Sunday, December 23, 2012

Don Raúl Vera, fragmento de su mensaje de Navidad...


























El mal no tiene la última palabra, nos insistió Benedicto XVI en su visita a México. No podemos dejar que el sufrimiento y el miedo empañen nuestra mirada; existen muchas víctimas de la violencia despiadada que se ensaña sobre nuestro pueblo, que se están moviendo a sacudir los cimientos de este sistema injusto e indolente que parece imponerse de manera irremediable. Ahí están las pequeñitas y pequeñitos, organizadas y organizados para enfrentar el mal, con la voz de la justicia, y con el corazón lleno de dolor, pero que palpita por el amor a sus familiares y amistades desaparecidas; o por el amor a la familia que dejaron atrás, para lanzarse a los riesgos de la migración, buscando un futuro mejor para su familia, para ellas y ellos mismos, y para sus respectivos países. 

Van caminando también por el país y más allá de sus fronteras, madres y padres, hijas e hijos, víctimas, sobrevivientes, activistas y familiares, de quienes sufrieron desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales, quienes resistiéndose por sobrevivir y encontrar tanto a sus seres queridos, como juicios justos, son víctimas de persecución, amenazas y hasta la misma muerte, por su lucha a favor de un México distinto. Todas ellas y todos ellos buscan la restauración de la justicia y el respeto al derecho en nuestra nación; piden que se persiga el delito y se frene esta masacre irracional que proviene lo mismo de las mafias, que del Estado mexicano.

Vemos también caminar por las calles, reunidas y reunidos en aulas universitarias, plazas y parques, a las jóvenes y los jóvenes indignados, manifestándose contra la deshonestidad y el cinismo, la falta de transparencia en los funcionarios públicos y en los partidos políticos, que les cierran cada día más, a ellos y al resto de la ciudadanía de nuestra nación, el acceso al pensamiento, la participación, a la verdad, al progreso y a una vida digna.

Este mismo fenómeno se refleja en los pueblos originarios de nuestra patria; en las y los campesinos y trabajadores de México; en los sindicatos que luchan por una verdadera libertad para el sindicalismo en México; en las y los maestros que se han resistido al control corrupto del sindicalismo corporativo. Este dinamismo se refleja en los variados organismos que trabajan en México a favor de los derechos humanos, los cuales de un modo u otro apoyan movimientos más amplios como los que he mencionado: Migrantes, familiares de personas desaparecidas, obreras y obreros, luchadores que defienden los derechos ambientales, tanto en zonas rurales, como urbanas, violencia institucional, de género, etc.

Éste es el reflejo del dinamismo restaurador del mundo, que el misterio de la Encarnación vino a impulsar. Sin duda, y lo digo porque lo he reconocido personalmente, que en el fondo del corazón de todas estas personas que están buscando una sociedad con justicia y amor, está el impulso de Jesús que quiso poner su morada entre nosotros, y eligió de manera especial, a las personas despreciadas e ignoradas de la sociedad. No es una cuestión puramente fortuita el que Cristo haya nacido en un pobre pesebre, y visibilizar solamente a una parte de la sociedad, sino que Dios eligió para Él ese destino en la Tierra, porque sus designios son de vida plena para todas sus hijas e hijos. Con ello quiso anunciarnos que las primeras personas destinatarias de su plan salvador del mundo, eran especialmente las personas excluidas.

Como María, creamos en Jesús, y la fuerza de nuestra fe en Él; hagámonos cada quien, invariablemente de nuestro lugar en la sociedad o nuestra identidad, constructores de la paz y de la justicia, de la misericordia y la verdad, que tanta falta le hacen a México en estos momentos. En Jesús hemos recibido mucho y estamos obligados a dar mucho.

María, que pertenecía al grupo de los humillados, creyó que Dios desplegaría su poder por medio de su Hijo para deshacer los planes de los malvados, para exaltar a los humildes y colmar de bienes a los hambrientos. Todas estas personas humilladas de nuestro país, como María, confían en el poder de Dios, y con fe trabajan por deshacer la impunidad y la injusticia, a través del restablecimiento de los procesos de procuración de justicia, con la creación y aplicación de leyes.

Ser solidarias y solidarios con las víctimas, estar al lado de ellas y ellos en la búsqueda de justicia, es contribuir a la paz de México. Ponernos a caminar con ellas y ellos, significa comprender la proclamación del himno que los ángeles entonaron ante los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres a quienes Dios ama tanto” (Lc.2,14). Dios es glorificado en el cielo por nuestras buenas obras en la Tierra (Cf. Mt 5,16), y nosotros llegaremos a la paz, por medio de la construcción de la justicia (Cf. Is. 32,17).

Si queremos encontrar hoy a Cristo, que vino a llenar con su claridad aquella noche, pongamos nuestra mirada en las hermanas y hermanos en donde Él mismo se hace presente hoy entre nosotros; ellas y ellos son como Jesús, quienes desde su pobreza están proyectando una luz de esperanza, en medio de la noche que cubre a nuestro México en estos momentos. Él es el sol que nace para conducir nuestros pasos.

Con la dulzura de saber quién es Jesús que nos nace hoy, les abrazo con profundo cariño y les deseo un Feliz Navidad; y para el año que comienza, abundantes gracias y esperanza para el caminar de ustedes, sus familias y comunidades. Les bendigo de todo corazón.

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