Friday, August 07, 2015

Tribulaciones de una viuda tojolabal



San Antonio de las Huertas. Estado de México. 2014.
Foto: Adrián Álvarez R.
Delfina Aguilar Gómez
Severiana es el nombre de una señora de 65 años. Es bonita, morena y su pelo es quebrado; ya está viejita pero se ve linda y habla muy bien. Ha aprendido un poco a hablar el español porque cuando llegó aquí no lo hablaba nada. Nació en la comunidad de nombre Tsamal k’inal, que significa Mundo Bonito. Desde hace 25 años es viuda. Su marido murió a machetazos, en un pleito con unos hombres que peleaban la tierra.
Una tarde me encontraba caminando por un lugar alegre, hermoso, donde todo lo que se alcanzaba a ver era verde; cerca de ahí se encontraba un río con agua muy agradable para bañarse. De pronto escuché que me llamaba una voz. Era ella, la vieja Severiana. Me saludó y estuvimos platicando un buen rato. Empezamos a sentir confianza y ella, con lágrimas en sus ojos, comenzó a contar:

Hermana, es muy duro vivir sola, peor si es en una comunidad. Mira, cuando quedé viuda me seguían mucho los hombres, como me miraban sola pensaban que necesitaba hombre. Bueno, tú sabes para qué. Decían, pues, ellos: “Las mujeres no pueden vivir sin un hombre y además no valen nada”. Cuando murió mi marido nunca pensé en volver a casarme con otro varón y más si tiene mujer; no quiero. Así pensé. Tuve once hijos pero se murieron ocho, sólo tres me quedaron, dos varoncitos y una hembra. Desgraciadamente los hombres toda la vida se aprovechan porque somos mujeres, según ellos parece que no valemos, y pensándolo bien, valemos mucho. Te voy a contar por qué. Una vez hasta el mismo comisariado de la comunidad quería que yo viviera con él. Llegaba muy seguido a la casa, me decía que yo necesitaba un hombre para no perder las tierras que había ganado mi marido. Me frecuentaba cada tercer día y siempre me preguntaba:
–¿Severiana, no se te ofrece algo?
–No, muchas gracias —le decía.
Una vez se apareció bien tomado, tocó la puerta, pero ya lo había visto que venía borracho, entonces no le abrí. Y me dijo en voz baja pegado a la puerta:
–Ábreme, que quiero platicar contigo.
Como ya era de noche, me dije “Viene borracho y si lo dejo entrar me va querer hacer algo”. Entonces le grité:
–No le voy abrir y por favor váyase a su casa. Está usted borracho.
–Mira Severiana, mientras esté yo aquí va a vivir bien, pero deja que viva contigo.
–Estás loco, cómo puedes pensar que viva contigo. Yo quiero a mi esposo aunque esté muerto y no estoy pensando en tener otro hombre.
–No te hagas, bien que quieres uno, si las mujeres no pueden estar sin hombre y yo quiero estar contigo.
Hasta la fecha no puedo olvidar cómo me trató ese señor. Después cuando lo veía no le daba la cara porque ya sabía cuales eran sus intenciones, pero él siempre me molestaba. Empecé a trabajar la tierra para poder vivir con mis tres hijos, sacaba mi maíz, mi frijol, no me hacía falta mi comida ni la de mis hijos. Pero la gente en la comunidad es muy envidiosa, nada más vieron que me iba bien con mi siembra empezaron hablar de que yo andaba saber con quién, porque todo lo que sembraba era mucho trabajo para una mujer. Ah, hermana, vieras qué tanto decían de mí. Siempre hay gente muy mala, y como toda la vida hay violación, humillación, y más si somos mujeres. Así me pasó en la comunidad, me humillaron bastante.
Tiene quince años que salí de ahí, era yo más joven. Estuve diez años de viuda en ese lugar, sola, pero cómo me hacían; ya no era sólo el hombre ése, sino varios. Llegaban de noche a tocar la puerta; como no les abría se aburrían y se iban. Cuando iba por mi agua me esperaban y me empezaban a decir de cosas como: “En la noche llego, ay me abrís”. Y qué iba yo hacer, nada, si me quejaba no me iban hacer caso, pues hasta el comisariado me dijo que viviera con él. Ay hermana, la vida de una mujer viuda es triste, los hombres no te respetan, dicen que no valemos nada, dicen que tenemos mucha necesidad de ellos. Sí hay mujeres así pero no todas.
Pasó un año y los hombres seguían molestándome, pero ahorita ya mis enemigos murieron y siempre recuerdo lo que decían sobre que las mujeres no valemos nada, pero mira, dos de ellos se mataron por mí, se agarraron a machetazos, decían que el que viviera se quedaría conmigo aunque fuera a la fuerza, pero ahí está pues, los dos murieron. Los otros fallecieron por enfermedad. Y yo me quedé gozando de la vida con mis hijos.
El comisariado hace poco también murió, no supe de qué, pero él tuvo que ver cuando me sacaron de la comunidad; como no le hice caso me quitaron mis tierras, mi casa y todos mis animalitos; lo apoyaron las gentes del lugar, más las mujeres. Es que en una comunidad no ven bien que una señora esté sola porque los hombres nada más buscan oportunidad para molestarla. Pero aquí estoy contenta y, como te digo, gozando de la vida.
Mi trabajo es ir a lavar y barrer en las casas. Me pagan, me dan mi comida, pero también hay violación en las casas. Hay patrones que los mirás que son buenos y hay patrones que no. A mí me pasó algo así cuando viene a Margaritas; a pesar de que ya estoy vieja, todavía una vez se me ofreció un kaxlan:
–¿Sabes qué Serveriana? Quiero vivir contigo y te voy a comprar todo lo que quieras.
–¿Acaso sólo tú tienes dinero? En otras casas también hay dinero, para qué voy a estar viviendo aquí con un hombre así; no, no vine a buscar hombre,  vine a buscar trabajo –le dije.
O sea que me probaron todavía en este lugar. Saber por qué tengo que sufrir; sufrí en la comunidad y todavía aquí también. Y ahorita así vivo, tengo mis 65 años, pero todavía voy a trabajar a las casas, ya me conocen muchos en Margaritas, me gusta lavar, es el trabajo que hago y aunque sólo para que yo viva, porque mis hijos ya se casaron. Y así estoy pasando la vida. Estoy contenta en mi jacalito, no me da miedo vivir sola; estoy contenta aquí porque nadie me molesta.
Delfina Aguilar Gómez, originaria de la comunidad tojolabal Plan de Ayala, Las Margaritas, Chiapas, en 1995 se hizo investigadora del Centro de Investigaciones en Salud de Comitán (CISC). Con el título  “El sufrimiento de una viuda”, este relato se publicó originalmente en Voces de maíz. Relatos tojolabalesSk’umal ja ixim jumasa’. Slo’il tojo ab’al jumasa’ (CISC, Comitán, 2001).

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