Elena Poniatowska
Hanna Schygulla, la gran intérprete de Rainer María
Fassbinder, la que todos se disputan porque es una actriz fuera de serie, es
una mujer que se antoja abrazar. Es cálida. No presume ni guarda distancia. No
parece decir: Tú eres periodista y yo soy una diva. Sus ojos, en cambio, dicen
muchas cosas; adentro hay compasión, ternura, paciencia y una sabiduría antigua
que dulcifica los rasgos de su cara. También sus manos son expresivas. Con
razón es actriz. La recuerdo en El matrimonio de María Braun. Me sedujo al igual
que de niña Ingrid Bergman.
La parte baja de su rostro es ancha, quizá por ello es tan
fotogénica. Toda su figura es sensual. Tampoco es muy alta. Jesusa Rodríguez y
yo pensamos que sería maravilloso que hiciera el papel de la pintora rusa
Angelina Beloff en Querido Diego, te abraza Quiela, un librito escrito en 1978.
Angelina-Quiela fue la primera mujer de Diego Rivera y la única con quien tuvo
un hijo: Diego María. El niño murió de meningitis en el París helado de la
guerra de 1917. Angelina amó a Diego más que a su vida. El pintor regresó a
México y ella quiso alcanzarlo pero él ya tenía un nuevo amor contra quien era
imposible luchar: Lupe Marín. En México, Angelina siguió pintando e hizo
títeres amparada por Germán Cueto.
Una película sobre esta pareja, con la pintura de caballete
de Diego y más tarde con los murales de la Secretaría de Educación y de San
Ildefonso, podría ser un gran canto a México y así se lo propusimos a Jorge
Alberto Lozoya. También recurrimos a José María Pérez Gay, entonces director
del Canal 22, admirador de Fassbinder y del nuevo cine alemán reconocido en el
mundo entero, pero no hubo respuesta, a pesar de que él era fanático de
Alemania. Hubiera sido una obra significativa y amorosa que ensalzara a nuestro
país. Al final de cuentas, Lozoya se negó porque no quería que la dirigiera
Jesusa. Tiene experiencia en teatro y no en cine. Escoge a otro director y la
hacemos.
A Hanna Schygulla le llamaba la atención la historia de
Angelina y podría haberse filmado enteramente en México porque la colonia Roma
y la Juárez son muy afrancesadas. Fuimos a la Secretaría de Educación y nos
fascinaron no sólo los murales, sino los dos patios con naranjos y la grandeza
de las escalinatas. El Zócalo ése día nos recibió con todo su sol y Hanna amó
el Centro Histórico. No se logró nada, pero la amistad con Hanna perduró.
Jesusa Rodríguez todavía hoy recuerda un sueño que Hanna
Shygulla le contó: “Verás, hace un tiempo tuve un sueño: yo estaba sentada
frente a un lienzo y mientras lo pintaba me daba cuenta que estaba haciendo el
papel de Angelina Beloff; lo especial del sueño es que pensaba que era una pena
que aquel momento no se estuviera filmando, porque realmente estaba viviendo el
papel de la pintora y no estaba en absoluto preocupada por el tiempo y los
costos de filmación. Estaba concentrada en mi tarea como pintora y me sentía
muy relajada, entonces escuchaba una voz detrás de mí que decía: ‘Sí, Hanna,
continúa, estamos filmando’. Desde que tuve ese sueño he tenido ganas de hacer
la película sobre el libro de Elena Poniatowska Querido Diego te abraza Quiela,
me gustaría que tú lo dirigieras y que lo hiciéramos en video y no en cine,
para que no tengamos que preocuparnos por los pies de película o los costos de
producción. Ojala que siempre pudiéramos actuar así, totalmente en el
personaje, sin ninguna distracción y sin forzar nada”. A lo largo de su
carrera, Hanna se ha caracterizado por mantener las emociones de sus personajes
y expresar esa apropiación al público.
La actriz Hanna Schygulla, en entrevista con La Jornada.
Imagen de archivoFoto Francisco Olvera
En varias ocasiones nos reunimos en casa de Jesusa y Liliana
y alguna vez fui a verla a su hotel para entrevistarla antes de una de sus
funciones en Bellas Artes. Cantaba y hablaba un español muy especial (aprendido
en Cuba). He querido conservarlo porque su fraseado tiene encanto y además la
refleja, por lo tanto transcribí sus respuestas en forma textual, sólo corregí
lo que podría mal interpretarse o resultar incomprensible.
Hanna Shygulla es el ícono del cine alemán de los 70 y los
80 del siglo XX. Multipremiada, fue una niña entre dos países, Alemania y
Polonia. Según la voracidad de Rusia, Austria y Alemania que se la repartían
Polonia amanecía alemana o rusa, mártir de sus poderosos vecinos que la
rebanaban como un codiciado jamón.
–¿Entonces tu idioma fue el polaco?
–No, fue el alemán, pero conozco bien todos los idiomas
eslavos; como nací en esa frontera de la Alta Silesia, dicen que los que hablan
una lengua eslava tienen tanta facilidad para otros idiomas porque esas lenguas
tienen tantos sonidos, tantas combinaciones, que nada es imposible. En ninguna
lengua tengo un acento típicamente alemán, al oírme nadie puede definir mi
origen; hablo francés, ése es el idioma que hablo mejor, inglés, alemán polaco
y aprendí español en tres meses.
–Viviste en París de chavita.
–La primera vez que vine a París a los 19 años trabajé en
una casa: fui una muchacha au pair. Cuidaba a los niños de una pareja, pero era
una situación un poco difícil porque llegué cuando había mucha crisis en la
casa. Por un bebé que nació, el otro niño de dos años y medio se puso muy
celoso y la mamá se iba a trabajar. Yo llegué para sustituir tantas cosas, pero
después fuimos muy enamorados el niño y yo.
–¿Y a ti te gusta cuidar niños o te cansan?
–Bueno, me gustó, pero también me cansé porque eran dos y el
recién nacido y yo tenía mucho que cuidar porque uno le hacía cosas al otro,
como tirar la sábana, cosas muy crueles, encima de todo eso tenía que preparar
la comida, hacer las camas, sacar la basura y cosas así. Después la familia se
iba al campo los fines de semana y yo tenía la casa sola para mí durante tres
días y ya no la utilicé yo sola sino con mi novio, porque tuve un amor en Francia
y esa casa y estar solos nos venía muy bien.
–¿Tú consideras que tus grandes amores fueron en París?
–Sí, quizá sí. Con mi gran amor, que fue mi primer novio, vi
una película muda de Fritz Lang Metrópolis y eso me marcó para ser actriz.
–¿La viste por casualidad o ya te interesaba el cine?
–Por lo que sea, es que la atmósfera de París le hace a uno
tantas cosas, la primera vez me fui a París por la ilusión, porque pensé que
esa es la ciudad del amor, eso se canta siempre, que París es la ciudad de los
enamorados, pero resultó una metrópoli en la que pasan todas las cosas del
mundo entero; es una linda ciudad, pero a mí me gustaría pasar mi viejez más en
el sol.
–¿En el sur de Francia o en Alemania?
–Quizá en el sur de Francia, porque Alemania no tiene mucho
sol.
–¿En México te gustaría? Aquí hay mucho sol.
–También aquí en Coyoacán me podría gustar.
–Hanna, ¿tú en París habías decidido ser actriz?
Hanna Schygulla
Elena Poniatowska/II
En la infancia se cuajan todas las vocaciones y la
extraordinaria actriz Hanna Shygulla descubrió la suya a los 19 años, aunque
dice: “Yo no sabía qué hacer de mi vida, ni a mí misma me confesaba que soñaba
con ser alguien o hacer algo, porque no era tan fácil para mis padres ofrecerme
la posibilidad de estudiar y no quise ponerlos fuera de balance con mis ideas.
Tampoco las tenía muy claras, era una cosa que más bien me escondía a mí misma.
Cuando decidía trabajar para ganar un poco de dinero, había una chica en la
misma situación que yo que me contó que ella iba a un curso de arte dramático
en la noche y me fui el día después con ella, y encontré lo que sería mi
vocación de por vida.
–¿Y el novio en París?
–Creo que ya tenía yo otro en Alemania. Pero me quedé muy
poco en esa escuela, porque pensé que entre más me quedaba allí menos lograría
hacer las cosas, y así, salí después de unas semanas y no volví a pensar en
ella, aunque encontré a Fassbinder en esa escuela alemana que se llamaba Munich
Action Theatre, que después se dedicó al cine. Todo se hubiera quedado así, si
Fassbinder no hubiera sentido como él escribió más tarde, como un flash
inmediato al decir: Aquí está la protagonista de mi filme. Esa era yo. Él
siempre supo que iba a hacer cine. En el Munich Action Theatre nunca nos
acercamos mucho, él estaba muy, muy tímido.
–¿Más que tú?
–Más que yo. Yo no era tan tímida, era más introvertida; no
tenía ese problema de decirle a alguien lo que quería decirle, pero él sí. Una
vez, cada uno tenía que desarrollar una pequeña escena ante él, y a mí me
pidieron representar una de Goethe que me pareció muy antigua, pero la hice.
Pensé que todos los alumnos eran mejores que yo, pero después Fassbinder me
mandó a su amigo para decirme que a él le había conmovido mucho. No logró
decírmelo él mismo; yo estaba de lo más asombrada, porque pensé: pero, ¿cómo
eso de Goethe puede gustarle a ese espíritu tan rebelde? Porque era tímido,
pero muy rebelde. Muchas veces los tímidos son muy atrevidos para la vida
pública y no tienen idea de cómo manejar sus cosas íntimas. Fassbinder no sabía
cómo decirme que yo lo conmovía. Después comprendí por qué mi modo de
interpretar a Goethe le impresionó tanto: porque en esa escena había una
relación de amor imposible entre hermano y hermana. Era casi una metáfora de lo
que sería nuestra relación, porque había algo de hermanos entre él y yo. Con
Fassbinder hice 23 películas; él convirtió al nuevo cine alemán de los 70 y los
80 en el mejor del mundo. El matrimonio de María Braun, Lili Marleen y Berlin
Alexander Platz son extraordinarias.
–¿Tú y Fassbinder hablaban el mismo lenguaje?
–Teníamos una fibra en común, buscábamos lo mismo, yo era
parte del tejido de su creatividad, yo lo hacía vibrar mucho y él a mí, pero
también había grandes contradicciones. Es difícil definirlo, pero teníamos en
común la búsqueda de lo que solamente te satisface cuando puedes expresarlo y
tu actuación sale de una fibra que es la del otro, la conciencia del otro. Al
actuar expresaba yo a Fassbinder, su yo más profundo. También sentí con gran
fuerza la necesidad de expresarlo a él, de ser parte de su espíritu, de que al
verme dijeran: Aquí está Fassbinder, aunque él era un hombre difícil, a veces
mezquino; tuvimos que hacer huelga para que nos pagara. Podía ser grosero,
arbitrario; era muy directo en su rechazo o en su amor. Nunca fue un hombre
fácil. Creo que yo tenía la misma necesidad de comunicación que él y así nos
entretejimos, cuidamos nuestro talento, que tenía la misma esencia. Nos
comunicamos casi siempre sin muchas palabras.
–Incluso cuando te dirigía era con pocas palabras. ¿Podías
hacer lo que tú querías?
–Él tenía una manera de dirigir que era magnetismo, como
alguien que mueve un juguete con una batería. Yo hacía lo que él quería, pero
lo que más le gustaba es que yo fuera imprevisible. Nunca daba muchas
indicaciones, hacía pequeños dibujos de cómo tenías que moverte y hasta dónde
llegar, te los daba, pero luego tú hacías lo que querías.
–¿Actuabas con el dibujito en la mano?
–No, por el camarógrafo. Fassbinder marcaba lo que tenías
que hacer; yo ironizaba el tono, pero yo tenía mucha gracia en mis movimientos.
Nunca imité a nadie y eso dio fuerza a mi actuación. Los actores suelen
copiarse los unos a los otros, yo no. Fassbinder hacía un esbozo muy ligero de
lo que quería y tú ponías lo tuyo. Cuando a él no le gustaba te decía: Eso me
parece demasiado normal o demasiado artificial, cosas así. Hazlo otra vez. Él
no era de grandes explicaciones ni de querer hablar de sicología, nada de eso.
Sentí que él quería darme todo y así fue. Me dio todo lo mejor, los mejores
papeles, los trajes más, los parlamentos más emocionantes, nos peleamos; era
difícil, pero lo mejor de su teatro, lo mejor de su cine me lo dio a mí.
–¿Fue lo mejor que te ha tocado en la vida?
–¡Claro que no! Almodóvar me dijo: Yo soy el Fassbinder
español. Actué con Wajda en A love in Germany. Actué con Scola, con Godard. Con
Wajda fue una experiencia fuerte y distinta, porque él quería mucho dramatismo,
me exigía mucho, distinto de Fassbinder, y yo no estaba tan segura de mí misma,
porque me forzaba. Quizá si ahora viera el resultado al ver el filme de nuevo,
me gustaría más que antes; no sé, todo cambia con la distancia. La personalidad
de Wajda me gustó y los personajes que me dio también, aunque al principio me
desconcertaron. Hice películas con Marco Ferreri, que estaba más cerca del
genio salvaje de Fassbinder. Me entendí bien con él.
–¿Y con Godard?
–Godard fue interesante, pero es un hombre tan complicado.
Con él no había rutina. Godard a veces llegaba al set con textos que acababa de
escribir, y nos hizo escribir a nosotros los actores; nos hizo participar en la
película como si fuéramos directores y escritores, más que actores; nos trató
de una manera muy extraña. A una actriz la mandó a trabajar a una fábrica de
botones durante unos días, para que entendiera que significa la vida obrera.
–Así lo hizo Simone Weil, la filósofa. Hanna Schygulla
Elena Poniatowska/III
Rainer María Fassbinder tenía un grupo de teatro
underground, su actriz tuvo un accidente y la reemplazó Hanna Schygulla. A
partir de ese día saltó a la fama sin pensarlo dos veces. Nunca ensayo ni me
preparo. Ahora que canto tampoco me preparo, no tengo esa disciplina ni busco
tenerla.
–Lo primero que hice en toda mi vida fue un collage de
Antigona en el teatro a la manera del Living´s Theater de la época. Fassbinder
me dio el papel.
Yo era parte del coro, hacía lo que hace todo el mundo pero
apenas tuve un momento sola, actué como me vino en gana. También hubo ocasiones
en que no hacía yo casi nada y eso también resultó muy fuerte.
En esa época yo era bastante introvertida, distinta a los
actores que hacen grandes explosiones, yo era más bien de interiores. Eso fue
lo que le llamó tanto la atención a Fassbinder.
–¿Sigues siendo interiorizada?
–No. Ya no tanto, soy más abierta, extrovertida, he ganado
mucha libertad con la actuación y con el trato con la gente. Además canto y
cantar te libera. Volver a los primeros impulsos sin frenarlos me hizo bien.
–¿Y no resulta muy difícil regresar a los primeros impulsos?
–Es una cuestión de reducación, de no frenarte y lanzarte,
porque es un tormento que tus impulsos y deseos se te queden dentro. No
manifestarse es la muerte. Yo di ese paso y llegué a liberarme como por ejemplo
también son hombres libres Fassbinder o Almodóvar, o Stanley Kubrick o George
Tabori o François Truffaut.
–¿Ustedes cuántos hijos eran?
–Única.
–¿Tuviste una educación muy severa? ¿Tus padres te limitaron
mucho?
–No tanto. Yo pienso que fue más porque mis padres no se
llevaron bien y eso me hizo algo de infeliz, y cuando uno es algo infeliz no
quiere uno mostrarlo a los otros, entonces te quedas con algo de impotencia,
creo que era eso. Yo era un poquito doble. Según la gente cuando yo salía con
los niños tenía mucha energía, muchas ganas de hacer cosas, y cuando me quedaba
en mi casa tenía mucha vida secreta, protegida, escondida, de que no se vea
demasiado.
–¿No querías que se te acercaran tus padres?
–Para que no me toquen demasiado en lo que yo pensaba o
quería hacer. Yo siempre pensé que iba a llevar otra vida distinta a lo que
había alrededor mío.
–¿Veías en torno tuyo mucho convencionalismo, muchas restricciones?
–Sí, por tanto, tenía una vida interior ajena a la de mis
padres. Yo era retraída en mi casa y libre afuera. Prefería la atmósfera de la
calle a la de la casa.
–¿Esto era en Berlín?
–Yo nací en Katowice, Silesia, en 1943, realmente entonces era
Polonia, pero todo el cine que filmé: Effie Briest, Lili Marleen, El amor es
más frío que la muerte, de Katzelmacher, todo fue en Alemania.
–Yo te vi en La nuit de Varennes de Ettore Scola, cuando
todos los directores se disputaban tu nombre, tu rostro y tu actuación:
Margarethe von Trotta, Carlos Saura, Wim Wenders y no sé cuántos más…
–Cuando era muy joven, una niña, vivimos en Mónaco, mi padre
llegó muy tarde de la guerra, él estaba en la infantería en el ejército alemán
y lo capturaron en Italia los americanos y fue prisionero de guerra hasta 1948.
Yo tenía ya cinco años, el llegó muy cambiado con mi mamá, conmigo.
–¿Muy herido?
–Sí muy transformado, pensaba que la vida no valía nada, en
fin, esas cosas cuando tú ves que la gente se muere por nada, te sientes muy
mal. Bueno era así, y fue muy difícil también para él conectarse conmigo.
Estaba muy bloqueado, solamente ahora en su vejez sale su lado cariñoso.
–¿Y se parece a ti? ¿Es guapo?
–Algo en el cuerpo más que en el rostro.
–¿Tú te pareces más a tu mamá?
–Tampoco, pero sí, hay algo en la forma, por lo redondo de
la cara.
–Es muy bello lo redondo de tu cara, muy fotogénico. ¿Y esta
parte tuya de auténtica actriz que es tan maravillosa, es sólo tuya o se la
heredaste a tus padres?
–Sí, sólo es mía. Las fotos mías de niña, de mi mamá, de mi
papá y cosas que tenían relación quizás con este hecho que uno sin saberlo a
veces está realizando los sueños de los padres, porque mi mamá me confesó muy
tarde, cuando vio la película Lili Marleen, que tenía escenas de cabaret en que
yo cantaba y bailaba, ella me dijo que había querido actuar, pero jamás lo
logró. Ella venía a verme al set, aunque eso me molestó.
–¿Te intimidaba?
–Me molestó más y más y después ella me dijo que nunca pensó
que su hija haría lo mismo que ella tanto soñó hacer, le dije, ¿tú? Nunca me lo
había dicho antes y su presencia en el estudio me pesaba. Yo tenía ya 35 años.
Es increíble cómo los deseos de los padres se transmiten en tu subconsciente.
Mis padres vinieron de la burguesía, él era hijo de obrero, mi mamá era un paso
más dentro de la burguesía, pero sólo un paso, el padre de mi madre estaba
predestinado para ser pastor, hijo de campesinos; siempre en la sociedad
escogen alguien de la familia para sacerdote católico, después conocí a la mamá
de mi mamá, quien acabó teniendo muchos hijos, 13 hijos. Yo me siento
responsable de mis padres, ahora los cuido todo el tiempo. La extraña cosa en
Alemania era que después de esa generación que hizo tantos niños, en la familia
de mi mamá eran 11, se murieron dos y quedaron nueve, es que nosotros después
no hicimos más hijos, nos negamos, eso fue también por el nazismo, por ese
traumatismo.
–Es comprensible. Cada vez que se producen esos horrores en
la historia, se necesitan muchas generaciones para que las mujeres deseen traer
de nuevo hijos al mundo…
–A la generación después de eso le faltaba algo como
confianza en la vida, o algo, muchos de nosotros no tuvimos hijos.
–Nadie quiere tener un hijo para que lo maten en una estúpida
batalla…
–Sí, y después en el siglo XX y en el XXI muchas mujeres
escogen voluntariamente no tener hijos, muchísimas, tal vez más que antes. Y
varias mujeres aceptan y hasta escogen ser madres solteras y no sienten la
necesidad de vivir en pareja, ¿no?
–Pero eso, ¿a que se deberá?, a que ya nadie cree la pareja,
¿verdad Hanna? Tampoco se ven tantas parejas felices.
–Si, Elena, se ven parejas aburridas en los restaurantes,
ves parejas que están comiendo y que nada más están esperando la cuenta para irse
y no se dirigieron la palabra o apenas durante toda la comida… O parejas que se
agotan porque pelean para saber quien tiene razón, eso es lo más horrible, ¿no?
te lo advertí, yo te lo dije, ya lo sabía, no me hiciste caso… Todo es un
mecanismo tonto que tiene que ver con la competencia. Cuando se acaba el
encanto lo único que queda es ganarle al otro.
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