Foto: Emily Pederson |
Sensacional y divertida, bien retratados sus personajes a todo color y en su hábitat ancestral, la comedia del arte que en forma de libro ilustrado se titula No siempre fueron así (Pluralia y Conaculta, México, 2013) lleva al lector a los orígenes mismos del mundo, al granero de todas las cosas. Mitos y mitotes, cuentos, recetas y advertencias escogidos a mano y largamente, como le hacen los milperos al maíz para mañana, fueron transcritos y acomodados en el idioma por Elisa Ramírez Castañeda. Viniendo de tantos pueblos en las distintas partes de México, estas historias de explicación y asombro reúnen un bestiario a la altura de Juan José Arreola y Jorge Luis Borges, sólo que atento a otras mitologías. Las fotografías de Claudio Contreras Koob, destacado retratista de la naturaleza, multiplican la galería de personajes bestiales y amigables, aguas, elotes, relámpagos, maderas, lagos y montañas que hablan en las historias de la página de enfrente. No faltan sapos ni leones, abejas, culebras, mariposas, gavilanes y moscas, conejos, ardillas, tortugas, ratones, lobos y zenzontles.
Los hallazgos son tan deslumbrantes e instantáneos que uno debe entrecerrar los ojos para no pestañear ni interrumpir el viaje. Encontramos los orígenes de las lagartijas de colores, los camaleones, la Luna, las navajas de obsidiana, las acequias y los eclipses. Para los coras, valles y barrancas son obra de un murciélago atarantado. Los zoques dicen que los lagos los hizo una serpiente gigante de siete cabezas que no se está quieta: “El moyo, una bola de lumbre con un látigo hecho de serpientes, que a veces toma la forma de un niñito, la lleva de un lugar a otro. La Tsahuatsan viaja sobre las nubes y llora con un grito agudo. Donde quiera que cae se forma un lago; cada laguna señala dónde cayó”.
Los mazatecos a su vez consideran que los ríos son curvos porque el tlacuache, que era la autoridad aunque bien borracho, así lo ordenó. La autoridad del tlacuache es una certidumbre generalizada en las historias reunidas en No siempre fueron así .
El mundo sigue, no todo fue génesis. Hay modo de saber cómo llegaron a la Tierra el maíz y otros sustentos. Los chatinos explican por qué el armadillo y el tepezcuintle tienen esos trajes. Los huicholes, por qué unos animales son diurnos y otros nocturnos. Los mazatecos deben el fuego al tlacuache, ya para entonces “jefe del mundo”, cuando la tierra era blanda y no servía para nada. Se necesitaba copal y el tlacuache lo encontró. “Pero ninguno tenía fuego. En aquel tiempo sólo tenía lumbre una señora, pero no la daba”, y si alguien se acercaba, “se lo comía”. Por eso organizaron los animales una fiesta en el patio de la señora. El tlacuache saltó sobre la hoguera y se robó el fuego con la cola, que así le quedó chamuscada hasta ahora. ¿Que por qué las moscas se frotan las patas?
Los seri les atribuyen la enseñanza del fuego: “Cuando una mosca llega junto a un animal muerto, hace fuego frotándose las patas y el humo atrae al zopilote del desierto, que se acerca al cadáver. La mosca le avisa”. Los tarahumara atribuyen el fuego al colibrí, por eso tiene el pico rojo.
Sabido es que muchos pueblos asocian la obtención del maíz al trajín de la hormiga. Los chontales cuentan que la hormiga venía cargando un grano de maíz y no quiso decir de dónde lo sacó. Los hombres y los dioses se juntaron para obligarla a soltar los granos y cayeron mazorcas. El dios rayo Tullido le enseñó a la gente que había dos clases de maíz. “También les ordenó que soltaran a la hormiga y dijo que tenía permiso de comer todo el maíz que quisiera, porque fue la primera en decir donde estaba”. Para los huicholes en cambio, debemos el grano a que el primer sembrador le pidió una de sus hijas a la diosa del Maíz, y ésta, a regañadientes, al final aceptó pero a condición de que no la maltratara. Y así lo hizo. “No va a moler maíz ni a poner nixtamal durante cinco años, tu madre debe hacer ese trabajo”, sólo al sexto año podrá moler y hacer tortillas. Pero la mamá del sembrador, impaciente, obligó a su nuera a tirar tortilla y nixtamal antes de tiempo, y “por eso todavía hoy los huicholes siguen trabajando en el mundo”. Si su suegra no hubiera regañado a la hija del Maíz, algunas mujeres podrían dar el grano “y los hombres no tendrían necesidad de coamilear ni de sembrar, así hubiéramos vivido”.
Hay más culpables de nuestros problemas. Antes se cocía un sólo grano de maíz para hacer tortillas, y otro para el pozol, recuerdan los huaves, “si ahora hay que cocer bastante maíz para hacer comida, es culpa de la codorniz”, que lo robó en su buche y lo desacompletó. Los tzeltales cuentan que un hombre flojo golpeó a su mujer por cosechar los primeros elotes tiernos y él creyó que eran robados. A la mujer le salió sangre de la nariz por el golpe y se limpió con un olote, que desde entonces es rojo. Los relatos tzeltales tradicionales revelan un sentido trágico y violento que llega en los narradores contemporáneos como Marcel Méndez y Josías López. Es para los tzeltales que antes no existían animales domésticos “y si los hombres querían comer carne, debían matar a sus cuñados y comérselos”.
Los zoques deben el cacao a una viejita que les dijo: “Si no me tienen miedo llévenme con ustedes, soy dinero. Háganme una casita y luego háganme pedazos”. Los otomíes deben el pulque a la rata y al colibrí, “tlachiquero del diablo”. Para los huaves, después del diluvio los perros que se salvaron se quitaban la piel parta trabajar la milpa, y el hombre que había soñado que el mundo se pondría al revés, a la manera del bíblico Noé, les inutilizó el traje.
Desnudos, los perros resultaron un niño y una niña que cuando crecieron se casaron y repoblaron el mundo: “Por eso se dice que la gente tiene como padres a los perros” y no hay que maltratarlos. También después del diluvio, según los tsotsiles, el Dueño de la Tierra trasladó los reptiles a una cueva y los protegió, “eran sus pollos”. Los seri recuerdan que durante una de esas inundaciones, un grupo de gigantes huyó hacia las montañas, hacia Puerto Libertad en Sonora. El agua los alcanzó y se convirtieron en árboles y biznagas.
Los animales se engañan entre sí, trampean a los hombres y los dioses. El murciélago persigue y prácticamente viola a la ardilla, por eso hay ardillas voladoras, refieren los tsotziles. Los tarahumaras observan que el cuervo no sabe limpiarse las patas, y los mayas yucatecos denuncian al zenzontle por ser “el único de los pájaros que roba sus canciones”, por eso se sabe tantas. “Todos los demás aprenden a cantar desde que nacen”. La ardilla es un cura que Dios castigó, por eso se sienta en dos patas, pone las manos frente al pecho y mira al cielo pidiendo perdón.
No siempre fueron así, nos revela la razón por la cual “el venado lleva puestos los zapatos del conejo” (cora) y “el conejo no tiene cuernos” (trique). Un sapo desobediente es culpable de que haya animales que pican: mosquitos, abejas y avispas (tepehua). Condoy, el héroe mixe, “creció muy rápido: a los tres días de haber nacido ya era hombre”. Los popolucas han descubierto por qué la lagartija tiene rajada la lengua, y también por qué las personas no reviven.
Vaya deuda que tenemos con los animales. La culebra camina sin piernas y nada sin aletas, y además enseña a bordar a la mujer huichola. La tos se cura con un té que incluya dos patas de grillo “para que la tos salte fuera” (otomí). Y cuando la chaca, o pájaro carpintero, pone una hoja en la entrada tapada de su nido, sea piedra o estaca, la bota (huave). “Esa hoja es muy poderosa y sirve para salir de la cárcel”.
Hermann Bellinghausen