Xabier F. Coronado
La diferencia entre la inteligencia y la estupidez reside en el manejo del adjetivo, cuyo uso no diversificado constituye la banalidad.
E. M. Cioran, Breviario de podredumbre
E. M. Cioran, Breviario de podredumbre
Vivimos tiempos en los que todo se difunde de manera global. En esta época, cualquier evento se divulga por el planeta en unos segundos y prácticamente la totalidad de las personas podemos llegar a conocerlo. Esto sucede gracias a la red digital que nos envuelve y en la que, de alguna forma, estamos atrapados. Todo se replica de modo superficial en un oleaje continuo de titulares ambiguos o tendenciosos. Quienes se interesan en ir más allá de la frase de reclamo se encuentran con que la letra pequeña apenas profundiza y muchas veces es incoherente o falaz.
Gran parte de la información se plantea con un enfoque banal, manipulador y viciado de origen. La banalidad se impone tanto en asuntos de entretenimiento como en temas considerados más trascendentes: política, educación, arte y otras manifestaciones de la cultura. El efecto final es que la banalización se extiende como una epidemia que contamina y todos, queramos o no, tenemos que sobrevivir en ese miasma de trivialidad que se respira.
Lo banal, vano y venal
No hay nada más terrible, insultante y deprimente que la banalidad.
A. P. Chéjov
A. P. Chéjov
No hay referencia en los diccionarios etimológicos a que “banal” tenga raíces en “vano” (del lat. vanus), aunque en sus significados se podrían equiparar: lo vano está falto de sustancia o entidad; y banal es un adjetivo de origen francés (banal, que procede de ban, bando público), definido como trivial, común e insustancial. “Banalidad” es lo que tiene cualidad de banal, y “banalización” es la acción y efecto de banalizar, es decir, el resultado de tratar algo de manera trivial.
En momentos determinados, la banalidad puede cumplir una función de entretenimiento saludable, para distraernos o relajarnos. Algo diferente sucede cuando lo banal invade otros espacios de forma indiscriminada. Cioran ve una faceta positiva en lo banal cuando afirma que “a menudo es de una banalidad, y no de una paradoja, de donde surge una revelación” (Del inconveniente de haber nacido, 1973), pero resulta difícil descubrirla cuando los síntomas de la banalización se manifiestan en muchas expresiones de la vida pública y privada.
Actualmente, la banalización domina nuestro entorno y convivimos en el paisaje banal de la apariencia; el mundo cultural, político, económico y social están sujetos a un mismo canon doloso que permite justificar cualquier cosa. En la era de la banalización todo es venal, en su doble acepción de vendible y sobornable. La banalidad se vende como marca de moda en los medios de comunicación masivos que, al mismo tiempo, imponen una seudo cultura a base de insistencia y publicidad. Sólo hay competencia entre quienes aceptan sus reglas; se elimina o se niega cualquier voz disonante. La banalización fomenta el consumo y lo liga descaradamente a la felicidad. “Tanto ganas/ tanto compras/ tanto tienes/ tanto vales”, es el estribillo de la canción del éxito; el coro de la banalidad está dirigido por la todopoderosa economía neoliberal, que mercantilizó la cultura para convertirla en industria del entretenimiento.
Como ejemplo tenemos lo que pasa en México: en este país pareciera que sólo existe lo que programa el duopolio televisivo, única vía de información y esparcimiento para la mayoría de la población, y modelo de vida para la sociedad. Así es como se manipulan conciencias y preferencias.
Banalización de la cultura
No quiero ser apocalíptico, pero el espectáculo ha tomado el lugar de la cultura. El mundo está convertido en un enorme escenario, en un enorme show.
José Saramago, Otros cuadernos de Saramago
José Saramago, Otros cuadernos de Saramago
En el último año, el tema de la banalización de la cultura ha dado mucho de qué hablar, sobre todo a partir de la publicación del libro de Vargas Llosa, La civilización del espectáculo (2012). Básicamente, el escritor peruano desarrolla un artículo del mismo nombre que había publicado anteriormente (El País, 6/IX/2008), donde nos comunicaba su preocupación por las consecuencias, en la esfera cultural, de una serie de tendencias sociales y económicas. Un debate que filósofos y sociólogos ya habían establecido durante el siglo pasado.
Ilustraciones de Huidobro |
La sociedad se ha ido banalizando de manera global y varios pensadores apuntaron esa tendencia. En 1947, M. Horkheimer y TH.W. Adorno, al acuñar el término “industria cultural” para designar los productos y procesos de la cultura de masas, señalaron que la tecnología y la ideología del capitalismo monopólico trasformaban la cultura en un producto mercantil con tendencia a homogeneizarse. También, el polifacético Guy Debord publicó, en 1967, un interesante libro, La sociedad del espectáculo, de título casi homónimo al que acaba de escribir Vargas Llosa. En su texto, Debord apunta con gran lucidez que “el espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificación. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”.
En su planteamiento, Vargas Llosa no se detiene a profundizar sobre la influencia del sistema económico y educativo en todo este proceso de banalización; en cambio manifiesta que la “democratización de la cultura” produjo un efecto de “trivialización y adocenamiento de la vida cultural donde cierto facilismo formal y superficialidad en los contenidos culturales se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios”. Asimismo, la hace responsable de la desaparición de la “alta cultura”. En su exposición, el reconocido novelista no distingue con claridad la cultura popular de la cultura de masas, las mezcla en un mismo concepto y deja aparte a la alta cultura.
Actualmente, “cultura popular” es un concepto usado en forma confusa y contradictoria. Eduardo Galeano la define como un complejo sistema de símbolos de identidad que el pueblo preserva y recrea, mientras que para el sociólogo Mario Margulis la cultura popular es una cultura solidaria: productores y consumidores la crean y la cultivan (“La cultura popular”, 1986). Por el contrario, la cultura de masas, diseñada y difundida por gestores que atienden a intereses principalmente económicos, sólo se consume.
El aporte de Vargas Llosa a este debate es criticado por otros autores, entre ellos Jorge Volpi (“El último mohicano” en El País, 27/IV/2012), que lo tilda de elitista por defender la alta cultura. Vargas Llosa concluye que esta tendencia a la banalización es irreversible y cree que la cultura, como él tuvo el privilegio de conocerla, va a desaparecer; a lo que Volpi comenta: “acierta al diagnosticar el fin de una era: la de los intelectuales como él”.
Por otro lado, la banalización venal también afecta a la vida política. Para Galeano (El libro de los abrazos, 1989), “la cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa”. En palabras de Fidel Castro (Selección de discursos), “la política ha dejado de ser la ilusión de arte noble y útil con el que siempre soñó justificarse, para convertirse en entretenimiento banal y desprestigiado”.
La cibercultura tampoco se salva de la banalización. Al principio se trató de una cultura minoritaria, pero con la popularización de internet se ha transformado en cultura de masas. Por supuesto que existe una manera equilibrada de usar la red digital, pero el contagio de lo banal es evidente. Además de convertirse en imprescindible herramienta de trabajo, internet ganó espacio a otros medios que se repartían la atención dedicada al tiempo libre; ahora ocio y negocio se condensan en un mismo dispositivo. Para muchos, estar sin conexión es inconcebible y tener acceso a internet ya se considera un derecho universal, a pesar de los muy cuestionables contenidos y niveles de utilización.
Las denominadas “redes sociales” crecen a ritmo exponencial, llegan a cualquier rincón del planeta y ya nadie duda del potencial que poseen. No hay límite de edad para engrosar sus listas: niños, jóvenes y adultos se comunican a través de ellas. El intercambio de imágenes o mensajes banales es habitual y la circulación de noticias, videos y demás ocurrencias, obsesiva. Resulta casi heroico resistirse a Twitter o Facebook; sólo si estás registrado existes, porque entonces puedes acceder a los contenidos, opinar y ser reconocido. El auténtico reto está en utilizar esas redes cibernéticas sociales de forma consciente y equilibrada.
En definitiva, la banalización es una realidad alarmante que apenas deja espacio para la creatividad y la auténtica cultura; todo lo desvirtúa, hace perder los puntos de referencia y resulta difícil distinguir lo genuino de lo adulterado.
La banalidad del mal
… la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: un informe
sobre la banalidad del mal
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: un informe
sobre la banalidad del mal
A comienzos de la década de los años sesenta se celebró en Israel el juicio a Adolf Eichmann, un mando medio encargado de organizar el transporte de personas a los campos de concentración nazis. La politóloga y filósofa Hannah Arendt cubrió el evento para la revista The New Yorker y el resultado de esa experiencia dio lugar al libro Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal (1963). De este trabajo surge el controvertido término, “banalidad del mal”, que Arendt registra por primera vez para explicar la falta de reflexión, sobre las consecuencias de sus actos, de quien comete crímenes al acatar órdenes; circunstancias que, según Arendt, no lo liberan de culpa sino que lo hacen motivo de otra forma de juicio.
Actualmente, este concepto se utiliza para describir el mal como algo que no nace del individuo sino del sistema al que obedece. En consecuencia, la banalidad del mal, como sumisión total a la autoridad, ha sido y es utilizada para cometer delitos contra la humanidad. El poder se escuda en la barbarie, la banalización de la violencia y de las actitudes discriminatorias que justifican la intolerancia.
Preguntas y respuestas
Los períodos reaccionarios se convierten de un modo lógico en tiempos de evolucionismo banal.
León Trotski, La revolución permanente
León Trotski, La revolución permanente
Para terminar, las preguntas clave: ¿de dónde nos viene la banalización? ¿Trae la vida, en sí misma, la banalidad? ¿Somos los humanos seres banales? Para buscar respuestas, consultamos algunos pensadores que no padecieron esta enfermedad. El controvertido Cioran escribe: “Te encuentras en el seno de la vida siempre que dices, con toda tu alma, una banalidad.” (El ocaso del pensamiento, 1940). Otros autores también escribieron que la banalidad puede ser inherente a la condición humana, como Gorki cuando narra: “Todo era banal y corriente en su existencia, pero esta sencillez y banalidad eran el fardo de una innumerable cantidad de seres sobre la tierra” (La madre, 1907); o Pessoa en su obra póstuma, El libro del desasosiego (1982), este homem banal representa a banalidade da Vida. Ele é tudo para mim, por fora, porque a Vida é tudo para mim por fora. Para Charles Baudelaire, esa tendencia a lo banal está en nuestra esencia. En Las flores del mal(1857) nos dejó estos versos: “Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,/ todavía no han bordado con sus placenteros dibujos/ la urdimbre banal de nuestros tristes destinos,/ es porque nuestra alma, ¡fatalmente! no es bastante audaz.” En cambio, para Guy Debord (1967) la culpa es del sistema que nos globaliza: “La producción capitalista ha unificado el espacio, que ya no está limitado por sociedades exteriores. Esta unificación es, al mismo tiempo, un proceso extensivo e intensivo de banalización.”
La epidemia de la banalización se extiende y parece contagiar a gran cantidad de individuos en el planeta. Lo banal es como una bacteria que está latente y en épocas propicias se reproduce y se manifiesta en la banalización. ¿Será posible vacunarse? Quizás sí, con un tratamiento a base de atención y voluntad para ejercer control sobre el consumo, ser selectivos, exigirse y exigir.
Como colofón, unas palabras del escritor Miguel Delibes que pueden ayudar a ubicarnos: “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.”
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