Monday, May 19, 2014

Mi pequeño homenaje a Elena Poniatowska


Mi pequeño y humilde homenaje a
una escritora a la que admiro: Elena
 Poniatowska















Apreciaciones personales sobre el relato “De noche vienes” de Elena Poniatowska___________________________________________________________“Entretejido de voces, risa e ironía en “De noche vienes”

Introducción 

Una mujer joven es juzgada porque contrajo matrimonio cinco veces, es decir, tiene cinco maridos, uno de sus maridos descubre la verdad y la denuncia. Un agente del Ministerio público la juzga. 
Si bien ésta es la historia, el siguiente trabajo se propone ahondar en los artificios que se han utilizado para contarla. Redescubrir cómo está construido este relato fue un inmenso placer, pues una vez más me acerqué a Elena Poniatowska, una escritora a la cual admiro y releo, permanentemente. Desde el comienzo podemos advertir una forma particular, el procedimiento in medias res, predispone al lector textual a completar el contexto o la situación comunicativa que involucra el diálogo entre los personajes. Esta estructura polifónica, forma reveladora de ideología —de acuerdo con los conceptos de Voloshinov— se irá construyendo mediante la voz de la protagonista y la del oficial de justicia, pero no podemos omitir ninguna de las otras voces presentes (personajes y autor textual), pues todas son necesarias en la delimitación de unos y otros.

¿Quién es Esmeralda Loyden? ¿Quiénes son los otros?

Pareciera que todo el relato llevado a cabo por los mismos personajes —en especial la voz de Esmeralda y la del licenciado del Ministerio público— nos van construyendo dialógicamente la identidad de la protagonista, y además, nos enteramos a través de sus voces las valoraciones de mundo de cada uno de ellos. 

¿Cómo se va construyendo el héroe?


Evidentemente a través de un entramado de palabras que hacen eco en un espacio y tiempo inefables como lo es el de la lectura, y es en ese instante en el que percibimos sentimientos, y nos permitimos el asombro, el desplazamiento de experimentar de un modo original sentimientos como la inocencia, la candidez, el humor, la malicia, la compasión, sentimientos tan humanos que a veces los experimentamos solamente en la ficción. Así como los personajes secundarios del relato se van transformando, de ser oyentes pasivos o testigos indiferentes, llegan a sentir compasión por la niña-mujer y de esa manera van tomando parte en la historia de Esmeralda, también el lector textual va tomando parte como evaluador de esta historia.

Esmeralda, una voz:


Niña-mujer, según el autor textual, sonreír era parte de su naturaleza. Su inocencia se manifiesta a través de su lenguaje, llano, con matices que revelan su condición social, su forma de ser; no advierte la ironía del juez, los sobreentendidos. Sus respuestas ante el juez, causan risa. Esa forma de presentar al juez, dueño de una moral inquebrantable, y a la niña-mujer con sus propios valores, no acorde con la sociedad tradicional, constituyen un contraste efectivo que permiten experimentar en el lector, la risa, el humor. Pero también ese contraste obliga a reflexionar sobre nosotros mismos, los valores del hombre y a cuestionarlos en cuanto a su carácter de inmutables.

Los personajes y el ambiente

El autor textual le da la voz a los personajes, otorgándoles así un rango predominante, porque son los que llevarán adelante la acción y simultáneamente encarnan aquello de lo que se está hablando, nada más ni nada menos que la búsqueda de la verdad, una verdad con muchas aristas, la que será cuestionada, y en la que la sentencia se presenta más como el ”deber de cumplir las leyes” (en este sentido me parece que Esmeralda es re-ubicada por el texto, porque se le otorga una pena a cumplir), y al mismo tiempo una sentencia que contradice el sentir propio del hombre que la dicta. (El juez, y los empleados del juzgado se llegan a compadecer de la niña-mujer y creo que hasta justifican su conducta, puesto que no ven indicios de maldad en su actuar). . El autor textual interviene, además, a través de la tercera persona, y se sirve de esta forma, según mi opinión, para elevar a Esmeralda a un ser casi angelical1, y al mismo tiempo, para rebajar o desacralizar la figura del juez, quien sintonizaba con el ambiente decrépito del juzgado?.

1 La mujer protestó con una voz muy clara, aunque sus entonaciones fueran infantiles.—Soy enfermera titulada. Puedo enseñarle mi título, ahora mismo, si vamos a mi casa. [...] Nada turbaba la limpidez de su mirada, ninguna sombra, ninguna segunda intención en la superficie brillante. [...] Esmeralda agrandó sus ojos verdes como el pasto tierno que nunca ha sido pisado. “Pero si hasta parece una virgen”, pensó el agente. –Veamos lo que tiene que decir la acusada. Pero, antes permítaseme una pregunta estrictamente personal, señora Esmeralda. ¿No confundía usted a Julio con Livio? Esmeralda, con la vista fija, semejaba una criatura frente a un caleidoscopio de una profundidad insondable bajo el flujo de las aguas transparentes de sus ojos; un calidoscopio en el aire, puesto allí sólo para ella. El juez, despechado, tuvo que repetir su pregunta... [...] El juez no pudo proseguir; los chistes de doble sentido, las groserías, los comentarios ingeniosos le pasaban por encima y García era una bestia echada, parecía incluso haberse solidarizado con la acusada. [...] Al agente del Ministerio Público le temblaban sobre los labios los términos perversión, perfidia, depravación, el más absoluto descaro, pero nunca se presentó la oportunidad de emitirlos y eso que le quemaban la lengua. Con Esmeralda perdían todo su sentido. Su relato era llano, sin recovecos, simple, los lunes eran de Pedro, los martes de Carlos y así sucesivamente hasta completar la semana, inglesa por supuesto, porque los sábados y los domingos los destinaba a lavar y planchar su ropa y la de ellos... 2 El juzgado era viejo; pura madera carcomida, pintada y vuelta a pintar y la cara del agente del Ministerio Público extrañamente no se veía tan vieja, a pesar de sus hombros encorvados y los sacudimientos que los estremecían. Vieja su voz, viejas sus intenciones, torpes sus ademanes y esa manera de fijar los ojos en ella a través de los lentes e irritarse como un maestro con el alumno que no ha aprendido la lección. [...]La mujer miró con sus ojos candorosos las diez butacas vacías tras de ella, el mostrador de palo pintado de gris y los archiveros altísimos D.M. Nacional. Al pasar por las piezas que antecedían a la oficina del agente del Ministerio Público, casi se le vinieron encima los escritorios de lámina, ellos también cubiertos de expedientes apilados sin orden, algunos con una tarjeta blanca entre las hojas a modo de señal. Incluso, estuvo a punto de tirar uno de los alteros peligrosamente esquinado tras el cual comía su lunch una mujer gorda acodada a la mesa. Por lo visto le había dado previas mordidas a su torta y ahora le añadía con fruición grandes y sebosas tajadas de aguacate rebanadas con plegadera. También el piso de granito muy gastado, grisáceo, era sórdido aunque a diario lo trapearan, y las ventanas que daban a la calle, por cierto muy chiquitas, tenían unos barrotes gruesos y pegados los unos a los otros. Los vidrios siempre sucios dejaban pasar una luz terregosa y triste; se veía que a nadie le importaba esta casa, que todos huían de ella una vez terminado el trabajo, que ningún aire entraba a las oficinas al no ser el de la puerta de la calle que se cerraba de inmediato. La gorda guardó en una bolsa de papel estraza en la que también había un plátano, los restos de la torta seguramente para acabarla más tarde y el cajón se cerró con un ruido de resorte. Luego, con las mismas manos, se enfrentó a su máquina de escribir. Todas eran altas, muy viejas y la cinta jamás regresaba sola. La gorda introdujo su dedo en el carrete, la uña al menos, y se puso a regresarla, después se cansó y con el dedo entintado, jaló el cajón de en medio del escritorio y sacó una pluma atómica que metió en el centro de la cinta. 

¿Cómo van evolucionando los personajes?


De la forma en que este texto está construido, subyace el género dramático, puesto que los diálogos predominan y las intervenciones del narrador en tercera persona bien podrían funcionar como las acotaciones del autor dramático. En este contexto podemos observar cómo el autor textual va focalizando las distintas escenas, y cómo van evolucionando los personajes. En medio de la conversación entre Esmeralda y el juez, se intercalan distintas escenas, que acompañan en forma gradual la historia: un policía que se rascaba las verijas cerca de la puerta de salida, escucha hablar a Esmeralda y la dulzura del tono hizo que dejara de rascarse. Los demás empleados casi animalizados, indiferentes a lo que Esmeralda va declarando, poco a poco se van humanizando. 

“Todos en el juzgado parecían estar inoculados en contra de la crítica y la autocrítica; unos se rascaban las costillas, otros los sobacos, las mujeres se arreglaban un tirante del brasier, pujando. Pujaban también al sentarse, pero una vez sentadas volvían a levantarse para ir a otro escritorio y consultar algo que las hacía rascarse la nariz o pasarse repetidas veces la lengua sobre los dientes busc
ando algún prodigioso miligramo que una vez hallado se sacaban con el dedo meñique. Total, que si ninguno se veía a sí mismo, ninguno veía tampoco a los demás.” García, el escribiente, interviene en las preguntas que le hace el juez a Esmeralda, a favor de ella: —¿Se ha encontrado usted, García, con algún caso semejante a lo largo de su vida? —No, licenciado, bueno, no en una mujer porque en hombres...—García chifló en el aire; el silbido largo como de tren que pasa. —¿Se sometió usted al examen ginecológico con el médico legista? —No, ¿por qué? —protestó García—, si no se trata de un caso de violación. El relato de Esmeralda, sus actitudes, son las que desendacenan un cambio en el mismo ambiente: […] Lucita ( la taquígrafa, mujer gorda que comía torta, aguacate y plátano, acodada a la mesa) hacía rato que no le quitaba los ojos de encima a la acusada, de hecho cuatro o cinco empleados no perdían palabra del careo; Carmelita dejó sus “Lágrimas y Risas” y Tere también arrumbó su fotonovela, Carvajal se había parado junto a García y Pérez y Mantecón escuchaban sin parpadear. En ese juzgado todos usaban corbata pero se veían sucios, sudados, la ropa pegada como cataplasma, los trajes lustrados, llenos de lamparones, del horrible color café que acostumbraban los morenos y los hace parecer una tablilla de chocolate rancio. Lucita suplía su baja estatura con colores chillones...pero ahora su expresión era tan entusiasta que se veía atractiva; el interés los ennoblecía a todos; habían dejado de chaclear, rascarse, embarrarse en contra de los muros; ninguna desidia podía flotar ahora en el recinto; cobraban vida, recordaban que alguna vez fueron hombres, y no sólo eso sino jóvenes, ajenos al papeleo y a la tarjeta marcada; una gota de agua cristalina resplandecía sobre cada una de sus cabezas: Esmeralda los estaba bañando.
El lenguaje en los personajes revela un modo de ser 

Creo que el lenguaje es de fundamental importancia en la constitución 
de los personajes, la manera en que cada uno se expresa, permiten al lector textual hallar las marcas que los identifica a cada uno, un lenguaje que expresa sus propias ideologías. Si por ejemplo nos detenemos en cómo habla el juez, sabemos por el tono en sus palabras cuál es su postura frente al adulterio cometido por la acusada. Un tono que obviamente trasciende a las mismas palabras, y que trasunta una connotación negativa, lejos de ser un lenguaje imparcial como lo debería ser el de un juez: —No trabaja usted en un instituto que emana directamente de la Revolución Mejicana? ¿No se ha beneficiado con ella? ¿No goza usted de los privilegios de una clase que ayer apenas llegaba del campo y hoy recibe escuela, atención médica, bienestar social? Usted ha podido subir gracias a su trabajo. ¡Ah, se me olvidaba que su concepto del trabajo es un tanto curioso! El lenguaje coloquial de Esmeralda revela una inocencia propia del lenguaje infantil: uso de diminutivos, interpretación literal de las preguntas, interjecciones de alegría, preguntas que realiza al juez sin ningún tipo de inhibición. El lenguaje jurídico toma parte casi al finalizar el relato, con algunos matices coloquiales, y que completaría el mismo tono irrisorio que lo ha atravesado. El modo en que se cierra el relato, en tercera persona, nos permite visualizar —como en el cine— la heroína aclamada por la multitud, el texto de esta manera, se ocupa finalmente de ensalzar al ser de papel, pero tan humano como lo es Esmeralda.

Mariana D. Aznárez


Bibliografia
Bajtín, Mijail, Problemas de la poética de Dostoievski, México, FCE, 1986 Bajtín, Mijail, El problema de los géneros discursivos, México, Siglo XXI, 1989 Drucaroff, Elsa, Mijail Bajtín, La guerra de las culturas, Bs As, Ed. Almagesto, 1996 Poniatowska, Elena, De noche vienes, Bs. As., Ed. Sudamericana, 1999Voloshinov, Valentín, El discurso en la vida y el discurso en la poesía, 1926
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Ilustración:

Nicoletta Ceccoli
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Elena 
Poniatowska

Periodista y narradora, nacida en París, Francia, el 19 de mayo de 1933. Radica en México desde 1942. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores, de 1957 a 1958; ingresó al Sistema Nacional de Creadores Artísticos, como creador emérito, en 1994. Nació en París, hija de una mexicana, Paula Amor, y un noble polaco, Jean Poniatowska. El estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que su madre tomara una decisión que cambió sus vidas. Madre e hija partieron para México mientas su padre luchaba con el Ejército francés y participaba en el desembarco de Normandía. La guerra los separó durante cinco años. Fue francesa hasta que casó y se nacionalizó mexicana. Su carrera se inició en el ejercicio del periodismo y ha publicado una obra muy amplia que incluye varios géneros. Entre sus textos destacan: las novelas Hasta no verte Jesús mío (1969), Querido Diego, te abraza Quiela, (1978), La flor de Lis (1988), Tinísima (1992) y La piel del cielo (2001); los ensayos: Todo empezó el domingo (1963), La noche de Tlaltelolco (1971), Gaby Brimmer (testimonio,1979), Fuerte es el silencio (1980), El último guajolote (1982), ¡Ay vida, no me mereces!, (1985), Nada, nadie. Las voces del temblor (1988), Juchitán de las mujeres (testimonio, 1989); las colecciones de cuentos: Lilus Kikus (1954), De noche vienes (1979), Métase mi prieta entre el durmiente y el silbatazo (1982) y los libros de entrevistas: Palabras cruzadas, Era, (1961), Domingo 7 (1982), Todo México (1990 ) y Todo México, vol. II (1994). Ha recibido múltiples premios entre los que pueden citarse: Premio Mazatlán, 1970, por Hasta no verte Jesús mío, Premio Xavier Villaurrutia, 1970 (rechazado), por La noche de Tlatelolco. Premio Nacional de Periodismo (fue la primer mujer que recibió esta distinción) por sus entrevistas, (1978), Premio Manuel Buendía (otorgado por varias universidades de México), por méritos relevantes como escritora y periodista (1987), Premio Mazatlán de Literatura, (1992), por Tinísima y, el más reciente, Premio Alfaguara de Novela 2001, por La piel del cielo.

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