Adriana Luna Parra
Un barco llamado Ipanema llegó a Veracruz en agosto de 1939
transportando a republicanos que huían de Franco, recibidos por la política
internacionalista del presidente Lázaro Cárdenas. En él venían, de Barcelona,
Josefina Estapé y Jaime Botey, con su hijo Marck, de dos años; ella socialista
feminista, internacionalista y poeta marxista, él cercano a los separatistas y
anarquistas catalanes, fueron los padres de Carlota Botey y Estapé, nacida en
México el 8 de febrero de 1943, quien murió, después de una larga enfermedad,
el pasado 24 de agosto. Dulce guerrera, hasta sus últimos días luchó con esa generosidad
que reflejaban sus ojos y su sonrisa, no flaqueó ni en su agonía.
Por sus venas corría sangre roja, a la izquierda latían su
corazón y pensamiento. Su formación académica y política se empezó a modelar
como antropóloga de la ENAH, donde conoció los movimientos campesinos.
Políticamente se integró a la Liga Espartaco, siguiendo la línea crítica de
José Revueltas en su proletariado sin cabeza. Esas bases se fusionaron con el
caminar en contacto con la mirada de los productores, la sonrisa de las mujeres
del campo; dejó su huella en la tierra como núcleo comunitario y su experiencia
en la fuerza de la organización. Eso forjó el carácter de Carlota, siempre
mujer y siempre de izquierda, rebelde ante la injusticia, dulce y tierna para
comprender; hacía suyo el dolor de los demás, a quienes tendió su mano hermana
de lucha por la igualdad y la justicia.
Con Zapata al frente, en su paso por la vida profesional y
de lucha, Carlota estudió y luchó como guerrera incansable por la tenencia y
explotación del territorio, los derechos agrarios, de la mujer campesina, los
indígenas, la migración, lo que la movió a defender con rabia el artículo 27
que destrozó Carlos Salinas.
El 2 de octubre de 1968 estaba en Tlaltelolco con su novio
Juan Diego Raso cuando al oír las ráfagas se protegieron al lado de la iglesia.
Ahí los detuvieron; a ella la soltaron y a él lo llevaron preso a Lecumberri,
donde recibió su amorosa visita durante el encarcelamiento. Luego tuvieron a
sus hijos Mariana y Vicente, a quienes Carlota disfrutó en familia, gozando sin
límites a Jacinto su nieto.
Mi amistad con ella creció en la LVI Legislatura, que
compartimos. Nuestra coincidencia se dio desde las primeras reuniones de la
fracción en que con otros diputados nos negamos a ver a Zedillo y recibirlo en
su toma de posesión; mantuvimos la postura de denunciar el fraude cometido a
Cuauhtémoc Cárdenas. Entre nosotros estaban Mauro González Luna, Andrés
Bolaños, Édgar Sánchez, Rosario Ibarra, Pedro Etienne y otros. Ese día
acompañamos a Cuauhtémoc al Monumento a la Revolución. En su último informe a
Salinas le gritamos asesino y vendepatrias. Desde ahí nos vinculamos como
hermanas de camino.
Se recibió el año 1994 con la aparición del EZLN. Sin tiempo
que perder, nos integramos a su apoyo y la defensa contra el cerco militar.
Integramos una caravana de mujeres para cruzarlo con alimentos para las
comunidades zapatistas. Formamos el Grupo Rosario Castellanos. Ella sostuvo un
campamento civil de protección en La Garrucha, nosotras en La Sultana. La
aparición del EZLN marcó la vida política y social del país, y por lo tanto la
de la LVI Legislatura; el mundo indígena ocupó la agenda nacional, la
conciencia y el arte popular. Ahí estaba Carlota.
En el Congreso fue presidenta de la Comisión de la Reforma
Agraria, una digna representante popular que sin descanso, con actitud recia y
congruente, defendió los casos de desalojos, oprimidos, obreros, frente al
poder impune que quería aplastarnos. Recuerdo los Loxichas, los Chimalapas, la
matanza de Aguas Blancas, al pueblo de Tepoztlán contra el intento del club de
golf… tantos recuerdos de su indoblegable reciedumbre.
En Chiapas con su carácter recio e indomable cruzaba los
difíciles caminos en cualquier transporte: había que llegar a donde se requería
sin hacerse notar para tener más movilidad. Nada nos detenía. ¡Qué momentos más
intensos y vitales! ¡Qué riqueza la del pueblo zapatista! Carlota nunca
flaqueaba ni dejaba de tener una muestra de humanidad y ternura para todos.
La participación en los Diálogos de San Andrés era intensa,
de ahí a correr a la Cámara, donde junto con Édgar Sanchez y Rosario Ibarra
éramos diputadas convencionistas, lo que nos llevaba, a veces, a mantener
nuestro voto independiente de la fracción.
Carlota intervenía en tribuna con voz tranquila y palabras
plenas de demandas de dignidad y justicia. Su conocimiento de la historia y del
campo, junto con su congruencia en la acción, le daban una fuerza que el pleno
callaba para escucharla. Caminaba haciendo camino, seguía siempre adelante. Su
generosa combatividad iba sembrando semillas que siguió regando a lo largo de
su vida. Tlaxcala es muestra de su semilla, que siguió y seguirá regando desde
donde esté. Así lo expresaron en el funeral.
¡Dos de octubre, no se olvida!, fue una forma de vida para
ella. El Comité del 68 formó parte de ella, participó con ahínco en él, con
identificación plena.
Carlota era una mujer clara, de convicciones, militante de
la lucha por la dignidad y la justicia, que no se daba tregua en el interés por
México y el mundo, siempre leyendo, estudiando, analizando, comentando. Su vida
estaba entregada a formar el mundo que anheló Zapata y que desea el campesino y
la mujer del campo para sus hijos.
Carlota ingresó al PRD, militó con seriedad y combatividad,
su cuestionamiento enriquecía el pensamiento. Renunció en 1994, pero nunca su
pensamiento y preocupación dejaron al partido.
La lucha por la ciudad tuvo su triunfo en 1997. Cuauhtémoc
Cárdenas fue el primer jefe de Gobierno elegido. En su gobierno, Carlota desde
la Dirección General de Regularización Territorial, con su conocimiento de la
tenencia de la tierra y su integridad de principios, benefició a miles de
familias. Con calidez atendía a quienes lo requerían sin distinción alguna. Con
visión de derecho y responsabilidad de servicio público se hacía responsable
humana y profesionalmente de su necesidad. Ella hizo lo que nunca, revolucionó
el proceso de entrega de escrituras; lo que avanzó no tendrá retroceso, expresó
en su funeral el notario Carlos Rea.
La lucha no termina nunca, los cargos son para servir,
mandar obedeciendo y seguir caminando. Carlota siguió apoyando las luchas
populares. Junto con Martha Sánchez y José Jacques formó parte del Movimiento
Migrante Mesoamericano. Acompañó la lucha de Atenco, de los padres y familiares
de las víctimas de Sucumbíos, el Foro Social Mundial. En los últimos años se
sumó al grupo de Feministas Socialistas y al Pacto Nacional por la Vida, la
Libertad y los Derechos de las Mujeres, en defensa del derecho a decidir sobre
nuestro propio cuerpo y a la interrupción legal del embarazo. Al Encuentro de
Mujeres de Izquierda pidió que la incorporaran, aunque ya no pudo asistir.
Carlota sentía un gran dolor por el avance de la derecha que
ha impulsado la crisis del país, la pérdida de soberanía, el aumento de la
pobreza. El corazón le dolía por la patria más que por su enfermedad. Nunca
dejó de analizar, de estar y de preguntar para seguir presente, aunque su
enfermedad no le permitía ya mucho movimiento.
Carlota hizo camino al andar; con generosidad, estuvo y
estará con las luchas por la tierra, por el mar, por el mundo. Mujer que lucha
toda la vida, por eso es indispensable (como dice Bertolt Brecht). Su recuerdo
y las semillas que sembró se quedan entre nosotros, convertidas en flores de
dignidad. Mexico y el mundo las necesitan.
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