Monday, February 18, 2013

La torre en yedra



Marina Tsvietáieva

Hace unos días, al abrir una de las Elegías de Rilke, leí: “Dedicada a la princesa Thurn-ind-Taxis.” ¿Thurn und Taxis? ¡Algo conocido! Pero aquelloera: Tour. ¡Ah, ya sé: la torre en yedra!
– Russenkinder, ihr habt Besuch! (“¡Rusitas, tienen visita!”) Era la fogonera María, que había entrado corriendo en la clase vacía, donde nosotras, mi hermana Asia y yo, las únicas internas aún en el internado, volvíamos con indiferencia las hojas de nuestras crestomatías en espera del día siguiente, día de Pascua, que no prometía nada.
– Un señor – continúa María.
–¿Cómo es?
– Como todos. Un verdadero señor.
–¿Joven o viejo?
– Ya le dije: como todos. Ni joven ni viejo, como debe ser. Vayan cuanto antes, pero Fräulein Assia, quítese el pelo de la frente, o no se le ven los ojos, como a los perros ratoneros.
“La habitación verde”, la reservada, la de la directora, era también la sala de recepción. A nuestro encuentro, desde el sillón verde –un conocido, irreconocible, siempre sin saco y ahora con un gran cuello postizo, siempre con una bandeja de cerveza en las manos y ahora con sombrero y bastón, tan absurdo al lado de la directora, sobre el fondo de esas cortinas verdes –el propietario del “Ángel”,Engelswirth, dueño de nuestro maravilloso albergue rural, padre de nuestros amigos de verano Karl y Marile.
– El señor Meyer es tan amable que las invita mañana a pasar todo el día en su casa, con su familia. Vendrá a recogerlas a las seis y media de la mañana y las traerá de regreso por la tarde, a esa misma hora. Si el clima es favorable. Ya he otorgado mi permiso. Den las gracias al señor Meyer.
Pasmadas por la felicidad y lo sagrado del lugar, tímidamente, – yo, por alguna razón, con voz de bajo, y Asia con un chillidito – damos las gracias. Silencio. Herr Meyer, no menos abrumado por lo sagrado del lugar, y quizá asfixiado por el impropio cuello, se mira los pies, realmente irreconocibles en los nuevos zapatos.
A mí no sé por qué me parece que tiene unas ganas enormes de guiñarnos un ojo. Nadie se sienta. Al salir, Asia, pese a todo se acuerda y se atreve a informarse: cuánto ha crecido Karl, y hasta dónde le llega ahora a su padre.
El dormitorio vacío. María acaba de disminuir la luz de la lámpara. ¡Mañana! Bajo los párpados – primero un camino abruptamente ascendente, después, a partir de una de las tantas curvas, más conocido que visto, hundido en su doble marco de sauces, el Borerbach, semitorrente de las ondinas, semirriachuelo amado, frío, en el que, debido a sus aguas heladas, siempre nos prohibían entrar, y en el que, en una ocasión, con ropa y todo…Y más adelante – la cruz en una curva, y más adelante, dejar el camino y girar a la izquierda, y más adelante – ¡ya muy cerca! – de entre las frondas de los ciruelos y los manzanos, primero el gasthaus, y después el propio Ángel, regordete, con alas, dicen – muy viejo, pero por su aspecto muy joven, ¡mucho más joven que nosotras! – debe tener tres años, el ángel redondo y amado sobre la entrada de la casa, desde donde sale a nuestro encuentro Frau Wirtin, y lo más importante – Marile y Karl, lo más importante para mí – Marile, para Asia – Karl.
– ¡Mañana! – A las seis y media de la mañana. – Si el tiempo es favorable.
La primera mirada – a la ventana. En realidad, ¿dos primeras miradas? – a la ventana y al reloj. Todo bien: el cielo claro y las cinco de la mañana. Abrocho sobre la espalda de Asia los seis botones de su corpiño. ¿Cómo vestirnos? Ropa de diario imposible – es Pascua, y con ropa de fiesta – ni al árbol, ni bajo el árbol.
– Yo, en cuanto llegue, me pondré un vestido viejo de Marile.
– ¿Y yo? (Asia, resentida.) ¡A mí un vestido de Marile se me arrastrará!
– Pues tú – ¡unos pantalones de Karl! (Y al ver que ya estaba llorando:) Bueno, tú una blusa de Marile que te llegará justo a las rodillas. ¡Y le doblaremos las mangas!
Tocan a desayunar – para nosotras solas. Las directoras duermen. Desayunamos a solas con María. El desayuno, como siempre, es café de avena sin azúcar (que todo el colegio “voluntariamente” y de una vez y para siempre, según parece, el día de su fundación, cedió “a los niños pobres”) y pan sin mantequilla, pero en cambio con cierto engrudo vegetal rojo y repulsivo que sólo la brasileña Anita Jautz eternamente hambrienta, desdichada, omnívora y voraz como pocos, se come sin asco y, cuando puede, por todos, es decir lame el de todos.
– ¡Ay, Fräulein Assia, de nuevo se le ha pegado todo el engrudo! Deje que yo me lo acabe por usted, ya no queda más que un cuarto de hora.

Collage de Marga Peña
Seis y media. Cuarto para las siete. Las siete. El tiempo no es espléndido, el tiempo es, digamos, regular, el cielo está cubierto de nubes, pero, en todo caso, no llueve. Todavía no. Las siete y media. Él, por supuesto, se ha demorado en el mercado pero no tarda, no tarda en llegar. ¡Es imposible que para Herr Meyer, todo un hombre, estas cuantas gotas representen lluvia! Las gotas se hacen más frecuentes, primero chorros, después torrentes. A las ocho de la mañana aparece la subdirectora, Fräulein Änni.
– Niñas, en media hora las quiero listas para la iglesia. Herr Meyer ahora, es evidente, ya no vendrá.
A las ocho y cuarto la campana para la limpieza de los chanclos. Toca sólo para nosotras.
¿De qué habla el predicador? Asia, la más pequeña de todo el colegio y la que siempre se duerme durante el sermón, ahora por primera vez no duerme. No duerme, llora silenciosa y abundantemente. Pero peor que “no vino” es otro pensamiento. “¿Y si vino y, como no nos encontró, se fue? Hoy es domingo de Pascua, todo el pueblo sube al “Ángel”, herr Meyer viene con víveres, no puede esperar.”
En el camino de regreso Fräulein Änni me dice:
– ¿Por qué no dices nada, Russenkind? Assia por lo menos llora. ¿Acaso no querías ir a visitar a tus amigos, ir a las alturas?
– Ah, yo siempre sé, y lo sabía de antemano. ¡Habría sido demasiado maravilloso!
Y de pronto, en vez de lágrimas, estallo en un célebre dístico:
Behüt Dich Gott, es wär zu schön gewesen!
Behüt Dich Gott, es hat nicht sollen sein!
(“¡Que Dios te proteja, habría sido demasiado maravilloso! ¡Que Dios te proteja, no estaba llamado a ser!”)
– Me alegra tu amor por la poesía, Marina, pero todavía es pronto para que conozcas a Scheffel.
– ¡No lo he leído, es que mamá lo canta siempre!
Después del desayuno usual del domingo: “la fiera roja”, como sin saberlo lo llamábamos, y de la compota de ruibarbo, obedeciendo a la campana (toca sólo para nosotras), en el dormitorio vacío, nos lavamos las manos. Y el cielo, tras un poco de llanto, ¡está espléndido!
María sofocándose:
– Russenkinder, Fräulein ordena que se pongan rápidamente sus mejores ropas.
– Ya las llevamos puestas.
– ¿Y no tienen cuellos de encaje?
– No.
María resplandece:
– Yo tengo. Se los voy a prestar, porque… ¡también yo me siento mal aquí!
Corre y regresa con dos: una esclavina enorme de guipur con ondas que caen por debajo de la cintura – exactamente como una estrella de mar gigantesca, en mitad de la cual hubiéramos metido la cabeza, – una estrella de guipur para mí, otra de encaje hecho a mano para Asia. A mí la mía me llega – hasta el estómago, a Asia la suya – hasta las rodillas.
– Ahora están preciosas, ¡parecen angelitos!
(¡Ah, Ángel, Ángel!)
…Pasear. Pasear a solas con Fräulein Änni – ir al mismo Schlossberg de siempre, – y además con vestidos de domingo, – esos con los que no vas a ningún lado ni haces nada… Y toda Fräulein Änni – sólo para nosotras dos…
Ataviadas, yo – con una chaqueta que me expulsa por todos lados, Asia – con una tan amplia que parece tener una vida independiente de la de ella, bajamos al paso de oscuras figuras y descontentas criaturas.
Un carruaje, es más, un landó. Landó en toda la profundidad de la palabra y la fastuosidad del fenómeno. Un profundo landó laqueado, tirado por dos caballos de chocolate, de igual modo relucientes. En el fondo están las dos Fräulein, van de un negro impenetrable, solemnemente-funerario con abalorios, sombreros negros ataviados con ramilletes de lilas, y ramilletes de lirios de los valles en las manos.
– ¡Siéntense, niñas!..
Tímidamente ponemos un pie en el estribo.
– Siéntate tú, Marina, que eres la mayor, frente a mí, y tú, Assia, que eres la menor, frente a Fräulein Änni.
(¿Qué es mejor: los ojos de rana saltones, enormes e inmóviles de Fräulein Paula, o esos ojos rojizo-azulados de perro de lanas, que no paran de parpadear bajo un mechón de pelo, también de perro de lanas, de Fräulein Änni?)
El landó, en absoluto silencio, zarpa.
Primero casas viejas, luego casas majas que miran a los campos. Campos majos… Luego colinas de abetos, que se yerguen en la lejanía, y buscan cercanía… Las colinas de la Schwartzwald…
¿Adónde vamos? ¿Y si fuera (vana ilusión), y si fuera – allá, al “Ángel”? Pero el camino no es éste, aquél sube, éste es plano. Y las puertas no son éstas, aquéllas tienen a San Jorge, éstas – a San Martín… Pero si no es allá, – ¿adónde? Quizá – ¿a ningún lado? ¿Es sólo un paseo?
– ¿Cómo es que no preguntan, Russenkinder, adónde vamos y de dónde salieron estos caballos?
– A los adultos no se les pregunta (Asia).
– Lo mejor, seguramente, es no saber (yo).

– Educación encomiable (a Asia). Suposición razonable (a mí). Vamos en camino… – Y de pronto un eco golpea mi oído: Tour-und-Taxis. Y la visión instantánea de una torre en yedra. Ahora, por primera vez, pensando en esto, entiendo: Thurn, que yo tomaba por Turm – daba el francés tour (torre), y Taxis, por asonancia con el vegetal Taxus, cuyo significado preciso entonces yo desconocía (árbol de tejo, tejo) – daba yedra. Tour-und-Taxis. Torre-en-yedra.
Torre resultó no haber ninguna. Lo que había era una casa blanca con una terraza y los ojos oscuros, como siempre durante el día, profundos y nocturnos, de las ventanas, tan parecidos a aquellos con los que nos mira, dejando la terraza y descendiendo hasta nosotras como una nube café, una mujer joven que no se parecía a ninguna otra: toda ella era color castaño, acastañada, de ojos tan castaños como los del perro que la acompañaba y mechones de pelo también castaño.
– Le estoy sinceramente agradecida por haber traído con usted a las niñas. Solas en el colegio, en día de Pascua. ¡Pobres criaturas! ¿Cómo se llaman? ¿Marina? ¿Azia? Qué nombres tan hermosos, suenan a italianos. Usted dice: Russenkinder. ¡Pero la mayor, para su edad, es además Riesenkind! (Una niña gigantesca.)
Esta mujer tiene una voz maravillosa, que te llega al corazón, una voz melodiosa, también castaña. (“Ayer escuché un violoncello, su sonido era como tus ojos castaños.” Eso escribe la anciana madre de Goethe a la joven Bettina.)
– ¿Estás contenta, Azia, de haber venido?
– Sí, “liebe Frau”. (Amada señora, que también significa Virgen.)
– No se dice “liebe Frau”, hay que decir “Frau Fürstin” (princesa) – observa Fräulein Paula.
– ¡Por Dios! ¡Acaso se puede corregir a los niños, y encima a una niña como ésta! (Y – dándose cuenta:) Por supuesto, queridas Azia y Marina, que en todo deben obedecer siempre a Fräulein Paula, pero hoy estamos todas juntas, – y Marina, y Azia, y yo…
– Y Tiras, – añade Asia.
– Desde luego, y Tiras también, le pediremos que sea benévola con todos nuestros pequeños atrevimientos y faltas, porque Tiras y yo también, no menos que ustedes, pequeñas, cometemos errores. ¿No es verdad, Tiras?
Tiras. Es achocolatado, y no rojizo, no es lanudo, aunque es un setter, no es irlandés. Sus ojos, si se observan de muy cerca, son verdosos, pero la mirada es – la de su ama. Confundidas por la novedad del lugar y por la atención de los adultos concentrada en nosotras, por lo pronto aún con timidez, como con indiferencia, acariciamos al perro, sabiendo que en su momento, cuando los adultos se pongan a conversar, nos desfogaremos.

Foto: aforizmu.net
El té es inenarrable. Para describirlo haría falta describir toda el hambre de los seis meses anteriores en el colegio, y lo que para los niños puede ser peor que el hambre, la indescriptible monotonía de aquel menú espartano: sopa de harina, lentejas, ruibarbo; sopa de chícharos, papas, ruibarbo. Ruibarbo, ruibarbo, ruibarbo. Evidentemente, porque crecía en el jardín y se cocía sin azúcar. Fiera debe de haber sido el hambre y cruel el hastío, para que dos niñas pequeñas que no eran glotonas y mucho menos sanguinarias, durante horas enteras soñaran en cómo algún día con sus propias manos atraparían y asarían al calor de la lámpara esas truchas tiernas, maravillosas, llenas de pintas azules, que se deslizaban por el riachuelo del jardín, truchas “De Änni” que, según decía Fräulein Ännie, además de todo, entendían música.
Dejemos el inenarrable té, que, por cierto, resultó ser el chocolate más auténtico, en cantidades ilimitadas, con las mismas cantidades ilimitadas de pastelillos no ofrecidos, puestos directamente en los platos. Digamos solamente que nuestros estómagos estaban tan felices como nuestros ojos y nuestros oídos, y nuestros sentidos tan felices como nuestras almas.
Por otro lado, mis oídos comienzan a sentirse desconcertados. Algunas cosas las desconozco, otras no las reconozco. Mi padre, a decir de Fräulein Paula, es un notable arquitecto, que está construyendo su segundo museo en Moscú (¡el primero, evidentemente, era el Rumiántsev!), nuestra madre – una célebre pianista (jamás ha tocado en público), yo – excepcionalmente dotada, “geistreich” (¿y la aritmética?, ¿y los trabajos manuales?), Asia excepcionalmente “liebreich” (cariñosa). Yo soy a tal punto “geistreich” y “frühreif” (de precoz desarrollo) que ya publico en revistas rusas para niños (recibo El amigo de los niños y El manantial), y Asia es a tal punto cariñosa, que después de cada comida se acerca a ella, Fräulein Paula, “para jugar al gatito”, es decir, para hacerle carantoñas. (A las alumnas no se acostumbra darles servilleta, y Asia, que aún no sabe comer sin ella, de manera absolutamente consciente, después de cada comida se limpia la boca, las mejillas y las manos, es decir, los garbanzos, la grasa y el ruibarbo, en la parte superior del siempre mismo vestido negro de la inocente y enternecida Fräulein Paula. Y todos lo saben menos la acariciada. Y todos, con el placer de la venganza, esperan.)
– Todo se lo podría perdonar… ¡si llegaran a hacer algo!... por la voz con la que ellas, cuando ven un perro en la calle, dicen: “Ein Hu-und!”
Para ese momento nosotras, la geistreich y la liebreich, ya estamos echadas en el suelo con el perro y, embriagadas y diligentes, nos dedicamos a besuquearlo: Asia en una mejilla, yo en la otra, cada una en el perfil perruno que le toca.
– Es mejor no besarlo en el hocico – poco convencida observa la dueña –, dicen que tienen…
– ¡No tienen nada! – objeto vehementemente –. ¡Toda la vida los hemos besado!
–¿Toda la vida? –pregunta de nuevo Tour-und-Taxis –. ¿Toda su larga, larga vida? Entonces significa que, efectivamente, no tienen nada.
Y de nuevo en los oídos el monótono hilar de las alabanzas de Paula: el padre – esto… La madre – esto otro… La pequeña no puede ver un insecto sin lágrimas en los ojos… (¡Mentira!) La mayor conoce de memoria toda la poesía francesa… Frau Fürstin puede comprobarlo…
– Dime, kind, el poema que más te gusta, ¡el que más te gusta de todos!
Y aquí mis orejas físicamente se paran por el sonido de mi propia voz, que ya flota por entre las olas de la magnífica oda de Victor Hugo Napoleón II.
– Dime, Marina, ¿cuál es tu mayor deseo?
– Ver a Napoleón.
– Bueno, ¿y algún otro?
– Que nosotros, los rusos, derrotemos a los japoneses. ¡Al Japón entero!
– Bueno, ¿y no tienes un tercero, un poco menos histórico?
– Sí, sí tengo.
– ¿Cuál es?
– Un libro, Heidi.
– ¿Qué libro es ése?
– Se trata de una niña que volvió a las montañas. Se la habían llevado a trabajar, pero no pudo. Y volvió a su casa, “auf die Alm” (los pastos alpinos). Ellos tenían cabras. Ellos, es decir, ella y su abuelo. Vivían en absoluta soledad. Nadie iba a visitarlos. Johanna Spyri escribió ese libro. Una escritora.
– ¿Y tú, Azia? ¿Cuáles son tus deseos?
Asia, precipitadamente:
– Casarme con Edison. Ese es el primero. Después, tener un ascenseur, pero no en una casa, sin casa, en el jardín…
– Bueno, ¿y el tercero?
– El tercero no se lo puedo decir. – Una mirada a Fräulein Paula –. ¡No, no se lo puedo decir!
– Pequeña, pequeña, no seas tímida. ¡Tú no puedes desear nada que sea malo!
– No es malo, es… incómodo, descortés. – Cara asustada de Fräulein Paula–. Comienza con W. ¡No, no es eso que usted piensa! – Y de pronto, parándose de puntitas y abrazando del cuello a la asustada y sonriente Frau Fürstin, con un fuerte susurro –: Weg! (¡Fuera!) ¡Fuera del internado!
Pero ninguna de las dos lo oyó, seguramente no lo escucharon, porque al mismo tiempo y muy acaloradamente se pusieron a hablar de algo muy distinto, delPfingstferien (las vacaciones de Pentecostés), adónde irá el internado y si en realidad irá.
¡Qué maravilloso es ir sentada de espaldas al caballo, cuando te despides! En vez de a los caballos que irremediablemente nos llevan e inevitablemente nos harán llegar adonde no queremos, tenemos ante los ojos aquello de lo que no queremos despedirnos, aquellos de quienes… Evitando con la mirada: Asia – a Fräulein Änni, yo – a Fräulein Paula, intrépida y desvergonzadamente miramos por entre sus sombreros, por encima de sus cabezas – Asia, primero incorporándose apenas, y ahora completamente de pie – hacia la casa blanca oculta tras el oscuro follaje de las coníferas, y escuchamos los últimos ladriditos de Tiras, a quien, su dueña, en vez del acostumbrado paseo, lleva a casa, y con quien nosotras tan gustosamente nos cambiaríamos – ¡y no sólo de lugar! En el interior, más hondo que el oído, la irresistible voz, amada –conservada – prolongada por el oído interior:
– Gott behüt Euche, liebe Fremdenkinder! (Dios os proteja, dulces niñas extranjeras.)
Una semana más tarde, cuando la blanca casa definitivamente se había perdido entre las coníferas, los abetos definitivamente se habían cerrado, la voz definitivamente había desaparecido en las profundidades, Fräulein Paula, en esa misma habitación verde, nos entregó a Asia y a mí un paquete a cada una. Dentro del que tenía escrito “Marina” había un libro: Heidi, y otro: Was wird aus ihr werden(¿Qué pasará con ella?), en donde, con una bella caligrafía inclinada, sobre la palabra ihr estaba escrito dir (contigo), y después de werden – Liebe Marina? (¿Qué pasará contigo, querida Marina?) En el otro, el que tenía escrito “Azia” – una cajita con dados, con los que no sólo se podía construir un elevador, sino una Nueva York entera, esa Nueva York en la que se celebraría su boda con Edison.
Elegías del Duino. Tour-und-Taxis. Torre-en-yedra. 1933
Traducción de Selma Ancira
(de próxima publicación en un volumen de relatos que llevará por título Las flagelantes, editado por Ediciones sin Nombre).

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