Enrique y su corrupto tío: Arturo Montiel
Con su querida maestra, seguramente por eso no lee.
Por Daniel Salinas Basave*
*El autor es periodista y ganador del premio Estatal de
Literatura categoría Ensayo.
La historia de México está llena de presidentes que jamás
leyeron un libro en su vida. Vaya, llegamos al extremo de tener presidentes que
ni siquiera sabían leer. Vicente Guerrero, héroe de la patria y segundo
mandatario en la historia de la República, nunca aprendió a leer y padeció
horrores para pronunciar su discurso en su toma de posesión el 1 de abril de
1829.
Pero con toda franqueza, era comprensible y hasta
justificable que don Vicente no supiera leer. Un presidente encarnado en el
corazón del pueblo, era coherente en su analfabetismo con un pobre país donde
más del 90% de la gente no sabía distinguir las letras. De origen muy humilde,
este mulato fue un arriero que se sabía de memoria las veredas y los
desfiladeros de las sierras del Sur y que tenía una inteligencia natural para
el combate en inferioridad numérica y de armamento.
Benito Juárez aprendió a leer a los 18 años, pero sin duda
aprendió muy bien. Porfirio Díaz no era analfabeto, pero tampoco era un
consumado lector y algo me hace pensar que Victoriano Huerta tampoco era un
derroche de cultura, lo mismo que Álvaro Obregón, que pese a ser autor de un
libro donde narra sus memorias de campaña, no lo imagino entregado a la
lectura.
Ser culto tampoco garantiza ser buen presidente. José López
Portillo sin duda leyó muchísimos libros (y escribió otros tantos) y seguro
estoy que hubiera respondido con maestría y soberbia si un reportero le hubiera
preguntado por los libros que marcaron su vida.
El problema con Enrique Peña Nieto va más allá de su
analfabetismo semifuncional. El problema está en lo que hay detrás de esa
absoluta ignorancia, de esa superficialidad rampante, de esa barata filosofía
de las 140 palabras que le basta para ser favorito en las encuestas. El
problema está en el hueco absoluto y el vacío abismal que hay dentro de la
cabeza que sostiene ese ridículo copete. El analfabetismo de Peña no
me sorprende. Su figura encarna al perfecto bobo que no lee un libro en
su vida. Lo que me sigue sorprendiendo y me genera una crisis de rabia e
impotencia, es que semejante imbécil sea el favorito para ser el próximo
Presidente de México. Vaya, en un país de más de 100 millones de
habitantes, donde hay luchadores sociales, científicos, pensadores, profesores,
activistas y millones de seres humanos de carne y hueso a los que nos corre
sangre por las venas, un cabeza hueca es la única persona que puede soñar con
la Presidencia. Lo grave no es Peña, sino el pobre y
desgraciado país que va a votar por él.
Lo que me aterra no es la absoluta falta de ideas en la
cabeza vacía del mexiquense.
Lo que de verdad me aterra es la cabeza vacía de un
país que lo tiene en la cima de sus preferencias. El liderato de Enrique en
las encuestas un pésimo síntoma como nación, una señal clara o un
termómetro que indica el bajísimo nivel de nuestra autoestima, lo
desechables que son nuestros principios si es que existen.
Pienso en los otros candidatos favoritos que hemos tenido en
épocas preelectorales y caigo en cuenta de que nunca habíamos caído tan bajo
como con el fantoche del copete. Cierto, Vicente Fox no ha leído muchos más
libros que Peña. El guanajuatense de las botas es ignorante hasta el hartazgo
(y miren que Borges es algo así como una liturgia en mi vida, pero aún así se
lo perdono). La diferencia es que a Fox le corría sangre por las venas.
Tarado, bruto, dicharachero, pero con una innegable dosis de honestidad que lo
hacía humano.
Puedo entender que un votante estuviera enamorado de Fox y me
parece comprensible que hubiera carisma en esas botas con bigote. Sin ser un
derroche de cultura, seguro estoy que Andrés Manuel López Obrador ha leído
muchos más libros que Peña y Fox juntos. Intolerante, ideático, mesiánico y
delirante, AMLO no me gustaba nada y de hecho voté en su contra en 2006, pero
aun así entendía perfectamente que pudiera seducir a un votante. Pese a todos
sus defectos, AMLO me parece una persona con convicciones y sobre
todo, con sangre en las venas y un corazón en el pecho.
Entiendo que Fox y López Obrador hayan sido en su momento
favoritos y hayan motivado a millones de mexicanos a darles su voto, pero con
toda franqueza y con brutal honestidad, debo confesar que aún no puedo
entender cómo alguien pueda siquiera considerar darle un voto a Peña Nieto.
Con todo y sus defectos y sus fanatismos, Fox y AMLO me parecían tipos de
verdad.
Peña Nieto me parece la encarnación de la falsedad, de la
hipocresía, de la superficialidad. Nada, absolutamente nada me parece auténtico
en ese producto del teleprompter, de la frase vacía, del concepto prefabricado.
Si Peña se convierte en presidente de México, será la confirmación y el triunfo
de la teoría un libro que es ya un clásico y que por supuesto Enrique no ha
leído ni sabe que existe. Me refiero al genial Homovidens de Giovanni Sartori.La
mexicana es una sociedad teledirigida, una sociedad que le cree ciegamente a
López Dóriga y al Teletón.
El triunfo de Peña es el triunfo de esos ridículos
platos azules de VeTv que infestan como una plaga los desvencijados techos
de lámina de las comunidades más pobres de México. El candidato
perfecto para una sociedad apática, resignada y apocada a la que no
le queda nada mejor que hacer que ver la tele. El
triunfo de Peña confirmaría al peor México.
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