José Cueli
Qué aguda sensibilidad de la pensadora francesa Julia
Kristeva en su extensa obra que la lleva a reflexionar en el sicoanálisis como
espacio del amor en nuestra época. Milagro de ternura, aparición rica de
escalofríos, armonía de líneas, prosa, trazo, color, melodía interna, palabras
que emanan desde una mujer siempre anterior, de viejas esencias dormidas,
envueltas en la palabra y tempestad del sentimiento, aspiración, lugar ideal del
otro, que nos hace existir como ser. Elaboración infinita, flexibilidad
sublimatoria de amor-odio, por la otra(o).
Identificación amorosa, paroxismo de asimilación de sentidos
de la otra pérdida de la percepción de la realidad delegada en el ideal del yo,
que constituye el soporte del estado amoroso, para reposar en extraño objeto
(ella) a la que incorporar para ser yo mismo e identificarme en enigmática
captación de un esquema de imitación, del estado amoroso como estado sin
objeto.
Una vida anterior, madre depósito del primer afecto, la
primera imitación, la primera vocalización, inicio del discurso y la dinámica
de las posteriores identificaciones que dejan de lado la carga de lo preverbal,
de lo irrepresentable que debe descifrarse según articulaciones más precisas
del discurso (el estilo, la gramática, la fonética).
Transporte de la motilidad autoerótica en la imagen
unificante de una sustancia que se constituya como un frente de la
subjetividad. Objeto del deseo y del amor que se manifiesta a veces deseante, a
veces enamorado, que reconcilia al yo con su ideal del yo y constituye ese
espacio donde se da el amor.
El otro que habla, el otro como yo, en el amor de esa
condena que permite ser. Los enamorados convenimos esa regresión que nos
conduce de la adoración de un duende idealizado al agradecimiento en éxtasis o
al dolor de la propia imagen y el cuerpo, en la semiología de la Kristeva.
Lógica de la idealización que es ilógica, busca de la imagen
inadecuada del otro, existencia de una condición anterior que moviliza mucho
más la palabra que la imagen, que sin embargo no deja de acompañarla. Música
que es el discurso del amor que al ser captado por la belleza de la amada es
trascendido, precedido y guiado por un sonido en el borde del ser que nos
transporta al lugar del otro sin sentirlo, sin saberlo, sin verlo, indecible,
irreversible.
Mujer, cuerpo amor fantasma alojado en ese espacio
imaginario que no veo cuál es realmente, sino cómo me conviene que sea. Vértigo
que se resuelve en purificación, entrega total, resplandor de cúpulas.
Posibilidad de vida, muerte, abierta interiormente, separada de la alegría de
su desborde hecho signo; música interna, poesía muerte.
Sombra encarnada en el tiempo y el espacio, deslumbrante de
sexualidad, ritmo y acento de distancias y encuentros, repercusiones y
contratiempos en otro tiempo que es el del amor muerte, opuestos a la norma y
al matrimonio como eternidades. Enamoramiento condenado en el tiempo, limitado
al instante, pero confiado en su mágico poder, de sonidos negros, pensamientos
negros, deseos negros, voces tinieblas, locura instantánea del asombro, de lo
inesperado. Negra muerte. Negro sólo mitad del tiempo y el espacio, lo
irrepresentable, desborde pasional, búsqueda de ternura, éxtasis de placer pero
también de muerte, para salvación de la carne, principio y fin de la vida.
Antigua ilusión hecha carne perdida en crepúsculos
formidables de pasión prisionera. Ternura negra, imposible fuente y llama,
profunda y mística, religiosa y erótica, sólo sombra encarnada en la palabra
música. Poesía de Julia Kristeva, sicoanalista, lingüista ocupada del amor y su
espacio.
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