La multitud errante
Los Zetas cazan sin disimulo a los indocumentados centroamericanos
La connivencia entre autoridades de Coahuila y los delincuentes se hace evidente
La indiferencia federal, un aliciente que invita al delito, denuncian

Sanjuana Martínez/ La Jornada
Saltillo, Coahuila, 20 de agosto. Rapaces, Los Zetas esperan como buitres la salida de los migrantes centroamericanos para secuestrarlos. Están de cacería, colocados sin disimulo a pocos metros de la entrada de la Posada Belén, un refugio rodeado de halcones a sueldo que informan puntualmente los movimientos de las posibles víctimas. Cada migrante vale de 2 mil a 4 mil dólares. Son presas indefensas, sin protección, ni documentos; son el botín de delincuentes y autoridades: “Estamos en territorio muerte, territorio zeta”, dice de entrada el sacerdote jesuita Pedro Pantoja Arreola, fundador de la Casa del Migrante.
De nada sirvieron las órdenes reiteradas de medidas cautelares, los llamados del Alto Comisionado de la ONU o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; tampoco las denuncias de la CNDH o la nueva Ley de Migración; mucho menos la propaganda oficial de Lupe Esparza y el grupo Bronco. Nada se ha cumplido. El hostigamiento, las amenazas, los ataques y la persecución contra los migrantes y quienes les apoyan continúan.
Peor aún, la connivencia entre delincuentes, policías y el gobierno del priísta Jorge Torres López es cada vez más evidente. Y la indiferencia de las autoridades federales, un aliciente que invita al delito: Hay cosas sospechosas. Todo mundo sabe. Hay una complicidad en este régimen de Estado; la hay, si no cómo puede funcionar el crimen organizado. Nadie dice nada, pero el mensaje es claro: hagan lo que hagan, nosotros vamos a seguir abasteciéndonos de migrantes, comenta el padre Pedro, quien lleva 20 años trabajando con los viajeros.
Y remata: Aquí el crimen organizado circula con licencia. Vivimos en un clima de miedo. Tenemos mucho miedo por los voluntarios. Ya no sabemos cómo cuidarlos. Y los migrantes siguen igual de invisibles y desprotegidos. Hay una situación de sangre y muerte.
Sobrevivir en el intento
Belén, Posada del Migrante está ubicada en la colonia Landín, un barrio popular del sur de Saltillo, que a diferencia de otros, aceptó hace 12 años la llegada del padre Pedro y los migrantes: En Coahuila había un clima muy duro de criminalización. Nos echaban a la policía todas las noches. Ibamos cambiando de casas de renta, hasta que el obispo Raúl Vera nos concede la casa Belén, una bodega de Cáritas. Había un colchón y unas cuantas cazuelas, pero eso sí, con unas señoras voluntarias muy valientes: Las señoras de la Misericordia, que nunca se rajaron y que aún siguen, son bien fieles, afirma el sacerdote.
Por aquí han pasado más de 50 mil migrantes. A la entrada, una pintura muestra a un guardia fronterizo y la fila de hombres detenidos con las manos en la cabeza, que incluye a Jesucristo. En el patio, un grupo de muchachos juega al futbol, otro más se entretiene con una partida de damas; el resto hace ejercicio, ayuda en la cocina, limpia las habitaciones o descansa. La Migra, una perra muy querida por todos, se pasea con parsimonia. Las historias se repiten. La mayoría ha intentado pasar varias veces a Estados Unidos. Y casi todos han vivido una situación traumática a consecuencia de la narcoviolencia. En México han padecido racismo y criminalización.
Carlos Alberto Romero Avilés tiene 18 años, está sentado intentando quitar el esmalte plateado nacarado de sus uñas pintadas a trompicones. Además de salvadoreño y pobre tiene un elemento más que duplica su vulnerabilidad: es transexual. Es su segundo intento de pasar a Estados Unidos. La vez anterior que lo detuvieron los agentes de migración le cortaron las uñas: “Rasguñé. Uno me insultó y le enterré las uñas. Había un zeta infiltrado que me mandó a quitarle el pisto (dinero) a otro. Y como me negué me mando golpear y me defendí”, dice soltando una sonora carcajada.