Elena Poniatowska
Homenaje a Pita Amor en el Palacio de Bellas Artes, el 20 de junio de 1994Foto
Fabrizio León Diez
En la sala Manuel M. Ponce, Eduardo Sepúlveda Amor, el sobrino favorito de
Guadalupe Amor, exhibió el martes 4 de agosto el documental en el que ha
trabajado durante varios años: Pita Amor, señora de la tinta americana. Para
ello, entrevistó a Susana Alexander, a Miguel Sabido (quien organizó un
homenaje en Bellas Artes, varios años antes de su muerte) a Mariana y a Juan
Pérez Amor, a J.J. Arreola y a Jaime Chávez, y recurrió a todos los
intelectuales que habían elogiado a laUndécima Musa en el pasado,
entre ellos a Xavier Villaurrutia, a Manuel González Montesinos, a Antonio
Peláez, a Juan Soriano y, sobre todo, a Alfonso Reyes quien, coqueto, la
defendió ante la acusación de que otro escribía sus Décimas a Dios y
sus sonetos: ¡Y nada de comparaciones odiosas; aquí se trata de un caso
mitológico!
Lo cierto es que Pita nunca trabajó.¿Qué
te pasa? Trabajar es de criadas, protestaba. Alguna vez se lo sugerí y me
respondió: ¡Óyeme, escuincla, bastante hago con ser genial! Para
sobrevivir, vendió la mayoría de sus retratos a Lola Olmedo. Una gánster,
una bandida, asaltante de camino real. Posó desnuda para Diego Rivera, Juan
Soriano, Raúl Anguiano, Cordelia Urueta, Antonio Peláez, y cuando ya no la
pudieron pintar ella dibujó su autorretrato repartido en miles de pequeñas
cartulinas hechas con lápices de colores con una cara garigoleada, la mayoría,
francamente graciosas, y cuando la felicitaban decía: Son 20 pesos o Son
50 pesos, según el interlocutor. Su forma altanera de ser y su soberbia la
volvieron temible e hicieron que le negaran la entrada a varios restaurantes de
la Zona Rosa. Su tormenta de insultos, sus rayos centelleantes dentro de ojos
furibundos, su voz de trueno, sus cachetadas-sonetos, sus amenazas-décimas y
sus bastonazos-literales la convirtieron en el azote de meseros y parroquianos. ¡Córranle
que ahí viene Pita! Los meseros la aborrecían porque los llamaba indios,
narices de mango. A su sobrino Santiago Aspe, que pretendía ayudarle a cruzar
la calle de Bucareli, lo agarró a bastonazos, y cuando él le aclaró: Tía,
soy el hijo de Kitzia, se deshizo en cumplidos:Ay, mi amor, no te reconocí,
estás muy guapo.
Con esos tratos se esfumaron enamorados y
amigos, aunque Pedro Friedeberg y Wanda Sevilla le abrieron siempre la puerta
de su departamento y su bar en el Paseo de la Reforma. Con una rosa en la
cabeza, sus anteojos de fondo de botella y su bastón en la mano, Pita era parte
de la Zona Rosa, un personaje único que todos buscaban en el primer momento
para huir después. Daisy Ascher escapó de su lluvia de bastonazos y se vengó
más tarde retratándola sentada vieja y arrugada en medio de su cama, también
vieja y arrugada.
Pita se enojó con Jesusa Rodríguez cuando
se le ocurrió imitarla en El Hábito. Asidua al bar, donde ocupaba un sofá
completo y se apoderaba del baño, no regresó jamás después de unsketch que
consideró una afrenta a su estatura mitológica, aunque los parroquianos
celebraron la parodia. Otra gran imitadora de Pita es Myriam Moscona.
Lo cierto es que Pita Amor era capaz de
agotarle la paciencia al mismísimo Job. Beatriz Sheridan y Susana Alexander
montaron un espectáculo con su poesía, y Susana fue la más leal de las amigas,
como consta en el documental de Eduardo Sepúlveda Amor. Jesusa y Liliana le
brindaron no sólo drinks (su favorito: medias de seda), sino
su amistad. Martha Chapa hizo de ella dos excelentes dibujos y la alimentó
durante meses, pero optó por apartarse para tomar fuerzas y volver a
enfrentarla. Por toda recompensa a sus esfuerzos, Pita le espetó con su voz de
trueno: Jamás lograrás el nivel de Frida Kahlo con las estúpidas manzanas
que pintas. Carlos Saaib, dueño de varios departamentos en el edificio Vizcaya,
sostuvo con ella una amistad de 20 años, le brindó hospedaje y acudió a todos
sus llamados: ¡Carlooos!, en ese legendario edificio de la calle Bucareli,
que hospedó a Luis G. Basurto y a Ricardo Montalbán. Cuando Saaib ya no pudo
más, devolvió a la Undécima Musa a sus sobrinos Mariana y Juan
Pérez Amor, que se hicieron cargo de ella hasta el fin de sus días. Patricia
Reyes Spíndola, fina, generosa y solidaria, dio muestras de una lealtad a toda
prueba y la atendió en todo momento, a pesar de que Pita iba a verla actuar al
teatro y a media obra gritaba, su bastón en el aire, de pie en el pasillo
central, aterrando a los espectadores:¡Patricia, baja del escenario de inmediato!
Esta obra no te merece, es indigna de ti. ¡Bájate o yo subo ahora por ti!
A veces, Pita era capaz de verse a sí
misma con extraordinaria lucidez:Entre las deficiencias de mi personalidad
existe mi ocio. Desde muy niña rondé de allá para acá sin lograr disciplinarme
ni en estudios ni en juegos, ni en conversaciones. De mi ocio brotaron mis
primeros versos y es en mi ocio maduro donde he ido engendrando el acomodo de
mis palabras escritas.
Pita es importante para las generaciones
venideras, porque rompió esquemas al igual que otras mujeres de su época,
catalogadas de locas y a la eternidad ya sentenciadas, como previó en su
poema Letanía de mis defectos (1987).Soy perversa, malvada,
vengativa./ Es prestada mi sangre y fugitiva./ Mis pensamientos son muy taciturnos./
Mi sueños de pecado son nocturnos./ Soy histérica, loca, desquiciada,/ pero a
la eternidad ya sentenciada.
Los casos de Nahui Olin y de Pita Amor son
emblemáticos. El rechazo y la censura las volvieron cada vez más contestatarias
y las dos hicieron del reto y de la provocación su forma de vida.
Elvira García y Michael Schuessler son los
autores de dos excelentes biografías de Pita. Redonda soledad, la vida
de Pita Amor, publicada en 1997, de Elvira García, obtuvo grandes
elogios, ya que la biógrafa tuvo la paciencia y la generosidad de saber
acompañar a Pita a lo largo de desdichas y soledades.
La última de siete Amores
Este personaje singular llamado Pita llegó a los 82 años. Nació el 30 de
mayo de 1918. Fue una niña privilegiada, la última de siete Amores, hijos de
Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. A su papá, Pita recuerda que lo
sacaban a tomar el sol en un balcón de una casa porfiriana en la calle de
Abraham González con un plaid escocés sobre las
rodillas.Siempre lo vi sentado, alega Pita. Después de siete hijos, ni su padre
ni su madre tuvieron fuerza para controlarla. Sus caprichos y rabietas
atemorizaron a sus hermanos y a todo el vecindario, primero en la calle de
Abraham González y luego en la de Génova, al lado de La Votiva, la iglesia
favorita de los Trescientos y algunos más, esquina con el Paseo de la Reforma.
Desde muy pequeña, Pita fue la consentida,
la muñeca, la de los pataleos y rabietas, la de los terrores nocturnos. Era una
criatura tan linda que Carmen Amor la fotografió desnuda. A Pita le fascinó
contemplarse a sí misma y, posiblemente, ahí se encuentre el origen de su
narcisismo. De su niñez habla en su novela Yo soy mi casa,título
también de su primer libro de poesía.
Pita creció oyendo poesía. Después de la
cena, la familia Amor acostumbraba leer poesía y seguramente esta lectura en
voz alta de Góngora y de Quevedo, de Sor Juana y de Federico García Lorca
influyó en ella. Dos de sus hermanas, inteligentes y creativas, Mimí y Elena,
también escribían y decían poesía, pero nunca se lanzaron al ruedo.
A Pita siempre le costó adaptarse al
mundo, siempre fue la voz que se aísla en la unidad del coro, en el seno
familiar, entre sus seis hermanas y su hermano Chepe, en el
internado de Monterrey, que no aguantó y donde no la aguantaron. Nunca pudo
salirse de sí misma para amar realmente a otro; la única entrega que pudo
consumar fue la entrega a su yo. Demasiado enamorada de su persona, los
demás le interesaron sólo en la medida en que la reflejaban: no fueron sino una
gratificación narcisista.
Desde muy joven, Pita pudo participar en
la vida artística de México gracias a su hermana Carito, colaboradora de Carlos
Chávez y fundadora de la Galería de Arte Mexicano. Acondicionada en el sótano
de la casa de los Amor, la galería que dirigió Inés expuso a Orozco, Rivera,
Siqueiros, Dr. Atl, Tamayo, Julio Castellanos, Frida Kahlo y
muchos más.
Si era una niña preciosa, fue una
adolescente primorosa. Tan llamaba la atención, que la pintaron Rivera,
Montenegro, Soriano y Raúl Anguiano, a quienes desconcertaban sus desplantes,
sus grandes ojos abiertos, su boca desdeñosa y su voz de trueno. Más tarde,
Diego Rivera habría de retratarla desnuda, para horror de la familia y
beneplácito de los morbosos.
En esa época, los Trescientos y algunos
más se hacían cruces con Lupe Marín, Tina Modotti, María Asúnsolo, Nahui Ollin,
Machila Armida. ¿Ya supiste? ¡No te has enterado! ¡Hubieras visto! ¡Qué
bárbara, Pita! ¡Nadie ha hecho nada igual! A la lista de ofensas a la
buena sociedad y a la Liga de la Decencia, vinieron a añadirse la insolencia de
Pita a quien nunca importó el qué dirán.
En medio de fandangos, pachangas al Leda,
cabaret de la época en el que todas las noches Lupe Marín y Juan Soriano
bailaban sin zapatos y hacían un show celebrado por Los
Contemporáneos; en medio de sus domingos en los toros y sus parrandas,
Pita produjo de golpe y porrazo, ante el azoro general, su primer libro de
poesía: Yo soy mi casa, publicado a iniciativa de
Altolaguirre. Causó sensación. Es imposible que ella lo haya escrito.
Inmediatamente, Alfonso Reyes la apadrinó: Y nada de comparaciones
odiosas, aquí se trata de un caso mitológico.
Resulta contradictorio que esta mujer que
no cejaba en su afán de escándalo y salía desnuda bajo su abrigo de mink a
gritar a media noche en el Paseo de la Reforma: ¡Yo soy la reina de la
noche!, regresara en la madrugada a su departamento de la calle Río Duero y en
la soledad del lecho escribiera en la bolsa del pan y con el lápiz de las cejas
décimas soberbias:
Pita Amor encontró a Dios (invención
admirable, hecha de ansiedad humana) en una cita puntual que contrajo con él,
el lunes 8 de mayo de 2000, cuando le dio neumonía. Dios la hizo esperar,
finalmente canceló otros compromisos para recibirla en la casa vecina a la de
Carlos Fuentes, en la calle de Apóstol Santiago, en San Jerónimo.
Michael Schuessler recogió uno de sus
múltiples epitafios: Es tan grande la ovación/ que da el mundo a mi
memoria,/ que si cantando victoria/ me alzaste en la tumba fría,/ en la tumba
me hundiría/ bajo el peso de mi gloria.
Pita Amor es importante para las
generaciones venideras, porque rompió esquemas como lo hicieron otras mujeres
de su época catalogadas de locas. Al igual que Tina Modotti o Nahui Ollin o
Lupe Marín o Concha Michel, el rechazo y la censura la volvieron cada vez más
contestataria: las dos hicieron del reto y de la provocación su forma de vida,
pero Pita lo dejó por escrito: “Frente al éxito a mí me preocuparon más mi
belleza y mis turbulentos conflictos amorosos.
“Porque yo que he sido joven, soy joven,
porque tengo la edad que quiero tener. Soy bonita cuando quiero y fea cuando
debo. Soy joven cuando quiero y vieja cuando debo. Yo, que he sido la mujer más
mundana y más frívola del mundo, no creo en el tiempo que marca el reloj ni el
calendario. Creo en el tiempo de mis glándulas y de mis arterias. La angustia
hace mucho que la abolí. La abolí por haberla consumido
Mi cuarto es de cuatro metros, mi cuerpo
mide uno y medio y la caja que me espera será el final de mi tedio.
No comments:
Post a Comment