Totalmente escéptico, desconfiado y dudoso sobre su verdadera intención, el priismo nacional recibe la convocatoria del presidente Felipe Calderón para que todas las fuerzas políticas del país discutan el problema de la seguridad pública en México a fin de llegar a un acuerdo común para enfrentar el problema de la delincuencia en forma colectiva. ¿Qué pretende el Presidente? Lleva dos cadenas nacionales en vísperas de la elección del 4 de julio, no por razones de duelo sino para reforzar su discurso. Lleva más de tres años y medio en una guerra contra el narcotráfico –como él la bautizó- donde cada año hay más muertos y la violencia extendió sus brazos asesinos en contra del candidato a gobernador en Tamaulipas. Calderón y los panistas han acusado al PRI de ser cómplices del narcotráfico y ahora quiere carta blanca y sumarlos a que respalden lo que él comenzó.
Las cosas no van a marchar bien por ese camino. El Presidente parece dispuesto a revertir la costosa pérdida de tiempo durante el gobierno de Vicente Fox ante su pasividad e incompetencia, pero no quiere trasladarle esa parte de responsabilidad al PAN sino al PRI. La penetración del narcotráfico no comenzó en la administración de Fox, es cierto, pero su asentamiento sí se dio en ese sexenio. Informes confidenciales de la Secretaría de la Defensa establecen que cuando arrancó el gobierno del presidente Calderón, el narcotráfico se había apoderado de 11 estados. Sin embargo, ha preferido saltarse ese periodo en sus diagnósticos y soslayar de su discurso la dialéctica del ex presidente Fox, que permitió conflictos en su gabinete entre el bando que quería frenar al narcotráfico y aquél que lo protegía por omiso o incompetente. Toleró que al amparo de algunos de sus funcionarios se diera protección a Los Zetas, pese a tener informes del FBI donde los identificaban. Otros de sus funcionarios ayudaron a que uno de los líderes del Cártel de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán, se escapara cuando menos en una ocasión de la policía, sin que tampoco hubiera castigo en su contra. Ignorado también de su retórica el hecho que durante la primera parte de su administración, la PGR diera protección institucional a los cárteles de la droga, particularmente al de Sinaloa.
Calderón ignoró esos antecedentes, pese a que miembros de su gabinete tienen toda la información, y acusó al PRI de complicidades con el narcotráfico. Ahora busca a sus dirigentes y les pide que se sumen a un esfuerzo nacional para defender las instituciones que él y su gobierno han lastimado. Como botones de muestra están el aval de Calderón avaló al uso de grabaciones ilegales con fines electorales para golpear a gobernadores del PRI; los señalamientos de su secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, están apoyando inopinadamente a los cárteles de la droga con sus recomendaciones a las Fuerzas Armadas contra los organismos de derechos humanos; y la guerra sucia que está emprendiendo la Marina contra los cárteles de la droga, que vulnera el Estado de Derecho.
La convocatoria de Calderón pretende dar un vuelco a lo que ha hecho, pero está en desventaja. No habrá actor político –salvo penosas excepciones- que decida no tomarle la palabra, pero van a llegar en otros términos a la mesa de discusión, pues el valor de la palabra presidencial está devaluado. No le tienen confianza a Calderón, quien es muy refractario a opiniones contrarias, y muy maniqueo en sus conclusiones. Por ejemplo, cuando planteó a un grupo de priistas la reforma a la PGR, el secretario general del partido, Jesús Murillo Karam, expresó sus dudas e hizo un replanteamiento. Calderón le respondió a quien ha sido gobernador y subsecretario de Gobernación encargado de seguridad si estaba en contra de su reforma, en una lógica de si no estás conmigo eres mi enemigo, que impidió por completo la discusión propuesta por el mismo mandatario.
Hay mucho escepticismo sobre lo la propuesta del Presidente, no por las buenas intenciones que pueda tener una iniciativa de este tipo, quizás afectado en estos momentos por el asesinato de un candidato a gobernador –que pone en entredicho el discurso de la victoria contra la delincuencia-, sino porque suele ponerse con demasiada rapidez la casaca partidista y actuar en forma facciosa, olvidando las cosas que tienen que ver con el arte de la política en un gobernante.
No lo ven confiable. En la epidermis tiene el PRI su permisividad para que el PAN desarrollara una política de golpeteo contra ellos con el respaldo del CISEN, a fin de evitar que ganen la mayor parte de las elecciones para gobernador este domingo. Y lo ven traicionero, como el hecho que en plena embestida contra los priistas se pidiera a la PGR investigar al dirigente del PRD, Jesús Ortega, quien puso en juego su futuro político por respaldar la política de alianzas del PAN y no sabe que hay una traición cocinándose a sus espaldas. ¿Quién puede entender al Presidente así?
Hasta ahora, Calderón ha demostrado que no tiene palabra política con sus adversarios. Hasta ahora, les ha dejado claro que no tiene escrúpulo alguno para utilizar los recursos del poder que sean necesarios para reducir a sus rivales y buscar a toda costa la permanencia del PAN en el poder. El trabajo que tiene que hacer para que esa convocatoria llegue al buen puerto que necesitan los mexicanos pasa por varias etapas de prueba política presidencial.
La primera es que finalmente un gobierno panista atiende el problema que se potenció durante otro gobierno panista, y está dispuesto a buscar el consenso y un acuerdo colectivo con los actores políticos y sociales, con lo que rectifica la actitud horizontal con la que inició su combate a la delincuencia organizada en 2006. La segunda, que tiene que trabajar, es demostrar que en momentos de crisis, cuando se conoce a los líderes, Calderón sí puede ser Presidente de México y no sólo del PAN, que puede cumplir su palabra y hacerla cumplir a sus subalternos, que puede ponerse por encima de la coyuntura y estar dispuesto a sacrificar todo lo que sea necesario individualmente, para alcanzar el bien mayor colectivo. Que sea un estadista, pues. Y ese es el problema. El PRI, por su experiencia, sabe que ese traje le quedó grande a Calderón.
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