Han estado en las batallas contra la penalización del aborto, en la denuncia de los feminicidios y de las violencias, en la critica al racismo, la injusticia y la desigualdad; han insistido en las políticas públicas con perspectiva de género, han aportado en la sensibilización y en la profesionalización de funcionarios judiciales y ministerios públicos, aunque siempre es más lo que falta por hacer.
En el emblemático año 2006 participaron en la marcha de las cacerolas y la ocupación del Canal 9 de televisión. Tomaron así cámaras y micrófonos para romper estereotipos. Escriben las mujeres de Consorcio que “después del 2006, ya no son las mismas, que aprendieron a no callar, a denunciar”. Los cambios tal vez son imperceptibles pero se están generando, abriendo veneros de nuevas luchas.
En el libro, las integrantes de Consorcio trascienden la formalidad y la seriedad de los informes que conocemos, o de los comunicados que tratan asuntos que siempre preocupan, y nos muestran otra faceta. Colocan sus reflexiones personales sobre sus experiencias -“cuando se pelea contra la injusticia es imposible apartar los sentimientos”- o convocan a “la voluntad de participar activamente y no dejarse vencer aunque parezca que la lucha ya está decidida”.
El libro presenta varios testimonios que están detrás del activismo, e insisten en una palabra común: la esperanza. No para quedarse a la espera de que desde algún lugar arriba alguien lo haga, o que venga equis persona con iluminación a resolver los problemas. Las soluciones se buscan y construyen todos los días, en el trabajo constante, en las labores minúsculas de lo cotidiano, en la confianza, en el diálogo con otras y otros para generar consensos y solidaridades.
Hablan de las ideas del autocuidado de las defensoras de derechos, para que siempre se tenga la energía de resistencia en una lucha desigual. De compartir la esperanza en un ritual del pueblo mixe a Condoy y Tajëew en el cerro del Zempoaltepetl. De pensar a la deidad en femenino, la madre tierra que salvó de la hambruna a su pueblo recolectando semillas de maíz, frijol y calabaza, como oportunidad para reflexionar sobre la equidad desde las cosmovisiones ancestrales.
Ilustrado con las fotos de las colaboradoras, estas refieren sus experiencias, preocupaciones y alegrías. Hablan de lo que han aprendido en este periodo de lucha, con el propósito de “no olvidar” y dar voz a las sin voz, pues el feminismo no es un asunto privado: es público y político.
Es importante insistir en que el feminismo no sólo es asunto de mujeres. Las diversas reivindicaciones de los movimientos sociales, la lucha contra la desigualdad, la falta de democracia y equidad, son atravesadas por el feminismo. Los datos duros dan sentido a esas luchas si observamos que los indicadores de pobreza, rezago, limitaciones en el acceso a la salud y la educación, la discriminación laboral y la exclusión política se acentúan en las mujeres. Al respecto se puede revisar cualquier base estadística.
Ni el movimiento social, ni el feminismo, ni Consorcio son una abstracción. En la memoria aparecen algunas mujeres con rostros, con nombres, con afectos; en orden alfabético están Aline, Ana María, Angela, Atziri, Caroline, Claudia, Elia, Elsa, Emilie, Julia, Laura, Lilian, Lourdes, Elena, Mónica, Nallely, Nizaguie, Pilar, Sandra, Sara, Teresa, Theres y Yesica, aunque la causa es de muchas más, miles de mujeres que comparten la lucha diaria por construir un mundo distinto, un mundo mejor.
Dicen las autoras que la reflexión de la vida de cada día es un primer paso para generar cambios, para construir algo nuevo, algo diferente, ya que “la lucha empieza dentro de la vida de cada una”. Ésta es la mejor lección que las feministas pueden dar al movimiento social en su conjunto.
No se pueden exigir cambios si quienes luchan no cambian, ni se puede reclamar democracia a partir de prácticas antidemocráticas. Toca poner atención, porque la historia del feminismo oaxaqueño se escribe en los ecos de rebeldía que encontramos todos los días y a todas horas en el campo y las ciudades, en la indignación que no tiene tregua ante la injusticia, contra los gobernantes arbitrarios pero también al interior del movimiento social para señalar cualquier forma de exclusión.
Eduardo Bautista Martínez
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