Enrique Dussel
Como en otras situaciones dramáticas, debemos nuevamente hacernos la pregunta de Lenin: “¿Qué hacer?” Y como en todas estas encrucijadas de la historia debemos, sobre todo si se es joven (y en este caso para encarar con realismo y criticidad los más o menos setenta años que les depara todavía su biografía, según la media de longevidad, es decir, que sólo están experimentando sus primeras experiencias políticas), superar el sano pesimismo a corto plazo (ante las dificultades) con una profunda esperanza en el ser humano, en la historia y en la patria (siguiendo el camino de Ernst Bloch en su obra Principio Esperanza) a largo plazo.
Estamos a corto plazo sumidos en un México en plena incertidumbre. Es necesario, sin embargo, no perder el rumbo y fijarse metas factibles en la coyuntura política. Creo que hay que pensar en cuatro posibles acciones estratégicas, y las enuncio con la sola pretensión de abrir un debate.
La primera acción consistiría en insistir en mostrar la indignante voluntad de fraude del partido que se arroga el triunfo en las elecciones. Si lo hubiera logrado honestamente, con igualdad de posibilidades en la contienda que sus oponentes, es decir, democráticamente, habría que pensar qué hacer después de la derrota. Pero no es tiempo de ello. No hay que resignarse ante una aparente derrota debido a la deshonestidad antidemocrática. Luchar por invalidar la elección parcial o totalmente es una lucha democrática inmediata, si se verifican las acusaciones de fraude, de haber extralimitado el dinero máximo que podía usarse en la campaña, etcétera. Es un primer nivel, inmediato, de la acción política.
Pero habrá que ir pensando en los pasos posteriores, ya que hay que comenzar a darlos desde ahora. Y por ello el segundo paso consiste en no desestimar la importancia de los actuales medios monopólicos y antidemocráticos de comunicación, creyendo que es suficiente la transformación de la conciencia política de las capas más empobrecidas de la sociedad por el solo contacto directo. Ese contacto es esencial, y no hay que abandonarlo. Pero hemos visto que en el presente los golpes de Estado o la elección de candidatos se producen publicitariamente a la manera de como se organiza la producción del deseo de una mercancía. Las necesidades se crean programadamente. Los medios de comunicación (especialmente la televisión) son determinantes en crear la imagen de los candidatos políticos, de manera que la democratización de los medios de comunicación, primeramente la televisión y las redes sociales electrónicas, debe ser objeto constante de preocupación política. Será necesario continuar la lucha diaria en este aspecto, y con todos los instrumentos legítimos, para democratizar esos medios, promoviendo la creación de muchas empresas televisivas, estatales, universitarias, populares y también privadas. Sin esta condición todo el resto queda distorsionado. Y esto debe hacerse por leyes que reorganicen el sector, pero igualmente por presión continua sobre los medios. Es una tarea a corto, mediano y largo plazos sobre lo que no hay que quitar el dedo del renglón. Además habrá que insistir en la ética del periodista, porque hemos visto el cinismo de los profesionales de la comunicación que han engañado sistemáticamente al televidente y después piden disculpas que sólo agravan su inmoralidad, como el especialista en encuestas (fraguadas según voluntad del mejor comprador) que hemos visto en Milenio y en Tercer grado. No son profesionales de la noticia, son ideólogos a sueldo.
En tercer lugar, no hay elección posible democrática hoy en día sin un partido político unido, fuerte, democrático él mismo, con prácticas honestas y teoría clara. Si Lula llegó en un tercer intento al ejercicio delegado del poder del ejecutivo en Brasil fue porque habían fundado un partido fuerte y unido: el Partido del Trabajo. Si el partido está dividido, si no ofrece una oposición clara, programática, de principio, no podrá acumular fuerza para vencer a los poderes fácticos (televisión, dinero de oscuro origen, fraudes de mil maneras, oligarquía a la antigua, etcétera.), que son ilegítimos e ilegales pero reales, y hay que vencerlos en ambos campos: por ilegítimos con honestidad y convicción, y con realismo crítico al contar con más fuerza efectiva (sin abandonar los principios).
Fue muy conveniente tomar contacto con el pueblo en todos los rincones del país; fue una tarea titánica nunca cumplida por ningún otro político o partido, y esto es un haber que no hay que perder. Pero es necesario desde ahora, seis años antes de 2018 (y esto aunque después de la anulación de la actual elección lograran la presidencia los partidos progresistas), contar con un partido unido (no con tribus que corrompen), democrático (que pueda hacer honestas, limpias y públicas elecciones de sus dirigentes por medio de sus miembros reales en todo el país) y que acumule poder, en una coherente y firme gestión (si se ejerce el poder delegado, o como oposición si se perdieran la elección antidemocrática) contra las medidas que ya se van anunciado y que son algunos anticipos previsibles de futuros errores que se cometerán, tales como la privatización de las fuentes de energía, la flexibilización del trabajo (mayor explotación del trabajador), la reforma del sistema tributario (donde los ricos contribuyan menos que los pobres), continuando con la misma política económica neoliberal. Habrá múltiples motivos de oposición ante un gobierno insensible al dolor del pueblo. Pueblo al que hay que recordarle cada día, sin embargo, que los que vendieron su voto fueron como Esaú, que vendió su herencia por un plato de lentejas, para que recapaciten la próxima vez (si es que se aprende la lección).
¡Reconquistar el partido! Hacer que Morena se integre al partido para regenerarlo con cientos de miles de miembros reales y honestos. Vencer la burocracia corrupta a la que sólo le interesan los sueldos de los puestos de representación, y que se vende al mejor postor (como en la ley de la cuestión indígena, de los medios de comunicación, los presupuestos anuales, etcétera). ¡Traiciones inadmisibles de las que hay que tener memoria!
Dedicar los primeros años del sexenio que comienza al partido es la tercera necesidad. A esa institución (sí: ¡es una institución necesaria, aunque ambigua!) que como el ejército hay que salvar primero para ganar las batallas futuras, y con ella la guerra. Sin partido honesto, popular, crítico y unido teórica y prácticamente hoy, no habrá democracia en el México del mañana.
En cuarto lugar, la juventud ha dado, está dando y dará un ejemplo de entusiasmo y clarividencia 1. Atacó a los medios de comunicación que son anti-democráticos y que crearon una situación de confusión orquestada y generalizada. Pero ahora, al menos alguno de estas y estos jóvenes, y las/los que crean tener esa vocación, convicción y mandato de su conciencia, es necesario que crucen el umbral del apartidismo político sereno que han cumplido hasta ahora, hacia la militancia política responsable y plena. Es necesario que muchos de ellos organicen, además de sus federaciones de estudiantes a nivel de los estados y de todo el país, las juventudes de los partidos democráticos, críticos, especialmente del partido de izquierda (en México el PRD), y sin pedir permiso, por el derecho que se han ganado en sus acciones públicas en todo el país y por todos conocidas, establecer la bases político-partidarias de una juventud unida, sin tribus (y contra las tribus), con autonomía estatutaria interna como juventud, exigiendo el derecho de ser jóvenes ante los adultos del partido que han escandalizado al país con sus triquiñuelas antidemocráticas (como comprar voto, robar urnas, y otras mañas que critican en los partidos tradicionales en el presente, y que han orquestado en sus pasadas elecciones internas en el propio partido). El partido de izquierda ha tenido que elegir sus candidatos por encuestas (sic), porque le es imposible (sic) hacer internamente una elección limpia. ¡Es el colmo! Y hoy ya se reparten los puestos de las burocracias donde han ganado (por ejemplo en el DF) según cuotas de tribus y no por concursos abiertos, honestos y por capacidad de los candidatos. Esos vicios deben erradicarse, y la juventud unida y nueva por definición del partido tiene esa responsabilidad de echar a la escoria y potenciar los órganos que todavía no se han podrido de este débil cuerpo paralítico político que hay que regenerar. O se regenera o se organiza otro. O entra Morena, y la juventud que dé el paso político (como Flor y Canto), o se construye otro nuevo. Pero desde ahora, porque los próximos seis años (en el ejercicio delegado del poder o en la oposición) son cruciales. No se debe esperar a 2017 para reunificar y reorganizar un partido: ¡hay que hacerlo desde hoy!
¿Qué hacer entonces? 1) Objetar la elección antidemocrática, para poder increpar ilegalidad e ilegitimidad al que deshonestamente pudiera encumbrarse en el poder, o gobernar en su lugar. 2) Luchar a corto, mediano y largo plazos por democratizar los medios de la comunicación (la televisión especialmente). 3) Reorganizar honestamente los partidos democráticos, y en particular unir al partido de izquierda más importante, limpiando sus filas de sus tribus o escorias modernizantes o acomodaticias al poder de turno (ahora, si se pierde la anulación de la elección, al PRI). 4) Organizar una juventud de los partidos democráticos, en particular el de izquierda, unitaria y con autonomía relativa interna, para poder desplegar una auténtica regeneración política, formando nuevos políticos para el futuro. Pienso además que el liderazgo político debe emplearse en los primeros años del sexenio a estas cuatro tareas (pero ocupándose a tiempo completo principalmente en la segunda). Con un ejército partidario limpiado y regenerado (y con medios de comunicación democratizados) desde 2012, sería probablemente ganada de manera más realista, factible o estratégicamente la próxima batalla (aun en el caso que la izquierda lograra la presidencia ya en 2012).
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