Pável Uranga
Publicado en el número 390 de Revista
Vanguardia
5/05/13-
Ecuador; Investigación
.
Caminar por
los playones del Río San Miguel, buscando las huellas del tránsito de mujeres
víctimas de trata con fines de explotación sexual en la frontera entre Ecuador y
Colombia, es cosa seria. Llegué ahí bajo el supuesto de que en esa zona –donde
transitan tanto las FARC como paramilitares colombianos–, se desarrollaban actividades masivas de
trasiego de personas, refugiadas en su mayoría, que al cruce de la frontera,
eran “tomadas” por las redes de trata. Falso,
existe una intensa actividad de trata pero las mujeres víctimas no
entran por este punto fronterizo, demasiado conflictivo.
En México,
entre 2003 y 2007, buscando mujeres asesinadas, encontramos la esclavitud
sexual, una red inmensa de trata que cruza todo mi país con un modus operandi
ubicable, y actores visibles. No se hizo nada en contra ella. En Honduras,
entre 2008 y 2009, documentando el femicidio encontramos la trata y el tráfico
de personas, gente en condiciones de esclavitud. En Ecuador me preguntaba,
¿dónde se esconde la trata, o esclavitud sexual?, había que ir a averiguarlo.
Antes de
salir de Quito, compañeras académicas que hacen investigación sobre el tema se
alarmaron: “¿Qué voy a buscar en los chongos?”, “Eso es peligroso”,
“Imprudente”, “No hay cómo recuperar información confiable ahí”. Sin embargo,
por experiencia sé que se debe buscar en la mirada de las víctimas, a
documentar, a intentar visibilizar lo que se esconde.
Pero antes
de empezar a caminar, hay que entender ¿qué es la trata con fines de
explotación sexual? La mayor parte de las personas confunden la trata con el
tráfico de personas y no entienden ambas. Podría simplificar la respuesta para
decir que estamos hablando de esclavitud sexual moderna, pero hay mucho más.
Aventurando
a una definición comprensible, de fácil manejo –no breve-, diría que la trata
es:
Un delito rentable
que expresa violencia de género, así como violencia generacional. Las víctimas
son en su mayoría mujeres jóvenes o niñas.
Es también un método de sujeción forzada, de aprisionamiento y
encadenamientos morales y económicos de mujeres víctimas a sus captores, que
las convierte en rehenes eternas de un ejercicio sistémico de la violencia que
se ejerce contra ellas.
Múltiples violaciones sexuales, desde la captura, cooptación, captación
o reclutamiento, para forzar al sometimiento, primero, y posteriormente, cuando
la víctima entra al “mercado sexual”, cada “cliente”
se convierte en un violador.
Este proceso se completa con un esquema de deudas, multas y castigos,
que encadenan día con día a supuestos préstamos impagables, pero eso sí,
siempre tendrán crédito (la posibilidad de seguir endeudándose) para seguir siendo esclavas.
Ahora, en
la frontera con Colombia, la trata con fines de explotación sexual, ¿se
esconde?, hasta donde alcancé a ver, no. En Sucumbíos, por ejemplo, según el
Censo 2010, hay 172 mil habitantes; a ellos, hay que sumar casi 80 mil hombres,
todos de sexo masculino, como población “flotante”, entre integrantes de
petroleras, mineras, ejército y policías. Estos hombres demandan servicios
sexuales cada día. En conversaciones con empleados de las petroleras, ellos
indican que “cuando llega uno al norte, se transforma, se le olvida a uno la
familia, se convierte en otro… la presión social es mucha dentro de la empresa,
y siempre es un desafío poder decir que no, que uno no va al chongo… Si uno no
va al chongo, no lo respetan a uno…”
Según se
cuenta en Lago Agrio, la prostitución ahí nace con la llegada de las
petroleras. Con ellas, llegaron los señores,
dueños de los burdeles, los chongos,
que empezaron como cabañitas de madera, detrás de los viejos pozos, a donde
llevaban a indígenas Secoyas compradas o robadas y ahí se les prostituía. A
estas mujeres, que no conocían el valor del dinero, jamás se les pagó un sucre
por sus “servicios”. Es decir, esa
prostitución nace bajo el signo de la esclavitud sexual.
Pero, por
ejemplo, en Lago Agrio, ¿dónde ésta la trata? En los chongos, en todos y cada
uno, pero también, por la desmedida demanda, en bares, en karaokes, billares,
panaderías, restaurantes, hoteles. En cada esquina se pueden encontrar letreros
de “ofertas de trabajo” para mujeres jóvenes y “de buena presentación”. También
se ofrecen falsificación de todo tipo de documentos con puestos en la calle,
incluso a un costado de la policía judicial, a plena luz del día. ¿Falsificación?,
sí, por ejemplo, de cédulas que sirven para ocultar a las menores de edad en
los citados chongos; aunque también hay otros métodos. En Otavalo, que es un
lugar donde se afirma que no hay prostitución, menos aún trata, por ejemplo,
encontré chongos que servían de hospedaje incluso para policías.
En
Esmeraldas viven al menos cuatro de los más grandes dueños de chongos legales
de todo el país, y son gente muy respetada en sus comunidades, con mucha plata,
incluso son ejemplo aspiracional de jóvenes.
Una
constante, hablando con operadores y operadoras de justicia, es una gran
confusión sobre qué es la trata, pero en general, se afirma a ciencia cierta
que no hay. La confusión sin duda viene de que las prostitutas están ahí “por
voluntad propia” y no por la moral de la sujeción.
¿Cómo
funciona eso de la moral de la sujeción dentro del chongo? En cada burdel al
que entré, de los más de 80 que conocí caminando en la frontera norte, la
dinámica es la misma, grandes galeras con cuartuchos insalubres y miserables de
menos de 3m2 en donde las mujeres viven, son usadas sexualmente entre 20 a 100 hombres al día. Cuando
las mujeres son “contratadas” reciben un “crédito” del dueño, por lo regular de
$500 dólares, para cubrir el cuarto, la alimentación, y los enseres que usará
la mujer para dar servicio. En
garantía, la mujer es forzada a dejar sus papeles de identidad. Ahí en el chongo, los dueños cobran
entre 6 y 12 dólares por cada servicio o
ficha, es decir, por cada vez que una mujer es usada por un cliente. De
esos 6 a 12 dólares, cada mujer recibe,
en caso de que algo reciba, entre el 10% y el 30% de ese valor; si quiere ganar
más, debe beber con los clientes, y eso además agrega otro riesgo a su salud.
De ahí, hay que descontar las deudas,
entre las que están las multas por
“salir sin permiso”, “por hablar con
gente ajena”, “por comer en otra
parte”, “por negarse a dar servicio a
un cliente” (en estos casos suele haber incluso castigos físicos), por lo que
regularmente las mujeres cada día terminan debiendo más.
Cuando los
dueños del chongo se refieren a las mujeres que ahí mantienen, siempre hablan
de “mercancía”, nunca de personas. Al cosificar a las mujeres, se les despoja
de su identidad, de su humanidad y hasta se las puede vender. Una práctica
común de los chongos de la frontera norte –y al parecer de los de todo el país,
porque así funciona la trata a nivel mundial– es la movilidad de la mercancía, es decir, cada 15 días cambian a todas las
mujeres de todos los chongos, para tener siempre “lo mejor, lo más fresco, lo
nuevo”. Cuando una mujer sale del chongo, sale directamente a manos de otro
dueño, al que se le transfieren las mujeres con todas sus deudas y documentos. En
cuanto a los hijos de las mismas mujeres, éstos son mantenidos fuera del
chongo, en casas designadas, bajo “custodia” de vecinos a los que las mujeres
deben pagar por la comida y hospedaje de los menores, o endeudarse de nuevo.
En 2010 TV
Amazonas habló de un chongo en Tulcán donde se reportó que había mujeres
menores de edad escondidas en un sótano. A ese chongo llegué a eso del
mediodía, y pude ver una larga fila de mujeres, en ropas de cama algunas,
maltrechas, muy pobres, con platos y tasas de aluminio en espera de que les sirvieran
comida de una olla común. Me recordaron a un campo de concentración. Me hice el
tonto y me puse en la fila y comencé a platicar con algunas mujeres. Ahí llegó
una vecina a decirle de forma agresiva a una que estaba frente a mí: “Tu hija
está enferma, sólo te aviso si quieres hacer algo, porque yo no voy a hacer
nada”. A lo que ella le respondió desesperada: “Déjeme pedir permiso de salir,
porque si me ven hablando con usté, me van a cobrar multa”. Luego llegó un
hombre armado y me preguntó que hacía yo ahí, le dije que buscaba comida barata
y me echó a la calle. Afuera encontré a la niña, sentada en la acera,
visiblemente enferma y sin su madre. Allí me dijeron que una “niñera” para las
mueres del chongo puede costar entre $150 a $200 dólares por semana.
En el
Ecuador la prostitución es legal, lo cual sin duda alguna es correcto, si es
que hubiera las condiciones para que las mujeres decidieran ejercer este oficio
por cuenta propia y su voluntad expresa. Pero no es así. Sucede que cuando se
abre un chongo, una vez que ha cumplido los requisitos de ley, ninguna
autoridad verifica lo que ahí dentro sucede. No hay registro laboral, no hay
IESS, no hay epidemiología. Curioso hablar con jueces, fiscales y policías, por
ejemplo en Ibarra, que dicen que ahí no hay trata y por la noche encontrarlos
en los chongos de “servicio ejecutivo”.
Más del 70
por ciento de las mujeres que transitan por los chongos de la frontera norte
son de nacionalidad colombiana
que huyen del conflicto en su país o son secuestradas, y buena parte de ellas son
menores de edad, víctimas ya de la guerra, revictimizadas por la trata, por los
usuarios. En el camino, los tratantes encuentran el modo de registrar
tardíamente a las menores de edad para obtener partidas de nacimiento, como
ecuatorianas mayores de edad, con lo que
las colombianas prácticamente se
desvanecen en el país.
También hay
miles de ecuatorianas víctimas que son llevadas a otros países –UNODC
ha documentado su tránsito hacia Colombia, hacia el Caribe y el Medio Oriente.
En conversación con funcionarios de UNODC, me señalaron que sólo en Sucumbíos
hay más de 310 chongos, entre legales e ilegales, y que las estimaciones que
ellos hacen de la actividad económica de los tratantes –la ganancia pues–,
rebasa los 300 millones de dólares al año.
Y sin
embargo, se dice que en el Ecuador no hay trata.
Busqué y
pude conversar con varias de las autoras de los magníficos estudios en varias
provincias, de nombre La Dinámica del
Trabajo Sexual, que se publicó en 2010 por varias agencias nacionales e
internacionales. Ellas documentan puntualmente la trata con fines de
explotación sexual, hablan de multas, sanciones físicas, presiones… pero
inclusive ellas dicen que “así es el negocio”. Es decir, ellas mismas han sido
objeto de esa “moral de la sujeción” y asumen que eso es un negocio y no una fuente de explotación y
esclavitud. Viven, sufren y acaso sobreviven a la trata y aún fuera de ella, no
son capaces de identificarla, pues la victimización de que fueron sujetas las
convierte en observadoras pasivas de un abuso del cual aún no han sanado.
¿Cómo se mantiene activa la esclavitud sexual?
Por los
hombres. Sí, suele esquivarse esta realidad, pero así es. La irracionalidad de
la demanda de servicios sexuales “sin compromiso”, permite un caldo de cultivo
que genera un mercado, que tiene múltiples actores. ¿Se puede terminar con la trata? Sí. ¿Cómo?
Instaurando un régimen legal que permita a las mujeres que así lo deseen,
ejercer en forma personal este oficio pero prohibiendo
la existencia de chongos, burdeles, casas de citas en donde se explota a
las mujeres y se les hace víctimas de trata. Es decir, se debe penalizar la
demanda.
Hay que reeducar a la sociedad, las parejas deben hablar de sexo, deben
disfrutar su sexualidad a plenitud para que no haya hombres que, más que tirar canas al aire, esclavicen y violen
mujeres porque en su casa de eso no
se habla.
¿Cuántas
mujeres son víctimas de trata en la zona de la frontera norte?, imposible
saberlo a ciencia cierta, si hacemos un recuento de datos, podríamos especular
sobre datos generales, por ejemplo, número de chongos, por número de mujeres
dentro –y ahí habría que agregar el factor movilidad (“nueva mercadería” cada
15 días). Pero ¿cuántos chongos hay en la zona norte? Según algunas
estimaciones –del cuerpo de bomberos, de las intendencias de policía,
comisarías de la mujer, y otras instancias locales de 6 provincias– habría un
centenar legales. Según el dato de
UNODC el número podría llegar a más de 400, con lo que las mujeres podrían ser
decenas de miles al año, mujeres sin derechos laborales. Es un negocio
millonario.
Cuando se
habla con los dueños de los grandes chongos, de cadenas incluso, ellos se
refieren a su giro comercial como algo rentable, decente, bien intencionado, de
mucha calidad, con la mejor mercancía y siempre próspero. Ellos afirman no
saber de dónde vienen las mujeres cada 15 días, menos aún están interesados en
documentar a dónde van cuando ya no son sus empleadas, pero hagamos un alto.
¿Son acaso
sus empleadas? Ninguno de ellos mantiene un registro contable, del IESS, de
ISR, números de cédula, direcciones, o teléfonos de estas mujeres, y al parecer
no deben hacerlo, porque hasta hoy, ninguna autoridad ha cuestionado estas
actividades. Luego entonces, si no son empleadas, ¿qué son?
¿Puede una
mujer, víctima de trata, denunciar a sus captores, victimarios, y agresores?
No, al menos no sin ayuda, rehabilitación y un proceso de recuperación de su
calidad de persona. ¿Sirve la norma actual para perseguir este delito
específicamente? No, porque investiga a las mujeres y las interroga como
cómplices –con lo que se les revictimiza– y se les exige que “denuncien” y al
no haber denuncia, se “desvanecen los cargos” contra los victimarios. ¿Por qué esperamos, por ejemplo, que una
mujer que ha sido violada miles de veces por miles de hombres diferentes,
cuando es rescatada, esté en
condiciones de denunciar?
¿Qué hacer?
Si eres una
mujer joven, desempleada o con aspiraciones por tu belleza, por favor, toma
nota: desconfía de las ofertas de empleo donde como único criterio de selección
se pide buena presentación. Desconfía
de ofertas de trabajo de empresas que no tengan un local comercial al cual
puedas acudir de día. Desconfía de sesiones
fotográficas de prueba, donde se te pida mostrar tu cuerpo. Desconfía de
ofertas de empleo en el exterior, si el trámite no se hace a la par de las
embajadas de los países de destino. Trata de construir relaciones de amor
honestas, directas, y que siempre tu familia o seres queridos conozcan de ellas
–un método común de secuestro de víctimas es el engaño amoroso, vía el “amor
romántico” o idealizado.
Si eres
hombre, no victimices ni consumas. Recuerda que en el chongo la mayoría son
víctimas de esclavitud sexual. Si eres dueño de una empresa o institución, no
ofrezcas servicios sexuales como “premio” o “bono”.
Este no es
un problema de Ecuador, o sólo de Ecuador ni de este gobierno, es un problema
global con ramificaciones nacionales y locales que, para ser atendido, debe ser
entendido a plenitud: la alta incidencia de desapariciones de mujeres y sus
vínculos con el femicidio y la trata. Hay que documentar necesariamente estos acontecimientos,
o las huellas de las mujeres víctimas se seguirán perdiendo, como las huellas
en el agua a la orilla del río.
Según Lucca Dall´Oglio, observador de la ONU, es un negocio global con
al menos 10 billones de dólares al año. En: Secretaria General de la Organización de Estados
Americanos, Organización Internacional para las Migraciones, 2008, 3.