, aún
cuando no serían un pueblo con libertad, pues seguirían siendo un territorio
del Imperio Persa.
El sentido pleno de esa profecía de
Ezequiel se alcanzaría en Cristo. Juan Bautista aseguró que él bautizaba con
agua para preparar el camino a Jesús, que bautizaría con el Espíritu Santo (Cf.Jn.1,29-34);
el mismo Jesús aseguró a Nicodemo que para ver el Reino de Dios había que nacer
nuevamente de agua y del Espíritu Santo (Jn.3,3-8). Antes de ascender al cielo,
también Jesús dijo claramente a sus apóstoles: ‘No se vayan de Jerusalén, sino aguarden la promesa del Padre, que
oyeron de mí, que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el
Espíritu Santo dentro de pocos días’ (Hech.1,4; Cf.Lc.24,49; Jn.14,16-17).
Desde el inicio de la predicación del
Evangelio, cuando visitó Nazaret, Cristo anunció su programa de liberación de
la humanidad, con un texto del profeta Isaías que proclamó en la sinagoga de
Nazaret: ‘El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha
enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para
dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’.
Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos
los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura, que
acaban de oír, se ha cumplido hoy’ (Lc.4,18-21 Cf.Is.61,1-2). Si nos vamos
a las afirmaciones que hace Isaías a continuación en la continuación del
capítulo del libro de Isaías que leyó Jesús ese día en la Sinagoga, nos
encontramos que Dios, además de afirmar que él revertirá la situación de las y
los humillados de su pueblo (Cf.Is.61,2b.3a.5.6b.7.8b.), dice que todas estas
personas sometidas y esclavizadas, se convertirán en ‘robles de justicia’, edificarían
‘las ruinas seculares’, levantarían ‘escombros
ya viejos’ y restaurarían ‘las
ciudades devastadas’, ‘escombros
desolados por generaciones’ (Is.61,3b.4). Toda esta transformación adquiere
dimensiones universales como lo afirma el profeta al final del mismo capítulo: ‘Igual que una tierra produce plantas y en un
huerto germinan rebrotes, el Señor hace germinar la liberación y la alabanza
ante todas las naciones’ (Is.61,11). También en este contexto, Dios afirma
las razones por las que interviene por los desvalidos de su pueblo: ‘Pues yo, el Señor, amo el derecho y
aborrezco la rapiña y el crimen’ (Is.61,8).
Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador,
que es el Cristo Señor
El evangelio
de la misa de media noche de la Fiesta de la Navidad, que está tomado de San
Lucas, contiene el gozoso anuncio que los Ángeles dieron a los Pastores aquella
noche del nacimiento del niño Jesús: De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria
del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel
les dijo: ‘No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para
todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es
el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién
nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército
celestial, que alababa a Dios, diciendo: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados
por él!’ (Lc.2,9-14).
Con
la ayuda de los profetas de Israel, podemos comprender de una manera más
profunda el significado de las palabras del Ángel a los pastores: ‘Les traigo una buena noticia, una gran
alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un
Salvador, que es el Mesías, el Señor’. Estos pastores son los “anawim” de
Israel, para quienes la única esperanza de salvación, está en el Mesías
prometido por los profetas, pues era el único quien se interesaría de la triste
condición de su vida (Cf.Sal.71,4.12-14). María, la madre del recién nacido,
perteneció a este grupo de pequeñitas y pequeñitos de Israel, que se llenaron
de gozo ante la llegada del Salvador al mundo (Cf.Lc.1,46-49; 2,20), porque
tenían plena confianza en el poder de Dios y de su Mesías, para cambiar el
rumbo de una historia que les era adversa. Así lo expresa María en el “Magnificat”:
‘Su misericordia alcanza de generación en
generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los
soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los
humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las
manos vacías’ (Lc.1,51-53).
Por
otra parte, cuando Jesús sale a su vida pública para predicar el Evangelio
expresará ante Nicodemo, según nos lo reporta el Evangelio de San Juan: ‘Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a
su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él’ (Jn.3,16-17).
Tanto
en el Cántico de María, como en las palabras de Jesús a Nicodemo, se entiende
que Dios se interesa, no solamente por cada persona en particular, sino por la
organización del mundo entero, por las estructuras sociales en las que se
sustenta la vida de la humanidad. Le interesa que dichas estructuras no sean
dirigidas por mafias de soberbios codiciosos que planean estrategias políticas
y económicas, que causan opresión y exclusión de seres humanos; muerte por la
miseria y el hambre, por las guerras que destruyen poblaciones enteras y por la
devastación del medio ambiente, base del sustento de la vida en el planeta,
sino que sean justas.
El mundo donde, con la ayuda de Cristo,
debemos ser fermento de ánimo y transformación
En
su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, del próximo 1 de enero
del 2014, cuyo tema es: “La Fraternidad, Fundamento y Camino para la Paz”, el
Papa Francisco señala el gozne fundamental de la fraternidad humana en la
vocación que por su naturaleza tiene la persona humana a la responsabilidad, a
la reciprocidad y a la comunión con todo ser humano, sin excepción alguna. Esta
responsabilidad con las y los demás, cifra su razón de ser en la Paternidad de
Dios sobre todo el género humano. Muy particularmente, quienes hemos acogido el
llamado a vivir nuestra vida en Cristo, reconocemos a Dios como Padre y nos
entregamos a Él amándolo sobre todas las cosas y, reconciliados con Dios, lo vemos
como Padre de toda la familia humana, lo que nos impulsa a vivir una
fraternidad universal (Cf. Papa Francisco, Mensaje para la XLVII Jornada
Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014, n.n. 2 y 3).
En
el mismo Mensaje, el Papa señala una serie de cualidades que caracterizan a la
sociedad; cuando las relaciones humanas se conforman en base al espíritu de
fraternidad: Se promueve el desarrollo integral de toda mujer y todo hombre, se
genera la paz social, ya que existe un equilibrio entre la libertad y la
justicia, entre la responsabilidad personal y la solidaridad, entre el bien de
los individuos y el bien común. El Papa afirma también, en su Mensaje que, desde
la fraternidad entre los ciudadanos, la comunidad política funciona con
transparencia y responsabilidad, porque la ciudadanía se siente representada
por los poderes públicos, sin menoscabo de su libertad. Todo esto redunda en
que las personas vivan en una armonía entre sí, en donde se comparte la estima
mutua (Cf.Rm.12,10). (Cf. Papa Francisco, Ibid. n. 8)
No
sucede así en la sociedad cuando la fraternidad es vencida por el egoísmo
individual. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, en el apartado No. 8
subtitulado: ‘La corrupción y el crimen organizado se oponen a la
fraternidad’ de su Mensaje para la XLVII Jornada
Mundial de la Paz, el Papa, que conoce nuestra realidad latinoamericana,
continúa hablando como si -con una lupa- estuviera observando lo que sucede en
México, pues describe nuestros males estructurales de manera muy puntual, lo
que nos indica que quienes están decidiendo los modelos de vida política,
económica y social, en estos momentos en nuestra Patria, se mueven en sentido
contrario a la responsabilidad, reciprocidad y comunión con todas y todos los
mexicanos, y están asociados entre ellos por un espíritu de egoísmo
individualista y corporativo, que les devora el alma.
En
efecto, Papa Francisco afirma en este apartado de su Mensaje que ese egoísmo
individual se ‘desarrolla socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción,
tan capilarmente difundidas’, como en la ‘formación de las organizaciones
criminales’ que, ‘minando profundamente la legalidad y la justicia, hieren el
corazón de la dignidad de la persona’. Sucede en el ‘drama lacerante de la
droga, con la que algunos lucran despreciando las leyes morales y civiles’, ‘en
la devastación de los recursos naturales y en la contaminación’, ‘en la
tragedia de la explotación laboral’, ’en el blanqueo ilícito de dinero, así
como en la especulación financiera’ que ‘asume rasgos perjudiciales y
demoledores para enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la
pobreza a millones de hombres y mujeres’, ‘en la abominable trata de seres
humanos’, ‘en los delitos y abusos contra los menores’, ‘en la esclavitud que
todavía difunde su horror en muchas partes del mundo’, ‘en la tragedia
desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la
ilegalidad’. ‘Sin embargo -concluye el Papa- el hombre se puede convertir y
nunca se puede excluir la posibilidad de que cambie de vida. Me gustaría que
esto fuese un mensaje de confianza para todos, también para aquellos que han
cometido crímenes atroces, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino
que se convierta y viva’ (Cf.Ez 18,23) (Cf. Papa Francisco Ibid.).
Esta Navidad revive nuestra esperanza por la
búsqueda de la justicia y del amor en nuestro país
Animados por
el ejemplo de tantas personas justas, como fueron los patriarcas y los profetas
de Israel que, en medio de muchas
contradicciones perseveraron a través de los años, sostenidos por el firme
deseo de justicia y de paz para su pueblo, anunciaron lo que convenía seguir
practicando y viviendo, mientras aguardaban con firme esperanza la llegada del
Salvador prometido por Dios. También movidos por el ejemplo de los profetas que
denunciaron sin tregua las injusticias, y reprendieron a los autores de esos
atracos, nosotras y nosotros, en estos momentos aciagos y difíciles para
nuestro pueblo, no podemos decaer en nuestra esperanza, de que la justicia al
fin vencerá, y de que el derecho volverá a instalarse en nuestra patria.
También somos herederos de generaciones honestas de mexicanas y mexicanos, personas
lúcidas, que en medio de las tinieblas que arrojaban las tiranías en nuestro
país, no perdieron la clarividencia en su mirada, y que en diversos momentos la
supieron tender al más amplio horizonte del México justo, que ellas y ellos
soñaron y quisieron.
San Pablo en
la carta a los Romanos nos dice que el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra
debilidad, para animarnos a pedir a Dios lo que conviene al mismo interés suyo
por nosotros, quien nos ha destinado a alcanzar la más plena perfección,
mientras recorremos nuestro camino por este mundo (Cf. Rm 8,26). Nuestra máxima
perfección consiste en amarlo a Él por sobre todas las cosas y amar a nuestras
hermanas y hermanos, como Cristo nos ha enseñado con su ejemplo (Cf. Lc 10,25-37),
hasta dar la vida por ellas y ellos. El Espíritu de Dios es quien mantiene
nuestra mirada en estos nobles propósitos. Dios nos ama y nunca aparta de
nosotras y nosotros su mirada llena de compasión y ternura. Ha enviado a su
Hijo, lleno del Poder de lo Alto, para asistirnos en nuestro quehacer de
construir este mundo con santidad y justicia, y rectitud de corazón (Cf. Sb 9,3).
Quienes por
el don de la fe creemos que el Hijo de Dios que se hizo hombre, y nació y vivió
entre nosotras y nosotros, para enseñarnos el alto destino y la grandeza a la
que Dios llama a cada persona que viene a este mundo y que nos dio como el más
alto mandamiento, el que nos amáramos los unos a los otros (Jn.15,12-13); y
quienes con su buena conciencia han llegado también a conocer la grandeza de la
condición humana, con su dignidad y derechos inalienables, y están convencidos
de la plenitud en la paz y en el amor, que debemos alcanzar todas y todos, no
sólo como personas, individualmente, sino como sociedad bien organizada y
estructurada en el respeto a la justicia y el derecho, no podemos renunciar a
nuestro ideal del México que queremos y buscamos. Sería indigno de la condición
humana, desistir de la defensa de la Patria y cruzarnos de brazos ante las
injusticias y atropellos que están cometiendo las Senadoras y Senadores, las
Diputadas y los Diputados, tanto del Congreso Federal como de los Estatales,
que han votado reformas legislativas que afectan de manera muy grave la vida de
las hijas y los hijos de Dios, y comprometen el futuro y soberanía de nuestro
país.
Con el
corazón lleno de esperanza en el Mesías Salvador del Mundo, cuyo nacimiento
conmemoramos vivamente en el misterio de la Navidad, les abrazo de todo corazón
a todas y todos ustedes, las y los fieles de la Diócesis de Saltillo, y a todas
y a cada una de las personas con quienes compartimos esta común fe cristiana. También
va mi saludo cariñoso para quienes desde otros credos y convicciones, están en
la incansable búsqueda de que lo más grande y noble que hay en el corazón
humano, se ponga al servicio del amor, de la verdad, de la justicia y de la paz,
para bien de toda persona sin exclusión alguna.
FELIZ NAVIDAD PARA TODAS Y TODOS
Y LAS MÁS GRANDES CONQUISTAS PARA
EL AÑO 2014