*Wirikuta, el territorio sagrado de los huicholes, está en peligro ante una serie de dudosas concesiones mineras. Kurt Hollander visitó este enclave para narrar un capítulo más de la centenaria guerra entre una modernidad mal concebida y una tradición mal defendida.
A una hora y media desde Real de Catorce yendo hacia el oeste y pasando varias minas abandonadas y laderas sin árboles, las montañas de pronto caen casi verticales hacia el desierto que se extiende hasta el horizonte. Aunque se trata de ecosistemas radicalmente distintos, tanto el desierto como las montañas son ambientes secos y polvosos, apenas poblados por humanos, prácticamente sin vida animal y acogiendo solo a las plantas más tozudas. Y sin embargo, esta tierra aparentemente inservible y conocida como Wirikuta, su nombre indígena, estas 140,000 hectáreas que incluyen la Sierra de Catorce y El Bajío, han proveído a México de unas de sus mayores riquezas, tanto económicas como espirituales.
La riqueza de Wirikuta está en dos substancias radicalmente distintas, una inorgánica, dura, no comestible, escondida en su mayoría dentro de las laderas, y la otra orgánica, comestible, jugosa, dispersada por toda la superficie del desierto. Estas dos substancias, la plata y el peyote, han coexistido lado a lado en Wirikuta por miles de años; aunque en una relación conflictiva que ilustra los problemas más profundos de la sociedad mexicana.
Las culturas indígenas del centro y del sur del país, incluidos los aztecas, consideraban que el oro era el “excremento del sol” y la plata el “excremento de la luna”, sustancias sagradas que representaban al día y la noche, la vida y la muerte. Para los grupos indígenas nómadas del norte de México, la plata y el oro también eran divinos, las entrañas de la tierra, aunque sin pirámides, ni templos, ni palacios que decorar, estas culturas tendieron a dejar estos metales en paz como muestra de respeto.
La promesa de “rescatar y buscar oro e otros metales”, muchas veces usados para representar las imágenes de su dios, impulsó a exploradores y conquistadores españoles a zarpar hacia el Nuevo Mundo. Emprendían viajes de descubrimiento en México y toda América para obtener oro de los nativos salvajes por cualquier medio, desde rogar y hacer trueques hasta robar y asesinar. Cuando los emisarios de Moctezuma preguntaron qué hacía ahí y qué quería, Cortés respondió simplemente “rescate”. Al día siguiente, los nativos trajeron plumas, telas y algunas piezas de oro creyendo que con estos regalos Cortés los dejaría en paz. Todo lo contrario, se les envió por más; regresaron la siguiente semana con dos grandes carretadas de oro y plata y una gran cantidad de pepitas de oro, pero aún así no era suficiente.
En su primer encuentro en Tenochtitlán, Cortés presentó a Moctezuma, con toda ceremonia, un collar hecho de cuentas de cristal y a cambio recibió otro del que colgaban grandes pedazos de oro en forma de camarones. Cortés le confió a Moctezuma: “Los españoles padecemos de una enfermedad del corazón que solo se cura con el oro.” Aunque era una mentira ingeniosa, también revelaba una verdad profunda: Cortés y sus soldados, como los nobles y los banqueros europeos que financiaban su misión, padecían una “fiebre del oro”, una enfermedad incurable que sacaba lo peor en los hombres, creaba una insaciable sed de metales preciosos y eventualmente los enloquecía.
Después de que la mayor parte del oro azteca fue rescatado, no hubo abastecimientos nuevos de metales preciosos durante dos décadas, esto es, hasta que Cortés fundó la primera mina de plata en Taxco. Los españoles vinieron por el oro pero se quedaron por la plata. Aunque las primeras minas fueron fundadas en el centro de México, la mayor parte de los depósitos de plata estaban en el norte, a lo largo de la Sierra Madre, una región llena de metales preciosos. Durante el siglo XVIse fundó el Camino Real de la Plata, la ruta de abastecimiento y transporte para las minas que iba desde la capital hasta Nuevo México. El comercio de plata financiaba los fortines militares, los presidios y los soldados necesarios para proteger a los pueblos mineros y los caminos entre ellos de la resistencia armada que este comercio causó a lo largo del territorio. La plata también pagó la construcción de las primeras misiones que “concentraban” a los trabajadores indígenas domesticados (la mayoría provenientes de la ciudad de México o de Tlaxcala) paraser usados como mano de obra esclava en las minas.Para asegurar un suministro adecuado de mano de obra paraestas primeras minas de plata, el gobierno colonial decretó que el cuatro por ciento de los adultos de todos los pueblos indígenas debían ser enviados a las minas y, cuando eso no bastó, cientos de miles de africanos fueron capturados, esclavizados y transportados al otro lado del mundo para excavar plata en México.
Cincuenta años después de la caída de Tenochtitlán, la plata representaba el ochenta por ciento de las exportaciones de la Nueva España. Desde la mitad del siglo XVI hasta el final del colonialismo, las colonias españolas en América Latina redituaron en cien mil toneladas de plata. La plata de México y el resto del continente representó el 85 por ciento de la producción mundial entre 1500 y 1800, y desde el siglo XVI hasta el último cuatrimestre del siglo XIX, el uso de la plata mexicana como moneda corriente se extendía por toda Europa y Asia.
*Kurt Hollanderes escritor, traductor, fotógrafo y cineasta. Lleva veinte años viviendo en México. Feral House lanzará este año su obra de no ficción Several ways to die in Mexico City.
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