Dignidad, elegancia y generosidad no alivian el luto: hasta
aparentes ajenos lamentan dolida y elocuentemente el deceso de David Bowie. Aún
no asimilado el impacto de su legado final, el sorprendente álbum Blackstar, que lanzó en su
cumpleaños, conmocionó que el cáncer le venciese dos días después, dejando tan
inefable adiós. Dijo el productor Tony Visconti, su veterano y frecuente
colaborador: “Su vida, como su muerte, fue una obra de arte.”
Su logro final corona una larguísima serie de ellos –así como de
inevitables tropiezos– que vertebran cincuenta y un años de adictiva
productividad: veinticinco álbumes de estudio, cinco en concierto (tres de
ellos dobles), cincuenta y un videoclips, veintiún roles fímicos, diez televisivos,
ciento once temas musicales sencillos (más de dos por año) y un total estimado
en 140 millones de álbumes vendidos desde su debut en 1967, le redituaron una
fortuna estimada en 192 millones 462 mil 750 dólares.
Formidable numeralia, no razón sino efecto de su trascendencia:
“Soy un generalista”: “Por qué se te asocia más con el rock’n’roll?”, se le
preguntó. “¡Es sólo una fachada!”, reveló.
Las semillas de la voracidad cultural que subyace tan vasta
productividad fueron sembradas desde la infancia de David Robert Jones, nacido
en el barrio londinense de Brixton el 8 de junio de 1947, precisamente cuando
Elvis Presley cumplió doce años. El contraste es dramático, ante infancias
similarmente modestas. El Rey del Rock perdió a su mellizo al nacer, pero el
pequeño David tuvo un medio hermano nueve años mayor cuya influencia detonó su
vocación artística: Terry Burns, primogénito ilegítimo de Margaret Mary Peggy Burns, mesera del restaurante
frecuentado por John Jones, quien se divorció para legitimar a David, el hijo
que concibieron. La admiración del pequeño por su medio hermano mayor, proclive
a música, literatura y bohemia enceló a su padre, que trató de separarlos. Pero
David, quien se maquilló por primera vez a los tres años con los cosméticos de
su madre, siguió gustoso a Terry hacia Chuck Berry, Buddy Holly y su propia
mayor inspiración, el exhibicionista Little Richard, seguidos de John Coltrane,
Charles Mingus, Eric Doplhy y los autores beat que leía su hermano: Kerouac,
Ginsberg, Corso, Ferlinghetti, Burroughs.
El ojo de Bowie: adiós a la normalidad
La sensibilidad musical de David se manifestó pronto: se
abandonaba al baile tan espontáneamente que le auguraban un futuro
balletístico. Atraído por el saxofón, empezó a tomar lecciones a los doce años
con un instrumento de plástico. En 1962, en una riña por una chica con su amigo
George Underwood, éste le golpeó con su anillo el ojo izquierdo que, paralizado
con la pupila distendida, le impartió su insólito aspecto característico.
Asistía al Tecnológico de Bromley cuando estalló el Beat Boom detonado por los Beatles. Encabezó en
1964 los Kon-Rads, luego los King Bees y los blueseros Mannish Boys,
desbandados ese 1965. Persistente, fundó The Lower Third y grabó con ellos
temas tan típicos de 1966 como los Monkees, grupo sintético televisivo cuyo
sedicente vocalista Davy Jones –compatriota y homónimo–, lo orilló a
diferenciarse adoptando nombre de cuchillo de combate. Su debut fue Do Anything You Say, pulcro
pero adocenado, uno de tantos.
Nunca más. Impuesto por su mánager, grabó el atípico sencillo
humorístico “The Laughing Gnome” (que inicia con fagots) y un sorprendente
álbum debut epónimo, donde abandonó el rock pop en boga para retrotraerse al
estilo orquestal del baladista y entre-tenedor crooner británico Anthony Newley; no con
canciones convencionales, sino de su extravagante autoría: desde románticas y
oscuramente humorísticas hasta cuadros costumbristas, parodias del ambiente pop
y sus trepadoras, travestis, mendigos, enterradores y hasta canibalismo. Su
histrionismo interpretativo, nutrido en su fascinación infantil por la comedia
musical, atrajo al mimo Lindsay Kemp, quien le instruyó en danza, pantomima y
artes amatorias.
Rechazado en 1968 por el sello Beatle Apple, fundó el pronto
disuelto trío Feathers, que dio paso a un trunco proyecto ambicioso: un corto
para televisión basado en canciones de su primer álbum y un nuevo tema que
Bowie escribió con inspirada urgencia tras ver 2001: Odisea del Espacio, de
Stanley Kubrick: “Space Oddity” (singularidad espacial), recién reversionada en
conmovedor videoclip musical autoproducido y grabado a bordo de la Estación
Espacial Internacional por su significativo admirador, el astronauta Chris
Hadley.
El sencillo, lanzado un mes antes de la muerte de su padre, no
impactó en 1969. Empero, recibió la presea Ivor Novello del gremio autoral para
destacar la originalidad de su canción espacial. Su balada romántica “When I
Live My Dream” ganó convencionales festivales cancioneros de Malta e Italia, y
organizó un festival gratuito en Beckenham donde cantó ante 5 mil personas,
vivencia que inspiró el tema “Memory of a Free Festival”. Crecida su presencia
radial, la televisión lo proyectó a la popularidad al usar “Space Oddity” para
la cobertura del primer alunizaje. Su primera gira fue como cantautor solista a
lo Bob Dylan, otra gran influencia.
Intentó otro proyecto grupal, Hype, con el bajista Tony Visconti y
los futuros “Arañas de Marte”: Mick Ronson, el guitarrista y Woody Woodmansey, baterista. Conoció a la
modelo Angela Barnet y pronto convivieron; casados en 1970, ella le sugirió
ostentarse andrógino y travestirse para impactar en los medios. La portada de
su segundo álbum, el inesperadamente pesado The
Man Who Sold The World lo
mostró enfundado en un vestido (“un vestido de hombre”, aclaró luego), y
postrado en actitud provocativa que fue sustituida por un retrato escénico más
convencional para el relanzamiento internacional.
La sexualidad iconoclasta
Su primogénito, Duncan Zowie Haywood, nació el 28 de mayo de 1971,
cuando su ambigüedad sexual hacía famoso a su padre; pero ni su siguiente
álbum, Hunky Dory (en cuya portada imita a Lauren
Bacall), ni su sencillo, el hoy clásico “Changes”, tuvieron éxito inmediato.
Irónicamente, otro tema incluido, “Oh, You Pretty Things” sí lo tuvo... ¡pero
en la versión de Peter Noone, exfigura frontal de los sesenteros Herman’s
Hermits!
En 1972, Bowie proclamó su bisexualidad e inició una larga gira
británica al frente del trío que, con Trevor Boulder al bajo, bautizó como The
Spiders. Su primera presentación televisiva, el 23 de mayo, su elocuente
interpretación de “Starman”, marcó su despegue al estrellato.
Su nuevo personaje, un apocalíptico antihéroe bisexual inspirado
en el protorrockero británico Vince Taylor (a quien Bowie conoció tras el
colapso mental sufrido por aquél, luego del cual Taylor decía ser una mezcla de
dios y extraterrestre) protagonizó The
Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars con tal éxito que Bowie, hastiado,
anunció su retiro, pero sólo fue el primero de una la larga serie que
posteriormente le valió el estereotipo de “camaleón del rock”.
Le sucedió, enajenado e icónico, el álbum Aladdin Sane, inspirado en su
afligido hermano (quien, víctima de la esquizofrenia familiar que siempre temió
David, se suicidó en 1985) como imagen de la enajenación contemporánea; luego
vino Pin Ups, inesperado
homenaje nostálgico de sus años formativos, retratado con la icónica modelo
sesentera Twiggy, en el que hizo atinadas versiones de viejos temas ajenos. De
regreso al futuro, frustrado por la negativa de la viuda de George Orwell a
permitir que basara un musical en su célebre distopía 1984, hilvanó el delirante
relato postapocalíptico Diamond
Dogs, cuyo rollingstoneano sencillo, “Rebel, Rebel”, abonó a su creciente
popularidad.
En su siguiente álbum y primer directo, David Live, hizo su versión del
clásico “Knock On Wood”, anticipo del “plastic soul” que caracterizaría Young Americans, álbum que grabó
en Philadelphia para abrazar su vieja fascinación por la música negra americana
y que, a partir del éxito del tema titular, le proyectaría al éxito masivo, ya
descartada la androginia y sustituida por un dandismo más grato al gran
mercado.
Su residencia en Los Ángeles mediando los años setenta lo dejó
adicto a la cocaína, que le estragó físicamente, como lo delata su debut
fílmico El hombre que cayó a
la Tierra (The Man Who
Fell To Earth), donde encarnó sin esfuerzo a un extraterrestre varado en
nuestro planeta tras fracasar en el salvamiento del suyo, que resucitaría cerca
de su propia muerte.
Confrontado con su beligerante esposa Angie, entró a su rescate
Corrine Coco Schwab, quien, habilitada como
asistente personal (y eventual amante) de por vida, rentó un apartamento en
Berlín, donde alejó a Bowie de tentaciones en compañía del protopunk Iggy Pop
(a quien, como a Lou Reed, agradeció su influencia artística produciéndoles
sendos álbumes que reactivaron sus carreras) y del talentoso productor y sedicente antimúsico Brian Eno, con quien creó entre 1976 y
1977 su seminal “trilogía berlinesa”: Station
To Station, Low y Heroes,
álbumes con los que marcó tendencia innovadora para luego ser un narrador
comedido en la versión de Pedro
y el lobo, de Prokofiev, a
cargo de Eugene Ormandy.
Su segundo álbum doble directo, Stage,
hizo tiempo en 1978 para la aparición al año siguiente de Lodger, otro radical viraje no
sólo para él sino para el rock entero, completado al año siguiente por Scary Monsters, cima de su creciente
discografía en la que el tema “Ashes To Ashes” revisa por primera vez su propia
historia a través del resurrecto náufrago espacial Capitán Tom, tan vencido y
enviciado como el extraterrestre de su debut fílmico.
El 8 de febrero de 1980 formalizó su divorcio y obtuvo la custodia
de su hijo a cambio de una compensación económica. Debutó en teatro, aclamado
por público y crítica en el papel de John Merrick, en El hombre elefante. En 1982
protagonizó Baal, de Bertolt Brecht, para la televisión
británica, que rindió el extended
play de cinco temas Baal’s Hymn. También
coprotagonizó la vampírica El
ansia (The Hunger) con
Catherine Deneuve y Susan Sarandon, el drama bélico Merry Christmas, Mr. Lawrence y coestelarizó en tele-visión Little Drummer Boy, postrer
sencillo del primer ídolo pop, Bing Crosby.
En la cima de su popularidad, ventajosamente recontratado en
términos económicos, combinó a integrantes claves del grupo Disco Chic con el
descollante joven bluesero texano Stevie Ray Vaughan para grabar el álbum Let’s Dance, que capitalizó
exitosamente su idoneidad para el floreciente medio del videoclip musical.
Intentó, por primera vez, reiterar ese éxito con el similar pero fallido Tonight y grabó con el guitarrista de jazz Pat
Metheny This Is Not America,
para la banda sonora de la cinta de espionajeThe Falcon and The Snowman.
En 1985 cantó con un grupo improvisado (que incluyó en las congas
a Perico Ortiz, único mexicano que llegó a
tocar con Bowie) en el magno festival internacional de beneficencia Live Aid,
donde también se proyectó el mortificante video donde se pavoneaba forzadamente
con Mick Jagger, haciendo la pantomima de “Dancing In The Street”.
El corazón, el silencio y el regreso a casa
En su siguiente álbum, irónicamente titulado Never Let Me Down, intentó reaccionar
contra su reciente sesgo comercial, pero el resultado fue un confuso punto bajo
de su discografía. Su consecuente gira Glass
Spider, la más cara y compleja de su carrera, lo agotó al punto de
reinventarse una vez más como si fuese sólo otro miembro del grupo Tin Machine,
con la sección rítmica de los hermanos Sales, ex de Iggy Pop, y el estridente
guitarrista virtuoso Reeves Gabrels, con quienes grabó dos álbumes de estudio y
un directo ante la general indiferencia del público.
Su gira de 1990, Sound And Vision, programada por votación
pública, pareció por primera vez retrógrada, pero su boda con la bella modelo
somalí Iman le inspiró Black
Tie White Noise, álbum nupcial que logró balancear su filia por la música
negra con sus experimentos electrónicos. Reactivada su creatividad,Outside le reveló nuevamente a la vanguardia,
como luego sucedió con Earthling,
influido por la electrónica drum
& bass y cuya gira le
trajo por primera vez a México. Tras proyectos tan radicales, Hourssorprendió con su síntesis
de pasadas búsquedas, en consecuencia lograda y serena. El siguiente álbum,Heathen,
prosiguió su autorredescubrimiento tras larga peregrinación estilística,
clásico sin reiterar, maduro sin complacencia, como el subsecuente Reality que le confirma capaz de recuperar su
pasado yendo hacia el futuro sin redundancia. Álbumes de madurez, acaso mejor
apreciables desde la misma, precedieron al período “lennoniano” en que el
otrora notorio se refugió en el relativo anonimato de una vida familiar en la
urbe de hierro, y devota paternidad de su segunda hija, Alexia, a la que solía
llevar de la mano caminando rumbo a la escuela.
Una década de tal silencio transcurrió tras sufrir en 2004 la
indignidad de una paleta arrojada contra su ojo hábil en Noruega, seguido por
una crisis cardíaca en escena que pasó factura de sus antiguos excesos. Se
rumora que sufrió hasta seis infartos, pero sus seres cercanos dicen que por
primera vez Bowie disfrutaba de la placidez doméstica con su familia, hasta que
sorprendió al mundo con The
Next Day, álbum que lo reunió con viejos colaboradores como Visconti y su
veterano pianista Mike Garson, para evocar sus viejos personajes
autointerviniendo su pasado creativa y promisoriamente. Durante el año y medio
transcurrido desde que le diagnosticaron cáncer de hígado, Bowie libró digna y
discreta batalla mientras preparaba el musical Lazarus, que prosigue la
historia del extraterrestre caído entre nosotros y el álbum, que se convertiría
en su regalo y revelador mensaje de despedida, epilogado conmovedoramente por
“I Can’t Give It All Away” (no puedo revelarlo todo).
El viejo mago nos dejó la impresión de una pulcra despedida
calculada, y un boquete irrellenable en la cultura que, en su calidad de
intenso lector, pintor y espectador, fue su única adicción vital. Visconti
reveló, empero, que su muerte le sorprendió: tenía cinco canciones listas para
una secuela que ya no existirá. Tras su partida, Garson recordó que Bowie le
contó años atrás que un psíquico le había anunciado que moriría a los sesenta y
nueve años. Se equivocó: David Bowie ya es inmortal •
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