Por Adriana Díaz Enciso
“Crear belleza.” Una y otra vez Rita Guerrero afirmaría, con palabra y obra, que ese era su propósito. La belleza era el atributo que daba sentido a la existencia, y no sólo como búsqueda hedonista –que también formaba parte de su naturaleza–, sino como vehículo de trascendencia.
En muchas entrevistas diría, vehemente: “Quiero que el público se deje tocar”. De eso no tenía que preocuparse: su público se dejó tocar hasta el corazón, y a dos años de su partida la sigue llorando en el vacío que dejó en la escena musical mexicana.
Cuando el cáncer vino por ella en marzo de 2011, en el momento más pleno de su carrera y tras un duelo (que no batalla) en que Rita no cedió terreno, con la gana de vivir y de crear intacta, más de dos mil personas desfilaron alrededor de su cuerpo tendido entre flores y velas ―elementos primordiales del escenario en sus conciertos―, en la Capilla Divino Narciso de la Universidad del Claustro de Sor Juana, donde dirigía el coro que ella misma formó, para rendir tributo a una maestra generosa y artista excepcional. En el velorio no hubo sólo dolor; hubo música también. Y mucha belleza. Era, decían los asistentes, extrañamente como si el espíritu mismo de Rita lo hubiera animado. El eco amoroso de lo que había sembrado se reintegraba a su alrededor para despedirla. El sentir de todos se resume quizá en el espontáneo “¡Gracias, Rita!” de una voz joven, seguido de un largo aplauso.
Rita nació en Guadalajara, México, en 1964. Ahí estudió música y se integró al proyecto “S” de teatro experimental. Después se fue a estudiar al Centro Universitario de Teatro en la Ciudad de México. Participó activamente en la encendida huelga estudiantil de 1987 que culminó en el Congreso Estudiantil Universitario. En ese contexto libertario conoció a otros artistas radicales. Junto a ellos quedó marcado el camino insumiso de su carrera.
Actuó bajo la dirección de David Hevia en Vox Thanatos y en América, producciones que dejaron huella profunda en una cohorte de actores mexicanos como una forma distinta de hacer teatro… de obligar al público a dejarse tocar. Y sacudir también, de ser necesario.
Un grupo de músicos aún más jóvenes que ella, de inusitado talento, tocaba en vivo en estas obras su versión alucinada del jazz. De allí nació el grupo de rock Santa Sabina, con Rita como vocalista.
Desde su primera presentación quedó claro que el rock mexicano, que vivía el que ha sido quizá su momento más fructífero, estaba viendo nacer a una banda excepcional, con una ecléctica búsqueda musical sin fronteras de ninguna índole.
La presencia de Rita era hipnótica. Bajita de estatura, en escena era sin embargo imponente, con un dominio absoluto sobre el público. Hablaba a menudo del escenario como lugar sagrado. El respeto que sentía por ese espacio, y con el que se entregaba a la preparación de hasta el más ínfimo detalle de lo que el público habría de ver y escuchar (los elementos teatrales eran parte fundamental de sus conciertos), eran el sustento de la transfiguración que tenía lugar en el momento en que entraba en él.
Santa Sabina se convirtió en una banda de culto. Su nombre hacía referencia a María Sabina, la curandera mazateca cuya cura con base en los hongos pscilocibios capturó la imaginación de la contracultura occidental en los años 60. A Rita le interesaba crear un arte que tuviera una resonancia espiritual ―¿cómo, si no, podría la gente dejarse tocar?
La negativa de Santa Sabina a suavizar su música para volverla asimilable, y a condescender así con un público al que amaban, tuvo la consecuencia inevitable de que transitaran por el camino más arduo. BMG, la primera compañía con que grabaron, nunca les dio el apoyo que merecían y, ante las exigencias repetidas de volverse comerciales, decidieron más bien volverse independientes. El esfuerzo mayúsculo que esa decisión significó para producir sus siguientes discos se vio recompensado por la evolución vertiginosa del trabajo mismo.
Tras los conciertos (y el disco en vivo) que celebraron los quince años de Santa Sabina, decidieron hacer una pausa. Sus integrantes tenían otros proyectos, y no todos estaban seguros de querer continuar. La decisión final de disolver la banda, si bien dolorosa, era coherente con la visión que tenía Rita de la creación artística: era indigno vivir de pasadas glorias.
Uno de los proyectos de Rita, además de sus participaciones eventuales en teatro y televisión, era el Ensamble Galileo de música antigua, que había formado desde mediados de los años 90.
Para Rita no había contradicción esencial en interpretar rock y música antigua. Todo era música: belleza. Eso era lo que importaba. La misma libertad creativa que alimentaba el rock fuera de serie de Santa Sabina imperaba en las recreaciones que hacía Galileo de su repertorio, sin sujetarse a los corsés de quienes abordan la música antigua como una pista sonora de museo.
Muchos fieles seguidores de Santa Sabina llegaron así a los conciertos de Galileo, para descubrir un universo musical insospechado. Otros, amantes de la música clásica e intrigados por esta cantante de voz y carisma prodigiosos que, decían, era estrella de rock, se asomaron a ese otro mundo lejano que solían despreciar, y aprendieron algunas cosas.
Rita de nuevo borraba fronteras.
Cualquiera diría que esto era trabajo suficiente, pero en 2005 formó el Coro de la Universidad del Claustro de Sor Juana (ahora Coro Virreinal Rita Guerrero). Con el mismo celo se dedicó a estudiar ese nuevo universo y a desenterrar piezas del virreinato mexicano. No bastaba con que los alumnos cantaran: había que crear magia en el escenario, y así fue como los miembros del coro, la mayoría estudiantes de la universidad y en modo alguno profesionales, contagiados del entusiasmo invencible de su directora, se involucraron en las producciones teatrales-musicales El canto de la Sibila/Libre Vermell de Montserrat y Música Divina, Humanas Letras. Este último giraba alrededor de los villancicos de Sor Juana, y tendía un puente entre la sustancia espiritual e intelectual de la gran poetisa mexicana del siglo XVII y nuestro siglo XXI. Para entonces Rita ya estaba recibiendo quimioterapia, pero su fervor al trabajar era tal que era difícil creer que estaba enferma. La pérdida del cabello se convirtió en elemento de vestuario para el personaje que representaba: el alma andrógina e intemporal de la monja, la cabeza decorada con la copia de un dibujo de Athanasius Kircher.
La generosidad de Rita como maestra nunca será olvidada por sus alumnos. Varios de ellos se vieron impulsados de manera fundamental para desarrollar sus carreras incipientes.
Pero no vivía Rita en un mundo aislado de lo que llamamos la realidad. Sus sueños de un país mejor no habían terminado con la huelga universitaria. Constantemente apoyaba las causas justas con el mejor instrumento a su mano: la música.
Cuando en 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantó en armas, México abrió los ojos a su realidad centenaria de desigualdad y racismo. La población civil salió a las calles a exigir una resolución justa del conflicto. Santa Sabina participó en una multitud de conciertos en coordinación con otras bandas, estudiantes y artistas. Rita fue parte fundamental de su organización y su trabajo era, como siempre, cuidadoso, certero, inagotable. Viajó a menudo a la zona de conflicto y era abierta en la expresión pública de su posición política. Fue también notable su apoyo al candidato de la oposición Andrés Manuel López Obrador tras la sospecha de fraude en las elecciones de 2006.
Sus intereses eran, está de más decirlo, muy variados. Entre su pasión por la música antigua y la experimentación roquera, estaba el amor por el expresionismo y la música de entreguerras, que avivaban la nostalgia por un mundo que no vivió pero al que se sentía pertenecer. En 1991 montamos el espectáculo de cabaret Monólogo con Farol en un bar de mala muerte que los sábados por la noche se convertía en el escenario encantado de esa nostalgia. Y hacia el final de su carrera (y de su vida), entre los conciertos de Galileo, la producción de Música divina…, cuidar de su hijo Claudio y la quimioterapia, le quedó tiempo para participar en el espectáculo Una noche en los 20‘s dirigido por Eliceo Lara, talentoso alumno del coro.
Es muy difícil elegir un recuerdo favorito de la carrera de Rita. ¡Hizo tantas cosas hermosas! Sin embargo, desde que murió le he tomado particular cariño al video en que interpreta “La canción de Salomón” en dicho espectáculo. Vestida de blanco, entregada a la melancolía de la canción, es como si estuviera y no estuviera aquí. Me gusta pensar que al cantar estaba en ese otro mundo suyo, el de la belleza, el personaje en que se convertía al pisar el escenario ahora en esa época que no había conocido de donde surgieron algunas de sus cantantes favoritas, escapando por un momento de la amenaza de la enfermedad mientras se acercaba al límite después del cual el tiempo deja de ser frontera..
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