Karla Lara/ trabajadora del arte y feminista

A las personas, es normal, nos gusta mucho que nos acaricien el ego. Quién no se siente seducida por una mirada que apruebe tu actuar, con un: “usted es tan importante en este proceso”, o con una sonrisa que demuestre complicidad ante una posición determinada.

Es el Poder al final de cuentas lo que te otorga la posibilidad ante tal seducción. Poder de convocar, poder en la palabra, poder en tu cuerpo movilizado, expuesto -es cierto, pero autónomo al fin-. Es poder -por ejemplo- lo que sienten nuestras amigas travestis cuando desafían los esquemas homofóbicos con sus pocas ropas y con esos tacones que en la vida podríamos manejar nosotras, mujeres y feministas que optamos por los tenis, desafiando también los esquemas patriarcales que nos mandan a usarlos para caber en su calificación de lo “femenino y lo bello”.

Es poder lo que andamos buscando las personas, y somos muchas y muchos los que nos organizamos en esa búsqueda, coordinamos tiempos, negociamos agendas, construimos propuestas, organizamos encuentros, discutimos posiciones, cocinamos y comemos en cocinas colectivas, defendemos nuestros recursos, emitimos comunicados, nos movilizamos en las calles, escribimos poemas, hacemos plantones, pensamos consignas, las gritamos y las dejamos escritas en las paredes… porque los medios corporativos quieren invisibilizar nuestros descontentos y nuestras esperanzas, hacemos canciones, nos organizamos junto a otras y otros, y vamos por la vida haciendo un trabajo de hormiga que busca construir poder, ¿poder?... Sí, eso buscamos, construir el poder, pero uno liberador, es decir, poder popular.

El poder de sentirnos seducidas por la libertad, por ejemplo, de no cifrar nuestro valor en lo moderno que es lo material que poseamos, o desechar no sentirme tan “in” porque mi abuela es una indígena descalza de pañuelo fucsia en la cabeza; el poder de yo mujer, enamorarme de otra mujer y pelear ante mi familia y la sociedad por defender que eso es amor y no aberración y mal que se cura rezando; el poder de movilizarme, yo pobladora de mi comunidad porque mi río está en venta, y tener el valor de poner el cuerpo ante un soldado que me amenaza con su fusil; el poder de distinguir que la inseguridad no es el problema, sino la causa de tanta inequidad y falta de oportunidad para vivir dignas y dignos, es decir un techo, tres tiempos, salud, agua, educación, esparcimiento, pocas cosas - verdad?; el poder de la felicidad cuando leo un poema que me aguada los ojos, porque sin que me conociera quién lo escribió me dejó retratada; el poder de reclamar porque este sistema educativo ya no me ponga a repetir, sino a crear, a soñar; el poder de sentir la felicidad en un paisaje verde, en una luna llena grande y gordota y no en una telenovela que me ofrece una reproducción de desamor violento y clasista; el poder de reconocer que hay otras espiritualidades y no solo la religión monoteísta, entre otros miles de ejemplos.

Plantearnos entonces en esta coyuntura de país que circula entre aspirar a un poder formal y construir un poder real-liberador y viceversa,  que se vive de manera muy similar en otros países de América Latina, el poder de saber elegir a quienes optan por posiciones de elección popular; porque en sus promesas y dentro de las estructuras que les acogen les seduzcan esos poderes que estamos construyendo desde otras formas organizadas, que no se llaman partido político, pero que igual buscan ese poder que ya describimos, que puede ser seductor. Claro, no es puro, pero a lo mejor coquetea menos con los resquicios de un sistema caduco que ya no puede reinventarse desde adentro.

Es que si la humanidad entroniza ese poder, sucumbiendo, por ejemplo, ante la seducción del no consumo, aunque todo conspire y seduzca para que lo haga, hará que quienes opten por ese otro poder, el de la formalidad del gobierno, no se dejen caer en las “bondades” del poder  probado hasta ahora, por una clase privilegiada que ha hecho del poder, abuso y nunca servicio y jamás poder en muchas manos, en muchas cabezas, en muchas emociones, en muchas actitudes, preferencias, en muchas seducciones.

Quizás en Honduras, que sigue siendo un referente de resistencia en América Latina, podamos construir poder desde los espacios en que cada quién ha elegido hacerlo. La pregunta es si ¿efectivamente, los mecanismos están otorgando el poder de elegir? y si cuando elijamos ¿tendremos el poder para elegir? es decir, si elegiremos desde el poder que muchas y muchos estamos comprometidas a construir individualmente en función de este colectivo, que tenga un fiero compromiso contra el patriarcado capitalista y refunde y deconstruya el destructor… poder seductor, que hasta ahora conocemos!