Editorial vozes NOBILIS
Brasil 2016
Traducción por Jesus A. Ramírez Funes, México, 15 de junio de 2017
Corrección de estilo e impresión
MCCLP
I N D I C E
¿Cuánto cuesta ser
feliz?
Frei Betto
¡Felicidad, alegría y placer
¿La felicidad es una mercancía?
Felicidad, ¿un bien interior o
exterior?
Parábola de las semillas de felicidad
Felicidad, oferta publicitaria
Felicidad, bien espiritual
Dimensión social y política de la felicidad
La felicidad y la experiencia mística
Jesús y la felicidad
Felicidad: no correr
detrás de las mariposas, sino cuidar del jardín para atraerlas.
Leonardo Boff
La felicidad a la venta en el mercado
¿Podemos ser felices en un mundo de infelicidad?
¿Cómo rescatar la felicidad de la Tierra para que seamos también
felices?
El ser humano es Tierra que siente y piensa, feliz e infeliz
Índice de Felicidad Social Bruta
Felicidad y naturaleza humana: nudo
de relaciones, unión de opuestos y el deseo insaciable
Unión de los opuestos y el deseo insaciable
Los tiempos de la felicidad: lo pleno y lo fugaz
Cómo alimentar el ambiente para la felicidad
Espiritualidad: fuente secreta de felicidad
Felicidad: una
presencia eventual, un deseo permanente….
Mario Sergio Cortella
¡La felicidad es circunstancial!
¡La felicidad es compartir!
¡La felicidad es desbordamiento!
¡La felicidad es
sencillez!
¡La felicidad es transitoria!
¡La felicidad es espiritualidad!
¿CUÁNTO CUESTA SER
FELIZ?
Frei
Betto
Cuando la Editora Vozes me
propuso participar de este libro sobre la felicidad, en compañía de mis
queridos amigos Leonardo Boff y Mario Sergio Cortella, la primer pregunta que
se me vino a la cabeza fue: ¿Soy feliz?
Ya viví 71 años en la fecha en que
escribo este texto. Pasé muchas tribulaciones: la pérdida de un hermano más
joven, a quien nutría profundo amor; dos períodos de prisión bajo la dictadura
militar, el primero de 15 días (1964) y el segundo de cuatro años (1969-1973);
cinco años viviendo en la barraca de una favela en la capital capixaba, de Acre (1974-1979); la
curación, gracias a la meditación, de una enfermedad considerada incurable, el
hipertiroidismo; viajes a lugares inhóspitos de Brasil y de otros países, etc.
Muy poco disfruté de lo que
muchas personas consideran imprescindible para una vida feliz: dinero, confort
y fácil acceso a fuentes de placer. Trabajé dos años en el gobierno federal
(2003-2004), y lo que enfrenté me permitió indagar el por qué ciertas personas
anhelan tanto el poder. Renuncié a la función pública por las razones que
explico en mis libros editados por Rocco, La
Mosca azul – Reflexión sobre el poder y Calendario del poder. Hoy, soy un
feliz ING – Individuo No Gubernamental.
Vivo en un convento, en Sao Paulo,
y el cuarto que ocupo no tiene más de 5 metros cuadrados. Mi único bien de
relativo valor es un carro Fox 1.6 que me prestaron.
¿Soy feliz? Si, y no afirmo esto
como un recurso de autocomplacencia. Ciertos aspectos importantes me hacen
feliz, como el gozar de haberme sometido a una cirugía, solo a los seis años,
cuando me sacaron las amígdalas.
Soy feliz porque jamás me he
faltado un techo, y nunca he pasado hambre, excepto por decisión voluntaria,
como en las huelgas que hice en prisión, cuando rechazábamos todo alimento. Soy
feliz por pertenecer a una familia afectuosa, y considerar suficiente lo
necesario.
La razón principal de mi
felicidad reside, sin embargo, en dos factores: las amistades conquistadas a lo
largo de la vida y el sentido que imprimo a mi existencia. Las amistades me
despiertan amor y me hacen sentir amado. Es un privilegio saber que puedo tocar
sin previo aviso, la puerta de amigos y amigas a las tres de la mañana en ciudades
del Brasil y del exterior con la seguridad de que seré bien acogido.
La vida espiritual es un factor preponderante
en mi bienestar. Tengo en Jesús mi paradigma vital, que me revela quien es
Dios; aprendí a orar con Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz; me acostumbré a
meditar casi diariamente. Esto me permite conservar los pies en la tierra y no
pretender volar más allá de la capacidad de mis alas. Y siento satisfacción en
compartir lo poco que poseo.
Es obvio que vivo, como todo
mundo, momentos de tristeza y descepción, angustia y dolor del alma. Felizmente
no me dejo ahogar en esos mares negativos. Oración y amistades son mis boyas en
las aguas turbulentas de la vida.
Considero una bendición de Dios
llegar a los 71 años sin acariciar ninguna ambición, excepto el proseguir en lo
que hago: profundizar mi espiritualidad; convivir armoniosamente con mis
familiares, frailes y amigos (as); dar conferencias y dar asesorías eventuales
para sobrevivir financieramente; y escribir, escribir y escribir.
Me trae felicidad el sentido que
imprimí a mi vida. Estoy movido hacia la utopía y sueño con el mundo profesado
por el profeta Isaías, donde el niño jugará en la cueva del león y las armas se
transformarán en arados.. Y, en el seguimiento de Jesús, tengo por principio
ponerme al lado de los oprimidos, aun cuando aparentemente no tengan razón.
Tengo plena conciencia de que mi
vida va a su ocaso: los cabellos emblanquecieron, los músculos se hicieron
flácidos, los movimientos del cuerpo perdieron su agilidad, las visitas al
médico son más frecuentes. Eso no me asusta. Y, al contrario de otras
ocasiones, admito que no veré al mundo de justicia y paz – la globalización de
la solidaridad – por el cual empeño mi existencia.
Me consuela la certeza que no
participaré de la cosecha, pero realizo la acción de que muera la semilla.
Felicidad, alegría y placer
Santo Tomás de Aquino relató que
toda persona, en todo lo que hace, busca su propia felicidad. Aun practicando
el mal. Nadie actúa contra su propio bien. Tanto busca la felicidad aquel que
promueve la guerra como quien se rehúsa a
combatir. Poseemos por tanto la libido
felicitas o la pulsión de ser
felices.
Santo Tomás se basó en
Aristóteles, que escribe en su libro Ética
a Nicodemo que todos los otros bienes son medios para alcanzar el bien
mayor: la felicidad, que es un estado de “satisfacción de todas nuestras
inclinaciones” (Kant), de plenitud. La felicidad difiere del placer, que es
efímero y de la alegría, “el placer que el alma siente cuando considera garantizada
la posesión de un bien presente o futuro” (Leibniz). O “una conducta mágica que tiende a realizar,
por encantamiento, la posesión del objeto deseado como totalidad instantánea”
(Sartre). Por tanto, la felicidad es lo “perfecta alegría del espíritu y la
profunda satisfacción interior; vivir en la beatitud es nada más que tener el
espíritu perfectamente contento y satisfecho” (Descartes).
Sin embargo, basta mirar
alrededor y constatar cuanta infelicidad existe: depresión, dependencia
química, criminalidad precoz, hambre, guerras, migraciones forzadas, trabajo
esclavo, etc.
Hay que distinguir felicidad,
alegría y placer. Placer es agradar a los cinco sentidos: degustar un buen
vino, contemplar una pintura, oír una buena música, etc. Los placeres son momentáneos,
epidérmicos. No duran. Y quien los confunde con felicidad se queda sólo
buscando nuevas sensaciones en la intención de sentirse feliz.
La alegría también es
momentánea. Sentimos alegría al volver a ver a la persona amada, al recibir un
homenaje, al ver una buena película, al celebrar la victoria de nuestro equipo
preferido, al celebrar una fecha importante con la familia y los amigos; o al
lograr un desafío profesional.
Sin embargo, nadie siente placer
o alegría afligido por una enfermedad, ante una catástrofe natural o padeciendo
persecución. Y aun así puede sentirse feliz. He aquí la diferencia, aun bajo el
dolor y el sufrimiento una persona puede ser feliz, desde que sepa integrar las
adversidades en el sentido que le da a su existencia.
¡Hoy, la felicidad parece que se
volvió obligatoria! Aun a costa de muchos sacrificios, como las dietas
anoréxicas o los desorbitantes gastos en la estética corporal. ¿En dónde
encontramos la felicidad? Muchos afirman que no existe. Gozamos momentos de felicidad:
la compañía de una persona amada; o la comida en familia; el grupo de amigos;
un éxito logrado; el contemplar el horizonte desde lo alto de una montaña.
Escribe
Cecilia Meireles, en epigrama No. 2:
Es precaria
y veloz, Felicidad.
Cuesta que
vengas; cuando llegas, no te tardas
Tú fuiste
quien enseñaste a los hombres que había tiempo
Y, para
medir, se inventaron las horas.
¿Tenía razón
la poetiza?
La felicidad, ¿es una mercancía?
Hoy vivimos la crisis de los
paradigmas políticos, éticos, económicos y religiosos. Si el paradigma medieval
era la religión y el moderno, la razón – acompañada de sus dos hijas
predilectas, la ciencia y la tecnología-, ¿Cuál será el paradigma de la
pos-modernidad, en el cual ingresamos en este inicio del siglo XXI?
Sueño que sea la solidaridad.
Pero todo indica que existe el peligro de que el mercado se imponga como
paradigma. La mercantilización de todos los aspectos de la vida y de la
naturaleza. “Fuera del mercado no hay salvación”, proclama el capitalismo
neoliberal, indiferente al drama de casi 2/3 de la humanidad (4 mil millones de
personas) sobreviven, según la ONU, con menos de 2.5 dólares por día.
En muchos países, el capitalismo
mercantiliza la educación, la salud y los demás derechos sociales, hoy
presentados como servicios privados al alcance de quien dispone de ingresos
para adquirirlos. Se mercantiliza también a la naturaleza, agotando sus
recursos o utilizándolos de forma depredadora, como lo denunció el papa
Francisco en su encíclica Alabado seas –
Sobre el cuidado de nuestra casa común. Los resultados son los
desequilibrios ambientales y el calentamiento global. La Tierra ya perdió su
capacidad de auto-regeneración. Para recuperarse, ahora, depende de la
intervención humana.
Sin embargo, el capitalismo aun
no logra mercantilizar el bien más que todos buscamos: la felicidad. Es verdad
que estamos rodeados de simulaciones. La Coca Cola ofrece ese bien mayor al
alcance de la mano y de la boca: “Abre la felicidad”. Sólo los borrachos y los
magos creen que la felicidad brote del cuello de una botella.
Para el capitalismo neoliberal,
la felicidad reside en el hiperconsumo desenfrenado. El producto lanzado hoy
pasa a ser moda mañana. Y quien
espera se le vea como in, y no como out, tiene la obligación de llevar lo
más novedoso y avanzado del mercado.
Paradójicamente, esa idea
mercantilista de felicidad produce grande infelicidad, en la medida que suscita
en personas consumistas el miedo a la pobreza y la pérdida de sus bienes, el
agudo sentido de competitividad, la ansiedad ante el futuro, generando
patologías físicas y mentales, como úlceras, depresión, síndrome del pánico, colitis,
soledad, autismo, etc.
La felicidad, ¿un bien interior o exterior?
Mientras esperemos la felicidad
no seremos felices. ¿La felicidad está dentro o fuera de nosotros? Depende.
Para quien canaliza el deseo hacia fuera de sí mismo, la felicidad reside en
algo a ser poseído: riqueza, belleza, fama, poder… Quien se deja agarrar por
esa “carnada” no se sentirá feliz mientras no alcance lo que desea. Y, si lo
alcanza, experimenta la infelicidad al perder lo que conquistó.
El dependiente químico
(drogadicto) sabe que la felicidad está dentro de sí, pero la busca por el
camino de lo absurdo, y no por el camino de lo absoluto. Si alguien le da a un
drogadicto una fortuna para que componga su vida, probablemente la gastará en
drogas. Sin embargo, aunque no pueda darse cuenta, de alguna forma descubre que
la felicidad es una experiencia subjetiva, un cambio de estado de conciencia.
Para la cultura neoliberal, la
persona no tiene valor en sí. ¿A quién le importa un mendigo tirado en una
esquina de la calzada? Son los productos y bienes que la persona tiene lo que
le imprimen valor. Bill Gates es tan persona como el mendigo de la esquina. Sin
embargo, la fabulosa riqueza que reviste a Bill Gates lo hace ver a los ojos
ajenos con un valor tan alto que suscita envidia y veneración, mientras que el
mendigo despierta repudio y enojo.
El capitalismo no quiere formar
ciudadanos. Quiere generar consumidores. Por eso, reniega de los valores que
orientan nuestras vidas, como la ética y la solidaridad. Y nos desplaza de la
subjetividad para centrarnos en la objetividad en aquello que se consume. Asi,
si llegaste a pie a tu casa, tienes un valor Z. Pero si llegaste a bordo de un
último modelo Mercedez Benz, tendrás un valor A. Soy la misma persona, pero la
mercancía que me reviste me imprime
valor. Sin ella, tal vez, ni sea reconocido.
Por tanto, mucha infelicidad es
el resultado del hecho de que las personas se ponen fuera de sí el talismán
capaz de darles felicidad. Incapaz de ser tan rica, tan bella, famosa o
poderosa cuanto gustaría, la persona se siente disminuida, se entristece, cae
en depresión, deja que la envida, la amargura, la ira corroan el corazón. En
suma, la lucha ansiosa por la felicidad, acostumbra traer infelicidad, cuando
está centrada en objetivos ilusorios y equivocados.
Santo Tomás de Aquino definió a
la envidia como “la tristeza de no poseer el bien ajeno”. Y Shakespeare dice
que el odio es “un veneno que se toma esperando que el otro muera”
Parábola de las semillas de felicidad
Un hombre muy rico, sin embargo,
infeliz, vendió todos sus bienes, dispuesto a comprar a cualquier costo, la
felicidad. Salió por el mundo con sus arcas repletas de lingotes de oro. En las
Arabias supo por un joven de camellos que, en pleno desierto, junto a un oasis,
había una tienda sobre la cual se colocó un anuncio: “Felicidad”.
Esperanzado, el hombre partió
rumbo al local indicado. Después de muchos días de viaje, acompañado por la
fila de camellos con sus arcas llenas de oro. Llegó al oasis. Y ahí estaba la
tienda de la “Felicidad”. Al entrar, se topó con un mostrador, adentro una
muchacha muy atenta.
“¿Es aquí donde se encuentra la
felicidad?”, preguntó. “Sí, aquí es”, confirmó la muchacha. “Quiero comprarla.
No me importa el precio. Estoy dispuesto a pagar por ella toda mi fortuna”. La
muchacha lo miró compasiva y le dijo: “No vendemos felicidad”. El señor se
indignó: “¿Cómo, no venden!? ¡Puedo pagar lo que me pidan! La muchacha sonrió y
replicó: “Señor, no la vendemos. La regalamos”. “La dan. Gratis” “Si. Gratis”.
Confirmó la empleada. Ella se metió al fondo de la tienda y, poco después,
regresó. Sobre el mostrador, puso un pequeño paquete, del tamaño de una caja de
cerillos. Tome, señor. Puede llevarlo. Ahí está la felicidad”. El hombre
espantado, sin entender lo que sucedía, abrió la cajita y se encontró con una
docena de pequeñas bolitas negras. “¿Y qué es eso? No entiendo”, se quejó. La
muchacha tomó la cajita en sus manos y señaló a las bolitas: “Esta de aquí es
la semilla de la amistad; esta, de la solidaridad; esta, de la felicidad; esta,
de la generosidad. Si usted sabe cultivarlas, será una persona plenamente
feliz.”
Felicidad, una oferta publicitaria
Para quien dirige la búsqueda de
la felicidad hacia la subjetividad, es un estado o dirección espiritual. No es
fácil cultivar los valores de la subjetividad en esta sociedad consumista, que
trata de convencernos de que la felicidad es el resultado de la suma de
placeres.
A finales del siglo I ac, el
poeta latino Horacio recomendó al joven Leuconoé: “Para ser feliz, no confíes
en el mañana, sino que carpe diem” (atrapa
el día, aprovecha el momento presente). Esa expresión se transformó, hoy en
día, en un refrán hedonista, contrario a la propuesta de Horacio, que consistía
en una propuesta racional y virtuosa del placer.
Séneca ya lo decía que todos
quieren ser felices, pero cuando se trata de definir lo que es exactamente la
felicidad no hay consenso ni se ve con claridad. Por eso, aconsejaba: “Si
quieres ponerte bien, cuida sobre todo, de la salud de tu alma; después de la
salud de tu cuerpo, que no te pedirá mucho esfuerzo.
Para ser completamente feliz,
difunde la publicidad, es necesario adquirir este carro, vestirte en esta
tienda departamental, realizar tal crucero, usar determinado perfume… ¡Ve cuan
felices son los actores y las actrices que encarnan el spot publicitario!
De hecho, el consumismo nos
arrastra a la excitación máxima para consumir más y más… como si las ansias de
felicidad del corazón se pudieran aplacar por fuera de la experiencia de amar y
ser amado. Como afirmó Lipovetsky, “el derecho a la felicidad se transformó en
un imperativo de euforia, creando la vergüenza o el malestar entre aquellos que
se sienten excluidos de ella. En el momento en que reina la ‘felicidad
despótica’, los individuos son mucha más infelices y se sienten culpados por no sentirse bien”.
La publicidad no sólo nos
estimula al consumismo, empaquetado de hedonismo. Busca también corroer nuestra
autoestima. Intenta convencernos que no somos felices, a menos que adquieras
las mercancías anunciadas. De esta forma, ellas, son dotadas de un fetiche que
se transfiere a quien las posee.
“Tu, sentada ahí en el sofá, eres
una mujer infeliz, porque no has comprado la bolsa Louis Vuitton®. Y al comprarla, te sentirás
feliz y ¡causará envidia entre sus amigas! Y tú, galán, “¡atraerás a las más
seductoras mujeres si consumes tal bebida!”.
La publicidad explota el
narcisismo infantil que llevamos por la vida. Nuestras fantasías omnipotentes
de belleza, poder, encanto y atracción. ¿Qué niño no soñó en ser Batman,
Superman, Cenicienta o un Princesa?
En nuestra situación incompleta,
fruto de la ruptura con la totalidad que la mamá ofrecía, somos manipulados por
la publicidad en nuestros deseos inconscientes más regresivos. Entonces, el
deseo aflora y se centra en mercancías y bienes que supuestamente llenarían el
hueco que llevamos en el pecho. Mientras el milagro no se da en nuestras vidas,
nos quedamos en la ventana de los medios de comunicación, como quien hojea una
revista de Variedades para admirar a los ricos y famosos, en la imaginación del
lector, disfrutamos de plena felicidad.
Felicidad, un bien espiritual
Cinco factores dificultan hoy
nuestra felicidad: 1) la indiferencia frente a la desigualdad social y el
individualismo exacerbado; 2) la acelerada mercantilización de la vida individual
y social: la felicidad se identifica con la satisfacción del mayor número de
necesidades reales y superfluas; 3) la práctica de prejuicios y el ascenso de
los fundamentalismos; 4) el secuestro de la democracia por las élites
financieras, que transforman a la política en simples administradores del
“robo” y de la corrupción legalizadas; 5) la dedicación obsesiva al trabajo,
que induce a sacrificar ciertos placeres y alegrías, comodidades y
tranquilidades, con el fin de satisfacer la pasión por el poder, por el éxito
y/o por el lucro.
Thomas Moro ya lo había
registrado, en su Utopía, que el ser
humano, para ser feliz, no debería trabajar más de cinco horas al dia, de modo
de no quedar subyugado a las exigencias de sobrevivencia y poder dedicarse a
las cosas del espíritu. Marx estuvo de acuerdo al afirmar que una sociedad
feliz es la que concede tiempo libre a sus ciudadanos.
¿Será feliz quien enfrenta el
riesgo de muerte y da la vida por una causa? Si, Jesús se sintió gratificado
por el sentido que imprimió a su vida, así como muchos revolucionarios que
dieron sus vidas para que otros tuviesen vida.
La felicidad es un bien
espiritual. Francisco de Asís, joven rico, regresa de la guerra y ve que su
padre
– pionero del capitalismo – crea un sistema de
producción que propaga la miseria en el curso de las relaciones de trabajo. De
Asis se desnuda en la plaza, como quien dice: “No acepto la ropa que haces en tus talleres, porque genera la
pobreza de los artesanos. Abandono mi hogar, mi riqueza, mi herencia y mi
estado de confort, para ser solidario con esos pobres!” Fue un joven
extremadamente feliz, pues le imprimió a su vida un sentido altruista y
solidario.
Ernesto Che Guevara recorrió
toda América Latina como médico voluntario. Fue a Cuba, hizo la revolución,
sobrevivió, tuvo éxito, fue ministro, estaba en paz con la historia. De repente,
se despojó de todos sus títulos y comodidades, de toda seguridad y se internó
en los bosques de Bolivia. Quizo también dar su vida para que otros tuviesen
vida. Murió feliz a los 37 años, en 1967.
Cuantas religiosas trabajan en
lugares inhóspitos, como lo hacía Dorothy Stang, asesinada en el estado
brasileño de Pará, en 2005. Era una estadunidense de familia acomodada, que
abandonó todo y vino a cuidar trabajadores Sem
Terra. Otras religiosas trabajaban en hospitales o con personas con
deficiencias, y son mujeres felices, pues descubrieron que el secreto de la
felicidad es dar la vida a otras vidas.
Felicidad es un estado de espíritu,
un aflorar de la conciencia que nos hace amar la vida sin apegarnos a ella.
Gandhi en sus prolongados ayunos, al enfrentar al poderoso Imperio Británico
era un hombre feliz. Mandela estuvo 27 años en prisión, en su lucha contra la
discriminación racial, no se dejó abatir. Infeliz es quien cree que la
felicidad depende de un carro deportivo, de una botella de champaña o de un
puesto de poder.
Martin Luther King, en contra de
los racismos estadunidenses, fue un hombre feliz, como también lo fue Chico
Mendes, al desafiar a los talabosques de la Amazonia, que terminaron
asesinándolo.
Infelices son aquellos que,
desde lo alto de su arrogancia, juzgan que los negros o los indios son
inferiores a los blancos, trabajadores del caucho e indígenas deben dar la
lucha para cambiar los amplios pastizales que ocupan el lugar de los árboles
centenarios derrumbados. Infelices son
aquellos que se apegan con uñas y dientes a puestos de poder, pues hacia fuera
del poder se muestran con una baja autoestima y sufren por no soportar la vida
de ciudadanos comunes.
Nada hace más feliz a una
persona que el sentimiento que imprime a su propia vida, ya sea dedicada en un laboratorio investigando
células de hormigas, o como militante de un partido político que busca la
transformación de la sociedad. Le bastan sólo las condiciones mínimas de una
vida digna y, como lo señalaba Aristóteles, buenas amistades. Montaigne decía
que el amigo es ese alter ego¸ otro
yo que cada persona necesita para ser feliz. Nadie es feliz solo, pues solo
nadie se basta.
Eso vale para el revolucionario
y el profesor que dedica su vida a la enseñanza; para el ejecutivo empeñado en
el éxito de su empresa y para la
secretaria responsable que trabaja en el servicio público y tiene conciencia de
la importancia de lo que hace.
Dimensión social y política de la felicidad
Son innumerables las propuestas
utópicas de felicidad en esta vida. La más conocida de mi generación es la del
socialismo, cuyas características publicitadas se deben más a los medios
publicitarios capitalistas, anticomunistas, que al mismo proyecto de una
sociedad en la cual los derechos fundamentales de todos los habitantes
estuvieran estructuralmente asegurados, como la alimentación, la salud y la
educación, como lo describo en mi libro Paraíso
perdido – Viagens pelo mundo socialista (ed. Rocco).
Con la caída del Muro de Berlin,
en 1989, la dimensión social y política de la felicidad se encogió tanto que,
hoy, en esa sociedad globocolonizada por el neoliberalismo, está reducida a la
esfera privada: cada uno trata de encontrar
su modo de ser feliz, aun cuando alrededor exista
de manera generalizada pura infelicidad. De esta forma muchos buscan la
felicidad en la religión, en las drogas, en la mejor apariencia, en la
jovialidad perene… Sin preguntarse por las causas de la infelicidad. ¿Por qué tanto
consumo de antidepresivos, ansiolíticos y tranquilizantes? ¿Por qué tanta
miseria y violencia? Si las causas se
tomaran en cuenta (fueran identificadas), se daría la “desprivatización“ de la
felicidad y la búsqueda de un nuevo proyecto civilizatorio capaz de hacerla
realidad. Pues nadie logra ser realmente feliz en un mundo poblado por tantos
infelices. Al menos se deja que se
apodere el miedo de que los infelices ataquen las murallas de la felicidad
individual…
La felicidad tiene una dimensión
social y política. Aristóteles resaltó que la felicidad depende también de
ciertos bienes exteriores para alcanzarla. Es casi imposible esperar que sean
felices los niños desnutridos, ancianos en zonas de guerra, jóvenes
desempleados, prisioneros que son tratados como animales en jaulas infectadas.
Por tanto, crear condiciones de felicidad es una exigencia política.
Un amigo me cuestionó: “¿Cómo
alguien puede sentirse feliz viendo tanta miseria, tanta desgracia?” Respondí
que la sabiduría consiste en no somatizar esas infelicidades, opresiones e
injusticias, y orientar la vida en una dirección que cambie ese estado de
cosas. No soy omnipotente, no puedo, inmediatamente hacer nada por esas
personas, pero me consuelo y me pongo feliz al saber que, a largo plazo, la
poca vida que tengo, la poca existencia que nos queda a cada uno de nosotros,
está en función de un mundo donde esas injusticias y opresiones ya no existan.
En el caso de un pariente o
amigo que padece algún sufrimiento o alguna necesidad, me siento muy
gratificado al dedicarme a esa persona, haciendo algo para ayudarla,
consolarla, animarla, rescatar su optimismo.
La mayor infelicidad, muchas
veces, llega por la omisión y no de la arbitrariedad. En la vida tendemos a guardar culpa por aquello que
creemos que deberíamos haber hecho por el otro y no lo hicimos.
La
Declaración de Independencia de los
Estados Unidos, formulada por Thomas Jefferson en 1776, reza que “todos los
hombres son creados iguales, dotados por el Creador de ciertos derechos
inalienables, y entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad”. Es interesante observar que el
documento norteamericano no habla del derecho a la felicidad, y sí Del derecho de la búsqueda a la felicidad. Esa diferencia tiene sus implicaciones.
Primero, inculca la idea de que la felicidad es el resultado del empeño
individual, como si no dependiese también de las condiciones sociales y
políticas en que se vive. Eso lo muestra la película “La búsqueda de la felicidad (2006), producción estadunidense
dirigida por Grabriele Muccino.
Para
la ideología neoliberal, ¿cómo asegurar a todos el derecho a la felicidad si la
naturaleza distribuye de forma azarosa las habilidades? Unos nacen burros y les
gustarían ser inteligentes; otros negros y sueñan ser blancos; otros feos y
envidian a los guapos; unos chaparritos y desearían ser altos. Por tanto, la
felicidad no puede ser normada por el Derecho, pero si su búsqueda.
Este
argumento tramposo encubre el hecho de que una sociedad dominada
ideológicamente por una clase, impone a los demás su modelo de felicidad que en
general está basado en el consumismo para reforzar al mercado. Y así, crea un
sentimiento de inferioridad en aquellos que no encuadran en el modelo que
prevalece.
La
Revolución Francesa desplazó a la felicidad del cielo hacia la Tierra. Frente
al sufrimiento humano, y considerando su estrechos vínculos con los opresores
(nobleza, mercaderes de esclavos, dueños de feudos, caciques…) la Iglesia
prefiere calificar este mundo como el “valle de lágrimas” y promete, a quien se
somete a su autoridad, la felicidad eterna en el cielo; a quien le falla, les
ofrece la esperanza de rescatar la felicidad en el purgatorio; y a quien le da
la espalda, lo manda a la infelicidad eterna en el infierno.
Marx,
en el camino de la Revolución Francesa, hizo duras críticas a la Iglesia: “La
verdadera felicidad del pueblo implica que la religión desaparezca, como
felicidad ilusoria del pueblo. La exigencia de abandonar las ilusiones sobre su
condición, es la exigencia de abandonar una condición que necesita de
ilusiones. De esta forma, la crítica a la religión es el germen de la crítica del
valle de lágrimas que la religión envuelve en una aureola de santidad”. Frente a la Iglesia del siglo XIX, Marx tenía
razón al hacer esa evaluación. No se puede derivar de ahí que el marxismo
reniega de la religión en sí o que la religión favorezca siempre la opresión y
la alienación. Prueba de eso son tanto el libro de Engels El cristianismo primitivo, en el cual resalta la dimensión
liberadora de la fé cristiana, como la Teología de la Liberación.
Jesús,
dice el Evangelio de Juan, vino para “que todos tengan vida y vida en
abundancia” (10,10). Por lo tanto quiso que seamos felices en este mundo. Por
eso, el significado de las curaciones que realizó y del milagro de la gratuidad
de que todos pudiesen gozar una buena fiesta, con la transformación del agua en
vino en las bodas de Caná (Jn 2,1-11).
Todos
tienen derecho a la felicidad, reza la Constitución de los Estados Unidos.
Desgraciadamente este principio no se respetó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para que la felicidad sea un derecho de todos,
es preciso también que las condiciones capaces de asegurarla estén al alcance
de todos.
En
2010, el senador Cristovam Buarque propuso el PEC no. 19/10 (Propuesta de Enmienda
a la Constitución), para modificar el Artículo 6º de la Constitución Brasileña
e incluir que los derechos sociales son esenciales para la búsqueda de la
felicidad. El artículo referido tendría esta redacción: “Son derechos sociales,
esenciales en la búsqueda de la
felicidad, la educación, la salud” etc.
En
el reino del Bután se adopta, en lugar del PIB (Producto Interno Bruto) para
medir el desarrollo del país, el Índice de Felicidad Bruta, medido por
indicadores de cultura, patrón de vida, equilibrio ambiental y equidad de
gobierno.
La felicidad
y la experiencia mística
Para
el budismo, el nirvana, la plena felicidad se alcanza con el desapego total. De
las cosas materiales y también de las simbólicas (títulos, puestos, fama), y de
sí mismo. La suprema felicidad, según los místicos y la teología cristiana, es
sentirse poseído por el Espíritu de Dios que, como enseña la Parábola del Tesoro Escondido, nos hace
vender (despojarnos) todos los otros bienes para “comprar” el campo en el cual
se encuentra ese único Bien (Mt 13,44). Es lo que remarcó el autor del
Eclesiastés, libro bíblico que considera mera vanidad todo eso a que se
acostumbra darle importancia: bienes, placeres, poder, etc.
Todas
las personas que alguna vez en la vida se apasionaron, vivieron algo parecido a
la experiencia mística. En la experiencia mística se vive exactamente un estado
exuberante de pasión. La diferencia es que, en la relación humana, el objeto de
la pasión está fuera de la persona, y en relación mística, está dentro.
Al
leer a Santa Teresa de Ávila, por ejemplo, que hizo autobiografía de su
trayectoria mística, donde se constata los dolores y sufrimientos,
persecuciones y problemas de enfermedad a los que se le obligó enfrentar.
Mientras tanto, exhalaba tanta felicidad que exclamaba: “Muero por no morir”.
La
experiencia amorosa es el ápice de la felicidad: amar y sentirse amado. En la
experiencia mística ese amor es otro que
como dice Tomás de Aquino, “(…) otro que me ocupo enteramente, que no soy yo,
pero funda mi verdadera identidad”. O como afirmaba San Agustín: “Dios es más
íntimo a mí que yo a mí mismo”. Pablo apóstol, ya había admitido: “Ya no soy yo
quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Fl 2,20). Todas son expresiones de
exuberancia mística. No hay nada parecido en la experiencia humana, excepto la
pasión amorosa, cuando uno se siente llamado por la encantadora presencia del
otro.
La
experiencia de la felicidad no es ausencia de dolores, inquietudes o
preocupaciones. Sino, en medio de todo eso, es arrebatadora. La experiencia
mística no es una cosa que se adquiere, y listo. Es cíclica y debe ser
cultivada por el amor al prójimo, a la naturaleza y a Dios, nutrido a través de
la oración y ejercicios de meditación.
Nunca
fui tan feliz como cuando vivi las experiencias místicas. Doy testimonio de que
no hay nada igual, no hay nada parecido en otra experiencia humana. Aun cuando
me he encontrado en situaciones adversas. Una de esas experiencias fue cuando
durante la prisión. Ahí tenía todo el tiempo del mundo para meditar. Y tenía un
diálogo permanente con la muerte, por razones obvias. Como si hubiera sucedido
una inversión en mi sensibilidad. A un cierto momento sentí que mi espíritu
envolvía a mi cuerpo, y no al revés. Experimenté la “insoportable levedad del
ser”. Fui feliz en la prisión, por más paradójico que eso suene, pues ahí me
fue posible, o como dicen los budistas, “quebrar las ollas de barro”.
Jesús y la
felicidad
En
el Sermón de la Montaña, Jesús dijo
que una persona feliz es bienaventurada, como yo lo describo en Ocho vías para ser feliz (Planeta). Solo
será feliz quien tuviera un espíritu de pobre, habiéndose despojado, capaz de
vivir sin grandes ambiciones. Será feliz si tuviere hambre y sed de justicia,
lo que le imprime un sentido altruista hacia la vida. Será feliz si fuera
misericordioso ayudando a construir la paz. Y si fuera perseguido por causa de
la justicia.
Conocí
a perseguidos bajo la dictadura, pero hoy hay perseguidos por difamación, odio,
calumnias. No les importa. Son felices
por el hecho de haber abrazado una cierta dirección en la vida, y eso le
incomoda a quienes sus vidas van en
dirección contraria. Se pondrían preocupados si fueran elogiados por sus
enemigos. Si hablan mal de ellos e inventan mil cosas, eso les trae felicidad,
es señal de que están en el camino correcto.
Aun
para la gente que no tiene fé, las bienaventuranzas de Jesús señalan el camino
de la felicidad.
Hay
que entender bien el significado de las bienaventuranzas ¿Qué es ser
misericordioso? Etimológicamente es ser capaz de colocar el corazón en la
miseria del otro, en la desgracia ajena, que puede ser material, espiritual o
psíquica. Ser solidario, cómplice. Dar fuerza al otro. Esas indicaciones de
Jesús son esenciales para el camino de la felicidad, de ahí la dificultad, pues
son antisistémicas, o sea que el sistema en el que vivimos no valora nada de
eso.
¿Cuál
es el principal valor del sistema capitalista? La competitividad. ¿Cuál es el
principal valor del Evangelio? La
solidaridad. ¿Cuál es el principal valor de la propuesta socialista? También la
solidaridad, el compartir los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo
humano.
La
Felicidad es, por tanto, una conquista política y un estado del espíritu.
Seremos todos plenamente felices al vivir libres de angustias y preocupaciones
en una sociedad en que todos se sientan felices al haber estructuralmente
asegurado sus derechos de ciudadanía y
democracia. François Jacob concluye su
libro Le jeu des posibles (Fayard,
1981) con estas palabras: “La ciencia se esfuerza por describir la naturaleza y
distinguir entre sueño y realidad. Pero no podemos olvidar que el ser humano, probablemente, tiene tanta
necesidad de sueños como de la realidad. Es la esperanza quien le da sentido a
la vida. Y la esperanza se funda en la perspectiva de que podemos, un día,
transformar al mundo presente en un mundo posible, que parece mejor. Cuando a Tristan
Bernard lo apresó la Gestapo con su esposa, le dijo: “Terminó el tiempo del
miedo. Comienza ahora el tiempo de la esperanza”.
FELICIDAD: NO CORRAS TRAS
LAS MARIPOSAS SINO CUIDA EL JARDIN PARA ATRAERLAS
LEONARDO BOFF
La
búsqueda de la felicidad es la esencia del ser humano y todas las culturas dan
testimonio de ello. Por más definiciones que se hayan dado, ellas no van más
allá de lo que Aristóteles en su Ética a
Nicodemo lo expuso.
La felicidad, según
el filósofo, es fruto del actuar bien y del vivir bien. Por tanto, resulta de
un modo de vida virtuoso; por lo tanto, todo lo que la persona piensa y hace
bien, le hace bien. La felicidad que de ahí se deriva vale por sí misma, sin
aumentarle nada más. Por eso, no hay nada mejor y más excelso que la felicidad.
Ella materializa un bien supremo y soberano.
Todos somos
devorados por esas ansias de felicidad. Pero el sendero para la felicidad por
el camino del actuar bien y vivir bien es uno de los más desafiantes; lleno de
sueños y también de ilusiones. Pero también está cargado de sentido, de
realizaciones, de satisfacciones y de bienaventuranzas. En una palabra, la
felicidad nos trae una plenitud que no nos llega de ninguna otra realidad sino
de la misma, por nuestro reto de actuar y por vivir de forma correcta. Una niña
de diez años, sobreviviente de una masacre de la guerrilla colombiana, dejó
escrita esta frase: “La felicidad es cuando el amor, la paz y todas las otras
cosas buenas están juntas”. En razón de esa plenitud, la felicidad nunca
desaparece del horizonte humano; es una búsqueda incansable e interminable.
Tal vez podemos
luego anticipar que la felicidad no se encuentra a la vuelta de la esquina, ni
se esconde atrás de una sustanciosa cuenta bancaria. No podemos ir directamente
a ella.
Cuenta un trovador
anónimo: “Entre el sueño y la realidad,
el matiz es muy diverso. Quien sueña felicidad es que se siente infeliz”.
La felicidad
resulta de muchas cosas que deberían verse antes. Sólo cuando se realizan es
cuando irrumpe la frágil y vulnerable felicidad.
Los poetas, tal
vez mejor que los filósofos, expresan lo que es y significa para la vida humana.
Tom Jobin y Vinicius de Moraes nos legaron este bello poema-canción, lleno de
realismo: “Tristeza no tem fim,
felicidade sim”. Ahí aparece una
descripción poética de rara belleza y verdad:
La
felicidad es como una pluma
Que
el viento lleva por el aire.
Vuela
levemente
Pero
tiene la vida breve
Necesita
que haya viento sin cesar
La
felicidad es como la gota
De
rocío en el pétalo de una flor.
Brilla
tranquila
Después
por liviana oscila
Y
cae como una lágrima de amor.
La
tristeza no tiene fin
La
felicidad sí.
Aquí
aparece la naturaleza frágil de la felicidad: es como una pluma leve que lleva
el viento. Tiene vida breve porque para subsistir necesita que haya sin
cesar. Pero no siempre hay viento.
Entonces aparece la tristeza que siempre nos acompaña, pero recordándonos la
felicidad vivida.
La
felicidad, por más plenitud que nos conceda, guarda siempre un transfondo de
tristeza; a causa de lo fugaz de la vida, de los acontecimientos inesperados,
de los cambios del curso de las cosas y de las eventuales rupturas de lazos
afectivos. Aun así nunca la desechamos, pues fuimos pensados y creados para la
felicidad.
La
felicidad se asemeja a una gota de rocío que cualquier movimiento la hace caer.
Recuerda la lágrima de amor que hace adorable la vida, pero también es frágil
como la flor. Esta tiene vida corta, se marchita y finalmente muere.
¿Quién
podrá cargar el peso de la pluma? Es tan leve que nadie puede cargarla. Está a
merced de sí misma. Algo parecido sucede con la felicidad. Revela un estado del
espíritu que no puede ser medido ni pesado, solo vivido y compartido. Pero
necesita ser cultivado, cuidado y alimentado. En caso contrario, entra la
tristeza en lugar de la felicidad.
La felicidad a la venta en el mercado
Para
que abordemos la felicidad de forma realista, necesitamos antes, remover varios
obstáculos. Existe una industria de la felicidad que viene con el nombre de autoayuda. Es una vasta literatura
universal, consumida por millones de personas en el mundo entero. Tiene un
lugar reservado en las librerías, se encuentra en las farmacias y en los
supermercados, hasta en las puertas a la entrada de las iglesias.
Salvo
algunos aspectos positivos, necesitamos reconocer que cierto tipo de autoayuda
no se escapa de la frivolidad ni de la alienación. Parte de un dato real: la
fragilidad humana. Al contrario de profundizarla y reforzar la resilencia
(identidad), escoge otro camino muy, muy fácil: ofrece certezas completas por
medio de recetas ambiciosas, incluyendo, para darle aires de seriedad, pedazos
teóricos, sacados de la ciencia, de la psicología de las tradiciones
espirituales del Oriente y del Occidente.
Sin
embargo, tiene su limitación: si bien algo remediamos, solamente se ocupa de la
realidad interna, de las potencialidades escondidas, sin hacer referencia a la
realidad externa, la infelicidad de la Tierra, ni los dramas de la sociedad y
de la historia. Aun así, este tipo de literatura promete “la felicidad plena”,
“la realización de un sueño siempre alimentado”, la capacidad de “crear la vida
que finalmente se quiere”.
En
eso todo se lleva mucha frustración. Pero importa reconocer que su divulgación
no sería comprensible si no tuviera elementos de verdad. Todos los seres
humanos son necesitados (carentes) de afecto, de comprensión, de superación de
los límites y de frustraciones. Tiene necesidad de empoderamiento interior.
Por
eso tenemos que rescatar un sentido positivo a la expresión “autoayuda”. Textos
de sabiduría occidental y oriental, reflexiones filosóficas que abordan con
profundidad la condición humana, compleja y contradictoria, y textos religiosos
pueden servir de autoayuda en el sentido de despertar en nosotros las energías
escondidas que, liberadas, nos sacan de las depresiones.
Estas,
en los días de hoy, se producen por el tipo de sociedad que se está imponiendo,
por el desempeño y la producción cada vez más acelerada. Se verificó que el
frenético ritmo de trabajo causa cansancio por el exceso de información y
estímulos, al punto de provocar un “colapso psíquico”, nerviosismo,
irritabilidad y ansiedad (cfr. BYUMG-CHUL HAN. Sociedad del cansancio. Petrópolis, Vozes, 2015). Se relanzó la
frase de 1968 que rezaba: “metro,
trabajo, cama”, actualizada ahora como “metro,
trabajo, tumba”. Quiere decir, enfermedades letales o suicidio como efecto
de la superexplotación productivista.
Para
estas cuestiones de la felicidad, desde la autoayuda y la “superación personal”,
el camino de la ciencia pura no es lo más adecuado. La gente no busca la
felicidad en la universidad o en los centros de investigación. Tal vez en la
psicología. Pero los maestros y especialistas del discurso de la
felicidad son, antes que nada, los chamanes, los curanderos, los que leen los
caracoles, los santeros, algún religioso mediático, quienes trabajan lo
paranormal, los esotéricos, un gurú o
líder espiritual. En este lista también
se incluye la astrología, la lotería, el taró, el estudio del I-Ching y el esoterismo en general. Las
ofertas de autoayuda son, generalmente, para quienes no logran manejar, desde
sí mismos, sus angustias y conflictos. La autoayuda promete una posible salida
de esa situación.
Este
fenómeno de búsqueda insaciable de la felicidad lo expresó a su modo y de forma
poética Vicente de Carvalho (ᶧ
1924):
Está felicidad que
suponemos,
Árbol
milagroso que soñamos
Todo
henchido de dorados botones
Existe,
sí, pero no lo alcanzamos
Porque
está siempre apenas donde la ponemos
Y
nunca la ponemos donde estamos.
Esta observación
del poeta suscita correctamente la pregunta: ¿En dónde colocamos la felicidad?
¿En qué objetos? ¿En qué deseos y sueños a ser satisfechos? ¿La colocamos fuera
de nosotros, en algún tipo determinado de persona amada? ¿En alguna cirugía
plástica para parecer más jóvenes? ¿En alguna situación que nos haga visibles,
en una profesión de éxito o en un status social
relevante que buscamos alcanzar?. ¿O la ponemos ahí donde estamos, trabajando
nuestras limitaciones, dándonos cuenta de nuestras virtualidades, viviendo la
condición humana y social, siempre contradictoria con sus dimensiones de sombra
y de luz, con crisis y superaciones y, quien sabe, hasta con tragedias?.
Ser feliz en
medio de los contratiempos inevitables de la vida, es el examen para medir
cuanto tiene de sustentabilidad nuestra felicidad o si es sólo un sentimiento
fugaz que no nace de nuestro interior, y que por eso puede desaparecer luego,
abriendo espacios a la tristeza sin fin.
Tampoco queremos anclar
el escepticismo del filósofo ingles del siglo XIX John Stuart Mill, que repetía
irrevocable: “Pregunta a ti mismo si estás feliz y dejarás de serlo”. Un anónimo
comentaba: “La prueba de que la felicidad existe es que de repente puede dejar
de existir”.
Pero pertenece a la felicidad
bien realizada el poder convivir jovialmente con la vida como es, con altos y
bajos, con momentos buenos y malos. La felicidad sustentable es estar
convencido de que las aguas del mar, calmadas y serenas, existe; pero ella está
en la profundidad. En la superficie se levantan olas revoltosas que sacuden los
barcos más seguros. Pero allá en el fondo reina la calma más serena. La
felicidad verdadera encuentra su lugar ahí, en la profundidad de la vida.
Pero he aquí que surge la
pregunta inevitable:
¿Podemos ser felices en un
mundo de infelicidad?
Hay una
convicción general de que nadie puede ser feliz solito. La felicidad es como la
luz: irradia y se difunde naturalmente. Nadie en el mundo puede quedar
indiferente, aun considerándose feliz, ante escenas de masacres o al contemplar
cuerpos esqueléticos como las víctimas de Soá, el cuadro nazista de la solución
final para los judíos con el exterminio de todos ellos, o las víctimas de la
sequía prolongada en el Nordeste brasileño que fue muy bien retratada por el
gran pintor Portinari, o las masacres en cada país como en México.
¿Quién puede
detener sus lágrimas al ver a un niño sirio de 5/6 años, ahogado en la playa al
intentar huir de la violencia del Estado Islámico que mata y degüella, también
a inocentes, que se rehúsan a su tipo de islamismo radical?
Más de la mitad
de la población mundial está por abajo del nivel de pobreza; padece escasez de
agua, con toda clase de enfermedades y con hambre crónica. Hay terremotos
demoledores, tsunamis devastadores, tornados y huracanes que ningún bosque o
muro pueden detener, inundaciones que arrasan campos y sequias terribles que
diezman toda forma de vida. Casi todos los volcanes del mundo están activados,
poniendo en fuga a millares de personas.
En nuestros
países prevalece una acumulación escandalosa; de un lado unas pocas familias
acumulan gran parte de la riqueza nacional, y por otro está una sufrida pobreza
por las grandes mayorías, los condenados de la Tierra.
En términos
mundiales, la relación es aún más perturbadora. Damos sólo un dato reciente que
nos materializa una situación que tiende a agravarse. El Instituto Suizo de
Investigación Tecnológica (ETH), escogiendo 43 mil grandes empresas de los 30
millones existentes por el mundo externo, constató en 2011 que sólo 737 actores
controlan cerca del 80% de todos los flujos financieros mundiales.
Especialmente son bancos como J.P. Morgan, o Deutsche Bank, o Golden Sachs, el
Peribas y los usureros que especulan en las bolsas del mundo entero. La
conocida ONG Oxfam Intermón publicó el 19/01/2014 el siguiente dato ilustrativo:
85 super-ricos poseen más dinero que las 3.5 mil millones de personas en el
mundo. El 1% de la población norteamericana acumula más ingreso que el 99%. El
lema de ellos es greed is good, que
quiere decir: la cobija es buena.
Esos datos,
aunque puedan cambiar para mal o para bien, esconden tragedias humanas; un
océano de infelicidad, desesperación, hambre y muerte prematura, especialmente
de 15 millones de niños que solo cumplieron 5 años de edad. ¿Es sensato que
hablemos de felicidad en un mundo infeliz, por ser injusto, perverso y sin
piedad?
Con el afán de
acumular de forma ilimitada, se pasó de una economía
de mercado (que siempre existió en la historia) a una sociedad sólo de mercado (inédita hasta ahora), la nuestra. Todo se
transformó en mercancía, desde las cosas más vitales que, por su naturaleza son
comunes, insustituibles e innegociables como el agua, semillas, fertilidad de
suelos, órganos humanos, hasta lo más sagrado, como las religiones y las
iglesias que incorporan la lógica del mercado – la competencia – que obtienen
ganancias con sus programas de radio, televisión y con las misas-show, transformadas en verdaderas máquinas de hacer
dinero.
Karl Marx intuyó,
ya en 1847, al escribir su libro La
miseria de la filosofía, este fenómeno de verdadera barbarie:
Llegó,
en fin, un tiempo que todo lo que los hombres habían considerado inalienable se
volvió objeto de cambio, comercio y que se puede vender. El tiempo en que las
mismas cosas que hasta entonces eran co-participadas, pero jamás alteradas;
dadas pero jamás vendidas; adquiridas, pero jamás compradas – virtud, amor,
opinión, ciencia, conciencia, etc. Ahora de todo eso se hace comercio. Entró el tiempo de la corrupción general, de la
vanalidad universal o, para hablar en términos de economía política, se
inauguró el tiempo en que cualquier cosa, moral o física, una vez hecha
vanalidad, es elevada al mercado para ponerle precio.
Para la crítica
sobre nuestro tema de la felicidad,
consiste por tanto en acumular más y más, en acumular cualquier cosa vendible,
sin escrúpulos y sin respeto a lo sagrado ni al don gratuito de la naturaleza.
De todo se hace dinero, desde el sexo hasta una estampa u oración sobre la
divinidad de Jesus. ¿Será el cansancio, la depresión, el desarraigo general, el
vacío existencial, la violencia generalizada en las relaciones humanas y entre
los pueblos no se denuncia la falsedad de ese camino que nos pretende traer
felicidad? Ese camino podrá ofrecer placeres, pero jamás felicidad sustentable,
objeto del profundo deseo humano.
Vamos analizar la felicidad o la infelicidad en
tres niveles: el de la Madre Tierra, el de la sociedad y el de las personas.
Comencemos con
nuestra Casa Común, La Madre Tierra, pues es la precondición que permite todo,
la felicidad y la infelicidad, la barbarie y la civilización. Sin ella faltaría
el suelo para cualquier otro proyecto humano. ¿Pero hasta cuándo? Cuál es la
situación de la Madre Tierra, preocupación constante del actual Papa Francisco,
que escribió uno de los más bellos e incitantes
documentos, dirigido a la humanidad, sobre “el cuidado de nuestra Casa Común” (2015). Con tristeza confiesa:
“Basta mirar la realidad con sinceridad para constatar que hay un gran
deterioro de nuestra Casa Común” (n. 61); “nunca antes hemos ofendido nuestra
Casa Común como en los últimos dos siglos” (n.35). El hecho más grave es
verificar que se están acabando los recursos en la despensa de la Casa Común.
Ya tocamos los límites de la Tierra. Y así se está dando la llamada sobrecarga de la Tierra (Earth Overshoot
Day). La base ecológica humana (lo que de bienes y servicios necesitamos
para vivir) ya fue ultrapasada. Las
reservas de la Tierra se están acabando y necesitamos ya más de un planeta para
atender nuestras necesidades, además de aquella reserva de la gran comunidad de
vida (fauna, flora micro-organismos). ¿Cómo puede ser feliz la tierra en esta
situación?
Hasta el 1961
necesitábamos solo del 63% de la Tierra para atender nuestras demandas. Con el
aumento de la población y del consumo, para 1975 necesitábamos del 97% de la
Tierra. En 1980 la exigencia era del 100.6% - la primera sobrecarga de la base
ecológica planetaria. En 2005 alcanzamos la cifra de 1.4 del planeta. Y en
agosto del 2015, 1.6 del planeta. De seguir a este ritmo, los datos serán cada
vez más altos.
Si
hipotéticamente quisiéramos, dicen los biólogos y cosmólogos, universalizar el
tipo de consumo que los países opulentos disfrutan, serían necesarios 5
planetas iguales al actual, lo que es absolutamente imposible, además de
irracional.
No podemos dejar
de referirnos a un dato muy emblemático que revela la gravedad de la actual
situación que seguramente tiende a empeorar en los próximos años. Se trata de la investigación que hicieron 18
científicos sobre “Los límites planetarios – Una guía para el desarrollo humano
en un planeta en mutación”, publicada en la prestigiada Revista Science de enero de 2015 (un buen
resumen se encuentra en IHU, 09/02/2015).
Ahí se enlazan nueve fronteras que no se pueden
violar. En caso contrario, ponemos en riesgo las bases que sustentan la vida en
el planeta (cambios climáticos; extinción de especies; disminución de la capa
de ozono; acidificación de los océanos; erosión de los ciclos de fósforo y de
nitrógeno; abusos en el uso de la Tierra como la tala de los bosques; escases
de agua-dulce; concentración de partículas microscópicas en la atmósfera que
afectan el clima y los organismo vivos; introducción de nuevos elementos
radioactivos, nanomateriales, microplásticos).
Cuatro de las nueve
fronteras ya fueron sobrepasadas, pero dos de ellas – el cambio climático y la extinción de las especies - son fronteras fundamentales, pues pueden
llevar a un colapso de la civilización, Fueron las conclusiones de los 18
científicos. Es en ese contexto dramático que necesitamos buscar los medios que
nos devuelvan la confianza y el valor, que aun así busquemos la felicidad,
primero para la Madre Tierrra y después para nosotros. Humildemente debemos
decir: una felicidad discreta y sencilla
dentro de lo posible.
Los escenarios
arriba proyectados nos obligan a comenzar con la reconstrucción de la felicidad
de la Madre Tierra, pues sin ella nuestra propia felicidad estará amenazada; y
quizá hasta imposibilitada.
Estamos
conscientes de que con esta reflexión, quizas alarguemos el espacio de la
felicidad más alla de su expresión personal y subjetiva. Tenemos que incluir a
la Tierra y a la naturaleza. Además, sabemos que todo está relacionado con todo
y nada existe fuera de esta relación. En otras palabras, nuestra felicidad
depende de la felicidad de la Madre Tierra; la felicidad de la Madre Tierra
está relacionada con nuestra propia felicidad.
¿Cómo rescatar la felicidad de
la Tierra para que nosotros también seamos felices?
Para devolver y
resuscitar la felicidad de la Madre Tierra no tenemos otro camino sino aquel de
la responsabilidad colectiva y especialmente del cuidado esencial. Tal
dedicación exige previamente aquello que el Papa Francisco afirmó en su
encíclica: “una conversión ecológica”, además de “cambios profundos en los
estilos de vida, en los modelos de producción y de consumo y en las estructuras
consolidadas de poder (n 5).
Ese propósito
jamás se alcanzaría si no amásemos efectivamente a la Tierra como nuestra Madre
y sepamos renunciar y hasta sufrir para garantizar su vitalidad para nosotros y
para la comunidad de vida (n. 223). Se trata de cuidar, con el fin de crear
condiciones para una Tierra feliz.
¿Pero cómo
podemos hacerlo?
En primer lugar
hay que considerar a la Tierra no como se entiende convencionalmente: el tercer planeta del sistema solar, con
partes elevadas que son continentes rodeados y atravesados por ríos, mares y
océanos. Este es un concepto muy pobre y desdichado.
A partir de los
años 70 del siglo pasado quedó claro para la comunidad científica que la
Tierra no solo posee la vida sobre ella,
sino que ella misma constituye un todo vivo y sistémico en el cual todas las
partes se encuentran interdependientes e inter-relacionadas.
Ese ente vivo
articula lo químico, lo físico y lo biológico de forma tan sutil, que hace que
se mantenga siempre viva y continúe produciendo
vida como lo hace ya desde hace más de tres mil millones de años. Ella siempre mantien el 21% de oxígeno, 3.4%
de sal en los océanos, 79% de nitrógeno (que hace crecer a los seres vivos) y
de la misma forma todos los demás elementos necesarios para la vida.
La Tierra Madre
fue llamada Gaia, nombre de la mitología griega para expresar su vitalidad. Está
constituida fundamentalmente por el
conjunto de sus ecosistemas y con la inmensa biodiversidad que en ellos existe,
con todos los seres animados e intereses que siempre se inter-relacionan para,
juntos se co-ayuden y co-evolucionen.
Devolver la
felicidad a Gaia implica cuidar de las condiciones que existen desde hace miles
de millones de años y que garantizan la
vida y su continuidad como un super ente vivo, Gaia. Metafóricamente, pero
también concretamente, significa: cuidar su sangre, que son las aguas; de su
respiración, que es la atmósfera; de su alimentación, que es la fertilidad de
los suelos; de su corazón, que son sus ciclos y ritmos de la naturaleza que
deben funcionar armónicamente, de su ropa que es la cobertura vegetal; y así en
adelante.
La felicidad de
la Madre Tierra implica que cuidemos de cada ecosistema, comprendiendo las
singularidades de cada uno; su resilencia (identidad), su capacidad de
reproducción y de mantener las relaciones de colaboración y mutualidad con
todos los demás seres en presencia ya que todo está relacionado e incluyente. Comprender
el ecosistema es ponerse contra de los desequilibrios que pueden darse por
interferencias irresponsables de nuestra sociedad, voraz de bienes y servicios.
Rescatar la
felicidad de la Tierra es cuidar de su integridad y vitalidad. Es no permitir
que malezas enteras o toda una vasta región sea talada, que con ello se degrada
el régimen de las lluvias, como ocurre en las selvas chiapanecas, en los
bosques del amazonas y en su serranía.
Importante para
su felicidad es asegurar su biocapacidad, quiere decir, su capacidad de
mantener la vida y reproducirla con continuidad, en especial los
microorganismos, invisibles en el seno de la Tierra.
En verdad, son
ellos los desconocidos trabajadores que sustentan la vida de Gaia y la hacen un
lugar feliz para vivir. Nos dice el eminente biólogo Edward Wilson, que “en un
solo gramo de tierra, o sea menos de un puñado de suelo, viven cerca de 10 mil
millones de bacterias pertenecientes hasta 6 mil especies diferentes” (A criaçao, 2008, p. 26). Por aquí se
demuestra empíricamente, que la Tierra está viva y es realmente Gaia, Madre
Tierra, superorganismo viviente, y nosotros, la parte consciente e inteligente
de ella.
Garantizar la
felicidad de la Tierra consiste en cuidar de los commons, quiere decir, de los bienes y servicios comunes que ella
gratuitamente ofrece a todos los seres vivos, como el agua, los nutrientes, el
aire, las semillas, las fibras, los climas, etc. Estos bienes comunes,
exactamente por ser comunes, no se pueden privatizar y entrar como mercancías al
sistema de negocios, como nos referimos con anterioridad.
“Los
límites planetarios”, como decíamos, señalan con claridad que “las bases de la
seguridad global están amenazadas” (Carta
de la Tierra, preámbulo 2). Además aumenta: “Estas condiciones son
peligrosas, pero no inevitables”. Aun así, ¿cómo puede ser feliz y producir
felicidad una Tierra tan amenazada así?
No sabemos cuándo
ese proceso destructivo se va a detener o a convertirse en una calamidad
atrozmente infeliz. Aconteciendo una inflexión decisiva como el temido
“calentamiento abrupto”, que haría que el clima se subiera entre 4º o 6º C, como ya lo advirtió la comunidad científica
norteamericana, conoceríamos dimensiones apocalípticas, afectando a millones de
personas, haciéndolas no solo infelices, sino también peligrosamente amenazadas
en su sobrevivencia.
Tenemos confianza
de que podemos aún despertar. Más que
todo, creemos que Dios es Señor soberano amante de la vida (sb 11,26) y no
permitirá que suceda semejante armagedon
ecológico.
Regenerar la
felicidad de la Madre Tierra implica cuidar de su belleza, de sus paisajes, de
sus bosques, del encanto de las flores, de la diversidad exuberante de seres
vivos de la fauna y de la flora. ¡Cuánta felicidad al contemplar esa exuberante
realidad!
Volver hacer a la
Tierra nuevamente feliz nos exige cuidar lo mejor de su producción que somos
nosotros, los seres humanos, hombres y mujeres, especialmente los más vulnerables. Ella se siente feliz
cuando, por nuestro empeño, continua a producir culturas tan diversas, lenguas
tan numerosas, poesía, arte, ciencia, religión y espiritualidad.
Ella se pone
sumamente feliz cuando nos damos cuenta de la presencia de la Suprema
Realidad que subyace a todos los seres y
que los lleva en la palma de su mano.
Pertenece a la
felicidad de Gaia la producción de sueños buenos que ella nos despierta, de
cuyo material nacen los santos, los sabios, los poetas, los artistas, los
científicos y todas personas que en el anonimato se orientan por la luz y por
la bondad de la vida. Suprema felicidad para la Madre Tierra es cuando,
finalmente, cuidamos de los Sagrado que arde en nosotros, que nos convence de
que es mejor abrazar al otro que rechazarlos, y que la vida vale más que todas
las riquezas del mundo.
Como de repente,
ese esfuerzo de recreación de la felicidad para la Tierra es colosal y cargado
de percances, de idas y regresos, de avances y retrocesos. El sistema de hoy
donde impera la producción y el consumo ilimitados y que es hostil a la vida;
no favorece a una justa medida y a una actitud de sobriedad compartida; no se
interesa por la salud de la Tierra ni por su felicidad. A pesar de este
obstáculo sistémico, tenemos que resistir, buscar alternativas y pagar un
precio en renuncias y en sacrificios para devolver la felicidad a la Madre
Tierra. Esta dedicación no solamente hace feliz a la Madre Tierra, sino también
nosotros mismos nos volvemos más felices.
El ser humano es Tierra que
siente y piensa, feliz e infeliz
Hemos afirmado
que la Tierra es Gaia, un superorganismo vivo que engloba todo. En esta
comprensión, ¿qué somos nosotros, los seres humanos? Somos un momento avanzado de
la evolución y de la complejidad de la Madre Tierra. Logrado un punto extremo,
irrumpe en la vida humana consciente e inteligente. Somos Tierra, como insinúa
el Gn 2,7; aquella porción de Tierra que siente, piensa, ama y venera.
Muy bien lo
atestiguaron los astronautas a partir de la luna y sus naves espaciales: “Desde
aquí de arriba no hay diferencia entre la Tierra y la humanidad. Ellos forman
una compleja unidad, constituyen una única, grande y diversa realidad”.
De esa percepción
nace la consciencia planetaria: pertenecemos a este planeta y poseemos el mismo
origen y el mismo destino que él. Irrumpe también la consciencia de nuestra
unidad con la Madre Tierra. Somos sí, sus hijos e hijas, pues ella nos creó:
Pero también somos algo más: somos la propia Tierra que por medio de nosotros
siente, habla, planea y cuida. Ella está aún naciendo y no ha llegado a su
plenitud. Por eso, también revela resentimientos, rivalidades y exclusiones.
Pero en la medida en que evoluciona, nos lleva junto a ella, y dejamos
atrás dimensiones que, en verdad, sólo
nos traían infelicidad.
Si viviéramos en
consonancia al ritmo musical de la Tierra, si nos afináramos a su melodía, si
cuidáramos de la Tierra con afecto tierno, como cuidamos a nuestras
madres, cosecharemos el mejor fruto, que es la felicidad.
Esta felicidad es
un don de una conquista, pues no surge por sí misma. Resulta de nuestro empeño
de alimentar un pensamiento y un actuar correcto con la Tierra. Participamos de
sus infelicidades que son las desgracias que suceden, sea por nuestra culpa,
sea por su propia constitución geofísica, como los deslizamientos de cerros,
inundaciones, temblores sísmicos. Pero si permanecemos fieles a la Tierra,
agarrados y abrazados a ella, de ella recibiremos fuerza para resistir y
convivir en esas contradicciones. Ella, en medio de las contradicciones, no nos
niega ninguna felicidad posible.
La felicidad
humana no significa la ausencia de tales limitaciones, sino la capacidad, de
forma inteligente y creativa, de convivir
con tales contradicciones. De ahí pueden nacer energías nuevas y
sentidos nunca vividos anteriormente.
Cuanto más nos
empeñamos en la relización de esa felicidad posible, más comunicamos felicidad
a la Tierra. Y al revés es igualmente verdadero: cuanto más la Tierra conserva
su integridad y capacidad de autorregeneración, poniéndose así más feliz, más
felicidad ella nos comunica. Esa mutualidad – felicidad terrena/felicidad
humana – constituye el presupuesto de todo tipo de felicidad.
Índice de Felicidad Social
Bruta
Consideremos
ahora, rápidamente, la felicidad en el nivel de la sociedad, No abordaremos con
detalle esta compleja cuestión, pues nos llevaría lejos. Basta decir, sin
muchas mediaciones que una sociedad marcada por profundas desigualdades como
nuestra, no puede generar felicidad colectiva. Desigualdad significa injusticia
social, acumulación de riqueza por pocos al lado y a costa de la explotación de
las mayorías. La pretendida felicidad de los opulentos no se puede sustentar a
precio de la infelicidad de las mayorías. Desgraciadamente es el caso de
nuestros países latinoamericanos y de las naciones del gran Sur del mundo.
La traducción más
adecuada de la felicidad social sería alcanzar un modo sustentable de vida, modo que incluiría a los ciudadanos, la
comunidad de vida y de todos los seres, respetados con valor intrínseco, y no
meramente seres colocados a nuestro uso y a
nuestro placer.
Todo podría ser
diferente de lo que hoy realmente es si hubiésemos cultivado una relación de
respeto y de colaboración con la Madre Tierra. Pero existió un pueblo que hizo
ese ensayo y sirve de ejemplo para todos. Pensamos en el Buton (Butung o
Boeton), un pequeñísimo país a los pies del Himalaya, con poco más de dos
millones de habitantes. Allá se inventó “el índice de Felicidad Interna Bruta”.
Buton aparece
como una sociedad extremamente integrada, patriarcal y matriarcal
simultáneamente, donde el miembro más influyente se transforma en jefe de
familia. Para el gobierno (un monarca y un monje gobernaron juntos) lo que se
encuentra en primer lugar no es el Producto Interno Bruto, medido por todas las
riquezas materiales y servicios que un país ostenta, sino lo que cuenta es la Felicidad Interna Bruta.
Esta felicidad es
el resultado de políticas públicas justas, de una buena gobernanza, de la
equitativa distribución de la renta, que resulta de los excedentes de la
agricultura de subsistencia, de la creación de animales, de la extracción
vegetal y ademas la venta de energía eléctrica a la India; de la ausencia de
corrupción, de la garantía general de una educación y salud de calidad, con
carreteras transitables por los valles
fértiles y por las altas montañas, más específicamente como fruto de las
relaciones sociales de cooperación y de paz entre todos.
Claro, eso no ha evitado los
conflictos con Nepal, pero no se desvían del propósito humanístico de su
reinado. La economía que en el mundo globalizado es el becerro de oro, aparece
como uno de los conceptos, como otros, en el conjunto de los factores a
considerar.
Por detrás de ese proyecto
político viene funcionando una imagen multidimensional del ser humano. Supone
al ser humano como un ser de relación que tiene, sí, hambre de pan como todos
los seres vivos, pero principalmente es movido por el hambre de comunicación,
de convivencia, de felicidad y de paz, que no se pueden comprar en el mercado o
en la bolsa. La función de un gobierno es atender a la vida de la población en
la multiplicidad de sus dimensiones; o
su fruto es la paz y la felicidad colectiva. En la inigualable comprensión que
la Carta de la Tierra elaboró de la
paz, esa “es la plenitud que resulta de las relaciones correctas consigo mismo,
con otras personas, con otras culturas, con otras vida, con la Tierra y con el
Todo mayor del cual somos parte” (IV, f).
La felicidad y la paz no son
construidas por las riquezas materiales ni por las parafernalias que nuestra
civilización materialista y pobre nos presenta. En el ser humano, esa
civilización, sólo ve un productor y un consumidor y el resto no le interés.
Por eso tenemos tantos ricos
desesperados y jóvenes de familias adineras suicidándose por no encontrar más
sentido en la superabundancia. La ley del sistema dominante: quien no tiene,
quiere tener; quien tiene, quiere tener más; quien tiene más dice: nunca es suficiente. Nosotros olvidamos
aquello que nos trae felicidad que son las relaciones humanas, la amistad, el
amor, la generosidad, la compasión, el respeto, realidades que tienen mucho
valor pero que no tienen precio.
Es dramático constatar que
nuestra civilización occidental, humanísticamente pobre y materialista, está
acabando con el planeta en el afán de ganar más y más, cuando el esfuerzo
debería ser el de vivir en armonía con la naturaleza y con los demás seres
humanos. Por todas partes, sin embargo surgen grupos y comunidades que enseñan
esa vivencia armoniosa con la naturaleza y con el Todo.
Buton nos coloca el desafío de
que se puede construir una felicidad social posible. Muy sabia fue la
observación de un pobre de una de nuestras comunidades de base, refiriéndose a
un grande latifundista: “Aquel hombre es
tan pobre, pero tan pobre, que posee sólo dinero”. Y claro, era muy infeliz.
Felicidad y
naturaleza humana: nudo de relaciones, unión de los opuestos y el deseo
insaciable
Finalmente, cabe analizar la
felicidad en el nivel personal y subjetivo. Para que construyamos una felicidad
personal posible, en los marcos de la no plenitud general humana y social, necesitamos orientarnos por
una mínima comprensión de lo que es el ser humano. Vale recordar la ponderación
de Blas Pascal (1623-1662), gran matemático, pensador y místico, tal vez la más
certera: “¿Qué el ser humano en la
naturaleza? Nada, ante lo infinito; todo ante la nada, un vínculo entre la nada
y el todo, pero incapaz de ver de dónde viene la nada ni para dónde va el
infinito” (Pensées, n.72)
Esta comprensión tan paradójica
nos muestra cuan complejos somos y en el fondo, indefinibles. Nuestra
naturaleza es ser puentes, cabe decir, una relación abierta hacia todas las
direcciones. Con eso nos insertamos en la lógica del universo entero, hecho de
redes de relaciones. Todo está inter-retro-relacionado con todo.
Para el tema que nos interesa se
perfilan tres lecturas que nos ayudan a comprender el camino de la felicidad:
entender al ser humano con un ser de relación, como la unión de dos opuestos y
como ser de deseo. Consideremos cada una de ellas
Ya en 1845 en sus tesis sobre
Feuerbach, publicadas hasta 1888 por Engels, Marx afirmó en su tesis sexta: “La esencia del ser humano es el conjunto de
sus relaciones sociales”. Aquí Marx encontró algo verdadero, pero reduccionista. El ser humano es un ser de relaciones, no
solo sociales, sino totales. El ser humano se constituye como un nudo de
relaciones hacia todas las direcciones: hacia arriba, hacia dentro, hacia los
lados, hacia el infinito.
El ser humano sólo se realiza de
hecho, y con eso se hace feliz, si activa esas relaciones. Él es entero, pero
aún no está completo. Se completa
autocreándose a través de las relaciones con la familia, con el mundo, con el
trabajo, con los otros, con lo infinito. En caso contrario se empobrece, se vuelve sobre sí mismo y
termina deshumanizándose. Sería su infelicidad existencial.
Pero tenemos que calificar esas
relaciones. Hay relaciones destructivas del otro, del medio ambiente y de la
sociedad. Otras son constructivas, hechas de solidaridad, de compasión, de
cuidado y de amor. No es difícil adivinar de qué lado está la felicidad; en la
capacidad de disolver relaciones envolventes, acogedoras, cariñosas o
simplemente humanitarias. La felicidad es consecuencia de esas relaciones bien
realizadas.
Por otro lado, también somos la
convivencia de los opuestos. Somos simultáneamente sapiens y demens, portadores de inteligencia y de demencia, de amor
y de odio, de sombra y de luz, de egoísmo y de altruismo. Lo sim-bólico (que
une) va siempre acompañado por lo
dia-bólico (que divide). Ángeles y demonios entablan batallas dentro de
nosotros.
Esa situación no es un defecto
de construcción en el proceso de la evolución; es nuestro modo de ser
originario. No podemos cambiar esa dualidad básica; así estamos hechos. Ahora,
todo depende de cómo lidiamos con esas contradicciones. De eso depende que
seamos felices o infelices. Alguno le puede dar más espacio a las impulsos de
rabia, de resentimiento y de odio y, entonces viene la amargura de su vida.
Vive siempre reclamando todo y se siente infeliz.
Como también puede hacer una
opción por el lado de la luz, por la bondad y por la apertura a los demás. El resultado es sentirse realizado y feliz
porque activó las virtudes que realmente lo dignifican, lo humanizan y lo hacen
mejor. De ahí resulta la felicidad que viene de adentro, como diría
Aristóteles, del actuar bien y del bien-vivir.
Toda la cuestión es como equilibrar esas dos energías
en nosotros, pues conviven y siempre se tensionan. No podemos negar nuestra
dimensión de sombra. Bajo la dimensión de sombra pensamos en los fracasos en
nuestras insuficiencias, en las ofensas que hicimos y en las rupturas culposas
que causamos. Son marcas en nuestro cuerpo existencial y no hay cómo borrarlas.
Si las negamos, entonces nos hacen sentir más sombríos. Tenemos que integrarlas
con creatividad, liberando energías de aprendizaje y de experiencias de vida.
Pero acumulamos también méritos,
victorias ante las dificultades que surgieron en nuestro camino, piedras que
nos han impedido pasar y que sabemos hacer de ellas material de construcción de
nuestra casa.
Para combinar la convivencia de
estos opuestos, con la jovialidad y sin dramatismos, tenemos que encontrar la
justa medida, aquel equilibrio en que el altruismo sea más fuerte que el
egoísmo, que la capacidad de perdón predomine sobre la voluntad de venganza. Es
en ese equilibrio a favor del bien que se encuentra la paz de espíritu, la
serenidad interior y, como resultado, la felicidad.
Finalmente, la tercera lectura
sustenta que somos seres de deseo infinito. Ya los antiguos, pero especialmente
ahora los psicoanalistas, se dieron cuenta de que estamos habitados por una
energía deseosa que siempre arde dentro de nosotros. Muchos son objetos del deseo: una persona a
la que amamos y que nos ama, y que está
dispuesta a enfrentar junto con nosotros la aventura de la vida; un viaje de
sueño alrededor del mundo; un perfume especial o un tipo de reloj que nos
gustaría tener.
Si bien vemos, nuestro deseo es
infinito. No quedamos satisfechos con esto o con aquello. Nuestro deseo siempre
quiere más y más. Sucede que encontramos solo objetos finitos. Una vez
poseídos, nos pueden dar una felicidad pasajera. Dirigir nuestro capital de
deseo en un objeto, aun cuando sea una persona, es el camino más seguro para la
decepción y la infelicidad; pues nada finito llena lo infinito. O entonces
pasamos de objeto en objeto,
mariposeando de uno en uno y, al final, nos sentimos vacíos e infelices.
Importa aprender a desear para no ser devorados por nuestra voracidad. Deseamos
personas y objetos, los disfrutamos, pero no debemos apegarnos a ellos. Debemos
desear al Ser, al Todo, pues en esa dirección apunta el deseo. Allá se esconde
la felicidad real.
Aún sin poder aquí profundizar
el tema, cabe que nos refiramos a la felicidad virtual. El deseo penetra
también al ciberespacio. Puede darse por vía del internet relaciones afectivas
de gran emoción, dinámicas y saludables, capaces de producir también felicidad
y hasta matrimonios. Hay otras que son engañosas y hasta criminales. Pero se
tratan de nuevas formas de realización del ser humano como “ser de relación”
con las ambigüedades que toda relación conlleva.
Se le atribuye a San Francisco,
que san Buenaventura le llama vir desideriorum
(hombre de deseos), la siguiente frase: “Yo deseo poco; y lo poco que deseo es poco”.
Solamente el Infinito llena nuestro deseo infinito. Así fue la
experiencia del cor inquietum de San
Agustín, cuyo texto de gran belleza
se encuentra en su autobiografía,
Confesiones (libro X, n. 27):
Tarde te amé, oh Belleza antigua y
Nueva
Tarde
te amé.
Estabas
dentro de mí y yo estaba fuera
Tú
me llamaste, gritaste y venciste
Mi
sordera
Tú
mostraste tu Luz y tu claridad,
quitaste
mi ceguera
Tú
esparciste tu perfume y yo lo respiré
Yo
suspiro por ti, y te saboreo, tengo
Hambre
y sed de ti
Tú
me tocaste y me quemo de deseo,
de tu paz.
Mi corazón inquieto
no descansa
Mientras no repose en ti.
La felicidad plena, sin faltante,
se encuentra en la identificación de este Infinito y descansar en él. Por eso,
el ser humano es un proyecto infinito que solamente en el Infinito encuentra su
paz y su felicidad.
Los tiempos
de la felicidad: el pleno y el fugaz
Finalmente nos resta preguntar:
¿Será que la vida es avariciosa y no nos concede momentos de plenitud y de
felicidad plena? ¡No! Ella es generosa y nos permite el disfrute de momentos de
plena felicidad. Siguiendo el estudio de la felicidad Pedro Demo (La dialéctica de la felicidad. 3 vols. Petrópolis:
Vozes, 2001) Debemos considerar en la búsqueda de la felicidad dos tipos de
tiempo: el tiempo vertical y el
tiempo horizontal.
El tiempo vertical es el momento intenso, extático y profundamente
realizador: el primer encuentro amoroso, el nacimiento de un hijo, el haber
pasado un examen difícil. La persona está
feliz. Es un momento que irrumpe, muy plenificador y realizador, pero
pasajero.
Está el tiempo horizontal. Es el que se extiende en la
cotidianidad, como la rutina con sus limitaciones e inevitables aburrimientos,
inherentes a la vida familiar, a la relación de los hijos, como el trabajo, con
el movimiento, con las variaciones del clima, los malestares, entre otros.
Manejar sabiamente los límites, saber negociar con las contradicciones,
disponerse a renunciar por amor, mantener cierto sentido del humor que
relativiza las tensiones, sacar lo mejor
de cada situación; eso hace feliz a la persona.
Quizá el matrimonio nos sirva de
ilustración. Todo comienza con el enamoramiento, con la pasión y la
idealización del amor perfecto; que lleva a querer vivir juntos. Es la
experiencia de estar feliz: momento
de gran intensidad donde el tiempo del reloj ya ni cuenta.
Sin embargo, con el pasar del
tiempo, el amor intenso da paso a la rutina y a la reproducción de un mismo
tipo de relaciones con su desgaste natural. Ante esta situación, normal en una
relación, se debe aprender a dialogar, a tolerar, a sublimar y a cultivar la
ternura, pues ella es quien alimenta y renueva el amor.
Es el cuidado muto y el afecto sincero que impiden
la pérdida de la fascinante y que no deja que el amor muera ni lo deja virar en
indiferencia. Aquí es donde la persona puede ser feliz o infeliz.
Estar feliz es un momento fugaz. Ser feliz es un estado prolongado, siempre alimentado y recreado.
Cómo
alimentar ambas realidades (dualidad)
para la felicidad
La sede de la felicidad no
reside en la razón. La razón es fría, calculadora y es la base del mundo de la tecnociencia. Es impredecible para
conducir racionalmente los qué-haceres de la vida, pero la razón se muestra
insuficiente para las relaciones afectivas. La razón surgió hace apenas 6-7
millones de años. La fuente de la felicidad reside en el corazón, en la
inteligencia emocional y cordial. Que no
ha ganado centralidad en el mundo, pero que es más ancestral que la razón
instrumental-analítica. Nos remite su origen al surgimiento de los mamíferos
hace más de 120 millones de años. Al procurar a la cría cercana con el cuidado
y el amor. Los humanos somos mamíferos racionales, seres de afecto, de cuidado,
de amor, de sentimientos profundos y de incesante búsqueda de felicidad, que
demanda dejarse envolver afectiva y
cordialmente con el otro. Es ese envolverse lo que liga a las personas, que
recíprocamente van aprendiendo; la
diferencia aceptada las enriquece y juntas, van construyendo un mismo destino.
Para que irrumpa la felicidad
necesitamos crearle una ambiencia (dos energías mezcladas) hecha de cuidado y
de cariño. Hay que cultivar la ternura, sin la cual el amor no sobrevive y
acaba por minar las bases para la felicidad. Importa también adquirir la “resiliencia”
que es la capacidad de “darle la vuelta por arriba” ante las dificultades y
sacarles provecho; saber crear símbolos que revelen el afecto hacia el otro. El
efecto es hacer que el otro se sienta feliz. Los tiempos de espera son tiempos
que anticipan de la felicidad del
encuentro. Como decía el Pequeño
Principe, de Antoine de Saint-Exupéry, refiriéndose a la espera: “si tu
vienes a las cuatro de la tarde, desde las tres empezaré a ponerme feliz”. Si
los enamorados y los esposos vivieran ese tiempo de espera, ¡cuán felices no
sería!
El poeta Mario Quintana nos
ofreció una bella metáfora para comprender la felicidad y que escogimos como título
para nuestro ensayo: “El secreto de la felicidad no es correr atrás de las
mariposas; es cuidar del jardín para que ellas vengan a nosotros. Una vez más,
la felicidad no puede buscarse directamente. Es el resultado de la construcción
de un jardín, con afecto y con el corazón.
Espiritualidad:
secreta fuente de felicidad
Finalmente, importa resaltar un
dato, específicamente humano y que representa una fuente secreta de felicidad:
el cultivo de la espiritualidad. La espiritualidad no constituye un monopolio
de las religiones, si bien que todas ellas hayan nacido de una rica experiencia
espiritual. La espiritualidad es un dato de lo profundo humano, a partir de
donde percibimos la Presencia que permea a toda la realidad, el universo y a nuestra misma vida. Los neurólogos identificaron su base
biológica al percibir una aceleración sorprendente de ciertos neuronios cuando
abordan existencialmente temas del Sentido último, de lo Sagrado y de Dios. Le
llamaron a ese fenómeno el “punto Dios en el cerebro” (cfr. ZOHAR, D. A inteligencia espiritual. Rio de
Janeiro: Record, 2004). Es una especie de órgano interior (como tenemos los
exteriores) por el cual captamos la presencia de Dios en todas las cosas,
creando armonía y orden.
Pertenece al ser humano entrar en
diálogo con esa energía personal, poderosa y amorosa, llenarse de reverencia y
de devoción, orar, alegrarse y llorar delante de ella. Cuando nos sentimos en
la palma de su mano y percibimos que esa Mano nos acompaña con una mirada de
Padre y de Madre de infinita bondad, entonces podemos vivenciar una profunda,
serena e indestructible felicidad.
Nada es más consolador que oír y
creer en la palabra del salmista que nos susurra: “Dios ordenó a sus ángeles
que te protegieran por donde quiera que vayas” (Sl 91,11). O la del profeta
Isaías: “No tengas miedo, pues yo te liberé y te llamé por tu nombre; tu eres
mío” (Is 43,1).
La felicidad es una construcción
ardua, consecuencia de todo un modo de vivir recto e íntegro. Si naciera desde
adentro, nada podrá amenazarla. Nunca será plena y completa debido a la no
plenitud (implenitud) de nuestra existencia
en este mundo. Si así fuera, no anhelaríamos el cielo. La felicidad -
nos dice Pedro Demo – participa de la lógica de la flor: no hay forma de
separar su belleza de su fragilidad y de su muerte. Pero la felicidad es
posible y está dentro de las virtualidades humanas, pues es para eso que
existimos: para que brillemos y seamos felices.
Felicidad:
una presencia eventual, un deseo permanente….
Mario Sergio Cortella
¡La felicidad
es circunstancial!
No
existe la felicidad perene, La idea de felicidad como un estado permanente es
algo imposible, en la medida que buena parte de nuestros sentimientos positivos
se vive por la ausencia.
Lo
que se valora y le da sentido a un sentimiento es la ausencia. Si tuviéramos la
felicidad como un estado continuo, no la percibiríamos. Así como lo que le da
valor al agua fresca es la sedo lo que le da valor a una sabrosa comida es el
apetito. Un ejemplo que siempre doy es que el agua es absolutamente agradable
cuando el organismo necesita hidratarse, pero tomar diez vasos para un examen
de ultrasonido es absolutamente desagradable. Un alcohólico no tiene placer en
la bebida, tiene dependencia. Placer en la bebida se tiene cuando quien bebe ha
quedado sin beber por un tiempo.
La felicidad no es un estado
continuo, no puede ni debe serlo. Ni sería posible, pues eso pondría a la
persona cerca del estado de demencia. No confundas felicidad con euforia. La
euforia continua es un disturbio mental. A fin de cuentas, estamos en un mundo
donde hay atribuciones, pasos equivocados, turbulencias, problemas.
La euforia persistente es un
estado de alienación. Desde ahí se caracterizaría más como una enfermedad que
una expresión de felicidad, que es una vibración intensa de una sensación,
aunque momentánea, donde se tiene plenitud
e inmenso placer de estar vivo. En ese instante, en ese minuto, en esa
circunstancia, independientemente de lo que dure, aquello proporciona una
plenitud de vida, en que estar vivo es un magnífico don.
Si parto del principio de que la
felicidad es una circunstancia y no un estado continuo, surge la pregunta: ¿Es
posible alcanzar la felicidad? Si, varias veces, en varios momentos y en varias
situaciones. La felicidad es un horizonte y no un estado de reposo que
alcanzas. Esta idea es necesaria para que no te imagines que tu te preparas
para la felicidad y luego ella viene, en un cierto momento de la vida, donde creas las condiciones y ahí serás feliz. No. La felicidad es un
acontecimiento eventual.
Claro, es posible tomar
decisiones y prepararse para alcanzar los objetivos. Pero mucha gente alimenta
el ideal de “un día seré feliz”.
No. La felicidad no es un lugar
a donde se llega después de un tiempo. Cabe a cada individuo construir en la
cotidianidad las circunstancias para que la felicidad llegue de afuera. Por lo
tanto, la felicidad es una posibilidad para la cual se puede abrir la puerta
con una mayor facilidad o cerrarla. Cuando la persona está en un estado de depresión,
de naturaleza química, o está en un
momento de su existencia donde la amargura se va contra ella, la felicidad
tendrá las puertas cerradas, por cualquier brecha.
La percepción de la felicidad es
esa vibración intensa con un sentimiento de que la vida fluye dentro de mí y me
deja pleno. Ello significa que puedo tener la felicidad como un episodio, pero
no consigo tenerla de forma continua y ni debo tenerla. Si así fuese, no la
sentiría.
Eso exige un segundo paso. La
felicidad tiene que ver con la fertilidad. Tú sientes felicidad cuando sientes
fertilidad. Tanto que la palabra “feliz”, en latín felix, también significa “fértil”, aquello que es abundante.
Cuando un nieto recién nacido, me agarra mi dedo, me da una sensación de inmensa plenitud. Sé que
pasará. Pero vivo esa circunstancia como
un momento de fertilidad. La vida no cesa, vibra en mí. Cuando abrazo a mi
mujer, cuando estoy delante de una puesta del sol estupendo, cuando veo a dos
perros jugar, uno rodando con el otro, todo aquello que hace la vivificación
permite que yo sea capaz de gozar esas circunstancias. Eso tiene que ver con la
intensidad.
Puedo poner metas y proyectos que me van a
permitir la cosecha de esa fertilidad. Y dicha cosecha me lo va a facilitar. Se
que ahí no paro, pero tampoco puedo bloquear esas circunstancias, esos
momentos.
Felicidad y fertilidad. Momentos
como el terminar un libro, el finalizar un artículo, ecuacionar un problema de
geometría o un teorema, como en los tiempos de la escuela, nos hacen sentir
absolutamente fértiles. Da una inmensa felicidad disfrutar de una lectura
placentera, concluir una obra, estar en un convivio de amigos y parientes en
una comida y ver aquella mesa repleta de cosas y las ver a la gente sonriendo.
Eso da una percepción inmensa de fertilidad. La felicidad, al no ser un esto
continua, dado que eso la acercaría al delirio, es, por encima de todo, la
construcción de las circunstancias en que haga vibrar la vida. Tal como el
sonido vibra en la cuerda de un instrumento musical.
La felicidad se puede manifestar
como resultado de un proceso y también como gratuidad. ¿Cómo se entiende la
felicidad siendo gratuidad? Estoy caminando, mi nieta viene corriendo, me da un
beso en el rostro y me dice: “abuelo, te amo”, y se va corriendo. En ese momento
la vida vibra en mí. Y claro que la vida es también fruto de un proceso. La
felicidad que viene del trabajo y del su esfuerzo y la felicidad que viene de
la gratuidad.
La escena más expresiva de eso
puede verse en la película Amarcord (bajo
la dirección de Federico Felini, 1973, 127 min.), cuando el músico ciego toca
su acordeón, la lluvia cae y vuelan mariposas amarillas. El músico siente el
toque de las mariposas, escucha el ruido de la lluvia, la ceremonia del casorio
ya terminó, la gente se va lejos, y aquello es una expresión de completa
felicidad, pero es instantánea.
Hay personas que se ponen
felices con la obra realizada, aun cuando cada etapa haya sido ardua, y que
haya demandado un inmenso trabajo. Esas gentes no se ponen felices todo el tiempo
que dura la ejecución, pero saben que el resultado les va a felicitar, porque
ahí tienen fertilidad. Mirar la obra concluida hace florecer la sensación de
felicidad. Pero es un flashazo. Da orgullo pero no debe dar soberbia. Y lo que
nos felicita muchas veces es el orgullo de la autoría, sea del libro, del
plato, del diseño, de la educación de los hijos.
Hay gente que bloquea el pasaje
de esos momento en que es posible ser feliz. Y esa es una de las cuestiones más
serias en la vida. Existe gente que vive en
una amargura tan grande que se
habitúa y, más que eso, se complace en la amargura. Existen gentes que se
consideran saludables con la enfermedad. Se escudan en la enfermedad; para
muchas de ellas la enfermedad es el motivo de la vida. “Yo no soy… no voy… no
puedo… a causa de mi problema” y, por tanto, el sentido de la existencia se da
en esa amargura. Esa gente no es triste, es amargada. Porque la tristeza
resulta de una situación concreta. La amargura, la mayoría de las veces, es un
estado del espíritu.
Frecuentemente me preguntan:
“¿Eres feliz” Y respondo: “varias veces”. Nunca les digo: “si”, porque si
dijera “sí”, estaría enunciando un estado perene. Pero yo o soy varias veces o
no soy en otras tantas. Hago distinción entre ser feliz y estar feliz
porque ser feliz presupondría que yo estaría en un estado perene mucho mayor de
lo posible.
Me acuerdo, hablaba de la
escuela no sin razón, cuantas veces regresaba a casa con una tarea, en la
primaria, y la profesora de matemáticas o de geometría nos había dejado
resolver un problema sobre el cual me daba vueltas durante horas. La sensación
de haberlo resuelto me hacia reír solito. Por llegar al final del juego, y eso
era como ultrapasar las etapas del juego, y me reía solito. No en carcajada,
sino aquella sonrisa de plenitud. Me sentía vivo y fértil. “Fui capaz”.
Ese orgullo de la obra, no tenía
duda, lo siente de manera intensa alguien que salva una vida, alguien que es
capaz de aconsejar… Yo que soy profesor por más de 40 años, cuando un alumno me
encuentra en el restaurant y me dice: “Usted fue mi profesor hace 30 años”. Le
debo mi formación en ese campo por las clases que usted me dio”, en ese
instante, sacando el agradecimiento, siento una fertilidad inmensa. Eso
caracteriza lo que estoy haciendo distinción
entre una sensación de vitalidad plena y un delirio, que está marcado
por la alienación de ser alegre todo el tiempo.
¡La felicidad es compartir!
La felicidad también tiene que
ver con la realización en potencia, como recordaría el filósofo holandés Baruch
Spinoza. La capacidad de percibir aquello que tenemos posibilidad se va
realizando. Aristóteles hacia una distinción entre acto y potencia; esto es,
aquello que puedes y aquello que se realiza. Cuando yo puedo algo, que es
también lo que debo, y lo hago, se me facilita.
Pero va la tercera parte: “Es
imposible ser feliz solito”, recuerda Tom Jobim en la canción Wave. ¿Puedo ser feliz solito? Muy
poquito. ¿Por qué? Porque felicidad es compartir. Hace años paseaba por la
playa del Fuerte, en el estado de
Bahía, por una conferencia. Me levanté a las 5 de la mañana y fui a caminar a
la orilla del mar, descalzo. De repente, el sol comenzó a nacer. No quería ver
aquella imagen solito. En aquella hora, pensé en varias personas que deseaba
estuvieran conmigo.
Hago aquí un paréntesis para un tema que hablaré más
adelante: una parte de aquello que se llama hoy exhibicionismo en las
plataformas digitales y también una manera de compartir. Aunque algunos digan
que hay gente que a cada paso que da saca una foto para postear, existe ahí un
dato, que es el deseo de compartir. “No
puedo comer este magnífico plato delante de mi sin mostrárselo a alguien”. No
para demostrar lo que como, sino que es una forma de decir: “Mira que cosa tan
sabrosa, quisiera que estuvieras aquí conmigo”.
Bajo un determinado punto de
vista, es un aspecto que se asemeja a lo que pasa en la enfermedad, que es esa
capacidad de estar compartiendo todo el tiempo. La lógica de la enfermedad es:
todo lo que mejor tengo lo pongo enfrente; todo lo que los demás tienen de
mejor y que quiero buscar, no quiero apropiármelo.
La expresión en la canción Wave: “es imposible ser feliz solito”,
tiene mucho sentido, porque la canción es bonita, el paisaje expresivo y el
sabor agradable son parcialmente elementos de felicidad. A ellos les falta la
compañía de alguien. La felicidad exige complicidad. La felicidad requiere
tener un cómplice; de lo contrario, es limitada. Puedo hasta mirar hacia mí y
sonreír, pero si tengo alguien que sonríe conmigo, multiplico esa sensación. No
es que la felicidad sea imposible, pera ella se hace más exuberante cuando hay
un cómplice que pueda conmigo gozar aquel instante, aquella situación.
Si presencio el nacer del sol y
estuviera deliberadamente solito, en una búsqueda espiritual, ¿sería posible
tener esa sensación de felicidad? Sería como una sensación, a fin de cuentas,
el que estuviera creando las circunstancias
para ello. Tendría la misma intensidad. La diferencia es que habría
buscado aquello a propósito. El hecho de que personas en Rio de Janeiro, al
final de la tarde, aplaudan la puesta del sol es una reverencia como es ante
los alimentos, con la convivencia, como es con la búsqueda de un estado
espiritual al hacer un retiro, de modo que las perturbaciones no interfieran
negativamente en el estado de meditación que quiero llegar para poder gozar
alguna cosas.
Algo que me gusta hacer hasta
hoy es ver hormigas trabajando; eso me ofrece una paz de espíritu muy fuerte
por ese movimiento que tienen. Lo mismo sucede con el movimiento de las olas;
considero bellísimo el hecho de que se renueva el mar. Si creo las
circunstancias, voy a buscar la condición de hacerla.
Puedo inducir, por ejemplo, con
una bebida alcohólica; no por casualidad, en muchos idiomas se le llama spirit, que está relacionada la idea de espíritu y
ligada a la idea de aura. Las palabras “aura” y “espíritu” están conectadas. En
ellas está la idea de esperanza: spes
que significa “soplo”. “Aura”, “estornudo” y “espíritu” tienen que ver con eso.
Y las bebidas alcohólicas pueden sugerir un estado de felicidad imposible. Lo
que hacen ellas es crear euforia, pero no crean felicidad. Lo que crea felicidad cuando bebemos juntos
es el hecho de estar juntos, no la bebida. No casualmente algunas religiones
tienen la bebida como una forma de compartir. En varias prácticas religiosas
donde se busca reverenciar la vida, hay bebidas alcohólicas en el sentido de compartir, de conmemoración,
de recordar juntos, de confraternizar, de quedar como los fraternos. La
celebración, para que vuelva célebre, inolvidable, se hace con bebidas, pero la
bebida y la droga ilegal de cualquier naturaleza producen euforia. No es
posible suponer que un estado de calma se logre por la ingesta de cannabis sativa, por ejemplo. Ese estado
de espíritu inducido por el humo de la mariguana es artificial, no es una
producción directa del individua, no resulta de una paz que haya sido
construida.
Eso también vale para la bebida
alcohólica. Me gusta, por ejemplo, tomar un vino, una cerveza, pero tiene mucho
mejor sabor el vino cuando lo tomo en
una conmemoración, aunque esté solito. Ya me sucedió de pasar una semana
intensa, viajar a varias ciudades, dar muchas conferencias, firmar muchos
autógrafos en libros, dar y recibir muchos abrazos. Y, al llegar a casa, el
domingo por la tarde, lleno de vida, sentarme solito, tomar una copa de whisky
y saborearlo. Pero en esa copa de vino no saboreaba sólo el whisky en sí. Estaba saboreando la semana, el estar
vivo al domingo; sabía que en la secuencia me iba a reencontrar con las
personas que amo.
Me sentí potente, no como
poderoso, dominante, sino fértil.
Con Frei Betto, en el libro Sobre la esperanza: diálogo (ed.
Papirus), conversamos sobre sobre lo que entiendo como el más fuerte mensaje
que los cristianos han trasmitido hasta hoy. La cosa más bonita que haya visto
del cristianismo, que es una frase de Jesús y que está en Juan 10,10. Es la
idea más precisa de felicidad que haya visto: “Quiero que tengan vida y vida en
abundancia”.
Primero, ¿qué es abundancia? La
abundancia no es el exceso, no es el desperdicio, no es el desperdicio.
Abundancia es la presencia de lo suficiente sin restricciones. Abundancia de
comida, de trabajo, de afecto.
Sin embargo, lo más bello de la
frase, y por ello es la expresión de la felicidad, es que esta en plural. La
frase no es “quiero que tenga vida y vida en abundancia”. La frase es quiero
que “tengáis” vida. Esa expresión es fuerte porque es claro que quiero
abundancia, pero no sólo para mí. Soy capaz de ser feliz en algunos momentos de
manera individual, pero eso es restrictivo. Lo que de hecho me puede dar una
percepción de fertilidad es cuando esa circunstancia de felicidad es resultado
del compartir. Porque el compartir es lo que felicita en realidad.
Es claro que puedo tener mis
propios momentos. Por ejemplo: termino una conferencia sobre ética en la ciudad
de Concordia, en Santa Catarina en julio de 2015. Concordia es una ciudad con
intensa actividad agroindustrial, cuenta con 60 mil habitantes, y 5 mil
personas fueron en una noche de viernes a la conferencia de Ética. No fui para
engañar a las personas, ni para sacar ventaja de cualquier forma, ni para salir
victorioso sin tomar en cuenta a los demás. Fui hablar sobre Ética. Y estaban
presentes 5 mil espectadores.
Yo no fui quien llevó solito a
todas esas personas, claro que también fueron por mí; fingiría modestia. Pues
bien, cuando terminé la conferencia en un
gimnasio deportivo, después de 90 minutos, el público entero se levantó
para aplaudir. Todo profesor, todo conferencista, todo artista, todo músico le
gusto ese momento.
Porque esa felicidad viene junto
con Doña Mercedes, que me enseñó a leer y a escribir en Londrina, en el Grupo
Escolar Hugo Simas, con todos mis profesores y maestras. Vino con los amigos
con quien conversé, con la familia, etc. En aquel momento, era usuario de un
compartir inmenso; pero por otro lado no dejé de gozar. No salí de ese lugar
con la nariz agachada: ¡Ah! Yo soy ese y con una inmensa sensación de
fertilidad.
Mirando hacia mi trayectoria de
profesor, escritor, educador, yo era, sí, quien estaba en el estrado; pero era
una abundancia la que caminaba en un colectivo más amplio.
Algunos jóvenes no se imaginan
que nuestro país era mucho más pobre hace 30 o 40 años. Teníamos mucho menos
dinero circulando de lo que hoy se tiene. Por ejemplo yo fui el primero que
hizo estudios superiores en la familia, el primero que hizo doctorado. Hoy es
más común que la gente haga licenciatura. Y hasta con menos dinero hoy vamos a
más lugares y hasta comemos, a veces, en buenos restaurantes. Soy hijo de un
gerente de banco y de una profesora. Mi padre tenía recursos. Sin embargo,
pocas veces salíamos a comer fuera. Ese tipo de gustos no entraba en nuestro
circuito cotidiano. El carro, solo un tío lo tenía. Había menos recursos
materiales. Pero se daba un magnífico milagro generador de felicidad.
No podíamos salir a comer todos
los fines de semana. Lo más común era ir a comer a casa de un pariente. Pero
quien recibía no podía proveer alimento para todos pues había bastantes
restricciones. Entonces, cada uno llevaba un poco para compartir; alguien
llevaba pollo, otro lasaña, otro un pedazo de lomo, otro frijoles o arroz… A la
hora de regresar a casa todos llevaban su itacate más grande de lo que había
compartido. Eso no funciona en la economía, sólo funciona en el afecto. La
ciencia económica, de la forma en que hoy está estructurada, no toma en cuenta
eso. Cuando la ciencia de la economía se le conectó con la ciencia de la
Filosofía, sí se podrían esas cosas, pero hoy no. Desde el punto de vista aritmético, se tiene
algo que parecía una imposibilidad, que la suma de las partes ultrapasa todo.
¿En dónde está la felicidad? En
el compartir.
Tengo algunas sensaciones de
felicidad de la infancia, de una tarde de lunes, después de haber hecho la
tarea de la escuela, estar libre para hacer algo que hoy puede parecer extraño,
pero en esa tiempo era muy común, que era reproducir las batallas del mundo
romano.
En los años de 1960 había en los
cines muchas películas sobre el Imperio Romano, aquellos clásicos del cineasta
Cecil B. DeMille, con Charlton Heston, y aún no se daba la proliferación de las
películas de la Segunda Guerra Mundial. Yo tenía una capa de Centurión, un
escudo, la clásica espada corta romana, todo de plástico.
Alrededor de las 4:30 de la
tarde nos juntábamos los vecinos y llegaba todo mundo con sus mandos, espadas y
escudos, y revivíamos las batallas; sin lastimarnos pero sí golpeando las
armas. Cuando aquello terminaba, me iba a casa arrastrando el escudo, como si
fuese un soldado centurión al fin de la batalla: cansado, lleno de polvo. Al
entrar a la regadera, me daba una gran felicidad, una sensación de vida plena,
una alegría por estar vivo; no sólo por vivir sino por sentirme viviendo.
Vivir es automático, pero
sentirse viviendo no lo es. No es por casualidad que una parte de las
religiones trabaja con la idea de aprender a respirar de un modo que tú no solo
vivas, sino que percibas la vida fluyendo de forma sistólica y diastólica.
Existe una preferencia de la naturaleza por la sístole y diástole; puede que
sea ese el secreto por lo que nuestro pulmón se expande y se encoge, nuestro
corazón se expande y encoge, nuestro sexo se expande y se encoge. Y nosotros
también, desde un blastocito hasta un organismo complejo y después el camino de
regreso.
Esta idea no es sólo de vivir la
vida, sino de sentirla, y de percibirla como regalo. No estoy poniendo en eso
cualquier aire de religión, sino de religiosidad, sin duda. Ese misterio del
cual participo, que me hace ponerme alegre cuando veo a mi alrededor la
naturaleza o la misma obra humana, cuando veo algunas de las máquinas que somos
capaces de producir, de una ingeniosidad admirable, me hace sentir feliz por
ser humano.
¡La felicidad
es desbordamiento!
Alegría, bien-estar, euforia… La
felicidad es un estado superior de algunas de esas buenas sensaciones.
La Alegría es un componente de
la felicidad, porque la felicidad, porque la felicidad no es triste; pero la
alegría no agota a la felicidad. Es una de las formas por las que la felicidad se puede mostrar.
Pero la alegría no significa una vibración intensa de la vida. No es una
sensación de plenitud de la vida, es sólo un momento en que escucha salgo, ves
algo y te pones alegre. Los niños corriendo en la escuela; esa escena es de
absoluta felicidad para ellos. Están alegres, riendo, jugando, pero salir
gritando, con los brazos abiertos y mecerse en un columpio, o enredarse en una
cuerda y ponerse a dar vueltas, son expresiones de felicidad. La alegría no
agota la idea de felicidad.
El bienestar es otro aspecto que
no llega a ser sinónimo de felicidad. Yo puedo tener bienestar en el momento
que siento que el sillón es confortable, tengo apoyos y la temperatura es
buena. Siento un bienestar, pero no voy a decir que estoy feliz.
Euforia viene de la expresión foros, que en griego, es “aquello que
lleva”. Euforia es lo que transporta el bien. El bienestar no se puede confundir con la
felicidad, la felicidad incluye el bienestar, la alegría, la euforia, pero no
se limita a eso. Estar solo eufórico no significa que estés feliz. Puedes
alcanzar ese estado inducido por alguna droga, como ya se demostró.
Yo prefiero suponer que la
felicidad es la percepción de la abundancia de la vida. Cuando percibo que la
vida en mi es abundante y cuando puedo compartir eso aumento mi posibilidad de
felicidad.
La vivencia de la felicidad, cuando
esta disminuye, no excluye ni la alegría ni el humor. A veces me preguntan de
dónde viene parte de mi buen humor. La
misma idea de humor está ligada a fluidos, a líquidos que circulan. Me gusta
estar de buen humor, pero no quiero parecer un bobo alegre.
Parte de eso lo aprendí con mi
padre, desde el desarrollo de mi crianza. El buen humor es cuestión de actitud.
Si tu te formas en una familia o en un grupo donde las personas están de buen
humor, también tú empezarás a ser y estar de buen humor. Si estás en una
familia malhumorada, pues no tienes salida.
Nací en Londrina, Brasil, y
hasta mis 12 años de edad en esa parte del estado de Paraná no había carreteras
asfaltadas. Todos los caminos eran de terracería. Mi padre viajaba en jipe, con
techo de lona, y en algunas épocas del año en Paraná hacía mucho calor, y el
polvo se levantaba por todos lados. Todo empezaba cuando llevaba por la noche,
cubierto de polvo de arriba abajo, sólo se le podía ver el blanco de sus ojos.
En vez de llegar y lamentarse de
la vida, discutir, chingar, mi padre decía: “Mira como soy bendecido. Hoy se
rompió el jipe en el camino y no llovió”. Y nosotros, en vez de verlo con lástima,
lo veíamos muy bien por el modo como lo decía. En otra ocasión dijo: “Mira como
le gusto a Dios, se me acabó la gasolina a tan solo dos kilómetros para
llegar…”
Lo que nos enseñaba: Cuando tu
miras una puerta, tienes que prestar atención en la cerradura, pero tienes que
poner mucha más atención en la manzana. No puedes abrir una puerta sin saber
que tiene una cerradura, pero la gente se fija tanto en la cerradura que no
ponen la necesaria atención a la manzana. Y la vida como solución de fertilidad,
está hecha de manzanas y no de cerraduras.
La propia naturaleza hace eso.
Encuentra sus caminos. ¿Será que la humanidad se acaba? Es una
probabilidad. ¿Será que el planeta
estará más feliz sin nosotros? Como no podemos aplicar ese concepto de
felicidad fuera del mundo humano, está difícil cualquier formulación, pero es
posible afirmar que estaría menos agredido el planeta si detuviéramos el nivel
de maleficio a la que lo sometemos. Otro día, en una materia sobre la vida en
otros planetas, cité al escritor carioca Millor Fernandes, que decía que la
prueba más concreta de que existe vida inteligente fuera de aquí es que ellos
nunca han venido a visitarnos…
Ahora cuando Tom Jobin habla que
es imposible ser feliz solito, es porque gozar de felicidad solito es posible,
pero no por mucho tiempo. Puedo hacerlo, pero me voy a encontrar con muchas
circunstancias que niegan esa percepción. No es que sea necesario pensar solo
en quienes están sufriendo en otro lado, sino es que nosotros somos no somos
seres capaces de la felicidad, sino somos capaces también de la compasión.
La compasión es un sentimiento
necesario para nuestra humanidad, pero vemos que la compasión bloquea a la
felicidad exclusiva. No se puede ser feliz con las vicisitudes que se dan todo
el tiempo.
Estaba viendo una materia sobre
un campo de refugiados en el norte de Irak, en el Estado Islámico (EI) estaba
oprimiendo a la minoría religiosa, que es mucho anterior al islamismo. U el EI mata a las mujeres y a niños. Aun
así, los niños estaban jugando. La flor también se da en medio del asfalto. La
naturaleza resiste. De repente, una planta brota en un lugar absolutamente
improbable. Un venado aparece paseando en el bosque. Un águila posa arriba de
una antena de televisión.
La vida resiste, transborda. E esa
es otra percepción que tengo en relación a la felicidad; la del desbordamiento.
Siempre digo eso. Cuando pones agua en el vaso, el agua se hace como el vaso,
queda presa por la forma del vaso. Pienso que la vida compartida es aquella que
transborda. El agua parada apesta, se vuelve inútil y se pone sucia. Un agua
para fertilizar tiene que salir de donde está contenida. Ese contenido necesita
traspasar los bordos del continente. Por eso, una de las fuerzas mayores de la
idea de abundancia para mi es no sólo el compartir como la donación voluntaria
de aquello que la vida expresa, sino la encarnación de la caridad.
El concepto de caridad, visto de
un modo más positivo que solo el servicio prestado a otra persona, es muy
fuerte. En el griego arcaico, la noción de caridad es ágape, la idea de amor
fraterno. Por eso, la caridad aparece entre las virtudes teologales del
cristianismo y, más tarde, del cristianismo católico, que son: fe, esperanza y
caridad. Pero la caridad entendida en el sentido clásico de amor fraterno. Y no
caridad como limosna filantrópica, aquella en que “voy ayudar a los otros
porque tengo suficiente”. No es esa lógica, sino algo más elevado que esa
condición.
Muchas veces esa sensación de
felicidad resulta de hacer algo que, mirando a la distancia, se vuelve menor.
Me acuerdo que, alrededor de mis 14 años, pertenecía a un grupo que hacia
visitas de apoyo en algunas colonias pobres (favelas) cercanas al pico de
Jaraguá, en la ciudad de Sao Paulo. Los domingos los pasábamos allá, ayudando a
las personas, platicando con ellas. La mayor parte de aquellos pobladores eran analfabetas y les escribíamos cartas a
sus parientes, etc. Salía de ahí con una felicidad inmensa. El hecho de ser
útil para otras personas me daba la sensación de felicidad.
Hoy, mirando a distancia, diría
que aquella felicidad era muy reducida. Era real, salía de ahí feliz por haber
ayudado a los demás. Y de vez en cuando pensaba: “¿Será que estoy feliz porque
ellas son ayudadas o porque las ayudo me siento superior?” Esa pregunta me
inquietaba; venía a mi cabeza: “Estoy ayudando; por tanto, yo soy bueno”.
Poco a poco fue separando lo que
era una percepción equivocada – en que yo hacía algo para sentirme bien – de la
causa por las que ellas estaban mal. En el momento en que yo lograba hacer un
movimiento en dirección hacia las personas necesitadas –de ayudarlas porque
ellas estaban mal y, por tanto, tener un amor fraterno -, más que pro sentirme bien de hacerlo y
aquello que aquello fuera un motivo para mí mismo, y con ello conseguía ponerme
feliz de nuevo.
Toda vez que yo logro compartir
mi conocimiento – que es mi actividad -. Quiero que la otra persona lo tenga,
dado que aquello también le hará bien a ella, y eso es algo que apenas me
exalta porque yo soy punto de partida; el gozar, el aprovechamiento o el
degustar es mucho más fuerte que la mera donación.
Ver la abundancia puesto desde
este modo, y remitiendo a la pregunta que da el título a este libro: La Felicidad se fue?, puedo responder:
“A veces”. La felicidad se va y puede irse y regresar como las aguas del mar.
¿La felicidad siempre se va? No. ¿En medio del campo de refugiados puedo ver
situaciones felices? “Claro”. ¿Puedo ser feliz en el campo de refugiados?
“Claro que sí”. Esa existencia nos transforma.
Pero eso no significa que me voy
reprimir al punto de hacerme duro en torno a la idea de felicidad: “No puedo
ser feliz en un mundo que sufre, donde hay hambre”. Esa coraza de que
“yo no puedo” es muy reduccionista.
No puedo tapar la existencia de
los malos; pero no puedo hacer que los malos tengan algunas victorias. Esto es,
más allá de producir el sufrimiento que producen, aun sueldan en mi las grietas
en que la euforia de una vida más fértil pueda volver.
¡Felicidad es sencillez!
Tengo una frase: “La persona
tanto más feliz cuanto menos llaves tenga”. Porque cuantas más llaves tienes,
más te atrapan las cosas que, en vez de poseerlas, ellas te poseen, pues
requieres estar pensando en ellas todo el tiempo. Digo que el hombre feliz es
aquel que tenga una llave, que puede ser de su casa o del lugar donde viva.
Pero si tengo otras llaves para el cofre, para el escritorio, para el carro,
para la casa de la playa, para la otra casa, todo eso me aprisiona. La
reducción del manojo de llaves es una indicación de nuestra felicidad. Muchas
veces las llaves son las cosas que me poseen, no de mis propiedades. Tanto que
por las cosas que abro con esas llaves, muchas veces duermo poco, me enfermo,
me encuentro con pocas personas.
Relacionar la felicidad a la
idea de consumo a tal punto que provoca más infelicidad que placer de tener
algo que ya se conquistó, es una demencia. Es un síntoma de la enfermedad del
siglo. Se pone la idolatría del consumo como el factor principal que genera la
felicidad. Pero es todo lo contrario. Algunos dicen que el pobre es más feliz
porque tiene menos problemas y menos cosas qué pensar. Es una tontería. Una
persona no puede ser feliz si tiene carencias. Lo que pasa es que muchos toman
la vida de forma más simple. , menos marcada por la propiedad, esto es, con un
número menor de llaves, y con más simpleza para admitir que, en los momentos en
que la felicidad puede emerger de manera más espontanea para hacerse presente.
Por más extraño que eso parezca,
existe todo un mundo de consumo que pasa es percepción de que si eres
propietario, entonces eres feliz. Es claro que ese mecanismo se vuelve
insaciable. Usaré otra frase que me gusta del teólogo San Agustín: “No sacia su
hambre quien lame pan pintado”. Tú no matas el hambre al quedarte lambiendo el
diseño de un pan. Y ese consumo desesperado es solo una representación, porque
tener por tener nos remite a lo que recordó Millor Fernandes: “Lo importante es
tener sin que el tener te tenga”. El consumo compulsivo es una desviación. Aun
así, ese tipo de comportamiento encuentra una grande adhesión de quien tiene
recursos. Quien no tiene pasa a luchar con el sufrimiento y la frustración de
no tener. Y existen también los medios masivos de comunicación que trabaja todo
el tiempo induciendo en esa dirección. Ahí la gente entra en un campo de
masacre ideológica a partir de una determinada perspectiva.
Por otro lado, se nota
también un movimiento, por parte de
aquellos que son poseedores, desairando al mundo del consumo desesperado.
Curiosamente, los primeros pasos de desapego vienen de las élites. Como eso de
hecho no felicita, la idea de desapegar comienza aparecer como un valor. Y eso se transfiere
después como ideología, por medio de la música, del arte, para las otras generaciones.
Generaciones que no comenzaron aún a consumir. Es ahí donde se crea un choque
de percepciones y deseos. Aquellos que ya son grandes poseedores se quieren
desapegar y aquellos que nada tienen y
quieren entrar en el mundo del consumo. Vivimos ese desequilibrio.
Esa es una cuestión que extrapola
las diferencias de clase cuando se piensa en la capacidad de que el planeta
atienda con sus recursos las demandas de consumo. Es un tema para que la
sociedad reflexione y adopte nuevos hábitos de consumo. Mínimamente, para que
tengamos posibilidad de ser felices, sin la amenaza de extinción de nuestra
especie.
Algunas prácticas religiosas
residen la felicidad sólo en la muerte. No es raro que cuando una persona muere
se diga: “Qué mirar sereno”. Mientras tú lloras el que está ahí guarda una
fisonomía serena. La palabra “cementerio” significa en griego, “lugar para
dormir”. Donde se encuentra la paz. Pero la felicidad no se da sólo con la
presencia de la paz. Podemos tener felicidad en medio de una situación
turbulenta. El escritor francés Voltaire
jugaba con eso cuando escribió Cándido, donde el personaje que da
título a la obra está caminando entre dos ejércitos que se masacran, con sangre
por todos lados. Aun así, creye4ndo lo que decía su maestro, Pangloss,
imaginaba estar en el mejor de los mundos, y salía feliz en medio de la
masacre. Pero no era feliz; se está siendo tonto, está enajenado. Por eso es
que mencioné que hay diferencia entre felicidad, euforia e insensatez.
Lo que algunos captan como
dificultad es lo cuán grande es la seducción de la sencillez. Es de moda
hospedarse en las favelas en Rio de Janeiro. Llegar de fuera y estar en una
favela y participar de una “frijolada” del sábado; ir a un día de campo bajo
los árboles. Hay veces que el sujeto viene en primera clase y hay todo un encanto
por “pertenecer a una escuela de samba”, donde la gente es tan feliz porque
enseña y se divierten. Todas la telenovelas que gustan y que no es la época,
contiene un núcleo de gente pobre y feliz. La gente que le gusta verse en el
bar, que va a la plaza, que se junta por
la noche, con sandalias, en bermudas, con
camiseta de niño y ahí se ponen a cantar, en amenas conversaciones.
Claro que eso es la idealización de la pobreza. Pero esa felicidad también
existe. Todas las veces que vi alguien de las élites económicas que iban al
lugar donde vive la gente en condiciones muy precarias, sentía la percepción de
que había ahí había felicidad. Hasta en las cosas más dura de hacerse como es
batir el cemento, levantar concreto, acarrear agua, bajo el sol Pero luego viene la carne asada
con música encima de la faena.
Uno de los equívocos del modelo
ideológico de algunos grupos políticos que asumieron el poder recientemente –
eso Frei Betto dice en una entrevista en 2015 -, es que el gobierno dirigió
todo el esfuerzo económico hacia el consumo, en vez de dirigirlo hacia una vida
colectiva más sólida. Se observa en los últimos años en Brasil una cierta
revuelta de las élites con la felicidad de los pobres en algunas situaciones.
La felicidad en el modo de caminar, de cantar y de estar. Es un contrapunto muy
significativo a esa existencia media falsa de las élites, donde es
necesario representar todo el tiempo,
donde la persona está siempre como un personaje. Esa constante escenificación
provoca infelicidad, porque ese es un modo de no ser auténtico.
Una de las cosas que genera
felicidad es la autenticidad. Te pones feliz cuando eres lo que haces, lo que
hablas, lo que muestras. Eso te deja enterito, la vida vibra con más
fuerza. La no autenticidad conduce al sufrimiento.
A fin de cuentas, auténtico es aquel que coincide consigo mismo.
No tengo ninguna fijación en un
carro; jamás tendré un Lamborghini, un Ferrari, porque no me gustan los carros,
no me encantan. Tampoco tuve un reloj que cuesta más de 20 dólares. Porque para
mí tiene una sola finalidad: mostrar la hora. Nada más. No es que sea yo un
simple. Si voy a tomar wiski quiero un wiski bueno. Si fuera 12 años, mucho
mejor. Y de 18 años me animo más. No es que sea simple, sino que hay cosa del
mundo del consumo que no me encantan. Y no es porque otros tienen algo que yo
quiero también.
Pero, en general, la gran marca
del sistema es hacer como que la gente
sea infeliz por las privaciones. Hasta la propaganda, que ahora está bloqueada
para los niños, trabaja mucho en ese sentido: “Tu papá no tiene ese
carro”, “no tienes esa muñeca que tu
amiguita ya tiene”. Es una canallada hacer una propaganda que induce a la
persona a suponer que la no propiedad de un bien sea una marca para bajar la
estime de sí mismo.
Muchas personas, sin embargo, si
no tienen algún producto de moda, alguna novedad tecnológica que los demás
tienen, se sienten excluidos.
Es válida la idea de Tom Jobim
de que es imposible ser feliz solito, el mundo digital, en que las personas
están conectadas y compartiendo información casi todo el tiempo, ¿será el reino
de la felicidad? Así no está bien.
Es innegable el exhibicionismo
tan fuerte que existe en el universo de las redes sociales, como si tuviéramos
que satisfacer a los otros. Da la impresión de que si alguien no muestra que
está en la playa, en una encantadora ciudad o que está comiendo un delicioso
plato, lo van admirar menos. Eso también cubre algún problema de autoafirmación
que tienen algunos. . El tipo de postal de la foto de un paisaje o de un plato,
que es un fiesta y que se subtitula: “Deseo tanto que estuvieras conmigo”. Hay
otra postal que es pura exhibición: “Mira donde estoy”, “ Mira cómo soy feliz.
No me vayas a olvidar”.
Esta idea de una fiesta
exhibicionista sigue la lógica que “Soy feliz, pero necesito demostrar y alguien tiene que decir que gozó. Y eso hace
sentirme más apreciado”. Pero el hecho de sentirme más apreciado no significa
que esté viviendo un momento de esa situación. Hay gente que tiene mucha más
alegría en mostrar lo que está comiendo que la degustación del plato. En ese
momento es más un simulacro que un disfrute. La persona necesita identificar si
lo que le gusta es hacer o lo que hace o
es mostrar lo que está haciendo.
Esta vida modelada por likes y unlikes es muy extraña. Y hay gente que se siente muy infeliz
porque manda un email como si tiraran una botella al mar con un billete adentro
y no regresa. Hay algo equivocado cuando empiezas a medir tu nivel de felicidad
por el número de seguidores, más que eso, los llamas “amigos”. El otro día en
un debate alguien decía que tenía más de 10 mil amigos. Le dije: “no es
posible, no conozco a nadie que tenga más de diez amigos”. Puedes tener
conocidos, colegas, pero amigo es otra cosa, tiene que ver con el afecto
dedicado.
La idea de que necesito que me
vean para ser feliz. El anonimato como resultado de un desprecio, de un
abandono, puede sí, en este mundo digital, hacer infelices a las personas. No
es casual que las redes sociales han aumentado las perspectivas de suicidio en
algunas sociedades. Si la persona no se siente reconocida, recordada, gozada,
puede ser dirigida a la infelicidad profunda, que lo lleva a la tristeza y a la
depresión.
Claro que hay gente que logra
conectar en las redes cosas que las ponen felices, aunque sea por un momento,
como es la felicidad. Encontrar a la “banda”
en el gimnasio, después hacer una reunión, por una ocasión. En la primera vez, todos
contentos, recuerdan lo que jugaban con la profesora, con la sirvienta; en la
segunda ya no tienen tema porque cada uno siguió su vida.
Aun así, ese episodio de
reencuentro donde su historia comienza a tener sentido, rechaza lo que la
película Blade Runner (dirigido por
Ridle Scott, 1982, 117 min) busca trabajar. Si eres respondón, no tienes
memoria. Cuando tienes memoria tienes vida de verdad, no eres una máquina.
Está claro que esas conexiones
que preservan la memoria, aunque se fugaz, me lleva a gozar un paisaje, gustar
un platillo, sentir a alguien y cartear. Las cartas tienen varios sentidos.
Grande es el nivel de dependencia que algunas personas han llegado con esas
plataformas digitales, generando grandes angustias por llegar a quedar
desconectados.
Felizmente, eso no sucede a
todos; hay varias gentes que rechazan esa lógica. Son personas más auténticas.
¡La Felicidad es transitoria!
Si la vida es buena, ¿será que
va a empeorar? Es verdad que existe cautela en relación al goce muy intenso, a
la vibración muy grande. Nuestros abuelos decían: “No hay mal que siempre dure,
ni bien que nunca se acabe”. En esa hora, en grande estado de euforia, de
animación, de vitalidad, de vibración, vamos imaginar: “Eso va a terminar”. Esa
expectativa acaba generando ansiedad; mucha gente a nuestro alrededor nos
alerta: “Estás muy alegre, sosiégate”. La canción La felicidad de Tom Jobim y Vinicius de Moraes, también nos
alerta: “Tristeza não tem fim / felicidade, sim”.
Por lo tanto, existe un gran
entorno alrededor de la idea de
felicidad como si ella fuese un derecho parcial, esto es, a ser consumido con
moderación. Y esa visión nos alerta en relación a la felicidad que no se debe
entender como algo permanente, se sitúa en la idea de felicidad como ¿un estado continuo, y no como una idea del
momento, de la ocasión específica en que se aflora esa condición de ser feliz.
Si yo entendiera la felicidad
como un estado parmente, como u motivo perpetuo, es obvio que sufrirá
interrupciones en varios momentos, porque la vida real está mezclada con
perturbaciones y turbulencias.
Nunca olvido de un cuadrito de Frank and Ernest (creado e ilustrado por
Bob Thaves y, posteriormente, por su hijo Tom Thaves), donde Frank está sentado
ante un psicoanalista en aquella mesa llena de pipas, atrás, unos cuadros de Freud, y tiene sólo una expresión: “No
quiero huir de la realidad, doctor. Quiero que ella me deje un poquito en paz...”
Como sabemos que no existe – en
contra de lo que el filósofo alemán Emmanuel Kant tal vez supuso – paz perpetua
– que es el nombre de uno de sus proyectos (La
paz perpetua, 1965) – o la felicidad continua, esa idea de que tú puedes en cualquier momento tropezar
es inherente a la posibilidad de la felicidad de que no es un estado continuo.
Nosotros mismos, sin embargo, analicemos esa
idea. Por ejemplo, yo desconfío de mí mismo,
una y otra vez, cuando estoy en un momento de intensa vibración vital. “Está
muy bien, alguna cosa puede suceder…” Esa forma de expectativa, esto es, la
espera de lo que será negativo, es una señal de inteligencia. Como somos un ser
histórico, al contrario de otros animales,
tenemos una percepción del pasado, presente y futuro. En ese sentido,
porque miro mis propias experiencias anteriores, soy capaz de imaginar –no del
modo de Pavlov, de estímulos y respuestas, sino por densificación de
experiencias: aquello que estoy viviendo ahora, con la percepción de algo no
continuo. Y por consiguiente, mantenerme también en la espera de lo que vendrá
en relación a lo negativo.
A veces caemos en la trampa de
personas que se irritan con aquel momento feliz y se quedan hablando – y hasta
maldiciendo – sobre eso. Yo siempre jugueteo que hay una diferencia entre la
madre alemana y la madre latina. La madre alemana avisa: “cuidado que te puedes
caer”. La madre latina grita: “Te vas a
caer de ahí”.
La primera es alerta, la segunda
profetiza, que hasta puede llegar a realizarse para que aprendas. Si no aprendes en el cuidado, aprendes en el
hecho equivocado.
Es muy usual encontrar personas
por la vida que, cuando estas en un momento feliz, se sienten obligadas a
decir: “Cuidado no siempre es así”. No es que, a veces, no logre compartir contigo ese momento. La intención de esas
personas es decir aquello para protegerte.
Pero sabemos que no siempre es
así. Sin embargo, necesitamos ser alertados de varios modos. Por ejemplo,
cuando mi equipo de futbol obtiene una estruendosa y magnífica victoria,
estando en el estadio en ese momento feliz compartiendo con otros aquella
situación, es evidente que sé que puede perder más adelante, como otras veces
ha sucedido. Pero no quiero que aquel momento se interrumpa. No tiene cabida ningún
ser rompe-placeres en esa hora. Y algunos se autosabotean: “Bien, así estoy yo.
Entonces será un aviso de los dioses de que algo va a suceder”. Es como si
dijera internamente: “No puedo, no tengo derecho de ser tan feliz”.
Sí, existe la posibilidad de que
suceda alguno negativo, pero no es
obligatorio, ni mecánico. No hay una conexión directa entre el estado de
euforia, felicidad, vibración y los momentos de amargura. Como si el dicho se
invirtiera: “Después de la calma viene la tempestad”. Claro que no.
Tengo otra estampita, de Angeli,
que guardé durante años en mi agenda. Son cuatro escenas. En la primera, una
mujer está saltando en medio del pasto y el sujeto que la acompaña le pregunta:
“María, ¿por qué saltas tanto? En el segundo cuadro, se le ve que está muy
vibrante. En el tercer cuadro, una piedra le pega en la cabeza. En el cuarto, el cuate que la acompaña y que
le lanzó la piedra dice: “antes que haga alguna tontería”.
Todo eso, claro, dentro de la
perspectiva de cuando la felicidad, en
algunas circunstancias, es irracional. No dudo de que es verdad, pues toda
emoción muy fuere, la que nos hace vibrar, ya sea de odio, de alegría, de la
felicidad, de la tristeza profunda… perturba la reflexión. Siendo arrebatada,
aprisiona, eleva o hunde, y quita una parte de la capacidad de discernimiento.
Y sólo obtenemos esta percepción
porque vivimos con otras personas. Claro, hay momentos que logro gozar solito
en estas condiciones. El otro día estaba viendo una estupenda puesta del sol en
el sur del estado de Bahía, después de haber dado una conferencia en el hotel
donde estaba hospedado, y aquello me llenó de un modo intenso, de poder
participar de aquel misterio – al mismo tiempo creador de aquello como alguien
que lo merecía – que nada me iba a romper ese momento. Sabía que no iba a
durar, pero no tenía importancia. El cantante Vinicius de Moraes captó el
misterio: “que sea eterno mientras dure”, que es un verso de una gran profundidad.
Solo los tontos se quedan en la mera y continua fluidez en vez de percibir el
instante en que aquello aflora.
La persona que crea obstáculos a
mis momentos, sólo por el deber que siente de decirme que la felicidad no es un estado continuo,
actúa como los idiotas de la objetividad, en la expresión del escritor de
Pernambuco, Nelson Rodrigues. El idiota de la objetividad es alguien que dice:
“La vida es así, ¿no entiendes? Y con ello rompe mis alas. Una cosa es hacer lo
que hace el padre de Ícaro, que dice: “No haga eso, porque te vas acercar mucho
al sol” Otra cosa es decir a Ícaro: “No vueles”. Son posturas muy diferentes.
Me gusta jugar con una frase,
sin autor definido: “No soy supersticioso porque pienso que el azar se
da”. La idea de la superstición es muy
fuerte dentro de nuestra convivencia. Existe una serie de ritos y mitos con los
cuales convenimos para poder dar una cierta lógica a nuestra propia existencia.
Si no tuviéramos superstición, el mundo sería más irracional de lo que ya
es. A pesar de que la superstición es
una irracionalidad, el mito, especialmente el supersticioso, da mucha más
racionalidad, pues ofrece explicación de aquello que no la tiene: “Eres más
rico que yo porque tienes suerte”, “Tuviste éxito porque tuviste protección”. Y
¿qué es el mal de ojo? Es la capacidad de minar tu fuerza y tu energía. No se necesita del mal ojo para
que las cosas salgan mal. Las cosas se
darán de algún modo, no obligadamente, diría Murphy, sino como posibilidad. A
fin de cuentas, la vida es un proceso, proceso es cambio, y el cambio también
va en direcciones no deseadas. No podemos, por tanto, tomar a la superstición
como un elemento a descartar. Al contrario, la superstición, la mitología, y lo
que es el campo de “hechicería de la vida”, es un elemento clave para la
racionalidad.
Lo sobrenatural del personaje
Almedia, creado por el escritor Nelson Rodrigues, responsable de hechos
inexplicables, tiene que existir. Si no existiera lo sobrenatural de Almeida,
no habría explicación. Cuando se dice que el futbol es una cajita de sorpresas,
lo es de hecho. Pero para que yo explique cosas absolutamente inexplicables,
necesito de la superstición; por eso la superstición es un elemento de la
racionalidad. Y cuando alguien me hace mal de ojo, cuando alguien hace un
trabajo contra mí, cuando alguien dirige algo hacia mí es señal de que existe
el lado de quien lo hace – cuyo anhelo es que yo no esté de ese modo -, sino
también que existe mi lado racional, como se (si me) dijera: “¿Estás viendo? No
iba a durar”. `Toda esa gente a mi alrededor (que) está queriendo mi caída me
estaba disecando. No había otra forma”. La superstición es una gran llave del
orden del cosmos en una realidad que, en gran medida, se asemeja al caos. La
superstición es el sujeto que da sentido a la realidad caótica junto con la
razón que además ordenan el cosmos y todo aquello que es nuestro desorden. Y le
da sentido: “¿Ya vez? Se ha esfumado. No la hiciste de plano.
Hay gente que piensa que el
camino para obtener la felicidad se da por medio de algunas conexiones con
fuerzas misteriosas. Eso puede entrar en el campo de la superstición, puede ser
un componente de religión stricto sensu, puede
estar ligado aquello que en el pasado se llamaba mitología. De cualquier
modo, “si no agrado a los dioses, ellos
se pueden molestar conmigo, y entonces el cambio es muy fuerte”. Viene de la
mano de augurio.
Por eso Voltaire tiene una frase
que uso mucho: “Dios está contra la guerra, pero se pone al lado de quien
dispara bien”. Quien vence es quien dispara bien. ¿De qué lado esta Dios? De
los dos.
Los griegos resolvieron eso de
un modo fácil, hace 2500 años. Cogieron al Olimpo y dividieron a los dioses en
simpatizantes y antipatizantes (adversarios) de uno o de otro grupo. Los dioses
no estaban todos al lado de los griegos. Lo curioso de la pléyade griega de
divinidades es que una parte apoyaba a los enemigos de Grecia y otra parte
apoyaba a los griegos, los dioses griegos. Por tanto, solucionaban fácilmente
el problema: las fuerzas superiores comandan y la gente sólo vive.
Eso toca otro tema, que es la
comprensión que mucha gente tiene de la vida como tragedia, por tanto de algo
que está fuera de mi capacidad de control, y no la vida como drama. El
cristianismo introducirá, a partir del judaísmo, una concepción dramática de la
historia del individuo y de la sociedad.
Vida es elección. Al grado que en la lógica judía, lo que Adán y Eva hicieron
fue resultado de una elección. Se les dijo: “No lo hagan”. Y lo hicieron porque
quisieron. Esa es una concepción dramática. El drama es una construcción
humana, que es perturbadora, pero tejida por el propio ser humano.
La concepción greco-romana es
trágica. Esto es: “Lo que hace tu elección que hagas, los dioses ya lo
decidieron”. Tu elección es absolutamente indiferente. La única cosa que tu
escuchas en el teatro es la carcajada
de los dioses. Se ríen del esfuerzo humano por hacer lo que está intentando
hacer. “Al fondo, fondo, su sangre correrá de la misma forma, lo vas a ver.
Eres el chivo expiatorio”. Además, “tragedia”, en griego significa “el canto
del chivo”, tragoi.
Nosotros los occidentales
especialmente como nuestro país, aún con una formación cristianos en larga
medida, encaramos al mundo como drama; nuestra percepción en cuanto a la
felicidad o infelicidad es trágica. Gran parte de la gente deposita en las
manos de Dios el resultado que tendrá a partir de la fuente que emana. Por eso,
cuando el jugador de futbol dice “Dios me glorificó” o “Dios no quiso”, es una
cuestión que está fuera de la persona, no fue ella quien lo hizo. El movimiento
trágico-dramático es muy contradictorio dentro de nuestra percepción.
La gente que tiene una
concepción trágica de la existencia, de manera general, apartan los momentos de
felicidad con mucha facilidad, porque le dan mucho énfasis aquello que lleva
más imposibilidad que a lo que lleva más posibilidad.
La felicidad también es la
capacidad de conducirse a sí mismo, aun dramáticamente. El ser libre da una
gran felicidad, no en sentido soberano, sino poder decidir sobre sí mismo sin
ofender a los demás. Hay una gran conexión
entre felicidad y libertad. La idea de salir a caminar sin rumbo en algunos
momentos, sin obligaciones, sin preocupaciones, puede poner felices a las
personas. Es muy buen tener tiempo libre, de vez en cuando, para dar un paseo,
salir por ahí, vagar, vagabundear, sin ninguna obligación. Da gusto dar ese
paseo.
Claro que eso es una de las
representaciones, porque hay diferencias entre el ocio y la desocupación. Una
persona desocupada no tiene ocio. El ocio es el uso del tiempo para algo
específico sin obligación. Por ejemplo en prisión no tengo ocio. Ni
desempleado. El ocio es una opción. Cuando
tengo ocio, esto es, cuando dispongo de un tiempo y puedo escoger lo que hago
con él, me pongo más feliz.
Cuando el sábado por la maña te
vas quitando la pereza en la sala, dices: “Qué bien, hoy no tengo nada qué
hacer”. No es “no tengo nada qué hacer” sino “tengo todo lo que quiero para
hacer, que está en mi condición”, porque no hay nada de obligatorio. Estoy para
mí. Libre, leve, suelto. Eso, sin duda, nos da una mayor posibilidad de
felicidad. Desde mirar al perro jugar en el parque, ver la hormiga, caminar al
azar.
El pensador suizo Juan Jacobo
Rousseau sentenciaba: “El tipo de felicidad que necesito no es tanto la de
hacer lo que quiera, sino de no hacer lo que no quiero”. La libertad no es sólo
hacer lo que tú quieres, sino también no tener que hacer lo que tú no quieres.
Y la felicidad no es algo que se ausente de esta condición de libertad.
El filósofo alemán Karl Marx
hacia una distinción muy marcada sobre libertad, que también tiene que ver con
la idea de abundancia. Decía que existe una diferencia entre ser “libre de” y
“libre para”. “Libre de “ es libre de las condiciones del reino de la
necesidad: libre de hambre, libre de falta de vivienda, libre de falta de
salud, libre de falta de trabajo. “Libre para” es el reino de la libertad.
Sólo cuando yo soy “libre de” es
que puedo ser “libre para”. Pero, aún personas que tienen su libertad
restringida, porque todavía son prisioneras de sus carencias materiales,
disfrutan de momentos en que la felicidad sale a flote.
Una de las cosas más admirables
que las élites no logran entender es como el pobre puede ser feliz. “¿Cómo es
posible?” Es posible porque la felicidad no es algo restringido a las
condiciones materiales.
Las condiciones materiales
pueden favorecer la ausencia de sufrimiento, pero ellas no son productoras de
felicidad.
¡Felicidad es espiritualidad!
La espiritualidad es también uno
de los modos de traer felicidad, que puede aparecer de varias maneras, como la resultante de una
obra que hice y me da orgullo de haberla hecho; la felicidad por sentirme amado
y, por eso, la vibración que la vida me da… Además la felicidad también por
pertenecer a ese estupendo misterio, que es la misma vida. No dejo de tener una
percepción de reverencia a la vida cada vez que me encuentro con la naturaleza.
Somos parte de ella. No es solo la obra humana la que me encanta; también la
naturaleza. Y para mi es sello de espiritualidad.
El otro día, regresaba de
Chapecó, al oeste de Santa Catarina, Brasil, en un vuelo hacia Florianópolis, a
las 5 de la mañana. Invierno. Un cielo absolutamente estrellado, nítido. Y el
avión voló durante 46 minutos en dirección al nacimiento del sol.
Aquella representación pictórica
fue deslumbrante. Ese deslumbramiento es magia, magia es metafísica. Cuando
miré aquello no tuve como no percibir el abrazo de los míos y de las mías; los
sabores y el cariño de una comida, lo que hace mi madre antes de servirme, un
tallarín en aceite de ajo, cortar un jitomate en cuatro partes formando una
flor. A eso le llamo espiritualidad y reverencia a la vida. La vida no es mera
banalidad biológica.
¡También hay otra obra humana!
Hace cerca de 30 años, la filósofa Teresita Azeredo Rios y yo estábamos en la
Ciudad de Natal, en Rio Grande del Norte, Brasil, para una serie de
actividades. Un viernes, después de trabajar todo el día, fuimos al bar, que tenía un portal.
Pedimos una cerveza, una carne asada, y en medio de una luna bellísima en un
cielo completamente estrellado. De repente llegó un niño de unos 12 años, con
una cajita de la cual sacó un clarinete: se sentó al pie de un guayabo y comenzó a tocar Summertime. Nunca más hemos olvidado aquella escena la Teresita y
yo, la magia de ese momento, el encanto increíble. Claro está que me pondría muy
feliz al oír que alguien tocara Summertime
bajo un guayabo, a la luz de la
luna, en esa ciudad, con aquella brisa. Y con la Teresita, esa complicidad hace
que nos pongamos felices otras veces desde aquel día.
Tal como hablas con un amigo, una amiga o alguien con quien con
quien tuviste una relación afectiva: “¡Te acuerdas de tal cosa?”, y ahí de
nuevo tu recuerdas. La palabra “recordar” significa exactamente eso: pasar de
nuevo por el corazón. Haber presenciado aquella situación que me dejó
completamente feliz en ese momento. Y por haberla compartido con Teresita, cada
vez que nos encontramos, decimos: “¿Te acuerdas de aquel niño?” Y nuestro
corazón se pone plenamente feliz. ¡Y esa plenitud es también espiritualidad que
doma al tiempo!
De ahí nuestro hábito durante
mucho tiempo en el siglo XX de mirar fotografías: recordar momentos. La madre
que hacia el álbum guardaba el primer mechón de cabello, el primer dientecito
que se caía. Hoy ante la prisa no alcanza para disfrutar las fotos, pues una
sucede a la otra a tal velocidad que está muy difícil poner atención. Existe
una substitución tan veloz de esos momentos que al producir emoción puede
llevar a la banalización de la misma expresión.
Todo eso, o sea, la presencia de
circunstancias de felicidad, no me obliga a imaginar que exista una divinidad
exclusiva que las rija, que las produzca. Sino también lo contrario es
verdad. No me lleva a excluir. No puedo
decir: “Si, existe una fuerza única de donde emana toda esa condición”. Pero
también no puedo decir que no haya una o más fuerzas por lo que eso es tan
bellamente misterioso, tan intrincado en su percepción, que la ausencia de un
sentido que ultrapasa la materialidad para mi es incomprensible.
Hay muchos caminos para mirar
más allá de lo visible. Par los griegos antiguos, felicidad es eudaimonia, esto es, tener buen espíritu; como daimonión – de donde más tarde algunos encontrarían el término
negativo demonio – es el “espíritu
interior”, que aconseja y protege. Los filósofos, inclusive, crecían que había
en cada uno de nosotros un ser sobrenatural que, de otra forma, sería una
especie de “ángel de la guarda”.
La primera reflexión más intensa
en la filosofía occidental sobre la felicidad la hizo Sócrates, cuando comienza
hablar sobre las virtudes, pero no tematiza la felicidad en sí. Quien lo va
hacer de un modo especial en la filosofía y tiene que ver con la frase de Jesús
“quiero que tengan vida y vida en abundancia”, será Aristóteles, cuando elabora
La Política. En esa obra nos dirá que
la finalidad de la política es la felicidad. Para Aristóteles, eso es un
proyecto. En portugués, se da un pequeño cambio maravilloso que dice, es “feliz cidade” (feliz ciudad). Retomando
esa idea de Aristóteles, la felicidad se entiende como el bien-estar colectivo.
Eso, vida en abundancia para todos y todas. Si imaginamos que Aristóteles está
en una sociedad esclavista, en donde hay esclavitud por deuda, por conquista,
está claro que su noción de todos y todas es más restrictiva del que usamos
actualmente; sin embargo, aun así, es un paso en esa dirección.
La filosofía en el mundo
greco-romano va a lidiar de varias formas con la felicidad. Para Platón sería
posible con la contemplación de la verdad presente en las ideas perfectas; para
Aristóteles, vendría de la acción política; para otros, la felicidad reside en
la sobriedad, El emperador Marco Aurelio, por ejemplo. Que también era
filósofo, seguidor de las ideas del estoicismo, entendía la felicidad como
indiferencia al sufrimiento, en parte semejante al budismo. La percepción
estoica es que tú eres feliz porque no sientes nada. Ataraxia, “nada me
conmueve”. Y tú serás feliz si estás conforme. La fórmula para capturar la
felicidad casi sería acatar que “la vida es así”.
En la tradición Judea,
reinventada a su propio modo por los
cristianos e islámicos, hasta la divinidad se admira y se alegra con lo que
existe. En el Libro del Génesis, la felicidad aparece en la divinidad, tanto
que, toda vez que termina un tramo de la obra, el relato del libro dice: “Y vio
que era bueno”. Y el séptimo día descansa, se sienta para ver la obra. Es obvio
que una divinidad no necesita descansar, sino también es obvio que no es inmune
a la necesidad de disfrutar la obra, entendida en esa tradición como perfecta,
a tal punto que hace dos seres completos, libres hasta del error, porque si no
pueden errar, no son libre y, si no son libres, son completos y, entonces, viva
la libertad, que nos permite apartar el maleficio y escoger el beneficio.
Por eso siempre digo que lo
trascendente no es imposible; es improbable, en el sentido de que no puedo
probarlo. Hasta puedo decir que lo pruebo de varias maneras. Puedo decir que lo
trascendente sale a flote en la violeta que está exuberante cuando abro la
ventana el domingo por la mañana; al poner al gato en mi regazo; en la sonrisa
de los niños; en la carcajada de los 14 años de edad, cuando ríe con los
amigos, uno comienza a reír y sigue el otro a reír hasta perder la respiración.
En la capacidad de generar la vida en los lugares, cuando estoy volando en
avión y paso encima del viejo Sao Paulo, imagino esos millones y millones de
humanos produciendo, creando, construyendo…Todo eso da una cierta
magnificencia; ahora, la felicidad que se encuentra en la espiritualidad se da
sólo cuando tengo la idea de la gratitud.
Existen varios momentos en que
soy feliz por ser agradecido, y soy agradecido porque soy feliz en varios momentos.
La gratitud por estar viviendo y participando de ese misterio.
En la “acción de gracias” del LXX aniversario del traductor con LXX
años de Economía Solidaria.
15 de junio de 2017, Ciudad de México. Movimiento de Cristianos
Comprometidos en las Luchas Populares,
cristianoscom@live.com
No comments:
Post a Comment