Monday, February 05, 2007

"Los artistas e intelectuales no son cafres": José Luis Martínez




Elena Poniatowska/ I

Homenaje a José Luis Martínez


José Luis Martínez En la sala Manuel M. Ponce, la Academia Mexicana de la Lengua en grande le rindió un homenaje a don José Luis Martínez, director honorario perpetuo de esa institución ­que antes presidieron José. G. Moreno de Alba y Gonzalo Celorio­, en el que participaron Gonzalo Celorio, Adolfo Castañón, José. G. Moreno de Alba y el propio José Luis Martínez. Por toda la sala podía sentirse el cariño y la admiración que sus colegas y amigos le profesan a José Luis Martínez, nacido en Atoyac, Jalisco, en 1918. Acompañado por su hija Andrea, el homenaje resultó muy cálido para el diplomático, historiador, bibliógrafo y ensayista "curador de las letras y la cultura mexicanas", como lo llamó Adolfo Castañón en su espléndida intervención.

Es cierto, José Luis Martínez, en silla de ruedas y con su medalla de académico al cuello, leyó y apabulló al público con la lista interminable de trabajos que ha escrito a lo largo de su larga y generosa vida, desde sus ensayos sobre la novela de la Revolución Mexicana hasta los Contemporáneos, en particular sobre Javier Villaurrutia, José Gorostiza, Salvador Novo, Octavio Paz, Agustín Yañez y Juan Rulfo.

Comparado a don Alfonso Reyes, José Luis Martínez es hoy, junto con Andrés Henestrosa, el decano de la literatura mexicana y posiblemente su mayor conocedor, porque ha vivido siempre para las letras a pesar de sus incursiones en la diplomacia. Su libro sobre Hernán Cortés es ya un clásico, como lo son sus ensayos sobre Alfonso Reyes. Todos los especialistas lo buscan y aspiran a trabajar con él y conocer su maravillosa biblioteca, ubicada en la calle de Rousseau, en la que es indispensable usar guantes para manejar los libros, porque para José Luis no hay objeto más maravilloso sobre la tierra que un libro, que se tiene que cuidar mejor que a un recién nacido.

Tuve el gran privilegio de entrevistar a José Luis el jueves 31 de diciembre de 1953, cuando me iniciaba en el periodismo. La entrevista publicada en Excelsior suscitó una polémica, porque José Luis puso pintos a los intelectuales cuya vanidad se parece a la del sapo. "Mucho mejor es enseñar", dijo José Luis, a propósito de la entrevista que hice anteriormente a Antonio Castro Leal acerca de su antología de poesía, en la que calificaba a todos los poetas mexicanos sin excepción con los mismos adjetivos. Entonces le hablaba a José Luis de "usted" y lo trataba con gran respeto; ahora sigo sintiendo el mismo respeto, pero le hablo de "tu".

­La literatura mexicana anda por los suelos ­respondió­. Los literatos escriben para pequeñas comunidades elogiosas, y Castro Leal, crítico máximo de nuestra literatura, dejó de comprender la poesía cuando murió Enrique González Martínez.

­Pero si todo el mundo está leyendo su antología. Además, él es único en recopilar con acierto las obras de nuestros mejores poetas.

­No, no es el único. Es el único, en todo caso, en escribir cada dos páginas "fino y sutil". Para él todos los poetas son finos o sutiles, o finos y sutiles, o sutiles y finos.

­Bueno, ¿usted sería capaz de mejorar esos adjetivos?

­En primer lugar no habría escogido los poemas que escogió Castro Leal ni omitiría a los poetas que él dejó en la sombra. No hubiera mezclado a Margarita Michelena y a Guadalupe Amor con las lavanderas de la versificación. El poema Canto a la primavera, de Xavier Villaurrutia, es horrible (Xavier lo escribió para ganarse 5 mil pesos de premio) y no tiene por qué estar en la antología. Además, dice Castro Leal que don Alfonso Reyes podría haber sido un gran poeta (milagrosamente, don Alfonso escapa del "fino y sutil" o del "exquisito"). ¿Como es posible decir eso? Don Alfonso Reyes es el pilar de toda nuestra literatura.

­Pero la literatura mexicana ¿tiene realmente un público lector?

­Allí está el detalle. No lo tiene. La literatura mexicana es una literatura sin público. La culpa no es de los lectores, sino de los escritores. Nadie lee las novelas de Revueltas o de Rubin porque son mortalmente aburridas. Le voy a decir algo. Se lee más la literatura mona, sí, sí, la literatura que hacen señoras frustradas, versitos, que la literatura profunda.

­¿Y por qué gusta más?

­Porque es sentimental, y hace llorar, soñar y reír.

­¡Ay! Según parece, es usted lector de Confidencias.

­No precisamente, pero me doy cuenta de lo que nos pasa.

­Pero los literatos, ¿qué pueden ser si no son literatos? ¿Empleados de banco?

­No. Que sean maestros rurales.

­¿Cómo?

­Sí, que enseñen a leer y a escribir. Le voy a contar algo. Yo era un intelectual hasta las cachas poético y lleno de problemas. Por las noches me desvelaba filosofando. Quería que todo tuviera un sentido trascendental y para todo buscaba una respuesta. Daba conferencias y clases de filosofía y filología. En las noches me reunía con mis amigos, casi todos autores de lánguidos versitos que en el fondo no eran sino diversiones privadas para el regocijo del petit comité. Como usted sabe, acompañé a Yáñez en su campaña política, y un día, en el pequeño pueblo de Mascota, encontré dos maestros rurales muy jóvenes. Además de enseñar, gastaban su sueldo en vestir y dar de comer a sus alumnos. Tenían una idea admirable de la condición humana y su actitud frente a la vida era intachable, conmovedora, un cierto modo de ser que ninguno de nosotros, literatos vanidosillos, podríamos alcanzar. Entonces me di cuenta de la inutilidad de la literatura mexicana actual y de la necesidad de lo que yo podría escribir.

­¿Pero no hay en México un literato que pueda escribir directamente sobre la realidad?

­No lo creo. Hay escritores, claro (para los buenos, ya son universales, pronto los integrará la Nouvelle Reveu Francaise), hay poetas como Octavio Paz que es un viajero incansable, pero lo que escriben ellos, ni mejorará el país ni lo cambiará ni le dirá nada.

­Entonces, ¿qué es lo que vale en México?

­Lo que vale son los que educan a los demás, niños humildes que acaban su primaria y vuelven a la escuela para enseñar a los más pequeños. Lo que vale no es la espléndida Ciudad Universitaria (completamente ridícula, cuando se piensa en la miseria o en la ausencia de escuelas en el Mezquital), sino aquellos hombres que, olvidándose de sus gustillos y placeres personales se dan a los demás para tratar de mejorar las condiciones de vida. Ellos sí hacen algo que es grande, valioso y noble por México. Como usted ve, esta entrevista adolece de un defecto fundamental. No soy ya un entusiasta de nuestra literatura. Para serlo necesitaría retroceder cinco años de mi vida y reunirme otra vez con mis amigos literatos, que se han estancado creyendo que para un pueblo tan lleno de problemas como el nuestro es importante seguir tañendo en soledad egoísta una pequeña lira oxidada.

Y recordando que ahora es ferrocarrilero, y que el tiempo es un tren en marcha, José Luis Martínez saca su reloj y se despide de nosotros a tiempo para alcanzar el último vagón.

* * *

El 25 de enero de 1954 entrevisté de nuevo a José Luis Martínez porque los escritores agraviados me pidieron que volviera a conversar con el porque querían responder a sus críticas. Volvió a hablar de la pobreza de la literatura mexicana. Vivía frente a la casa de Max Aub y ambos se reunián a tomar café con frecuencia.

­Esta segunda entrevista, ¿es realmente necesaria? ­pregunta, pipa en boca.

­Sí José Luis Martínez, ya ve usted todo el merequetengue que ha armado a través de sus atrevidas afirmaciones acerca de la literatura mexicana.

­Realmente me parece bastante pobre nuestra literatura actual, pero no creí que su marasmo llegara hasta el punto de que se preocuparan tanto ­tan nerviosa, tan apresurada y tan coléricamente­ por una pacífica entrevista a un oscuro escritor en receso, en lugar de discurrir a propósito de Un día de estos, de Usigli, o de ponernos de acuerdo en las fallas y omisiones de la antología de Castro Leal.

"No es que me falte el humor y la humildad necesaria para recibir denuestos. Tanto como los parabienes y alabanzas, recibo aquéllos como una pública reacción del todo natural, pues quien quiera que se mete en terrenos públicos debe aceptar previamente hacerse sujeto de públicas disidencias. No me preocupan, pues, las iras o las sonrisas de mis amigos Henrique González Casanova, Fernando Benítez, Mancisidor, Icaza y Héctor Azar, ni alteran más que mi personal reconocimiento las generosas, aunque no compatibles, afirmaciones de Pepe Revueltas. (¿O todo se deberá a que, a pesar de la ligereza y naturales imprecisiones con que en nuestra entrevista anterior aparecía tocado el tema este en verdad preocupa, inquieta y corroe a nuestros jóvenes escritores?)

­¿Y cuál es su posición frente a Revueltas?

­Para ser claro y breve diré que quiero que la literatura sea útil, provechosa, fértil y viva para la integración espiritual de un pueblo: buena para iluminarlo, expresarlo, guiarlo y defenderlo. No estoy de acuerdo en que sea sólo una herramienta, porque si llega a serlo, el escritor renuncia a su libertad y a esa lucidez más profunda que muy difícilmente se disciplinaría con los partidos o con las ideologías. Si puede existir una gran creación literaria que sirva a una creencia ­todas tienen una creencia pero sólo en cuanto se dé una coincidencia profunda y libre entre las convicciones auténticas del escritor y las ideas de una función. Pero en este caso, la literatura o el arte no son ya una herramienta ciega y ortodoxa, sino un testimonio personal y libre.

­¿Y González Casanova?

­Henrique no entendió lo que no quiso. Hace tiempo, en el suplemento de Novedades, escribí una serie de artículos reunidos en un librito, bajo el título de Los problemas de nuestra cultura literaria, que él conoció bien. Ahí exponía con cierta amplitud y adecuadas precisiones conceptuales las mismas ideas que en la entrevista sólo repetía esquematizadas. Creo que no había necesidad de repetir el proceso total de mis ideas y que podía confiar en el buen juicio de los buenos entendedores.

_¿De veras renunció a la literatura?

­No es que yo abjure de la literatura ni que la considere inútil. Considero pobre e inútil la mayor parte de la que se escribe hoy en México, lo cual es diferente. No es que espere que don Alfonso Reyes y don Jaime Torres Bodet se vayan al campo como maestros rurales; espero que los jóvenes aspiren siquiera a emular los dones y las obras de estos maestros, y puesto que se contentan con lo que hacen, mejor sería que fueran útiles a su pueblo.

"En mi personal ejercicio intelectual, yo me pregunté simplemente: ¿Sirvo real y eficazmente a mi pueblo?, y tuve que responderme que sólo servía a una pequeña comunidad. Y como no tenía el engreimiento suficiente para hacer creer que servía a la infinita posteridad, me puse a buscar un servicio más humilde, pero más real. Eso es todo. Aquellas maestras rurales de Mascota ­tan distantes de los miles que ahora sólo aspiran a concluir su retiro rural­, aquellas maestras que juntaban en su sencillez al misionero, al apóstol, al educador, al antropólogo, al médico, al hechicero, al juez y a la nobleza humana fueron para mí la piedra clave de un arco que habían comenzado a fraguar en mí con su labor real y positiva en servicio de México, nuestros economistas, nuestros sociólogos, nuestros políticos, nuestros antropólogos, nuestros técnicos y nuestros educadores, tardíamente, es posible, pero al fin.

­¿Cuál podría ser la conclusión de todas estas ideas?

­La conclusión es muy sencilla: el que no sirva que no pierda el tiempo engañándose a sí mismo. Poetas como Octavio Paz, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño; narradores como Juan José Arreola, Juan Rulfo y Ricardo Pozas; autores teatrales como Emilio Carballido y Héctor Mendoza, entre los jóvenes son útiles y reveladores y trascendentes para su pueblo, el mejor servicio que podemos pedirles es que continúen fieles a su íntima vocación. Pero junto a ellos, y muy pocos más, ¿qué hay sino desolación y discos rayados? Y ellos son los que, si quisieran ser congruentes consigo mismos, y servir exclusivamente por el camino de la cultura, mejor harían en aspirar a maestros rurales o en tomar cualquier otro camino en que sus conocimientos y sus aptitudes sean provechosas para su pueblo. (Comparemos el esplendor de las pasadas generaciones literarias en que los mejores espíritus se consagraban a las letras, y remordemos, para no ir demasiado atrás, lo que ocurría apenas hace un lustro, en que todavía quedaba una literatura mexicana. Hoy, además de los muchos que han muerto, la desbandada es general y mis palabras no son más que un epitafio.)

Elena Poniatowska/ II


Muchos años más tarde, el domingo 27 de marzo de 1966, entrevisté de nuevo a José Luis Martínez, esta vez en su casa de Rousseau, amplia y apropiada para sus libros. Su esposa Lydia cuidaba también los libros y lo cuidaba a él con mayor esmero aún. Los encontré en París cuando él era diplomático y siempre se mostraron cariñosos y alentadores. "¿Qué haces? Enseñanos lo que escribes".

Es bonito que un funcionario importante venga él mismo a abrir la puerta de su casa y que con pasos jóvenes, y una voz joven también, diga con mucho entusiasmo: "¡Vengan, vengan, primero les voy a enseñar la casa!" Como un niño alborotado nos muestra a Hector García y a mí sus libreros. "¡Aquí la literatura francesa!" "¡Aquí sociología!" "¡Aquí historia!". La casa es un solo libro repetido en miles de ejemplares. No hay muros, hay libros.

"¡Miren, éste es un cuarto secreto donde tengo todas mis postales de arte! Aquí están mis pipas, aquí mi archivo, aquí mis diplomas (para que nadie los vea); aquí mis aparatos de fotografía". Recorremos biblioteca tras biblioteca. Tengo miedo de que se aparezca algún iracundo miembro de Confrontación 66 detrás de cualquier anaquel, pero sólo la voz gozosa de José Luis Martínez rompe el silencio. "¡Elenita, fíjate, estos cuadros son de la mejor época de Juan Soriano!" Las piezas precortesianas han sido colocadas alrededor de la chimenea. Algunas ­preciosas­ son de Perú, donde José Luis Martínez fue nuestro embajador. La colección íntegra de libros de La Pléyade rinde testimonio de su larga estancia en Francia, en la UNESCO.

­¿Quieren café? ¡Nada más café!, porque ahora sólo está Daniel, el mozo, y él sólo sabe hacer café.

­Bueno.

­Oye, José Luis, dicen que en México, dos puestos son horripilantes: uno, director del Hospital General, porque ahí cuentan que se roban hasta los bolillos de los enfermos, y ya cuando llegan a los pabellones ha desaparecido la mitad; cada pabellón tiene su cocina privada que vende comida, los sindicatos de afanadoras son una pesadilla; todo el mundo se pelea entre sí, los papeles son interminables, las quejas, los chismes, el odio y el desorden hacen que los directores del Hospital General salgan, o corridos, disparados, o moribundos, porque los han medio matado a corajes. ¡Recuerdo que una vez me contó Clemente Robles que él había entrado con mucha fibra, pero que era muy triste ser director del Hospital General! ¡Desaparecen hasta las plumas atómicas que se dejan encima de los escritorios! ¡Las de a cinco pesos!

"El segundo puesto que es también espeluznante y que pocos codician es el de director de Bellas Artes, porque los intelectuales, los artistas en general, tienen toda clase de enfermedades: vanidad, histeria, egocentrismo, complejos de genio, complejos de inferioridad. Así es que es un cargo 'al que todos le sacan' y le tiene miedo, ¿o no crees?"

­¡No exageres! Creo realmente que hay otros puestos mucho más difíciles: el de director de la penitenciaría, el de jefe del rastro, el de director de la Castañeda. ¡Pero el de Bellas Artes no es absolutamente de los más problemáticos! Yo le tenía miedo, cuando estaba en París en la pacífica UNESCO, y sabía más o menos lo que me esperaba... ¡Pero la verdad es que ahora después de poco más de un año de estar aquí me gusta mucho mi trabajo! Sé que voy a tener dificultades permanentemente, pero sé que a pesar de todos los obstáculos, sobre todo económicos, es posible hacer algo.

­Pero, ¿qué has hecho?

­"Hemos hecho", porque en realidad esta es una labor de equipo. Tenemos nueve departamentos, tres museos, la Pinacoteca Virreinal, el Salón de la Plástica Mexicana y las galerías Chapultepec y José María Velasco, y las Escuelas del INBA, que son 12, además de los centros regionales de Bellas Artes en los estados, que son 31... En realidad, muchas de las cosas que hemos hecho son la continuación de lo que existía; otras son tareas nuevas, pero puedo decirte que todos los departamentos de Bellas Artes están trabajando en su máxima intensidad.

Confrontación 66

­¡El departamento del que más se habla, José Luis, es el de artes plásticas! Tal parece que desde que llegaste has tenido encima como una espada de Damocles a los pintores. ¡Según supe, el día que tomaste posesión y te hicieron director se armó un mitote de todos los diablos! ¿No?

­Bueno, más o menos fue cerca de aquellos días, pero la verdad es que Bellas Artes no sólo es el departamento de artes plásticas.

­Pero Artes Plásticas, Pintura es el departamento que más lata da.

­No, no es lata, Elena, y no quisiera abusar de la publicidad que se ha hecho en torno a esta exposición de la que ya se ha hablado lo suficiente. Lo importante es que ahora la exposición muestre una obra de calidad.

­¡Que los jóvenes justifiquen sus gritos con obras! Pero, ¿por qué se eliminó a ciertos pintores?

­La exposición no es para eliminar a nadie. Al contrario, es un salón abierto en el que necesariamente hubo que limitar la invitación. Se invitó a los artistas que tienen cierto prestigio. Son 42 artistas. Todos los demás pueden participar libremente. Claro, están sujetos a la aprobación de un jurado. No hay ningún salón cuyo ingreso sea totalmente libre porque se convierte en el caos y se pierde la calidad.

"En un país tan joven como el nuestro es nefasta la desorientación"

­José Luis, tú me dijiste una vez al regresar del entierro de Ramón Beteta algo muy interesante, ¿te acuerdas? Me dijiste que te daba temor la dolce vita mexicana. Hablamos concretamente de una fiesta en casa de Carlos Fuentes y me hiciste notar que había una desorientación muy grande en los jóvenes. Y en un país tan joven como el nuestro, tan recién llegado a la cultura "moderna" (por llamarla así), ¿no te parece grave esa confusión de valores?

­Bueno, bueno, no quisiera juzgar a ninguno de mis amigos, pero en aquella racha de fiestas beatnicks me di cuenta de que los jóvenes de mi tiempo habíamos sido casi unos retrasados mentales; que no teníamos imaginación; que los jóvenes actuales son mucho menos cándidos. ¡Nosotros éramos unos ingenuos junto a ellos!

­¿Bailar twist y bossa nova es una prueba de imaginación?

­No quiero hacer en lo absoluto un juicio sobre los jóvenes, que en algunos aspectos me llenan de envidia. Simplemente veo peligroso para su formación y después para su equilibrio moral y humano el hecho de llegar a ciertos extremos. ¡No es el caso precisar esos extremos!

­¿Y tú no crees que eso se refleja un poco en la pintura de los jóvenes? Están igualmente exacerbados, desorientados, actúan por espasmos, por impulsos. Un día se quieren, al otro se insultan, todo con una superficialidad asombrosa. ¡A mí se me hace que pintan un cuadro y a cada cuadro pintado le dedican un año de publicidad! ¿No? Como que ellos están antes de su obra: "¿Ahí voy yo y ahí van mis cuadros!"

­Bueno, eso en general es una antigua tradición mexicana. En los años 30, en los años 40 los pintores han sido los mejores propagandistas de su obra a base de escándalos publicitarios, de actos ruidosos, etcétera. Los pintores actuales siguen más o menos en esta línea.

­A mí se me hace José Luis, que tú estas muy conciliador, muy paternalista ­lo cual te sienta de la patada­, porque te ves más joven que muchos de esos melenudos, y en segundo lugar, que quieres quedar bien con todos. ¡Y el que quiere quedar bien con todos y ser muy benévolo, muy cauteloso, queda mal a la postre con todo el mundo.

­Bueno, primero, no soy ningún joven. Tengo ciertos aspectos de joven, pero por desgracia estoy cerca de cumplir 50 años. ¡Tengo 48 años! Y luego, no es que sea paternalista, pero quiero servir simplemente, quiero servir y quiero entender a la gente.

­¡Y ser tolerante, muy buena gente!

­Ser tolerante es una de las virtudes que me gustaría tener.

"Quiero que el pueblo de México cante, baile y chifle"

­Oye, José Luis, cuando tú llegaste a hacerte cargo de la dirección de Bellas Artes dijiste: "Yo quiero que el pueblo de México cante, que baile, que tararee por las calles, que chifle, que dé de brincos".

­Para ser precisos, eso lo dijo el licenciado Agustín Yáñez en sus declaraciones iniciales en que expuso el plan cultural: ¡que él deseaba que el pueblo de México cantara y que cantara en todas las ocasiones posibles, que cantaran los obreros y que cantaran los niños en las escuelas, y cantara la gente en sus casas...

­Este es un aspecto bucólico desconocido del secretario de Educación. ¡Es como Walt Whitman!, ¿verdad?

­Ahora la verdad es que si en otros aspectos de Bellas Artes el licenciado Yáñez ha estado más o menos satisfecho, es en ese aspecto: estoy seguro que no está y no lo está para desesperación mía.

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