Hermann Bellinghausen
A riesgo de incurrir en una obviedad, pues casi por
definición los historiadores suelen vérselas con puro muerto, las diligentes e
impecables indagaciones del José Emilio Pacheco historiador se impusieron la
misión de devolver la vida a la conmovedora tropa de poetas muertos que
cimentan el corpus de la poesía mexicana moderna desarrollada durante el siglo
XX y de la cual Pacheco resulta uno de los últimos grandes exponentes. Aquella
que alcanzó la madurez de manera casi milagrosa con Ramón López Velarde y
cierto José Juan Tablada, tras una adolescencia que pareció extinguirse con los
modernistas porfirianos. Más antes, como devino lugar común pensar, habrían
existido un romanticismo naif y un liberalismo intelectual que, si bien
brillante, apenas habría dejado huella poética. Desde joven JEP se subleva
contra la liquidación del pasado literario y decide buscar, encontrar y traer.
Poesía mexicana del siglo XIX y Antología del modernismo
1984-1921, así como prólogos, artículos y cientos de ‘Inventarios’ sobre el
tema hacen de JEP un insustituible divulgador de nuestro pasado literario.
Pronto fue identificado como hombre de letras de cuerpo entero. Emmanuel
Carballo, uno de sus primeros impulsores (con Juan José Arreola, Jaime García
Terrés y Fernando Benítez) escribía hace 50 años: Entre los escritores jóvenes
es, a mi juicio, el que mayores aptitudes muestra para el ejercicio global de
las letras. Y lo encontraba, desde sus cuentos de los 19 años, más próximo a la
madurez que a los años de aprendizaje. A los 25 JEP ya sorprende a sus lectores
con cualidades que rara vez se han dado juntas en nuestras letras: la
imaginación que se complementa con el rigor, la habilidad que no excluye el
riesgo del experimento, la riqueza idiomática (todo lo que él toca lo convierte
en literatura), el sentido de la proporción y el matiz, y en primer término, la
fidelidad al oficio: es un escritor que sí escribe.
No es una opinión cualquiera. La generación de los 60, que
algunos agregan a laruptura posnacionalista, tuvo en Carballo su campeón y
visionario. Él promovió y estimuló a Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo, José
Agustín, Gustavo Sáinz, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce y Marco Antonio
Montes de Oca, entre otros. Y en aquel grupo que tanto rendiría a futuro en
nuestras letras, Carballo ve así al JEP de la antología del XIX: Al mismo tiempo
que ejerce funciones de historiador, cumple la tarea de rescatar de una masa
indiscriminada de poetas y poemas los textos y autores más significativos del
siglo XIX, lo cual vuelve definitiva su cosecha.
JEP asume plenamente la tradición. Es un poeta mexicano en
toda la extensión de la palabra. Va al rescate de los muertos y les pone lugar
en el presente. Observa que la poesía mexicana madura al nacer con Sor Juana
Inés de la Cruz y Juan Ruiz de Alarcón, dos de los altos nombres del Siglo de
Oro. Y que por lo general se asume que siguió un largo letargo. Allí el
hallazgo que define la labor del poeta historiador: nuestra poesía nació
adulta, y para obtener su libertad tendrá que desandar lo andado y crearse su
propia infancia, escribe en 1964. Y decide confrontar, diríase que
amorosamente, el desarraigo causado por aquella madurez sin previa evolución,
lo cual se considera una de las características más notables de nuestra
herencia poética.
Vivan pues los muertos, y vuelvan a la vida Profecía de
Guatimoc del malogrado Ignacio Rodríguez Galván y el paisajismo de José Arcadio
Pagaza, refrésquense los grandes intelectuales juaristas y déseles
salvoconducto al siglo XX tardío a Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel José Othón,
Salvador Díaz Mirón y Amado Nervo (a quienes pronto dedicará una segunda y aún
mejor antología). Esa fidelidad al primer siglo independiente, de 1821 a 1921,
ofrece una clave profunda para la vasta obra pachequiana. Los poetas no están
muertos, sólo olvidados, pero siguen con nosotros. Al devolver lustre a esa
ronda de fantasmas JEP libra sus mejores batallas, cuya impronta será
reconocible en su obra personal. Asoma a lo ancho de las 800 páginas de Tarde o
temprano (2009) y en la médula de tantísimo ‘Inventario’, aunque él,
típicamente, escarnezca el proceso: En larga transición me hundí velozmente/ en
la decrepitud./ (La madurez pasó sin tocarme) (La arena errante, 1999). Curioso
que lo diga así alguien a quien se atribuyera tanto tiempo una juventud de la
cual quiso zafarse desde el principio. Tal vez por eso sus nostalgias de
infancia y pubertad sean tan logradas: En realidad no hay adultos, sólo niños
envejecidos.
Es uno de nuestros pocos poetas que además construyó un
pensamiento poético (en su caso de carácter nacional e histórico), como antes,
con enfoques diversos, lo hicieran Alfonso Reyes, Jorge Cuesta y Octavio Paz.
JEP alcanzó reconocimientos y gloria pero, nunca elitista, se conservó generoso
y democrático: un mexicano para todos.
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