Sunday, October 28, 2012

La Jornada Semanal


XIV Encuentro de
Poetas del Mundo Latino
Dedicado a la poeta mexicana Elva Macías y a la poeta colombiana Piedad Bonnett, se llevará a cabo en Aguascalientes el XIV Encuentro de Poetas del Mundo Latino del domingo 28 de octubre al jueves 31 de octubre. Poetas del Mundo Latino es el encuentro de poesía de alta calidad que más ha durado en la historia de México.  Participarán quince poetas extranjeros de doce países y doce mexicanos en nueve mesas. Entre los extranjeros se cuentan Bernard Pozier (Québec), Jean Portante (Luxemburgo), Max Alhau (Francia), Enrique Noriega (Guatemala), Renato Sandoval (Perú), Julio Salgado y Gisela Galimi (Argentina), y Víctor Rodríguez Núñez y Alex Fleites (Cuba). Habrá una mesa especial para los poetas aguascalentenses. El 31 de octubre se entregará asimismo a las galardonadas Macías y Bonnett el Premio de Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval consistente en 125 mil pesos a cada una, y se hará un reconocimiento al poeta quebequense Bernard Pozier por su labor de traducción y divulgación de la poesía mexicana. Con el Premio Nacional de Poesía, el Encuentro y el Premio de Poetas del Mundo Latino, Aguascalientes se vuelve “La Ciudad de la Poesía”. Doce poetas extranjeros irán a una extensión del Encuentro que se verificará en la ciudad de San Luis Potosí. Las instituciones organizadoras son el Seminario de Cultura Mexicana, Bellas Artes, la UNAM, el Instituto Cultural de Aguascalientes y la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí.

Monday, October 22, 2012

El problema no es la pobreza




Pável Uranga




Por años, los gobiernos, los organismos internacionales, los grupos empresariales nos han dicho y hemos creído ciegamente que "la pobreza es un problema" o, doctrinarios de la economía New Deal en 1933, como Franklin Delano Roosevelt, se inventaron la idea que "los pobres son el problema" y no los grandes empresarios o nuevos millonarios que acaparaban cada vez más capital. ¿Pero son los pobres el problema o la desigual acumulación del capital y su perniciosa distribución?
Vayamos a la raíz, un poco atrás, para entender cómo se construye este discurso global que nos desmaterializa, en el sentido literal de quitarnos la materialidad, la propiedad, el ser.
En la Europa medieval, los poderosos habían logrado sistemáticamente  desmontar las comunas autónomas y depredar su medio ambiente, llenando de miseria a sus pobladores al grado de que cuando se lanzan a buscar “nuevos mercados” al oriente, lo hacen en medio de la desesperación económica, hambrunas, pestes y cientos de guerras intestinas. Así, hambrientos, miserables, muchos de ellos delincuentes, en medio de una avaricia feroz –no vista aún en esta parte del mundo, el Abya Yala–, llegan a robar[1]: españoles, portugueses, ingleses, holandeses, alemanes, belgas, franceses, italianos y otros vestidos de nobles, en nombre de sus patrones, las reinas y los reyes. Pronto, muy pronto, convirtieron América Latina en un territorio similar al europeo: hambre, miseria, depredación extrema, expoliación y esclavitud fueron el legado de Europa a América, esa fue su “civilización”[2].
La nueva riqueza europea, el crecimiento, el “desarrollo”, y la "civilización" cristiana se financiaron con la sangre de la gente de este lado del mundo. Si hubiera tribunales justos en el mundo, los reyes sobrevivientes, herederos y beneficiarios del latrocinio regresarían a nuestros países, con intereses, lo robado y la cultura que nos fue arrancada a la fuerza.[3] Claro que no es políticamente correcto, ni “bien visto” hablar de tales eventos; es como dicen los ricos, de “mal gusto” hablar del origen de “su” fortuna.
El caso es que la pobreza como problema incómodo, empezó a gestarse como idea desde que se fundó el estado moderno, es decir, desde que los grades capitales sustituyeron a los señores feudales. Las mismas prácticas de sojuzgamiento, esclavitud, ultraje y explotación siguen hasta nuestros días, matizadas por las normas legales (pensadas desde el poder), pero siempre patrocinadas por el mismo nivel de rapacidad económica sin freno. Desde ese mirador, la falta de recursos económicos, la insolvencia o el hambre incomodan si se le mira.
Claro que siempre se puede, sin problemas, demostrar con indicadores económicos verificables, que las grandes fortunas y los estados europeos crecieron y siguen creciendo gracias una "capacidad superior intelectual de inversión" y no de la explotación de recursos naturales y fuerza laboral de millones de gentes que carecen de solvencia económica para sobrevivir sin la miseria que les pagan como salarios. Inclusive, se hace discreto mutis cómo estas riquezas no serían posibles sin y aún dependen de la pobreza de los "otros".
En otras palabras, simple, la ambición y la indecencia de la avaricia sin freno  es lo que genera pobreza, aunque se lo asigne como problema de los indigentes, de su  “incapacidad” de tener educación de élite, liquidez financiera y cuentas de banco, créditos o empleos. Antes incluso les gustaba llamarse a sí mismos ricos, hoy prefieren ser llamados “los mercados”, para despersonalizar y parecer menos inmoral el saqueo de nuestros días.
Y los organismos internacionales cooperan, todos a la par. La CEPAL acompaña la iniciativa del Banco Mundial de la disminución de la pobreza y fija, junto a la OIT[4] un “piso” social “aceptable” para establecer algunos campos de pobreza. La OIT, fija un “ingreso mínimo” para ser considerado empleado: tan solo un dólar al día. Quien gane un dólar al día, ya no está considerado desempleado, por lo tanto, es “menos pobre”, o un pobre aceptable, aunque ese dólar no alcance ni para alimentarse él mismo, peor a su familia.
Los gobiernos de la derecha latinoamericana, y ahora los de izquierda, hacen su aporte para disminuir “la pobreza”, establecen bonos de pobreza, o bonos de desarrollo, o con el nombre más atractivo o rentable electoralmente que sirva. El "buen gobierno" marca un depósito mensual de 35 dólares, en el Ecuador por ejemplo, que divididos entro los 30 días del mes, dan un promedio diario de $1.17 dólares. Y aquí la llamada pobreza de los estados empieza a "cambiar", o los países “demuestran a los organismos internacionales que "tienen menos pobres" y que estamos saliendo del "subdesarrollo". La fórmula es simple, menos costosa, que enfrentar a los dueños del gran capital o frenar su depredación, y además da votos o clientela política.

Así, declarativamente, en los escritorios de los señores del capital, se simula que se atiende las causas que generaron la pobreza, y se “rellenan” indicadores económicos, que señalan sin duda, que los países son menos pobres… pero la gente se sigue muriendo de hambre, sigue desempleada con su dólar quince en la bolsa (el bono alcanza siempre para más del 40% de la población, irónicamente llamada “económicamente activa”[5])  
Entonces, por arte de magia, nuestros gobiernos, el estado nación que nos “cobija”, deja de aparecer en los indicadores globales de pobreza, obtiene más créditos –o sea le debe más plata al gran capital– y puede “desarrollarse” explotando sus recursos naturales hasta que estos se acaben. De ahí, los fondos económicos que genera esta explotación terminan en las cuentas de banco de los que están en el poder, generando más ricos. Es decir, salir del "subdesarrollo" no es deshacerse de los pobres (de los que la riqueza depende), sino en generar más ricos a nivel mundial.
Esta fórmula también funciona en los países del norte, donde se crean medidas de austeridad para desfalcar a las clases media y baja, para proteger a los ricos y generar más pobres. A la par, las empresas más ricas, las McDonalds, los Walmarts, "ayudan a erradicar la pobreza" ofreciendo empleos a un sueldo mínimo, justo por encima de los indicadores de pobreza, mientras protegen sus cuentas en paraísos fiscales[6]. ¿Es entonces la pobreza el problema o la ambición desmedida, la voracidad financiera del gran capital, la comercialización de todo, lo especulativo y lo concreto, hasta de nuestra información genética?
Al final, está claro, el problema no es la pobreza, el problema  es la riqueza y su fiel servidumbre en los gobiernos nacionales. Unos dicen apoyar a los pobres y lo que apoyan es a que siempre exista mano de obra barata. Otros dicen rechazar a los ricos, y terminan asignándoles –o apoyando que se queden con– las rentas de la riqueza nacional. En algunos gobiernos de izquierda, los mayores beneficiarios son las viejas familias de ricos, aunque declarativamente juren que son enemigos de los ricos.
El problema también es el modelo y la mediocridad de creer que “el desarrollo” y la expoliación extractivista, empobreciendo a la naturaleza, son la solución. Con esta fórmula precapitalista se pretende entrar al siglo XXI en el caballo de un contrasentido ético: el llamado socialismo liberal, también conocido como capitalismo humano.


[1][1] Incluso llegaban a robarse entre ellos, se emboscaban en alta mar, y con barcos piratas se despojaban unos a otros de los botines robados a los pueblos de América. A estos piratas que robaban a otros europeos, se les premió con títulos de “nobleza”, parte de lo robado, y “patentes de Corso”, o simples permisos para robar.
[2] Un civilizador contemporáneo, el Cardenal Federico Lunardi, nuncio o embajador del Papa Pío XI –el Papa que bendijo a los nazis durante la segunda guerra mundial-, este embajador estuvo en Honduras, y pretextando interés en la cultura nacional, se apropió en pleno siglo XX, de toda la riqueza arqueológica del pueblo Lenca en el Occidente de Honduras, robó-sin exagerar-  todo, y puso un museo familiar en Génova, Italia. Hoy, para conocer la herencia cultural de ese pueblo –que no fue maya ni náhuatl-, hay que visitar ese museo, porque en Honduras no se conserva nada.
[3][3] Por ejemplo, un contemporáneo: Juan Carlos I de Borbón, “rey” de España, llega a su país después del golpe de estado fascista de Francisco Franco, colaborador de Hitler y Mussolini. Franco, educa al rey y lo prepara para “gobernar” y a la muerte de este, Juan Carlos asume plenos poderes. Su partido político, la Falange Española Tradicionalista, a la muerte de Franco se convierte en el Partido Popular (PP), actualmente en el poder. Este PP protege los crímenes y latrocinios de Franco y el rey. 
[4] CEPAL: Comisión Económica para América Latina; OIT: Organización Internacional del Trabajo.

[5][5] Es más rentable, o menos caro, “regalar” subsidios a la pobreza, que generar empleos, es decir, pagar $35 dólares al mes por cada familia pobre, que pagar salarios mínimos cercanos a los $250 dólares mensuales por cada trabajador. En el caso de México, los pobres ha sido ocultados por las cifras oficiales, pero rebasan el 70% de la población.
[6] El 100% de los grandes Corporativos Financieros Globales, que nacen en Estados Unidos, han mudado su residencia fiscal a países dónde no tienen que pagar impuestos, para no perder ni un centavo de la ganancia, es decir, para los capitales, aportar al desarrollo de cualquier país, a través de impuestos, es una pérdida, por ello buscan siempre instalarse en lugares donde las leyes laborales y financieras no les exigen nada.

Wednesday, October 10, 2012


9 DE OCTUBRE: LUIS MIRANDA SE HA IDO

luismiranda
SE HA IDO.
Tenemos la pena de informar a todos los camaradas que nuestro querido camarada Luis Miranda Reséndiz dejó de existir físicamente.
Militante de muchas décadas, desde su edad juvenil; combatiente firme por la liberación de México respecto del imperialismo y por la construcción del socialismo; fiel a las ideas de Marx, Engels, Lenin y Lombardo. Jamás titubeó ni se confundió, aun en los momentos de mayor complejidad; cuadro destacado de dirección del Partido Popular Socialista de México.
Su corazón dejó de latir hace unos minutos, sus luchas perdurarán e inspirarán a nuevas generaciones de camaradas; su lucha finalmente llegará a la victoria.
Nuestra bandera combatiente está de luto

2 de Octubre, memoria y presente...


Fotos tomadas del libro La noche de Tlatelolco, Elena Poniatowska, Ediciones Era (edición especial 2012)



1968 marcó a los estudiantes de México y a sus padres y a la sociedad más cercana a la juventud. Un mes antes de la masacre del 2 de octubre, Guillermo Haro sonreía mientras atravesaba el estacionamiento frente a la Facultad de Ciencias, en el bellísimo campus de Ciudad Universitaria al oír la voz de un muchacho gritar a través de un amplificador: “UNAM, territorio libre de América.” LaUNAM era no sólo el corazón de nuestra ciudad, también resultó ser su barómetro; allí, en sus edificios hervían los ideales (o como diría Octavio Paz, los sesos). Para un país pobre como el nuestro, ingresar a alguna de las facultades de laUNAM era y es la posibilidad de un futuro, una garantía de vida, lo mismo el Poli, en el norte de la ciudad, que también vivió el movimiento y la muerte. En la UNAM, en 1968, había 95 mil 588 estudiantes.
A partir del 22 de julio de 1968, el movimiento se levantó hasta convertirse en una ola alta y poderosa que los mexicanos miraban expectantes. Cada manifestación se hacía más numerosa; los padres de familia, los amigos, los vecinos acompañaban a los muchachos, el Paseo de la Reforma se cubría de simpatizantes felices y emocionados que se preguntaban “hasta dónde vamos a llegar.” “¡Únete pueblo!” Los que permanecían de pie en la acera se unían a algún contingente y se echaban a andar. Una viejita que aplaudía exclamó: “Quiero dejarle un México mejor a mis nietos.” ¡Qué fiesta capaz de contagiar al más timorato! El ceño de los políticos se fruncía, sus puestos peligraban, jamás pudieron prever algo semejante. “¡Únete pueblo agachón!” “¡Sal al balcón, hocicón!” “¡Viva México!” “¡Viva la Universidad!” “¡Goya… Goya… cachún, cachún ra rá!” “¡Viva el Movimiento Estudiantil!” Ya no había agachados. El 2 de octubre la ola reventó, revolcó a muchos y la resaca se llevó a demasiados jóvenes.
Una de las imágenes que resultó definitiva y se imprimió en la mente de los estudiantes fue el bazukazo en San Ildefonso, en la puerta del siglo XVIII que resguardaba la Preparatoria. Los muchachos lo vivieron como una violación. Al día siguiente, el 30 de julio, el rector Barros Sierra izó la bandera mexicana a media asta en Ciudad Universitaria. Florencio López Osuna (que habría de sufrir todas las humillaciones y cuyas fotografías parten el corazón) inquirió indignado: “¿Por qué tenían que hacerle eso a la puerta?” Parecía referirse a su cuerpo.
Guillermo Haro nunca decía groserías. “¡Hijos de la chingada!”, lo oí exclamar el 18 de septiembre en la mañana en que abrió el Excélsior, día en que el ejército tomó Ciudad Universitaria.
El 2 de octubre de 1968, en la noche, recogí el primer testimonio. Las maestras María Alicia Martínez Medrano y Mercedes Olivera regresaron del mitin en Tlatelolco con un shock nervioso. Aún no se enteraban que habían dejado atrás a la antropóloga Margarita Nolasco, quién pasó toda la noche aterrada buscando a su hijo. Gritaba piso por piso, corredor tras corredor, puerta por puerta del edificio Nuevo León: “Carloooos… Carloooos… Carlooooos… Carlitooos.”

Primeras marchas después del bazukazo a la Preparatoria 1, julio 1968
El 3 de octubre, a las siete de la mañana, después de amamantar a Felipe, nacido cuatro meses antes, fui a la Plaza de las Tres Culturas cubierta por una especie de neblina. ¿O eran cenizas? Dos tanques de guerra hacían guardia frente al edificio Chihuahua. Ni luz, ni agua, sólo vidrios rotos. Vi los zapatos tirados en las zanjas entre los restos prehispánicos, las puertas de los elevadores perforadas por ráfagas de ametralladora, las ventanas estrelladas, todos los comercios cerrados, los aparadores de la tintorería, de la cafetería, de la miscelánea hechos añicos, la papelería destruida, las hojas rotas, las huellas de sangre en la escalera y la sangre sin lavar, la sangre encharcada y negra en la plaza. Los habitantes desvelados, perdidos, hacían cola frente a una llave del agua. Un soldado esperaba a que otro liberara la caseta del teléfono. Lo oí decir: “Pónme al niño, no seas mala, quiero oír al niño, quién sabe cuantos días nos tengan aquí.” Nadie barría los escombros, nadie se movía, la desgracia era finalmente una foto fija. Entre las piedras descubrí una corcholata: “Amo el amor.”
En el jardín de Santiago Tlatelolco todas las flores pisoteadas daban lástima.
Desde ese momento empecé a recoger testimonios. Primero el de María Alicia; el de Margarita Nolasco, que recuperó a su hijo; el de Mercedes Olivera. Las tres buscaron a otros testigos y luego conseguí el de muchos más que venían a la casa traídos por María Fernanda Campa, la Chata, mujer de Raúl Álvarez Garín.
En la noche, solía llamarme Celia, la madre del Búho: “En el periódico salió una foto tomada en la cárcel y estoy segura de que uno de ellos era mi hijo, mi hijo golpeado bajando una escalera de la Crujía H de Lecumberri. No traía anteojos y para él son de vida o muerte. ¿Cómo podemos hacerle?”
Diez días después de la masacre, el 12 de octubre, fecha de la inauguración de las Olimpiadas, el editorialista José Alvarado publicó en Siempre!:
“Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos. Querían hacer de México morada de justicia y verdad: la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados. Un país libre de la miseria y del engaño.
Y ahora son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas.
Algún día habrá una lámpara votiva en memoria de todos ellos.
Abrazar a Felipe, mi niño casi recién nacido, contrarrestaba el horror de la muerte y las desapariciones, los relatos de cárcel, la angustia de los padres de familia. A cada regreso me precipitaba sobre él para sacarlo de su cuna y apretarlo, mecerlo, troquelarlo como una medalla sobre mi pecho: “¿Qué traes con ese niño?” –decía Guillermo, pero él también lo sacaba de la cuna y lo miraba de cerca.

Asamblea en CU, posiblemente el 1 de agosto, al inicio de la Marcha por la Dignidad Universitaria
Guillermo Haro había hecho amistad con el doctor Eli de Gortari a través de la colección de libros Problemas Científicos y Filosóficos que ambos dirigían. Eli de Gortari cayó preso al lado de otros maestros que apoyaban a los estudiantes. Guillermo ya conocía Lecumberri, porque en 1959, como miembro del Colegio Nacional, recogió en la crujía H el retrato de Alfonso Reyes pintado por Siqueiros, encarcelado por orden de López Mateos. También conocía yo Lecumberri desde 1959. El único problema era dejar a salvo a Felipe, porque a los bebés las “monas” o celadoras los maltratan al desvestirlos para ver si no llevan droga en su pañal. Decidimos encargarlo unas dos, tres o cuatro horas al cuidado de Yolanda Haro, esposa de Ignacio, hermano menor de Guillermo.
De joven, Guillermo había repartido la revista Combate, que dirigía Narciso Bassols con José Revueltas, su gran amigo, aunque ya se veían poco. Al ir a ver a Eli de Gortari, pasamos a visitarlo al Polígono. Guillermo viajó al observatorio de Biurakan en Armenia y seguí yendo sola a Lecumberri con cierta regularidad. Siempre me apuntaba en la lista de Gilberto Guevara Niebla, porque su familia en Sinaloa no podía visitarlo. Cada preso tenía derecho a cinco “visitas” y la boleta del líder tenía libres el 3, el 4, el 5. Cuando Gilberto hizo huelga de hambre a partir del 10 de diciembre de 1970, su piel se volvió verde como las cáscaras de limón que iban acumulándose encima de la mampostería de dos literas en una celda vacía. Lo sentí especialmente afectado. “¡Libertad presos políticos! ¡Libertad presos políticos!”
El domingo 1 de enero de 1970, los presos del orden común, como una horda salvaje, entraron con sus tubos, sus varillas, sus palos de escoba a la Crujía H a golpear y a saquear a los presos políticos. Ya había salido de la cárcel “la visita”, pero algunos familiares alcanzaron a oír los gritos. “¡Ahora sí que se los va a llevar la chingada a estos intelectuales!” Robaron sus máquinas de escribir, sus libros, sus archivos, sus colchonetas, sus almohadas, su jabón y su cepillo de dientes, sábanas y cobijas, se llevaron sus sartenes y parrillas, rompieron radios, relojes, sillas y mesas difíciles de conseguir (porque en la cárcel todo es imposible y todo gira en torno al dinero) y los agredieron físicamente durante más de cuarenta minutos con la anuencia de los carceleros. El pobre patrimonio de cada preso fue reducido a la nada en un cuarto de hora. En la Crujía C, donde estaba la mayoría de los 115 presos políticos, en la M, en la N, la destrucción fue total. “¡A acabar con los libros de los intelectuales de la M!” Quemaron los escasos volúmenes de José Revueltas, Eli de Gortari, Heberto Castillo, Armando Castillejos. Según testigos, el subdirector del penal, Bernardo Palacios Reyes, abrió la Crujía de los drogadictos, la F, los azuzó para que fueran a asaltar a los “políticos”. Recuerdo la indignación de don Antonio Karam, quien habría de publicar un reportaje de denuncia en su revista La Garrapata.
Al principio, Raúl Álvarez Garín llamaba a sus compañeros: “Vengan a hablar con Elena” y nos acomodábamos en su celda. Unos permanecían de pie, me ofrecían la litera: “Siéntate, siéntate tú.” Pablo Gómez preparaba el desayuno e invitaba a todos a probar sus “pinchemil huevos”. A las cuatro de la tarde, la salida era muchísimo más fácil que la entrada a Lecumberri. Tres o cuatro veces fui con Montserrat Gispert, que todos llamábamos “Betty”, por Betty Boop. Nunca le vi a mi compañera ningún parecido con Betty Boop, pero la quise porque su sonrisa daba valor. Y su acento español. Las españolas son bien valientes. Nos formábamos en una larga fila frente a la gran puerta de hierro. “Tienes que cambiarte de nombre” –pidió. Ella lo escogía y me lo hacía repetir pero a media fila inquiría nerviosa en voz alta: “Oye, Betty, ¿cómo dijiste que me llamaba?”
Al regresar a la casa reconstruía yo lo que me habían dicho los estudiantes al lado de Felipe dormido. Le decía: “Dentro de veinte años a ti te irá mejor, a ti nunca te va a pasar eso.”
A través de los abogados Carmen Merino y Carlos Fernández del Real, los presos me hacían llegar mensajes, inquietudes, la petición de un libro. A través de los abogados también le envié a Luis González de Alba la fotografía de Pedro Meyer para la portada de su novela Los días y los años. El muchacho parado encima del toldo del automóvil arengando a la gente se parecía a él.
II
¿Por qué tenían que hacerle eso a los estudiantes? ¿Por qué vejarlos? ¿Por qué desnudarlos? ¿Por qué encarcelarlos? ¿Por qué deshacerles la vida? ¿Por qué ponerle al joven agrónomo Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca una pistola en la sien? ¿A título de qué o de quién lo torturaron? ¿Quiénes se han repuesto de sus años de cárcel?
Alguna vez Álvaro Mutis me dijo que nadie ni nada podía devolverle sus horas de vida en la cárcel. Me contó que ahí adentro conoció el México verdadero. Los presos anhelan el mundo exterior, buscan noticias de él: “¿No ve usted que los presos tenemos una generosa cuota de tiempo disponible y con ella una urgencia terrible de verificar la existencia de ese mundo exterior, de “esa gente de afuera?” Cabeza de Vaca nunca vio su encarcelamiento como una desgracia, siempre estuvo dispuesto a sacar lo mejor de sus días. Heberto Castillo leía de día y de noche. Qué asombroso que él, entre los muchachos del ʼ68 y los luchadores maduros como Armando Castillejos, se mantuviera optimista y sonriera al abrir la puerta de su celda: “Pásale por favor, qué gusto que hayas venido.” El que más me conmovió fue Manuel Marcué Pardinas, director de Problemas Agrícolas e Industriales y de la revista Política, porque se sobreponía a sus ataques de epilepsia. Nunca se quejó; mientras que otros caían en el “carcelazo”, él le daba vueltas a paso redoblado al Polígono hasta que el cansancio lo llevara a tirarse en su litera. Álvaro Mutis alguna vez me escribió en una de sus cartas: “El carcelazo es un terrible estado de ánimo. Es cuando se le cae a uno encima la Cárcel con todos sus muros, rejas, presos y miserias. Es como cuando se hunde uno en el agua y busca desesperado salir a la superficie para respirar, todos los sentidos, todas las fuerzas se concentran en eso tan ilusorio y que se hace cada día más imposible y extraño… ¡salir!”
Visitar a los estudiantes en la cárcel preventiva fue una lección. También fue una inversión de vida y de tiempo. La Chata María Fernanda Campa recuerda: “Pasé mi juventud en ir y venir de la cárcel de Lecumberri a la de Santa Marta Acatitla. En Lecumberri veía a Raúl (Álvarez Garín), en Santa Marta Acatitla a mi papá (Valentín Campa).”

El Ejército en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
Manuela Garín de Álvarez, madre de Raúl, jamás imaginó que su hijo pudiera caer preso. Sabía que Raúl pertenecía al Consejo Nacional de Huelga, porque así era él, aguerrido y defensor de las causas justas. Su espíritu de pelea se manifestó desde que era niño. Tania, su hermana, era más dócil, obedecía, pero Raúl quería una explicación para cada una de las órdenes que le daban sus padres. Manuela, matemática, intentaba domar su rebeldía. Sin embargo, de ahí a convertirse en un preso había un largo trecho que Raúl cruzó en unos segundos.
El 2 de octubre a Manuela la llamó su marido, también Raúl: “No salgas porque esto está horrible. El ejército tomó la plaza.” Esa misma noche, su hijo Raúl desapareció y a partir de ese momento Manuela fue con Raúl padre a ver al procurador, que no los recibió. Entonces, el matrimonio Álvarez Garín sacó desplegados durante más de un mes en El Día: “Han pasado cinco días y no sabemos nada de nuestro hijo Raúl Álvarez Garín.” Manuela recogía todos los rumores: que a los muchachos los han visto en Santa Marta Acatitla, que están en el Campo Militar No. 1, que se los han llevado fuera de la ciudad, que a X lo mataron, que Z pudo huir, que los padres de Y se encerraron en su terror y no le abren a nadie.
Cuando Manuela por fin logró verlo en su celda en Lecumberri, no hubo lágrimas ni lamentaciones. Raúl, muy serio, la saludó con una frase que cuarenta años después no olvida: “Mamá, hay muchos muchachos que no tienen quién los defienda, hay que buscarles un abogado.” También le advirtió: “Mamá, por favor, no vayas a traer nada que esté prohibido para no tener que pedirles nunca nada a estos carceleros.” Su insistencia rayaba en la angustia: “Nunca les vayas a pedir nada a ellos ni a los del gobierno.” Raúl Álvarez aprendió de Manuela que “si uno está haciendo lo que le dicta su conciencia ¿por qué tienes que agachar la cabeza delante de un tipo que se porta de una manera injusta y canalla?”
“Tráeme una cazuela grande para cocinar para varios”, fue lo único que Raúl sí pidió, y Manuela tuvo que sacar el permiso en la dirección del Penal y le dijo al militar que lo autorizó: “A usted le consta que la cárcel de estos muchachos es una injusticia.”
En el ʼ68 los muchachos creían en sus líderes, se identificaban con ellos. Todos eran compañeros, camaradas, pero Raúl era su líder. “Hay que saber ser líder, usar ese poder como herramienta, no como arma”, dice Manuelita.

Fuerzas del Ejército desalojan del Zócalo a los estudiantes instalados en guardia permanente, 28 de agosto
La lucha de los jóvenes no fue improvisada, no nació de un día para otro, explica la Chata Campa: “Cuando llegó el ʼ68, veníamos de un movimiento estudiantil triunfante, cada vez mejor organizado, cada vez más fuerte. Se logró una capacidad de lucha que, hoy en día, la gente mayor, digamos los viejos o los no tan jóvenes, califican de excepcional.”
Ahora muchos dicen que anduvieron en el ʼ68 y lo repiten como si esa fuera su tarjeta de identidad. Muchos también aclaran: “A mí me pasó algo mucho peor de lo que usted cuenta en su libro. ¿Por qué no me entrevistó?”
Entrevistar a los jóvenes que estaban en libertad resultó difícil. “Yo le cuento pero no vaya a poner mi nombre.” Nadie quería hablar. Tenían miedo de regresar al Campo Militar No. 1, miedo a la persecución, miedo al ejército y a la policía, miedo a volver a vivir la noche de Tlatelolco.
El 2 de octubre –continúa la Chata– no fue un día, una noche, unas horas. El 2 de octubre se extendió más allá de lo imaginable. Los presos políticos lo saben muy bien, su sed de justicia los llevó a permanecer varios años en la cárcel, después en el exilio, algunos prefirieron morir como Leobardo el Cuec, quien se suicidó al salir de Lecumberri.
Sin duda alguna, fue una lucha con un costo altísimo. Quienes murieron esa noche jamás regresarán y tenemos una deuda muy grande con ellos porque los de esa generación tienen su palomita. Se iniciaron en la discusión política nacional con una inmensa desventaja y a la larga resultaron vencedores. El 2 de octubre y las marchas, hace cuarenta y tres años, sirven para darle calor a todas las luchas actuales, las que nadie pela.
María Fernanda Campa es la primera doctora en geología de la UNAM. No lo presume. Su trayectoria envidiable está a la luz de todos. Tampoco presume su capacidad de lucha, su formación política, su denuncia de la corrupción de Pemex, año tras año, el horror que le produce la forma en que se ha explotado nuestro patrimonio. Ningún dirigente de Pemex se salva, nuestro petróleo ha sido el botín de políticos que han traicionado a México. La Chata, ingeniera, sabe más que muchos teóricos pero jamás habla en forma altanera o despectiva. Manuela Álvarez Garín está orgullosa de haber sido su suegra, aunque la palabra suegra difícilmente puede aplicársele a ella porque es más cálida que un rayo de sol a mediodía. Manuela considera a la Chata una hija esclarecida y patriota por más que la palabra “patriota” pueda haberse desgastado, pero en estas dos mujeres decir patriota es tomar a México en brazos y acunarlo como a un hijo.
Personalmente, no tenía (ni tengo) ninguna formación política. Si acaso, diez años antes del ʼ68 visité en Lecumberri a los ferrocarrileros presos: el carpintero Alberto Lumbreras, Dionisio Encinas, Demetrio Vallejo, siempre en una celda de castigo, Miguel Arroche Parra, Filomeno Mata ya muy grande y un primo de Esther Zuno de Echeverría, cuyo esposo sería presidente de la República. El grabador Alberto Beltrán me hizo conocer el México de las barriadas, los comedores populares en los que la atracción es la sopa de médula y el vals “Sobre las olas” del cilindrero de la esquina. Entrar al otro México fue un aprendizaje lento y profundo; descubrí otras formas vitales, “otro modo de ser humano y libre”, como diría Rosario Castellanos; acorté distancias y supe cuántas sorpresas se dan en la relación con seres humanos inesperados. Espero no haberles fallado aunque sé que muchas veces me he fallado a mí misma.
Manuela Álvarez Garín es una mujer bella y fuerte que a sus noventa y ocho sonríe con facilidad. “¿Estás bien?” “¿Tienes para tu transporte?” (Abre su bolsa). “¿Cómo te viniste?” La Madre-Coraje de Brecht se queda corta. “Cuídate mucho.” Se da cuenta de que yo soy de las incautas que creen que todo el mundo es bueno, todos lo quieren a uno, todo es fácil y todo va a salir bien. Mientras que en la cárcel los presos políticos cargan el día, yo lo atravieso. ¿Ya se hizo de noche? Ni cuenta me di; Manuela, sí. Tampoco sabía yo del egoísmo y la indiferencia de las “autoridades”, el “Señor Misterio” como llaman los presos más pobres al Ministerio Público, ni imaginaba el peligro o el miedo. Manuela sí, porque Manuela viene de regreso de todos los peligros al igual que la Chata, su nuera, cuyo padre, Valentín Campa, pasó más tiempo en la cárcel que en libertad, igual que José Revueltas.
Cuando Raúl salió exilado a Perú después de dos años y ocho meses de cárcel, el juez le dijo a Manuela:
–La felicito señora porque su hijo es una persona íntegra, correcta.
–Sí, porque su lucha es justa y no tenemos por qué agachar la cabeza. ¿Qué será de nosotros los mexicanos que tenemos esa vieja costumbre de agacharnos? ¿Por qué ante una injusticia preferimos callarnos? He visto a tantos alejarse del lugar de un accidente, que un día le pregunté a una señora y me respondió: ¿Qué no sabe que a usted pueden culparla? ¿Por qué pedirle uno perdón a una gente que te está tratando injustamente? –inquiría Manuela encendida por la indignación.
III
A pesar del peligro, los estudiantes de 1968 decidieron alzar la voz. Monsiváis señala que en ese año comenzó la defensa de los derechos humanos en nuestro país.
“Durante años no nos permitieron movilizarnos al Zócalo. Era un ambiente de represión canija, incluso había más y más presos y luego pasamos a la guerra sucia con los desaparecidos y con las guerrillas de los muchachos desesperados. Fueron años difíciles en los que empezamos en condiciones muy desfavorables a luchar por la verdad y la justicia de lo que había sucedido el 2 de octubre”, recuerda la Chata.
La Chata también recuerda que el Palacio Negro de Lecumberri no se parecía en nada a Santa Marta Acatitla, copiada de las cárceles estadunidenses en las que esperaron su libertad Valentín Campa y Demetrio Vallejo. En Lecumberri cada Crujía tenía un mayor, un preso con autoridad (Álvaro Mutis, por ejemplo, fue mayor), e incluso en la cárcel los jóvenes hicieron valer sus derechos. “Somos presos políticos, no delincuentes.” Durante dos años y ocho meses no dejaron de luchar por mejorar las condiciones de vida de los presos y por responder a sus necesidades.
Dos churreros cayeron en Lecumberri, porque el 2 de octubre a las 5 de la tarde, al ver a una multitud frente al edificio Chihuahua, pensaron que podrían vender todos sus churros. Una vez encerrados, como no sabían leer y escribir, firmaron con una X cuanto papel les pusieron en frente. Los estudiantes preguntaban: “¿Y tú, por qué estás aquí?” Así sacaron en libertad a varios inocentes.

Ana Ignacia Rodríguez Nacha, el escritor José Revueltas, Antonio Pérez Sánchez El Che, Roberta Avendaño Tita y Eduardo Valle El Búho, en una audiencia
Lecumberri resguarda sus consignas, los “carcelazos” que seguramente experimentaron, su espíritu libertario, su capacidad de combate que afloró hasta el último día de su injusta condena.
De la masacre del 2 de octubre queda un recuerdo amargo. ¡Qué poca cosa, qué inferior se habrá sentido el presidente de México ante la voz de los estudiantes para acallarla con las armas! Los jóvenes no tenían más armas que su juventud. (Revueltas siempre fue joven.) Sólo a balazos aniquiló Díaz Ordaz las peticiones que no podía atender. ¡Cómo habrán herido las consignas del CNH al gobierno que les respondió con ráfagas de plomo!
Castigaron a los muchachos, pero ¿quién castigó a Díaz Ordaz? Raúl Álvarez Garín y su inseparable Félix Lucio Hernández Gamundi, Daniel Molina y muchos otros, Javier el Güero, lo enjuiciaron y consiguieron que a Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, le dieran su casa como cárcel. Al arresto domiciliario en San Jerónimo acudieron Rosario Ibarra de Piedra y Jesusa Rodríguez, que aventaron cubetazos de pintura roja en contra de su puerta de madera. Seguramente muchas madres, como Manuela, están más tranquilas porque la masacre no es una hoja arrancada de la historia del país: “Lo que va a quedarse para siempre en la historia es que el 2 de octubre fue un genocidio. Si Luis Echeverría cometió un genocidio, debe responder por ese genocidio; lo mismo que los demás”, dice Manuela con esa seguridad que la agiganta y la hace admirable.
La Chata recuerda que antes del 2 de octubre los estudiantes vivían embriagados por el gusto de hacerse ver y escuchar: “Se confiscaron todos los camiones del Politécnico. Entraban miles de pesos en los botes de Mobil Oil en los que recogíamos el dinero que nos daban en la calle. Además de la boteada, estábamos organizados y muchos hacíamos happenings en las esquinas de la calle, en los mercados. Repartíamos volantes que imprimíamos toda la noche en Ciudad Universitaria o en el Poli, nos reuníamos durante horas a concertar las próximas acciones decididas por el Consejo Nacional de Huelga.”
Ciudad de México, que siempre tiene olvidados a sus jóvenes y los llama haraganes, buenos para nada, revoltosos, mitoteros, fue tomada por los estudiantes. “Tomar la calle”, ¡qué grito de alegría! Los poderosos ignoraron su capacidad de convocatoria. Los muchachos pedían que las autoridades del país escucharan sus peticiones y entablaran un diálogo, querían “hacer patria”.
1968 es significativo porque en el mundo entero hubo manifestaciones a favor de la defensa de los derechos humanos, en contra de la opresión, y en Francia, en Japón, en Checoslovaquia, los jóvenes se levantaron para decir que no aceptaban el mundo que les habían heredado sus padres y que no seguirían las reglas del pasado, no irían a Vietnam, exigían paz y amor, flores amarillas y cabellos largos, la “V” de la victoria y las canciones de Joan Baez en contra de la condena de Sacco y Vanzetti. Para los estudiantes mexicanos, el ’68 fue mucho más lejos que cualquier consigna. Quienes estuvieron en la Plaza de las Tres Culturas recuerdan el 2 de octubre como un parteaguas. “Esto lo veíamos en la televisión, jamás creímos que nos sucedería a nosotros.” Nunca imaginaron que sus compañeros morirían en la Plaza de las Tres Culturas ni que el Ejército Mexicano los vejaría, los desnudaría, les cortaría el pelo a bayonetazos.

Detenidos en el edificio Chihuahua
Para desgracia del país, las autoridades son expertas en esconder la verdad, en cambiar las cifras a su favor, hacer trampa, mentir, y nunca sabremos cuántos murieron. Algunos jóvenes quisieron ponerse en los zapatos de los soldados y alegar que ellos sólo obedecían órdenes, para eso los entrenan, pero ¿quién se puso en los zapatos de los muertos? ¿Quiénes eran los dueños de los zapatos que quedaron tirados en la plaza, los de mujer, los de hombre, los de niño? ¿Quién podría tomar el lugar de los familiares angustiados por saber de sus hijos, esposos, hermanos? Le arrebataron la vida a muchos. “Los jóvenes pagaron con sangre su sed de justicia, pero ¿por qué tiene que ser tan cara si protestar y denunciar es un derecho de toda la humanidad?”, alega Manuela Garín.
El 2 de octubre hubo muerte, miedo, injusticia, pero también conciencia y lealtad. A pesar del peligro, los habitantes del edificio Chihuahua en Tlatelolco se solidarizaron con los muchachos y los escondieron o los sacaron de sus departamentos al amanecer después de haberlos cuidado toda la noche.
¿Dónde quedó la paloma de la paz? La imagen de México ensangrentada llegó hasta Nueva Delhi y allá la vio Octavio Paz, quien escribió mientras renunciaba a ser nuestro embajador:
Ante la indignación del mundo entero, los jóvenes fueron asesinados. En muchos países del mundo hubo movimientos estudiantiles, el único que terminó con una masacre fue el mexicano.
¿Cómo podía ser moderno y justo y ejemplar el país (que GDO quería presentar al extranjero el 12 de octubre, día de la inauguración de las Olimpiadas) si acribilló a sus estudiantes?
IV

Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla y Eduardo Valle, detenidos en Lecumberri
Cuarenta y cuatro años más tarde, el 11 de Mayo de 2012 surgió un movimiento que tomó por sorpresa a nuestro país con su espontaneidad y su frescura: #YoSoy132, y Ciudad de México sacudió sus telarañas y su desesperación y todos respiramos mejor. Nació “una pequeña República estudiantil”, como lo dice Carlos Acuña.
Durante esos cuarenta y cuatro años, ¿qué había pasado en el país? Después de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría impuso a López Portillo; éste impuso a De la Madrid, quien a su vez impuso a Salinas de Gortari por encima del verdadero ganador, Cuáuhtemoc Cárdenas. Seis años más tarde, su candidato, Luis Donaldo Colosio, fue asesinado en Tijuana, el 23 de marzo de 1994, en Lomas Taurinas, Tijuana, y este crimen propició el asenso al poder de Ernesto Zedillo, quien a su vez le entregó la banda presidencial a Vicente Fox, del PAN (partido de oposición), que defraudó a los mexicanos como habría de hacerlo su sucesor, Felipe Calderón. (Una joven estudiante del #YoSoy132 refutó a la candidata delPAN, Josefina Vázquez Mota, y le dijo que cuando ella hablaba de estabilidad económica tenía que recordar que “vivimos en un país con 52 millones de pobres y 7 millones de nuevos pobres en este sexenio: 11 millones en pobreza extrema”.)
Durante estos cuarenta y cuatro años surgió una ciudadanía nueva, alerta, crítica y desencantada, cuyo punto de referencia era la masacre del 2 de octubre de 1968. Varios jóvenes se convirtieron en guerrilleros, varios maestros rurales inconformes canjearon la pluma por el fusil y se refugiaron con sus seguidores en la sierra de Guerrero. (Habría que recordar la mejor novela de Carlos Montemayor, Guerra en el paraíso.) El gobierno persiguió a los contestatarios y conocieron la tortura. A doña Rosario Ibarra de Piedra le “desaparecieron” a su hijo Jesús e inició el movimiento Eureka con otras madres que gritaban: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos.” Los desaparecidos mexicanos eran aún más invisibles que los argentinos, porque México había sido el refugio de todos los perseguidos políticos de Chile, de Argentina, de Uruguay, de Guatemala; ¿cómo podía entonces encerrar a sus opositores? El gobierno negaba que hubiera tortura, “separos” y cárceles clandestinas.
La censura acalló no sólo la masacre del 2 de octubre, sino la responsabilidad de ingenieros y arquitectos cuyos edificios gubernamentales, hospitales y maternidades fueron los primeros en desmoronarse a la hora del terremoto de 1985, así como el estallido de gas de San Juanico que provocó la muerte de seiscientas personas y hospitalizó a más de 2 mil 500 entre niños, mujeres y ancianos. Las denuncias se silenciaron con la advertencia de la vuelta a la normalidad: “Está usted denigrando la imagen de México”, fue la forma de silenciar cualquier protesta, cualquier aclaración.

Ciudad de México, 1968
Sólo hasta el advenimiento de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de Gobierno comenzó a hablarse en público del 2 de octubre de 1968, porque el regente mandó izar la bandera del Zócalo a media asta. Antes, en la Secretaría de Educación Pública, a Mariana Yampolsky, directora de Publicaciones, le llamaron la atención porque hicimos juntas un libro en el que aparecía el asesinato de los estudiantes el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas.
El 1 de enero de 1994 se levantaron en armas los nuevos zapatistas al lado de su portavoz, el subcomandante Marcos, quien desde el fondo de la selva chiapaneca escribió uno de los textos más bellos que puedan leerse en México: “De qué nos van a perdonar.”
La guerra contra el tráfico de drogas puede resumirse en los encabezados de los periódicos: “Cadáver colgado de un puente en Monterrey”, “Adolescente muere por tiroteo en Iztapalapa”, “Tiran en carretera restos humanos dentro de bolsas”, “72 indocumentados muertos en Tamaulipas”, “las decapitaciones se dispararon a partir de 2006 por la guerra entre cárteles”; “Tres cuerpos arrojados a una barranca”, “La guerra contra el narcotráfico ya llega a 831 municipios”, “Ejecutado delante de sus hijos”, “Ciudad Juárez, la ciudad más violenta del mundo”, “Veinte balaceras en Nuevo León y Tamaulipas”, “Enfrentamientos en Saltillo dejan un saldo de 4 muertos”, “Narcomantas aparecen en hora pico en Nuevo León”, “La guerra contra el narcotráfico suma 60 mil 420 muertos”; cadáveres mutilados, la cabeza cubierta por una bolsa de plástico, la boca tapada con cinta adhesiva, tiros en la nuca, tiros en las sienes, descabezados, ultrajados; María de la Luz Dávila, la madre de los dos estudiantes de dieciséis y diecisiete años asesinados en Juárez que se levantó a decirle a Calderón que no era bienvenido en Chihuahua el 12 de febrero de 2010; Marisela Escobedo, otra madre asesinada frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, el 17 de diciembre de 2010, cuando pedía la condena del asesino de su hija, ese es el saldo de la guerra de Calderón en contra del narcotráfico.
Según la revista Time, los cárteles se llevan de 30 a 40 billones de dólares al mes. También de los depósitos de Pemex, los cárteles han desviado a su favor más de un billón de dólares. Y no se diga nada de los dólares de los migrantes secuestrados.
“Nadie puede competir contra el dinero”.
Cuando ya llevábamos en el país más de 60 mil muertos por esta guerra y más de 80 periodistas asesinados en una década (México, el país más peligroso para ejercer el periodismo, según Human Rights Watch y Amnisty International), cuando más de cuatrocientas mujeres habían sido asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, surgió el movimiento #YoSoy132, que cambió las reglas del juego. Levantó su voz en contra de un régimen de mentira y traición, y sus porras limpiaron la atmósfera cargada de sangre. Gracias a ellos, México volvió a recuperar una facultad que ha hecho una falta enorme: la indignación.
Ya en 2006, el candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador quedó a un 0.56% de ganar las elecciones, y muchos vivieron en el Zócalo durante cincuenta días en tiendas de campaña; Jesusa Rodríguez, la notable actriz y animadora del plantón, nos hizo leer a Thoreau, quien lanzó a la vida pública la orden de desobediencia civil, así como Jesusa habría de lanzar la de la Resistencia Creativa. Conocía yo Walden, la vida en los bosques pero no La desobediencia civil, un texto esencial para la resistencia pacífica de movimientos como #YoSoy132, que se inició con el rechazo al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, quien pretendió imponer sus guaruras y su modo de hacer política en la Universidad Iberoamericana, una universidad de niños “hijos de papá” y “niñas bien” privilegiados.

El doctor Eli de Gortari y el editor Manuel Marcué Pardiñas, ex director de la revista Política
El pago a Televisa de 346.3 millones de pesos para fabricar su imagen, como le consta a The Guardian,precedió la visita de Peña Nieto a la Ibero, pero lo que más llamó la atención pública es que los estudiantes le reclamaran al candidato del PRI lo sucedido en mayo de 2006 a los vendedores de flores en Atenco, estado de México, que protestaban con machetes, palos y piedras contra la toma de un terreno en que se construiría un nuevo aeropuerto. Ese día la policía violó a veintiséis mujeres, entre otras a unas reporteras españolas que declararon que en ningún país podría darse un trato tan cruel y degradante como se les dio a los habitantes de Atenco al detenerlos en forma vil y arbitraria, y allanar sus moradas pisoteando los derechos de niños y ancianos.
Un poco antes de morir Carlos Fuentes declaró: “No quiero ni pensar en lo que puede pasarle al país si gana Peña Nieto”, cuando el candidato priísta no pudo dar ni tres títulos de libros leídos a lo largo de su vida en la Feria del Libro de Guadalajara 2011. Tampoco logró responderle a El País cuánto costaba el kilo de tortilla, cuánto un boleto del Metro y cuál era el salario mínimo en México.
El boleto del Metro cuesta 3 pesos; el kilo de tortilla 12 pesos, el salario mínimo es de 59 pesos diarios. Esos datos me los dio Andrés Manuel López Obrador, que sí sabe.
 “Gallito mata copete”, “Presidente, presidente!” “¡Yo amo a México y no quiero al copetón, yo lo que quiero es a López Obrador!” “Peña entiende, el pueblo no te quiere.” “Si hay imposición, habrá revolución.” “¡Fuera el IFE!” “No estás solo, no estás solo”, son las consignas que ahora se escuchan en las marchas de apoyo al gallo de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. Resultan gigantescas al lado de las del ’68, y se multiplican en todo el país. Asistimos maravillados a las marchas que hoy como ayer terminan en el Zócalo y comprobamos que los jóvenes son muy superiores a sus gobernantes.
“¡Sí se puede! ¡Sí se puede¡ ¡Sí se puede!” Sí, pero ¿cuándo? Tengo ochenta años y desde 1968 nunca ha ganado mi candidato.

Ciudad de México, 2012. Foto: Facebook
Hoy los integrantes de #YoSoy132 tienen más poder de convocatoria que los muchachos del ’68. A través de las redes sociales que jamás tuvieron en 1968, los estudiantes hoy llegan hasta Estados Unidos y Europa, a diferencia de los chavos del ’68 que imprimían volantes en un mimeógrafo que podía escucharse toda la noche en un pasillo de la Facultad de Filosofía y Letras de Ciudad Universitaria. Los del ’68 tenían una ventaja: no vivían acosados por la guerra del narcotráfico, no corrían el riesgo de que los cazaran como conejos a media calle, como ahora sucede en toda la República; los padres de familia no imaginaban que de la noche a la mañana los convertirían en víctimas, como en el caso del poeta Javier Sicilia y tantos otros.
“¡El PRI es el gran obstáculo para la democracia!” “El PRI saca ventaja de la pobreza y la ignorancia de la gente y compra votos!” “A través de las dos cadenas de televisión, el PRI compró el voto de millones.” “¿Quién le puede creer ahora a Televisa y a TV Azteca?” En este 2012 regresa el PRI, pero el PAN le hizo en doce años el mismo daño al país (o peor) que el PRI en setenta.
Ojalá y a nadie se nos olvide que la lucha es una fiesta y que el futuro es joven, como diría mi admirado Hermann Bellinghausen…


A 50 años, ¿qué queda del Concilio Vaticano II?

Bernardo Barranco


Así como el mundo mira con amable desconfianza la conclusión negociada del Vatileaks, la fuga de documentos clasificados y, el desenlace de un juicio pactado en torno al mayordomo de Benedicto XVI, Gabriele Palo; asimismo se asiste con escepticismo a la inauguración del nuevo sínodo de los obispos, sobre la evangelización, donde la Iglesia se apresta para celebrar los 50 años del Concilio Vaticano II. Los tiempos han cambiado y pocos recuerdan aquella noche fría e iluminada por una esplendorosa luna llena, 25 de enero de 1959, en la que Juan XXIII el Papa bueno, anuncia con emoción la realización de un nuevo concilio ecuménico con vocación universal. La empresa era ardua desde todos sus ángulos principalmente por las reticencias internas. Sin embargo, el papa Roncalli (1958-1963) sortea las oposiciones y condensa con una sola palabra que simplifica toda su compleja iniciativa: aggiornamento, o puesta al día de la Iglesia. Otra célebre expresión clave y mediática de Juan XXIII que esboza la actitud católica de entonces, fue: Abrir las ventanas de la Iglesia al mundo, aquí se ponía de manifiesto la apertura de diálogo con el mundo moderno.

Monday, October 01, 2012

Enrique Peña y el factor Naranjo



Carlos Fazio

El ex policía colombiano Óscar Naranjo está nervioso. Formó parte del círculo íntimo del ex presidente Álvaro Uribe y se sabe vulnerable. Como tantas veces antes en la historia de América Latina, el imperio deslastra. Usa a sus hijos de puta (Delano Roosevelt dixit) y cuando ya no les sirven los arroja a los leones. La telaraña mafiosa-delincuencial que construyó Uribe para catapultarse a la presidencia de Colombia, y manejar el gobierno con mano de hierro durante dos mandatos, hace agua. Las confesiones de capos del narcoparamilitarismo salpican a Uribe y a Naranjo. Y lo que es peor: las declaraciones en una corte estadunidense de un ex funcionario público de la misma entraña presidencial, el ex general de policía Mauricio Santoyo, jefe de seguridad de Uribe entre 2002 y 2006, enloda a ambos, y si enciende el ventilador podría terminar con la fábula de Naranjo como el mejor policía del mundo.

Con el paso del tiempo surgen nuevos datos que apuntalan los nexos non sanctos del consultor externo de Enrique Peña Nieto en materia de seguridad. En particular, aquellos que señalan a Óscar Naranjo como protector del cártel del Norte del Valle –a través de un subordinado, el coronel de la policía Danilo González, convenientemente asesinado–, y de éstos con los jefes paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), entre ellos Salvatore Mancuso, Carlos Castaño, Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, y Hernando Gómez Bustamante, Rasguño, quien inició su relación con el James Bond criollo a comienzos de los años 90, cuando ambos estaban afiliados a Los Pepes, el grupo paramilitar creado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional para exterminar a los socios y familiares de Pablo Escobar Gaviria. Según el ex agente de la DEA Baruch Vega, Naranjo y su ex jefe en la Policía Nacional, Rosso José Serrano, formaban parte de la cúpula del cártel de los Diablos (Norte del Valle), junto con González, Castaño, Gómez Bustamante, Wilmer Varela, Diego Montoya y el ex jefe policial Leonardo Gallego.

En abril pasado, llamó la atención la renuncia de Óscar Naranjo a la dirección de la Policía Nacional, cuando se hallaba en la cúspide de su carrera. No dio mayores explicaciones. La razón podría estar en el juicio que se le seguía en la corte del distrito sur de Florida, en Miami, al extraditado Diego Montoya, donde salió a relucir una presunta reunión de Naranjo con miembros del cártel del Norte del Valle en el hotel Capital de Bogotá, y una supuesta alianza del entonces coronel de la Policía Nacional con Wilmer Varela en la guerra contra los Montoya (caso 99-804-CR-Altonaga).

Otra explicación sobre la dimisión de Naranjo podría estar en el juicio por delitos relacionados con el narcotráfico que se sigue al ex general retirado de la Policía Nacional Mauricio Santoyo en una corte de Alexandria, en el estado de Virginia, Estados Unidos. El ex oficial fue acusado por paramilitares extraditados, como Juan Carlos Sierra, alias El Tuso, y por un ex policía de alto rango que colabora con la justicia de EU, identificado como Nico. El caso tiene que ver con posibles actos criminales de Santoyo en alianza con la Oficina de Cobro de Envigado (estructura criminal que sobrevivió a Pablo Escobar y a la desmovilización de paramilitares en 2003), cuando era comandada por Diego Fernando Murillo, Don Berna.

El 24 de mayo, el jurado investigador acusó a Santoyo de haber recibido sobornos a cambio de dar información de inteligencia a las principales bandas delincuenciales de Colombia sobre las indagaciones de autoridades estadunidenses, británicas y colombianas. También fue acusado de conspirar para exportar cocaína a Estados Unidos en unión con jefes de las AUC. El caso quedó en manos del fiscal del estado de Virginia Neil MacBride, seleccionado por el gobierno de Barack Obama para llevar los procesos más delicados. Pero cuando el fiscal se aprestaba a acudir ante la Corte para formular cargos por narcotráfico contra Santoyo, se le ordenó sellar el caso como secreto para no afectar las relaciones diplomáticas entre Washington y Bogotá. MacBride habría negociado con la defensa de Santoyo quitar los cargos de narcotráfico a cambio de que el ex oficial delatara, entre otros, a tres generales de la Policía Nacional.

Santoyo fue elevado a general brigadier en 2007 por una comisión del Senado. Los congresistas que le dieron la bendición dicen ahora que el ascenso fue responsabilidad del presidente Uribe, de su ministro de Defensa Juan Manuel Santos y del ex director de la Policía, Óscar Naranjo. El asunto se complicó porque Santoyo fue promovido al generalato no obstante tener una investigación disciplinaria de la procuraduría, que lo había destituido en 2003 por estar implicado en una operación clandestina de mil 499 escuchas ilegales (chuzadas) a miembros de la ONG Asfades, en Medellín, entre 1996 y 1999.

En agosto pasado, el presidente de la red de Veedurías Ciudadanas, Pablo Bustos, radicó ante la Fiscalía General y la Corte Suprema de Justicia de Colombia una denuncia penal por los delitos de falsedad ideológica en documento público, prevaricato por omisión y concierto para delinquir contra el ex director de la Policía Nacional, Óscar Naranjo, y la ex ministra de Defensa, Martha Lucía Ramírez, por su participación en el ascenso de Santoyo. Según Bustos, Naranjo estaba preparando a Santoyo para que lo sucediera y por eso lo promovió a general.

Santoyo, Don Berna y la DEA conocen el oscuro historial de Naranjo. Para Baruch Vega, al mejor policía del mundo no le quedó más alternativa que cooperar con Washington y convertirse en informante de la comunidad de inteligencia, además de encubrir la falsa guerra a las drogas administrada por Estados Unidos y supervisar las negociaciones del próximo gobierno de Enrique Peña con las bandas criminales. Según Vega, en México, Óscar Naranjo “será una posición del cártel de Sinaloa, no del gobierno”.