Monday, July 21, 2014

La ley de la araña


Hermann Bellinghausen


En los anales de la transformación del hombre en araña, el caso de Perdomo reviste, por exagerado, especial interés. Abarca la gama de cambios que experimentan los arácnidos a una escala que el lector, comprensiblemente, considerará contagiada de realismo mágico. La culpa de fondo la tiene el montañismo, lo que llaman alpinismo, que él practicara con pasión abrasadora desde las primeras juventudes, cuando apenas le salían por sorpresa vellos y barros. En las alturas geológicas descubrió no tanto la posibilidad de subir, esa obviedad, sino algo más sutil y peligroso. Ascender y descender peñascos, barrancas, volcanes y simas lo orilló a ensayar saltos horizontales en algo muy parecido al vuelo.

Planeó la fuga durante años, mientras dominaba lazos, nervios y piolés. Su aspiración iba en sentido opuesto a las del desdichado Gregorio Samsa. Perdomo quería ser bicho. Concretamente araña patona de verdad para colgarse de los abismos, oscilar, flotar en distancias y alturas descomunales. Con su tamañito.

Alto mocetón ágil y macizo, fue endureciendo por fuera, como si una cutícula invisible lo cubriese, y perdió tamaño. No de un día para otro. Algo apenas perceptible. Un empequeñecimiento lento y constante. Al cabo de cierto tiempo fungía como el chaparro en cualquier grupo, y se pierde en la memoria el momento que lo dejamos de ver. No que se hubiese ido, sino que por sus nuevas dimensiones y peculiaridades ya no pertenecía a la esfera humana. Algunos dudaron de su inteligencia. Para entonces ya dominaba el lanzamiento de hilo igual que una araña común. Nada de que Spider Man; un puro ahí va la baba. Ocho patas desechables. Y ocho es el número de ojos que se considera normal en una araña, a decir del naturalista Miguel Álvarez del Toro, si bien en algunos grupos se han reducido a seis, a cuatro, a dos, o ninguno en las cavernícolas. Esto se expone en Peculiaridades de las arañas, dentro del indispensable estudio Arañas de Chiapas (1992). La obra auxilia para explicar el proceso sufrido por Perdomo, sobre todo una vez que lo perdimos. Dí tú que no dejó prole humana. A ver si como araña.

Su secreto era uno solo: no perder el hilo. Pudo hacerse tejedor, acometer lienzos de plata para pescar del aire. No, su delicadeza prefirió tender guías y cruzar lo que a un humano es imposible. La araña impávida sigue su camino hasta llegar a su destino, pero eso sí, por las dudas y siguiendo la ley de las arañas, conforme se avienta en el precario puente va soltando un nuevo hilo de seda. De esta manera, si llegara a caer o en el improbable caso de que se rompiera el puente, ella quedaría colgada o moviéndose como un péndulo si sopla fuerte el viento, hasta que logra sujetarse de algún obstáculo, detalla el estudioso, a quien se abusa aquí en citar porque todo eso se volvió factible para Perdomo.

Si la araña quiere bajar sólo acorta el hilo enredándolo en las patas; si por el contrario desea mayor altura suelta un poco más el hilo y de esta manera controla su viaje. Estas arañas viajeras pueden subir a tanta altura que han sido capturadas en las redes que los aviones de experimentación usan para investigar las formas de vida que flotan en el aire. A qué le llaman distancia.

Sus sueños ingrávidos y aerostáticos se le cumplieron a Perdomo, más habilidades adicionales que no imaginó, como esos sucesivos cambios de piel o cutícula exterior (ecdysis) que dejan atrás hasta el último pelo o espina. La araña saca su cuerpo por un sólo agujero de la cutícula vieja. Luego se guarda, desnuda. Permanece inmóvil algún tiempo, variable según la araña, prosigue el excelente Álvarez del Toro. Su coraza retoña, mejorada. Luce un traje nuevo, con todas las vellosidades completas y los colores brillantes.

A Perdomo no le pareció apetecible el método que usan las arañas para copular en abonos. En materia de sentidos en cambio, sí que vio estrellitas al descubrirse otro sentido, el quemotacto, olfato por medio del tacto. Un trip sin igual que ni las acrobacias ni el fluir de los hilos.

Permitamos que Álvarez de Toro nos ayude a explicar los cambios finales de Perdomo: Cuando una araña pierde una pata por accidente cortada fuera del punto destinado para ellos (locus), corre grave peligro de muerte porque se desangra fácilmente. Lo evita con la autotomía, se corta la parte lastimada en el punto correcto y listo, no desangra, y le volverá a crecer. La araña, seguramente para evitar el desperdicio, se come la parte amputada; esto se llama autofagia.


¿Se puede ser más amigable con el ambiente? (Esta larga, delgada línea hecha con mi propia vida diría Laurie Anderson). Por cierto, ¿sabe el lector que la composición química de la portentosa seda de las arañas, que se hace firme al tocar el aire, consiste solamente en glycol, d-alamina, l-leucina, pyrrolina, tyrosina, ácido glutámico, diamino ácido, amonia y algunos ácidos grasos? Con eso que haya sale buena la baba.

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