Aldo Ferrer**
l viejo continente y al mundo les conviene que la Unión Europea (UE) se consolide y juegue el papel que le corresponde –entre otras cosas, con el formidable aporte de su cultura– en la construcción de un orden mundial pacífico, seguro, con oportunidades para todos. Para tales fines, la UE confronta tres desafíos principales y concurrentes. Primero, subordinar el sector financiero a la economía real y recuperar la autonomía necesaria de las políticas públicas frente a los criterios de los mercados especulativos. Este es también un requisito de la recuperación de la economía mundial. Segundo, profundizar las normas comunitarias abarcando los lineamientos básicos de las políticas fiscales de los países miembros. Tercero, ahondar la solidaridad aceptando que, como en un Estado nacional, los problemas de sus partes componentes son problemas de todos y, en particular, que las coberturas sociales deben tener respaldo comunitario.
Este ensayo aborda varias cuestiones que se encuentran presentes en el actual escenario europeo, comenzando por las razones que explican la insistencia en las políticas neoliberales que originaron la crisis y que, en la actualidad, impiden resolverla. Y concluye con algunas reflexiones comparativas entre la UE y el Mercado Común del Sur (Mercosur).
Fracaso y sobrevivencia del relato neoliberal
Los interminables problemas en que se debate actualmente la UE y sus repercusiones sobre el sistema global confirman la incapacidad del paradigma neoliberal de interpretar la realidad y promover el crecimiento de los países y la economía mundial. Todo el cuerpo teórico elaborado para exaltar las virtudes de la desregulación de la economía y la subordinación del Estado a las decisiones del mercado se ha desplomado ante las evidencias de la realidad.
Sin embargo, el relato neoliberal y el Estado neoliberal continúan imperando en el antiguo núcleo hegemónico de la economía mundial.
La crisis actual es reconocida como la más profunda desde la debacle de la década de los 30 del siglo XX. En aquel entonces, se derrumbó la organización de la economía mundial y colapsó el paradigma ortodoxo. En la actualidad, no sucede una cosa ni la otra. ¿Por qué? Por un conjunto de razones, que incluyen los diferentes alcances de la crisis en ambas épocas y la mayor gravitación de los intereses trasnacionales dentro de la economía contemporánea.
Alcances de la crisis
En la década de los 30, los gobiernos de las mayores economías siguieron políticas de “sálvese quien pueda”, abandonaron el patrón oro y el régimen multilateral de comercio y pagos, cerraron sus mercados y entraron en cesación de pagos o restructuraron sus deudas. Simultáneamente, el paradigma ortodoxo fue sustituido por el planteamiento de Keynes y la responsabilidad de las políticas públicas para administrar los mercados y sostener la producción y el empleo.
La Segunda Guerra Mundial amplió la intervención del Estado. A su término y hasta principios de la década de los 70, bajo la hegemonía estadunidense se estableció el nuevo régimen económico mundial, en torno de las instituciones de Bretton Woods y el Acuerdo General sobre Aranceles, Aduanas y Comercio. En ese escenario tuvo lugar el “periodo dorado de la posguerra”, en el cual el Estado y las políticas públicas conservaron una presencia decisiva en la evolución de la demanda agregada, la producción, el empleo y la distribución del ingreso.
En la actualidad, el orden mundial no se ha derrumbado ni, presumiblemente, lo hará, pese a la magnitud y prolongación de los desequilibrios y el deterioro económico y social, por tres razones principales. La primera, porque el Estado en las economías avanzadas del Atlántico Norte, aun bajo la hegemonía de un régimen neoliberal, conserva una participación elevada en la formación de la demanda agregada y está dispuesto a rescatar a las entidades financieras “muy grandes para quebrar”. Es la paradoja de que el neoliberalismo sobrevive precisamente por la presencia de su enemigo público número uno, el Estado.
La segunda razón radica en la profundidad de la interdependencia de las mayores economías del mundo, incluyendo las grandes naciones emergentes de Asia, inexistente en la década del los 30. Hoy son inconcebibles las políticas de “sálvese quien pueda”. Todos los principales protagonistas del orden mundial quieren evitar su derrumbe.
La tercera se halla en la dispersión del poder. En los años 30, las antiguas economías industriales del Atlántico Norte representaban dos tercios de la economía mundial y eran el centro organizador del sistema. En la actualidad, China y otras naciones emergentes deAsia y del resto del mundo han ganado peso relativo en el sistema global. Representan alrededor de 50 por ciento del producto interno bruto (PBI) mundial y son las economías de más rápido crecimiento y ritmo de transformación. En consecuencia, los problemas del viejo centro no arrastran al conjunto del sistema, y su impotencia para organizar el orden global es remplazada por la autonomía de los estados nacionales de las naciones emergentes.
En resumen, en la actualidad, la crisis tiene un piso, determinado por la presencia del Estado, la interdependencia y la dispersión del poder, que evitan el derrumbe y la desorganización del sistema, y contribuyen a la sobrevivencia del neoliberalismo y el Estado neoliberal en el Atlántico Norte y en países periféricos del resto del mundo.
Intereses trasnacionales
Actualmente, la globalización es mucho más profunda que en la década de los 30. Dentro de las antiguas economías industriales, el comercio exterior, la actividad financiera y las inversiones en el exterior de sus mayores corporaciones poseen una importancia relativa mucho mayor que en el pasado. El proceso de acumulación y distribución de la riqueza y el ingreso está estrechamente asociado a las cadenas trasnacionales de valor y a la especulación financiera. Este proceso tiene lugar en el contexto de la revolución de las técnicas de la información y la comunicación, que conforman un sistema de alcance planetario. En este escenario, en el interior de las sociedades y la política de las antiguas economías industriales, los intereses trasnacionales han ganado una influencia decisiva, sostienen el paradigma neoliberal y configuran el Estado neoliberal.
En consecuencia, en el plano de las ideas, prevalece la visión fundamentalista de la globalización, según la cual, lo primordial sucede en la esfera trasnacional y los estados nacionales han quedado reducidos a la impotencia para administrar los mercados. Por tanto, como sólo podrían ser efectivas las medidas globales supranacionales y, de hecho, como lo revela, por ejemplo, la actuación del Grupo de los veinte (G-20), no existe una gobernanza global y se debe aceptar que los estados nacionales son impotentes y que el poder decisorio radica en los mercados.
De este modo, desde finales de la década de los 70, la desregulación y la reducción de las políticas públicas destinadas a transmitir “señales amistosas” a los operadores privados delegaron en los mercados la administración del sistema. Cuando estalló la crisis, a finales de la década pasada, el Estado concurrió masivamente a rescatar al sistema financiero. Actualmente, la respuesta a las consecuencias de la crisis es el ajuste y la austeridad. Este es el comportamiento del Estado neoliberal.
El conjunto de circunstancias mencionadas, vale decir, los distintos alcances de la crisis en la década de los 30 y en la actualidad, y la mayor influencia relativa de los intereses trasnacionales respecto de la de aquel entonces explican esta extraordinaria sobrevivencia del neoliberalismo.
La crisis de deuda
En la UE, el sometimiento al paradigma neoliberal impide resolver el problema de deuda, en el cual se debaten varios de sus países miembros.
Las crisis de deuda revelan que los países han contraído préstamos más allá de su capacidad de generar excedentes de ahorro interno y divisas para su cumplimiento. Una vez que los mercados perciben el riesgo, suspenden el crédito y se desencadena la crisis. El problema puede surgir de un cambio drástico de las condiciones internacionales, como sucedió, por ejemplo, en la década de los 30. En ese entonces, la contundente caída del comercio internacional y la baja de los precios de los productos primarios provocaron la crisis y el impago de varios países latinoamericanos. Pero aun cuando el detonante sea de origen externo, siempre prexiste una situación subyacente de exceso de deuda.
En las condiciones contemporáneas, el problema se plantea cuando se configuran tres situaciones. A saber: imprudencia de las políticas del deudor, especulación del acreedor y ausencia de marcos regulatorios globales. En el primer caso, por malas políticas que generan desequilibrios en las finanzas públicas y en los pagos internacionales.
En el segundo, por la búsqueda de altos rendimientos desatendiendo el riesgo. En el tercero, por la subordinación de las políticas de los países centrales, que regulan el sistema global, a la especulación financiera.
En la resolución de la crisis financiera internacional iniciada en 2007 con el problema de las hipotecas subprime estadunidenses, predominó el interés de los acreedores. Lo mismo sucede en el tratamiento de la actual crisis de deuda soberana de varios países de la UE. Para recuperar la confianza de los mercados y cumplir las obligaciones en sus términos originales, los deudores están embarcados en un severo programa de ajuste y de “reformas estructurales” de inspiración neoliberal, con apoyo externo. Los acreedores están, hasta ahora, preservando el valor de sus activos y advirtiendo las calamidades que se producirían por una quita de la deuda. La UE está en el dilema de seguir sosteniendo el salvamento de los acreedores con fondos públicos e impulsar el ajuste de los deudores a un alto costo económico y social, por una parte, o restructurar la deuda y repartir sus costos para aliviar el ajuste y reducir el aporte externo, por la otra.
Una vez resuelta la crisis financiera global, con el apoyo masivo de los contribuyentes de las mayores economías industriales, la expansión de la liquidez de los bancos centrales y el retorno a la “normalidad” de las extraordinarias retribuciones de los gerentes de las entidades “muy grandes para quebrar”, los problemas de la UE replantean nuevamente la urgencia de la reforma de los marcos regulatorios del sistema financiero.
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La unión europea y el Mercosur
La comparación del Mercosur con la UE frecuentemente ha llevado a la conclusión de que aquel es un fracaso, vista la pobreza de sus logros respecto de los de la integración europea. En tal sentido, se destaca, entre otras diferencias, el menor peso relativo del intercambio intrarregional respecto del comercio exterior de los países, la ausencia de órganos supranacionales (entre ellos, la Comisión de la UE) en los cuales los miembros delegan buena parte de la soberanía y la falta de una moneda común (el euro).
En realidad, la UE nunca fue un referente adecuado para el Mercosur por múltiples razones. Entre ellas, que el núcleo de la UE abarca economías industriales avanzadas, y el organismo del Cono Sur está integrado por economías en desarrollo. Aun antes del Tratado de Roma, el intercambio intrarregional era ya parte principal del comercio exterior de los países europeos. Además, el peso relativo de Argentina y Brasil dentro del Mercosur es mucho mayor que el de Alemania y Francia en el esquema europeo, y, por tanto, más difícil delegar en la esfera trasnacional la resolución de los problemas fundamentales.
Estas y otras diferencias de origen de los dos sistemas alcanzaban para inhabilitar la comparación de resultados y la conclusión pesimista sobre los logros y posibilidades del Mercosur. Ahora, los problemas de la UE agregan elementos adicionales para demostrar que la Unión no es un buen ejemplo.
En efecto, la experiencia del euro indica que es muy difícil delegar la política monetaria y cambiaria en una moneda común, en ausencia de un Estado nacional y de la coherencia de la totalidad de la política económica, en particular, la fiscal. Revela también que no pueden jugar con las mismas reglas economías tan distintas, como, por ejemplo, las de Alemania y Grecia. Al incorporar en el mismo espacio a países de distinto nivel de desarrollo y capacidad de gestionar la ciencia y la tecnología, es necesario contar con la solidaridad de los más avanzados con los rezagados, tal cual ocurre en un Estado nacional respecto de sus distintas regiones.
Asimismo, la integración es muy difícil cuando prevalecen los intereses especulativos de la financiarización. Los estados de los países miembros de la UE y las mismas normas del Estado supranacional de la Unión se comportan como regímenes neoliberales, subordinados a las expectativas de los mercados. Es decir, regímenes que han postergado las responsabilidades de protección social, solidaridad, desarrollo y equidad, propias del Estado nacional, y necesarias, también, en el plano trasnacional, dentro de un orden comunitario como el de la UE.
En consecuencia, la UE confronta el desafío de avanzar hacia la formación de un Estado federal europeo, en el comando de los instrumentos fundamentales de la política económica, incluyendo la moneda y el presupuesto, o aceptar la fractura del sistema dentro de alguna de las múltiples posibilidades existentes.
En resumen, el Mercosur resultó, en las condiciones de nuestra región, mucho más realista y viable que la UE dentro de las existentes en Europa. Es necesario ir paso a paso en la integración, administrando la regionalización, atendiendo a las necesidades y posibilidades de cada país. La integración implica ampliar las fronteras del desarrollo, la transformación productiva y la inclusión social de los países miembros, en una estrategia solidaria hacia dentro de la región, y de fortalecimiento de la capacidad negociadora con el resto del mundo. El Mercosur conserva así la plenitud de sus posibilidades como instrumento de los desarrollos nacionales y de la solidaridad regional.
Cuando se evalúa la experiencia en el contexto de las realidades específicas de la región, se advierte que el Mercosur ha conseguido logros importantes. Ha sido y es un proyecto positivo para fortalecer la seguridad interna y externa, la paz y la democracia. Es el ámbito donde se despliega la voluntad política de los estados miembros en la búsqueda de la convergencia y las respuestas solidarias a los problemas comunes. Se verifica, asimismo, el crecimiento de la participación de los intercambios intrarregionales dentro del comercio exterior de los integrantes del sistema, el estrechamiento de las relaciones en todos los planos, incluyendo la adopción de posiciones conjuntas frente al resto del mundo (como en el caso del Área de Libre Comercio de las Américas y la Organización Mundial de Comercio), la resolución definitiva de antiguas divergencias entre Argentina y Brasil (como, por ejemplo, los objetivos del desarrollo nuclear) y la construcción de una infraestructura de transportes y energética compartida. Los avances son considerables y marcan una diferencia notable con la situación existente en el momento de la firma, a finales de 1985, del Acta de Foz de Iguazú, por los presidentes de Argentina y Brasil, acontecimiento que constituye la auténtica partida de nacimiento del Mercosur.
La historia contemporánea y el extraordinario éxito alcanzado por las potencias industriales emergentes en Asia demuestran que es posible evitar la subordinación y el atraso en plazos históricos relativamente breves. Las circunstancias del orden global nunca han sido más favorables que en la actualidad para el desarrollo de nuestros países y su integración.
En conclusión, en un espacio solidario como el Mercosur, conservan plena vigencia la multiplicidad de acciones convergentes y posibles, y la formulación de políticas públicas de alcance comunitario que sean funcionales a los respectivos desarrollos nacionales de nuestros países, atendiendo a las circunstancias reales prevalecientes en cada uno de ellos.
* El texto publicado en este Cuaderno es un fragmento del publicado en el octavo número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2012 y está disponible en www.biblioteca.clacso.edu.ar.
** Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Economista. PhD en Ciencias Económicas por la UBA. Embajador en Francia. Coordinador de la Comisión Organizadora del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (1965-1967). Secretario Ejecutivo de CLACSO (1967-1970).
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