Por Daniel de la Fuente/ Grupo Reforma
Apretujado con otros bajo mesas y entre sillas, con los ojos cerrados, Miguel temblaba al escuchar los balazos durante el ataque al bar Juana's VIP la madrugada del 15 de mayo del 2010.
Angustiado, el joven aterrado sentía caer los cuerpos de quienes, hasta hacía minutos, reían a su lado. Sólo escuchaba los gritos de pánico, los ayes de dolor entre los silbidos de las balas y los secos ta-ta-ta-ta de las armas asesinas.
Alguien, cuenta tiempo después y adolorido aún, más que del cuerpo, del espíritu, gritó en medio del tiroteo: "Mamá".
Miguel, quien advierte que nunca dará su nombre después de lo que vivió en la apertura de aquel bar de Torreón, dice que al entreabrir los ojos simplemente no dio crédito a lo que vio: afuera del pequeño negocio de madera, a través de las ventanas en las que antes hubo vidrios, observó cómo uno de los sicarios, sin capucha siquiera, colocó sobre la camioneta un tripié y, sobre él, una ametralladora que empezó a disparar contra el local.
"No tienes idea de lo que sentí en ese momento... cómo se oía", expresa y revive el terror. "Lo que te diga es poco: nunca lo entenderás".
Lo peor es que, a como va el País, todos alguna vez lo habrán de entender. O de vivir.
Habían pasado casi cuatro meses de la masacre en el bar Ferrie, también en Torreón. El 31 de enero varios vehículos llegaron al muelle artificial del negocio con imagen de barco que anunciaba su cierre y futura reinauguración, y mató a 10 personas, casi todos menores de 25 años, e hirió a una veintena.
Dicen que hubo más víctimas y que los sicarios llegaron a otros negocios como La Catrina, Ay Nanitas y Limbo, donde también hubo muertos y heridos.