Rubén Chababo*
¿Cómo convertir la voluntad de un sector directamente
afectado, en una necesidad de la sociedad? ¿Cómo hacer para que ese relato
ocupe un lugar, si no central de la escena cotidiana, al menos visible y al
alcance de todos?
Construir un Museo de la Memoria que recuerde las causas y
los efectos del Terrorismo de Estado sobre la sociedad civil, implica poder
responder estas preguntas. Pero mucho más que el imperativo de contar una
historia, este Museo debiera ser visto como el esfuerzo por recordar algo
amenazado, como tantos otros episodios de la historia, por el olvido.
El museo es un vehículo de la memoria, no es la memoria.
Ningún museo de pretendida proyección histórica puede aspirar a contarlo todo y
mucho menos a que todo el ayer se cobije en sus paredes. Tampoco a que el
relato o la evocación hecha satisfaga por igual a todos los que forman parte de
una sociedad. Una sociedad, cualquier comunidad humana, posee diferentes
memorias y esas memorias poseen a su vez diferentes intensidades. Aquello que
algunos recuerdan con estridencia, otros lo han olvidado para siempre; lo que
algunos eligen recordar, otros lo desechan, acomodando nombres, geografías,
capítulos enteros del ayer en el desván del olvido.
En el caso preciso de museos que hacen centro en el recuerdo
de hechos traumáticos o dolorosos padecidos por una comunidad, esto que aquí se
dice cobra aún mucho más fuerza. En Lyon, por ejemplo, donde se erige el Museo
de la Resistencia, la mitad de su población prefiere no mirar el lugar de
emplazamiento de esa institución: su sola existencia les recuerda que hubo un
ayer en el que esa ciudad, o parte importante de ella, colaboró para que fuera
posible la deportación de miles de sus ciudadanos.
Esto se repite por igual en la escena latinoamericana, en la
que memoriales y sitios de recordación tratan de despertar la conciencia de
ciudadanos que prefieren ser poseedores de pasados sin el peso que implica
cargar con el recuerdo de hechos tan dolorosos. No podemos enjuiciar a quienes
prefieren olvidar. Está en la libertad de cada uno de nosotros elegir el
repertorio del ayer que queremos que nos acompañe en este presente. En cambio,
sí podemos invitarlos a no ser indiferentes frente al dolor de los que memoran
aquello que les fue arrebatado.
Hemos construido un museo a partir de preguntas, a partir de
interrogantes que se asientan sobre un puñado incuestionable de certezas. Esas
certezas son la evidencia histórica que no puede ni podrá ser jamás negada: la
existencia de un sistema concentracionario, la desaparición forzada de personas
como práctica sistemática, la incógnita acerca del destino de centenares de
niños nacidos en cautiverio, el calvario de familiares en busca de una
respuesta que nunca fue otorgada. Ese puñado de certezas alcanza como horizonte
para que, a partir de ellas, formulemos un recorrido a través de una historia
que desborda los años específicos que van de 1976 a 1983, y que nos hunde en la
triste noche de tantas masacres olvidadas. Una historia o relato que comprende
a los hombres y mujeres devorados por la mano homicida del Estado en las
huelgas de 1919, a las decenas de personas calcinadas por los bombardeos sobre
la Plaza de Mayo en 1955, o las almas vulneradas en las letrinas construidas
por las tres AAA en los años previos al último golpe militar. Todos esos hechos
conforman capítulos diversos de lo que buscamos evocar. Un relato oscuro, pero
necesario traerlo al presente. Sintaxis macabra que revela cuántas veces en
nuestro país la condición humana fue vulnerada y cuántas veces también la indiferencia
ganó la partida frente al dolor de las víctimas.
Hemos construido un museo que busca despertar el recuerdo de
esos hechos, pero que también pretende enseñar a las generaciones más jóvenes
la importancia que supone el respeto y el cuidado de la vida y la dignidad
humanas. No hemos construido un museo cerrado en sus lecturas, sino una
institución que, a partir de la evocación de lo más triste de nuestro ayer,
invita a considerar y a apreciar la importancia que supone vivir en libertad y
democracia. Un museo que anuncia desde sus paredes la desconfianza hacia los
dogmatismos, que enseña desde sus propuestas educativas a descreer de la
promesa de bienestar que anida en los discursos autoritarios, que recoge
también lo mejor de la tradición resistente de esta y otras comunidades que
supieron responder con una negativa ante la llamada a ser cómplice de cualquier
barbarie.
A pesar de ser un Museo de la Memoria, no hemos construido
un museo que deposite una fe ciega en ella. Pueblos y comunidades que se reconocen
custodios del deber de la memoria han cometido similares y aún más atroces
episodios que aquellos que alguna vez se juraron impedir. El testimonio de esto
que aquí se dice está en las calles argelinas capturadas por la lente de Gillo
Pontecorvo, en los olivos y casas destruidas en la milenaria Cisjordania, en
las cárceles clandestinas peruanas o bolivianas construidas por los mismos
hijos de los que fueron humillados en el pasado, en el grito de alto que da el
guarda en la árida frontera que separa a México de Estados Unidos, él mismo o
su padre antiguo inmigrante que por milagro salvó su vida del ojo atento de la
patrulla de control sólo unos pocos años atrás. Breve muestrario del poder del
olvido o la confianza vacía en la palabra “memoria”.
No se trata de comparar o equiparar hechos históricos –cada
acontecimiento histórico es singular en sí mismo–, sino de advertir su ominosa
reaparición, oculta bajo nuevas máscaras, con otros atuendos o disfraces. Por
eso construimos un museo que es consciente de la labilidad del acto de
recordar, que sabe que la condición humana es frágil y que es poderosa la
tentación de destruir y dañar incluso lo más amado que poseemos; que lo mismo
podemos hacer leña del cuerpo de nuestros semejantes, como ser capaces de convertirlo
en territorio de nuestro amor o conmiseración.
Por eso nuestra mirada y nuestra confianza apuestan a la
educación como un pilar insoslayable para la construcción de cualquier sueño
social presente o futuro, a los documentos de la historia como marcas
insoslayables a la hora de reconstruir el pasado. También apostamos al arte
contemporáneo como herramienta sutil para que nos ayude a nombrar aquello que
la lengua no alcanza a veces a nombrar o describir. ¿Acaso no está en la obra
de Carlos Gorriarena –en los rostros transformados por la mueca, en los cuerpos
contorsionados como insectos o larvas– esa metástasis que corroyó el cuerpo y
el alma de la nación a lo largo de más de un decenio? ¿No está en la obra de
Óscar Bony ya nombrado o anticipado el peso del vacío que habríamos de cargar?
¿No está inscripta en la obra de Graciela Sacco la huella indeleble de lo que
la condición humana deja como marca y registro sobre la piel invisible de este
mundo, ya sea esa marca o registro una evocación de lo más bello o de lo más
atroz que cargamos con nuestra existencia?
El arte contemporáneo puede alcanzar una dimensión
pedagógica sin la necesidad de transformarse necesariamente en pieza
testimonial o mero reflejo: así como losFusilamientos en la montaña del
Príncipe Pío, de Francisco de Goya, dicen, dos siglos más tarde de ocurridos
los hechos, tanto sobre la crueldad napoleónica como decenas de capítulos
escritos para narrar esa historia de ocupación y resistencia, el Rosario de
oración hecho por Claudia Contreras con páginas delNunca más –y ubicado en una
de las vitrinas de nuestro Museo–, acaso concentre, en el espacio acotado de su
breve y delicada materialidad, tanto o más que mil relatos de esperas,
humillaciones y derrumbes.
Anuncio o evocación, alba o crepúsculo de lo que somos o
fuimos, muchas obras y autores que acompañan nuestra narrativa cumplen con ese
mandato de ayudarnos a entender la dimensión que han tenido nuestros derrumbes,
nuestra indiferencia o compromiso, nuestra responsabilidad para que la luz o la
oscuridad más escandalosa hayan sido posibles en Argentina.
No hemos construido un museo del que hoy podamos asegurar lo
que habrá de ser o significar mañana. ¿Cómo habrán de resonar palabras como
dictadura, desaparecido,picana, a alguien nacido en 2020? Quién puede
asegurarlo? Ya las palabras Reich, Auschwitz, Treblinka, suenan desde hace
algunos años extrañas a los oídos de las nuevas generaciones europeas, lo mismo
que el término Gulag al oído de los jóvenes rusos nacidos después del final del
siglo, cuyas vidas no guardan ninguna relación cronológica con la experiencia
autoritaria padecida por sus padres o sus abuelos. Sobre estas preguntas sin
respuestas únicas se asienta también el desafío de nuestro trabajo cotidiano.
Hemos construido un museo ubicado en un lugar emblemático de
la trama urbana, emplazado en el mismo sitio donde en el pasado los
perpetradores dañaron la vida de tantos hombres y mujeres. En las mismas
oficinas/salas donde ayer se decidió la vida y la muerte de centenares de
ciudadanos, hoy se transmiten valores democráticos y se habla de justicia.
Hemos construido un museo ubicado en el centro mismo de la
ciudad, a metros de una de las plazas más bellas que tiene Rosario. Un museo
que cotidianamente apuesta a recordarle a los ciudadanos que pasan por delante
de sus puertas que hubo un tiempo en el que el cielo de este país se oscureció
por siete largos años, y que la belleza de esa fachada y la de sus amplios
ventanales abiertos a la luz del sol de cada mañana pudieron convivir con el
más oscuro de los infiernos, en el centro mismo de la ciudad, en el corazón
mismo de la vida cotidiana.
Acaso no sea del todo suficiente nuestro empeño; acaso no
lograremos evitar que lo injusto vuelva a mostrar, en un futuro cercano o
lejano, su rostro sobre nuestra comunidad, pero creemos que vale el esfuerzo de
trabajar para impedirlo, que vale la pena la tarea que cada día emprendemos de
intentar dejar testimonio de aquel pasado del que venimos, enfatizando, en cada
una de nuestras acciones, nuestra confianza en contribuir, siquiera
mínimamente, al arduo y nada sencillo trabajo de consolidar y hacer
resplandecer el valor innegociable de la justicia, el derecho a la memoria y la
dignidad humana.
*Director del Museo de la Memoria de Rosario, Argentina
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