Hermann Bellinghausen
En los anales de la transformación
del hombre en araña, el caso de Perdomo reviste, por exagerado, especial
interés. Abarca la gama de cambios que experimentan los arácnidos a una escala
que el lector, comprensiblemente, considerará contagiada de realismo mágico. La
culpa de fondo la tiene el montañismo, lo que llaman alpinismo, que él
practicara con pasión abrasadora desde las primeras juventudes, cuando apenas
le salían por sorpresa vellos y barros. En las alturas geológicas descubrió no
tanto la posibilidad de subir, esa obviedad, sino algo más sutil y peligroso.
Ascender y descender peñascos, barrancas, volcanes y simas lo orilló a ensayar
saltos horizontales en algo muy parecido al vuelo.
Planeó la fuga durante años,
mientras dominaba lazos, nervios y piolés. Su aspiración iba en sentido opuesto
a las del desdichado Gregorio Samsa. Perdomo quería ser bicho. Concretamente
araña patona de verdad para colgarse de los abismos, oscilar, flotar en
distancias y alturas descomunales. Con su tamañito.
Alto mocetón ágil y macizo, fue
endureciendo por fuera, como si una cutícula invisible lo cubriese, y perdió
tamaño. No de un día para otro. Algo apenas perceptible. Un empequeñecimiento
lento y constante. Al cabo de cierto tiempo fungía como el chaparro en
cualquier grupo, y se pierde en la memoria el momento que lo dejamos de ver. No
que se hubiese ido, sino que por sus nuevas dimensiones y peculiaridades ya no
pertenecía a la esfera humana. Algunos dudaron de su inteligencia. Para
entonces ya dominaba el lanzamiento de hilo igual que una araña común. Nada de
que Spider Man; un puro ahí va la baba. Ocho patas desechables. Y ocho es el
número de ojos que se considera normal en una araña, a decir del naturalista
Miguel Álvarez del Toro, si bien en algunos grupos se han reducido a seis, a
cuatro, a dos, o ninguno en las cavernícolas. Esto se expone en Peculiaridades
de las arañas, dentro del indispensable estudio Arañas de Chiapas (1992). La
obra auxilia para explicar el proceso sufrido por Perdomo, sobre todo una vez
que lo perdimos. Dí tú que no dejó prole humana. A ver si como araña.
Su secreto era uno solo: no perder
el hilo. Pudo hacerse tejedor, acometer lienzos de plata para pescar del aire.
No, su delicadeza prefirió tender guías y cruzar lo que a un humano es
imposible. La araña impávida sigue su camino hasta llegar a su destino, pero
eso sí, por las dudas y siguiendo la ley de las arañas, conforme se avienta en
el precario puente va soltando un nuevo hilo de seda. De esta manera, si
llegara a caer o en el improbable caso de que se rompiera el puente, ella
quedaría colgada o moviéndose como un péndulo si sopla fuerte el viento, hasta
que logra sujetarse de algún obstáculo, detalla el estudioso, a quien se abusa
aquí en citar porque todo eso se volvió factible para Perdomo.
Si la araña quiere bajar sólo
acorta el hilo enredándolo en las patas; si por el contrario desea mayor altura
suelta un poco más el hilo y de esta manera controla su viaje. Estas arañas
viajeras pueden subir a tanta altura que han sido capturadas en las redes que
los aviones de experimentación usan para investigar las formas de vida que
flotan en el aire. A qué le llaman distancia.
Sus sueños ingrávidos y
aerostáticos se le cumplieron a Perdomo, más habilidades adicionales que no
imaginó, como esos sucesivos cambios de piel o cutícula exterior (ecdysis) que
dejan atrás hasta el último pelo o espina. La araña saca su cuerpo por un sólo
agujero de la cutícula vieja. Luego se guarda, desnuda. Permanece inmóvil algún
tiempo, variable según la araña, prosigue el excelente Álvarez del Toro. Su
coraza retoña, mejorada. Luce un traje nuevo, con todas las vellosidades
completas y los colores brillantes.
A Perdomo no le pareció apetecible
el método que usan las arañas para copular en abonos. En materia de sentidos en
cambio, sí que vio estrellitas al descubrirse otro sentido, el quemotacto,
olfato por medio del tacto. Un trip sin igual que ni las acrobacias ni el fluir
de los hilos.
Permitamos que Álvarez de Toro nos
ayude a explicar los cambios finales de Perdomo: Cuando una araña pierde una
pata por accidente cortada fuera del punto destinado para ellos (locus), corre
grave peligro de muerte porque se desangra fácilmente. Lo evita con la
autotomía, se corta la parte lastimada en el punto correcto y listo, no
desangra, y le volverá a crecer. La araña, seguramente para evitar el
desperdicio, se come la parte amputada; esto se llama autofagia.
¿Se puede ser más amigable con el
ambiente? (Esta larga, delgada línea hecha con mi propia vida diría Laurie
Anderson). Por cierto, ¿sabe el lector que la composición química de la portentosa
seda de las arañas, que se hace firme al tocar el aire, consiste solamente en
glycol, d-alamina, l-leucina, pyrrolina, tyrosina, ácido glutámico, diamino
ácido, amonia y algunos ácidos grasos? Con eso que haya sale buena la baba.
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