Saturday, December 29, 2012

Hanna Schygulla / I, II y III





Elena Poniatowska

Hanna Schygulla, la gran intérprete de Rainer María Fassbinder, la que todos se disputan porque es una actriz fuera de serie, es una mujer que se antoja abrazar. Es cálida. No presume ni guarda distancia. No parece decir: Tú eres periodista y yo soy una diva. Sus ojos, en cambio, dicen muchas cosas; adentro hay compasión, ternura, paciencia y una sabiduría antigua que dulcifica los rasgos de su cara. También sus manos son expresivas. Con razón es actriz. La recuerdo en El matrimonio de María Braun. Me sedujo al igual que de niña Ingrid Bergman.

La parte baja de su rostro es ancha, quizá por ello es tan fotogénica. Toda su figura es sensual. Tampoco es muy alta. Jesusa Rodríguez y yo pensamos que sería maravilloso que hiciera el papel de la pintora rusa Angelina Beloff en Querido Diego, te abraza Quiela, un librito escrito en 1978. Angelina-Quiela fue la primera mujer de Diego Rivera y la única con quien tuvo un hijo: Diego María. El niño murió de meningitis en el París helado de la guerra de 1917. Angelina amó a Diego más que a su vida. El pintor regresó a México y ella quiso alcanzarlo pero él ya tenía un nuevo amor contra quien era imposible luchar: Lupe Marín. En México, Angelina siguió pintando e hizo títeres amparada por Germán Cueto.

Una película sobre esta pareja, con la pintura de caballete de Diego y más tarde con los murales de la Secretaría de Educación y de San Ildefonso, podría ser un gran canto a México y así se lo propusimos a Jorge Alberto Lozoya. También recurrimos a José María Pérez Gay, entonces director del Canal 22, admirador de Fassbinder y del nuevo cine alemán reconocido en el mundo entero, pero no hubo respuesta, a pesar de que él era fanático de Alemania. Hubiera sido una obra significativa y amorosa que ensalzara a nuestro país. Al final de cuentas, Lozoya se negó porque no quería que la dirigiera Jesusa. Tiene experiencia en teatro y no en cine. Escoge a otro director y la hacemos.

A Hanna Schygulla le llamaba la atención la historia de Angelina y podría haberse filmado enteramente en México porque la colonia Roma y la Juárez son muy afrancesadas. Fuimos a la Secretaría de Educación y nos fascinaron no sólo los murales, sino los dos patios con naranjos y la grandeza de las escalinatas. El Zócalo ése día nos recibió con todo su sol y Hanna amó el Centro Histórico. No se logró nada, pero la amistad con Hanna perduró.

Jesusa Rodríguez todavía hoy recuerda un sueño que Hanna Shygulla le contó: “Verás, hace un tiempo tuve un sueño: yo estaba sentada frente a un lienzo y mientras lo pintaba me daba cuenta que estaba haciendo el papel de Angelina Beloff; lo especial del sueño es que pensaba que era una pena que aquel momento no se estuviera filmando, porque realmente estaba viviendo el papel de la pintora y no estaba en absoluto preocupada por el tiempo y los costos de filmación. Estaba concentrada en mi tarea como pintora y me sentía muy relajada, entonces escuchaba una voz detrás de mí que decía: ‘Sí, Hanna, continúa, estamos filmando’. Desde que tuve ese sueño he tenido ganas de hacer la película sobre el libro de Elena Poniatowska Querido Diego te abraza Quiela, me gustaría que tú lo dirigieras y que lo hiciéramos en video y no en cine, para que no tengamos que preocuparnos por los pies de película o los costos de producción. Ojala que siempre pudiéramos actuar así, totalmente en el personaje, sin ninguna distracción y sin forzar nada”. A lo largo de su carrera, Hanna se ha caracterizado por mantener las emociones de sus personajes y expresar esa apropiación al público.


La actriz Hanna Schygulla, en entrevista con La Jornada. Imagen de archivoFoto Francisco Olvera
En varias ocasiones nos reunimos en casa de Jesusa y Liliana y alguna vez fui a verla a su hotel para entrevistarla antes de una de sus funciones en Bellas Artes. Cantaba y hablaba un español muy especial (aprendido en Cuba). He querido conservarlo porque su fraseado tiene encanto y además la refleja, por lo tanto transcribí sus respuestas en forma textual, sólo corregí lo que podría mal interpretarse o resultar incomprensible.

Hanna Shygulla es el ícono del cine alemán de los 70 y los 80 del siglo XX. Multipremiada, fue una niña entre dos países, Alemania y Polonia. Según la voracidad de Rusia, Austria y Alemania que se la repartían Polonia amanecía alemana o rusa, mártir de sus poderosos vecinos que la rebanaban como un codiciado jamón.

–¿Entonces tu idioma fue el polaco?

–No, fue el alemán, pero conozco bien todos los idiomas eslavos; como nací en esa frontera de la Alta Silesia, dicen que los que hablan una lengua eslava tienen tanta facilidad para otros idiomas porque esas lenguas tienen tantos sonidos, tantas combinaciones, que nada es imposible. En ninguna lengua tengo un acento típicamente alemán, al oírme nadie puede definir mi origen; hablo francés, ése es el idioma que hablo mejor, inglés, alemán polaco y aprendí español en tres meses.

–Viviste en París de chavita.

–La primera vez que vine a París a los 19 años trabajé en una casa: fui una muchacha au pair. Cuidaba a los niños de una pareja, pero era una situación un poco difícil porque llegué cuando había mucha crisis en la casa. Por un bebé que nació, el otro niño de dos años y medio se puso muy celoso y la mamá se iba a trabajar. Yo llegué para sustituir tantas cosas, pero después fuimos muy enamorados el niño y yo.


–¿Y a ti te gusta cuidar niños o te cansan?

–Bueno, me gustó, pero también me cansé porque eran dos y el recién nacido y yo tenía mucho que cuidar porque uno le hacía cosas al otro, como tirar la sábana, cosas muy crueles, encima de todo eso tenía que preparar la comida, hacer las camas, sacar la basura y cosas así. Después la familia se iba al campo los fines de semana y yo tenía la casa sola para mí durante tres días y ya no la utilicé yo sola sino con mi novio, porque tuve un amor en Francia y esa casa y estar solos nos venía muy bien.

–¿Tú consideras que tus grandes amores fueron en París?

–Sí, quizá sí. Con mi gran amor, que fue mi primer novio, vi una película muda de Fritz Lang Metrópolis y eso me marcó para ser actriz.

–¿La viste por casualidad o ya te interesaba el cine?

–Por lo que sea, es que la atmósfera de París le hace a uno tantas cosas, la primera vez me fui a París por la ilusión, porque pensé que esa es la ciudad del amor, eso se canta siempre, que París es la ciudad de los enamorados, pero resultó una metrópoli en la que pasan todas las cosas del mundo entero; es una linda ciudad, pero a mí me gustaría pasar mi viejez más en el sol.

–¿En el sur de Francia o en Alemania?

–Quizá en el sur de Francia, porque Alemania no tiene mucho sol.

–¿En México te gustaría? Aquí hay mucho sol.

–También aquí en Coyoacán me podría gustar.

–Hanna, ¿tú en París habías decidido ser actriz?

Hanna Schygulla
Elena Poniatowska/II
En la infancia se cuajan todas las vocaciones y la extraordinaria actriz Hanna Shygulla descubrió la suya a los 19 años, aunque dice: “Yo no sabía qué hacer de mi vida, ni a mí misma me confesaba que soñaba con ser alguien o hacer algo, porque no era tan fácil para mis padres ofrecerme la posibilidad de estudiar y no quise ponerlos fuera de balance con mis ideas. Tampoco las tenía muy claras, era una cosa que más bien me escondía a mí misma. Cuando decidía trabajar para ganar un poco de dinero, había una chica en la misma situación que yo que me contó que ella iba a un curso de arte dramático en la noche y me fui el día después con ella, y encontré lo que sería mi vocación de por vida.

–¿Y el novio en París?

–Creo que ya tenía yo otro en Alemania. Pero me quedé muy poco en esa escuela, porque pensé que entre más me quedaba allí menos lograría hacer las cosas, y así, salí después de unas semanas y no volví a pensar en ella, aunque encontré a Fassbinder en esa escuela alemana que se llamaba Munich Action Theatre, que después se dedicó al cine. Todo se hubiera quedado así, si Fassbinder no hubiera sentido como él escribió más tarde, como un flash inmediato al decir: Aquí está la protagonista de mi filme. Esa era yo. Él siempre supo que iba a hacer cine. En el Munich Action Theatre nunca nos acercamos mucho, él estaba muy, muy tímido.

–¿Más que tú?

–Más que yo. Yo no era tan tímida, era más introvertida; no tenía ese problema de decirle a alguien lo que quería decirle, pero él sí. Una vez, cada uno tenía que desarrollar una pequeña escena ante él, y a mí me pidieron representar una de Goethe que me pareció muy antigua, pero la hice. Pensé que todos los alumnos eran mejores que yo, pero después Fassbinder me mandó a su amigo para decirme que a él le había conmovido mucho. No logró decírmelo él mismo; yo estaba de lo más asombrada, porque pensé: pero, ¿cómo eso de Goethe puede gustarle a ese espíritu tan rebelde? Porque era tímido, pero muy rebelde. Muchas veces los tímidos son muy atrevidos para la vida pública y no tienen idea de cómo manejar sus cosas íntimas. Fassbinder no sabía cómo decirme que yo lo conmovía. Después comprendí por qué mi modo de interpretar a Goethe le impresionó tanto: porque en esa escena había una relación de amor imposible entre hermano y hermana. Era casi una metáfora de lo que sería nuestra relación, porque había algo de hermanos entre él y yo. Con Fassbinder hice 23 películas; él convirtió al nuevo cine alemán de los 70 y los 80 en el mejor del mundo. El matrimonio de María Braun, Lili Marleen y Berlin Alexander Platz son extraordinarias.

–¿Tú y Fassbinder hablaban el mismo lenguaje?

–Teníamos una fibra en común, buscábamos lo mismo, yo era parte del tejido de su creatividad, yo lo hacía vibrar mucho y él a mí, pero también había grandes contradicciones. Es difícil definirlo, pero teníamos en común la búsqueda de lo que solamente te satisface cuando puedes expresarlo y tu actuación sale de una fibra que es la del otro, la conciencia del otro. Al actuar expresaba yo a Fassbinder, su yo más profundo. También sentí con gran fuerza la necesidad de expresarlo a él, de ser parte de su espíritu, de que al verme dijeran: Aquí está Fassbinder, aunque él era un hombre difícil, a veces mezquino; tuvimos que hacer huelga para que nos pagara. Podía ser grosero, arbitrario; era muy directo en su rechazo o en su amor. Nunca fue un hombre fácil. Creo que yo tenía la misma necesidad de comunicación que él y así nos entretejimos, cuidamos nuestro talento, que tenía la misma esencia. Nos comunicamos casi siempre sin muchas palabras.

–Incluso cuando te dirigía era con pocas palabras. ¿Podías hacer lo que tú querías?

–Él tenía una manera de dirigir que era magnetismo, como alguien que mueve un juguete con una batería. Yo hacía lo que él quería, pero lo que más le gustaba es que yo fuera imprevisible. Nunca daba muchas indicaciones, hacía pequeños dibujos de cómo tenías que moverte y hasta dónde llegar, te los daba, pero luego tú hacías lo que querías.

–¿Actuabas con el dibujito en la mano?

–No, por el camarógrafo. Fassbinder marcaba lo que tenías que hacer; yo ironizaba el tono, pero yo tenía mucha gracia en mis movimientos. Nunca imité a nadie y eso dio fuerza a mi actuación. Los actores suelen copiarse los unos a los otros, yo no. Fassbinder hacía un esbozo muy ligero de lo que quería y tú ponías lo tuyo. Cuando a él no le gustaba te decía: Eso me parece demasiado normal o demasiado artificial, cosas así. Hazlo otra vez. Él no era de grandes explicaciones ni de querer hablar de sicología, nada de eso. Sentí que él quería darme todo y así fue. Me dio todo lo mejor, los mejores papeles, los trajes más, los parlamentos más emocionantes, nos peleamos; era difícil, pero lo mejor de su teatro, lo mejor de su cine me lo dio a mí.

–¿Fue lo mejor que te ha tocado en la vida?

–¡Claro que no! Almodóvar me dijo: Yo soy el Fassbinder español. Actué con Wajda en A love in Germany. Actué con Scola, con Godard. Con Wajda fue una experiencia fuerte y distinta, porque él quería mucho dramatismo, me exigía mucho, distinto de Fassbinder, y yo no estaba tan segura de mí misma, porque me forzaba. Quizá si ahora viera el resultado al ver el filme de nuevo, me gustaría más que antes; no sé, todo cambia con la distancia. La personalidad de Wajda me gustó y los personajes que me dio también, aunque al principio me desconcertaron. Hice películas con Marco Ferreri, que estaba más cerca del genio salvaje de Fassbinder. Me entendí bien con él.

–¿Y con Godard?

–Godard fue interesante, pero es un hombre tan complicado. Con él no había rutina. Godard a veces llegaba al set con textos que acababa de escribir, y nos hizo escribir a nosotros los actores; nos hizo participar en la película como si fuéramos directores y escritores, más que actores; nos trató de una manera muy extraña. A una actriz la mandó a trabajar a una fábrica de botones durante unos días, para que entendiera que significa la vida obrera.

–Así lo hizo Simone Weil, la filósofa. Hanna Schygulla

Elena Poniatowska/III
Rainer María Fassbinder tenía un grupo de teatro underground, su actriz tuvo un accidente y la reemplazó Hanna Schygulla. A partir de ese día saltó a la fama sin pensarlo dos veces. Nunca ensayo ni me preparo. Ahora que canto tampoco me preparo, no tengo esa disciplina ni busco tenerla.

–Lo primero que hice en toda mi vida fue un collage de Antigona en el teatro a la manera del Living´s Theater de la época. Fassbinder me dio el papel.

Yo era parte del coro, hacía lo que hace todo el mundo pero apenas tuve un momento sola, actué como me vino en gana. También hubo ocasiones en que no hacía yo casi nada y eso también resultó muy fuerte.

En esa época yo era bastante introvertida, distinta a los actores que hacen grandes explosiones, yo era más bien de interiores. Eso fue lo que le llamó tanto la atención a Fassbinder.

–¿Sigues siendo interiorizada?

–No. Ya no tanto, soy más abierta, extrovertida, he ganado mucha libertad con la actuación y con el trato con la gente. Además canto y cantar te libera. Volver a los primeros impulsos sin frenarlos me hizo bien.

–¿Y no resulta muy difícil regresar a los primeros impulsos?

–Es una cuestión de reducación, de no frenarte y lanzarte, porque es un tormento que tus impulsos y deseos se te queden dentro. No manifestarse es la muerte. Yo di ese paso y llegué a liberarme como por ejemplo también son hombres libres Fassbinder o Almodóvar, o Stanley Kubrick o George Tabori o François Truffaut.

–¿Ustedes cuántos hijos eran?

–Única.

–¿Tuviste una educación muy severa? ¿Tus padres te limitaron mucho?

–No tanto. Yo pienso que fue más porque mis padres no se llevaron bien y eso me hizo algo de infeliz, y cuando uno es algo infeliz no quiere uno mostrarlo a los otros, entonces te quedas con algo de impotencia, creo que era eso. Yo era un poquito doble. Según la gente cuando yo salía con los niños tenía mucha energía, muchas ganas de hacer cosas, y cuando me quedaba en mi casa tenía mucha vida secreta, protegida, escondida, de que no se vea demasiado.

–¿No querías que se te acercaran tus padres?

–Para que no me toquen demasiado en lo que yo pensaba o quería hacer. Yo siempre pensé que iba a llevar otra vida distinta a lo que había alrededor mío.

–¿Veías en torno tuyo mucho convencionalismo, muchas restricciones?

–Sí, por tanto, tenía una vida interior ajena a la de mis padres. Yo era retraída en mi casa y libre afuera. Prefería la atmósfera de la calle a la de la casa.

–¿Esto era en Berlín?

–Yo nací en Katowice, Silesia, en 1943, realmente entonces era Polonia, pero todo el cine que filmé: Effie Briest, Lili Marleen, El amor es más frío que la muerte, de Katzelmacher, todo fue en Alemania.

–Yo te vi en La nuit de Varennes de Ettore Scola, cuando todos los directores se disputaban tu nombre, tu rostro y tu actuación: Margarethe von Trotta, Carlos Saura, Wim Wenders y no sé cuántos más…

–Cuando era muy joven, una niña, vivimos en Mónaco, mi padre llegó muy tarde de la guerra, él estaba en la infantería en el ejército alemán y lo capturaron en Italia los americanos y fue prisionero de guerra hasta 1948. Yo tenía ya cinco años, el llegó muy cambiado con mi mamá, conmigo.

–¿Muy herido?

–Sí muy transformado, pensaba que la vida no valía nada, en fin, esas cosas cuando tú ves que la gente se muere por nada, te sientes muy mal. Bueno era así, y fue muy difícil también para él conectarse conmigo. Estaba muy bloqueado, solamente ahora en su vejez sale su lado cariñoso.

–¿Y se parece a ti? ¿Es guapo?

–Algo en el cuerpo más que en el rostro.

–¿Tú te pareces más a tu mamá?

–Tampoco, pero sí, hay algo en la forma, por lo redondo de la cara.

–Es muy bello lo redondo de tu cara, muy fotogénico. ¿Y esta parte tuya de auténtica actriz que es tan maravillosa, es sólo tuya o se la heredaste a tus padres?

–Sí, sólo es mía. Las fotos mías de niña, de mi mamá, de mi papá y cosas que tenían relación quizás con este hecho que uno sin saberlo a veces está realizando los sueños de los padres, porque mi mamá me confesó muy tarde, cuando vio la película Lili Marleen, que tenía escenas de cabaret en que yo cantaba y bailaba, ella me dijo que había querido actuar, pero jamás lo logró. Ella venía a verme al set, aunque eso me molestó.

–¿Te intimidaba?

–Me molestó más y más y después ella me dijo que nunca pensó que su hija haría lo mismo que ella tanto soñó hacer, le dije, ¿tú? Nunca me lo había dicho antes y su presencia en el estudio me pesaba. Yo tenía ya 35 años. Es increíble cómo los deseos de los padres se transmiten en tu subconsciente. Mis padres vinieron de la burguesía, él era hijo de obrero, mi mamá era un paso más dentro de la burguesía, pero sólo un paso, el padre de mi madre estaba predestinado para ser pastor, hijo de campesinos; siempre en la sociedad escogen alguien de la familia para sacerdote católico, después conocí a la mamá de mi mamá, quien acabó teniendo muchos hijos, 13 hijos. Yo me siento responsable de mis padres, ahora los cuido todo el tiempo. La extraña cosa en Alemania era que después de esa generación que hizo tantos niños, en la familia de mi mamá eran 11, se murieron dos y quedaron nueve, es que nosotros después no hicimos más hijos, nos negamos, eso fue también por el nazismo, por ese traumatismo.

–Es comprensible. Cada vez que se producen esos horrores en la historia, se necesitan muchas generaciones para que las mujeres deseen traer de nuevo hijos al mundo…

–A la generación después de eso le faltaba algo como confianza en la vida, o algo, muchos de nosotros no tuvimos hijos.

–Nadie quiere tener un hijo para que lo maten en una estúpida batalla…

–Sí, y después en el siglo XX y en el XXI muchas mujeres escogen voluntariamente no tener hijos, muchísimas, tal vez más que antes. Y varias mujeres aceptan y hasta escogen ser madres solteras y no sienten la necesidad de vivir en pareja, ¿no?

–Pero eso, ¿a que se deberá?, a que ya nadie cree la pareja, ¿verdad Hanna? Tampoco se ven tantas parejas felices.

–Si, Elena, se ven parejas aburridas en los restaurantes, ves parejas que están comiendo y que nada más están esperando la cuenta para irse y no se dirigieron la palabra o apenas durante toda la comida… O parejas que se agotan porque pelean para saber quien tiene razón, eso es lo más horrible, ¿no? te lo advertí, yo te lo dije, ya lo sabía, no me hiciste caso… Todo es un mecanismo tonto que tiene que ver con la competencia. Cuando se acaba el encanto lo único que queda es ganarle al otro.

No comments: