Perfiles partidarios
Luis Linares Zapata
L
a base de sustentación de los partidos que permite la continuidad del
modelo de acumulación vigente tiende a presentar semejanzas notables. Fenómeno
similar acontece con los simpatizantes de aquellos partidos que propugnan por
un cambio hasta de sistema completo. Las similitudes y diferencias son
destiladas por varias razones, pero, a pesar de ello, pueden encontrar puntos
en común. Por el lado conservador (derecha) las confluencias son fáciles de
percibir. Los partidarios del Partido Popular (PP) español y del PRI mexicano,
por ejemplo, se hermanan en varias características de sus mayorías votantes:
bajos ingresos, ruralidad y escaso nivel educativo como sellos distintivos. En
la última elección española el PP obtuvo más de 50 por ciento de sus votos en
territorios donde sólo vive 20 por ciento de la población de ese país. Este
resultado lo hace factible una legislación que privilegia localidades de baja
densidad poblacional sobre los centros urbanos. Condiciones (trampas) impuestas
desde el inicio de la llamada transición que tuvo el objetivo de preservar la
hegemonía del grupo franquista dominante. El PRI, durante el proceso de 2012,
inesperadamente, logró un fantástico cúmulo de simpatizantes en zonas de alta
marginación, todos susceptibles de múltiples manipulaciones. Aun considerando
tales peripecias, tanto del PP como del PRI, apenas alcanzaron un magro 29 por
ciento de la votación total. Es fácilmente entendible que, con menos de un
tercera parte del electorado, el respaldo sea insuficiente para llevar a cabo
las tareas de gobierno con la legitimidad exigida en estos azarosos tiempos.
Tan exiguo soporte popular, en el caso del PP, le ha impedido formar gobierno.
Para superar tal situación se recurre a fuertes presiones cupulares
(empresariado de gran nivel) para sumar a los dirigentes del PSOE y permitir a
Mariano Rajoy ser, de nueva cuenta, presidente español. El PRI, sin embargo,
mediante una serie de alianzas, altamente cuestionables en su ética, con el
cuestionado PVEM y Nueva Alianza, llega a incluir una ley compensatoria (8 por
ciento) para alcanzar la mayoría. De esta singular manera se arroga la facultad
de imponer un diseño, por demás autoritario, sobre el resto de los mexicanos
que, sin duda, no dieron tal mandato continuista.
Los apologistas de la continuidad
apuntan a un hecho innegable: cierta penetración priísta en los sectores
medios. En ellos coinciden con el grueso de los panistas, segmento inclinado,
por conveniencia y subordinación, a la continuidad del modelo.
Las comparaciones anteriores pueden
extenderse a otros procesos político-electorales de la actualidad. Una bastante
extraña incluye a lo que viene aconteciendo en Estados Unidos. La candidatura
de Donald Trump (independiente dentro de los republicanos) es crecientemente
apoyada por individuos blancos de bajos ingresos y poca educación. Tiene, este
grupo de electores, un rasgo adicional: se sienten presionados, hasta
atropellados en sus derechos, por los inmigrantes. Piensan que tanto estos
sujetos ( ilegales o no) abusan de su sistema de salud y demás
beneficios (educación, empleo) sin pagar los debidos impuestos. El creciente
enojo por tal circunstancia se empareja con otra circunstancia: el miedo a lo
distinto que les puede causar daño y ante lo cual deberán defenderse (Tea
Party) Ven en un personaje como Trump alguien que los preservará de tales
daños. Es por razones como las anteriores que su candidatura, lejos de
frustrarse por los continuos errores que usualmente comete, se ve con apoyos
que pueden permitirle alzarse con la candidatura republicana.
Los que se sienten abocados a
introducir cambios (de drásticos a moderados) en el actual modelo imperante se
agrupan en los llamados partidos de izquierda. Éstos llevan a sus filas grupos
humanos con mayor escolaridad, niveles medios y altos de ingresos, urbanitas
dotados con mejores herramientas para su desarrollo individual. Este conjunto
de hombres y mujeres son, por lo general, los que impulsan a Podemos en España
o a Morena en México. Tanto el PRI como el PP se distinguen, en la actualidad,
por la extendida corrupción e impunidad que reproducen en sus filas. También se
han ido definiendo por la caducidad de su oferta programática. Sus mismas
narrativas se identifican cuando recurren a defender sus posiciones o cuando
atacan a sus contrincantes de la izquierda: los denuestan
llamándolospeligrosos, irresponsables o chavistas.
El novedoso fenómeno encabezado por el
senador Sanders en Estados Unidos también ha logrado adherir a cuadros
similares a los de Podemos o Morena. La juventud y, en especial, la
inconformidad con lo establecido (desigualdad) permite integrar un batallón
creciente y decidido que empuja a sus líderes y candidatos. En este complejo
ejército de apoyadores, de firmes posturas, la honestidad y congruencia son
características exigibles e indispensables, tanto para los factibles
funcionarios gubernamentales como para el propio liderazgo partidista. La dura
lucha a desplegar por estos contingentes los obliga a verse, a sí mismos, como
actores de una transformación de gran alcance: revolución política la llama
Sanders y de conciencia la proclaman AMLO y Podemos.