Arnaldo Córdova
Como en el caso de cualquier partido u organización política
que venga a la mente, el PRI y, en particular, sus dirigentes efectivos buscan
definir sus relaciones con los dueños del dinero, como una plataforma básica en
su lucha por el poder del Estado. Cada partido sabe que debe encontrar un
acuerdo con los exponentes de la clase dominante, en el que, por lo menos,
consiga una cierta neutralidad de los mismos y no tenga que enfrentar a su
bloque como un enemigo irreconciliable. Como podrá adivinarse, cada partido
tiene sus propios puntos de vista sobre el rol que esa clase debe desempeñar en
la vida nacional y le es necesario plantear ante la misma lo que espera de ella
como un compromiso indispensable.
Si hay agrupaciones que no cuidan o no les importa este
asunto, deben saber que la patronal los combatirá a hierro y fuego. Buscar su
neutralidad, en realidad, resulta demasiado poco para obtener buenos logros en
las contiendas electorales y lo que puede suceder con mayor probabilidad es que
esa neutralidad jamás se logre. Las fuerzas políticas deben buscar con los
patrones compromisos serios y mantener un trato con ellos que los obligue a
cumplirlos o a mantenerse a distancia. Para ello, es forzoso estarles
informando debidamente de lo que se busca en los más variados tópicos de la
lucha política y hacerlo saber también al resto de la sociedad, como árbitro y
actor que en última instancia deberá decidir la contienda.
Hay, empero, partidos que van mucho más allá y que
consideran que su papel en las pujas por el poder es representar estrechamente
los intereses de los grupos dominantes y, en especial, de los patrones y
defenderlos a capa y espada, como si fueran los propios intereses. No es algo
que se pueda inscribir en los documentos básicos de los partidos, sino una
actitud efectiva de sometimiento y puesta al servicio de los intereses de esos
grupos. Generalmente son los prospectos electorales y más cuando ya son
candidatos los que hacen clara esa posición frente a dichos intereses. Podemos
observar que ya se han dibujado posiciones que nos hablan de la relación que
entienden llevar los diferentes precandidatos.
Andrés Manuel López Obrador empezó a reunirse con diversos
representantes de los grupos dominantes para plantearles abiertamente cuál será
su política respecto a los negocios y cómo entiende llevar avante sus
relaciones con los empresarios, sobre la base de lo que él propone como
estrategia de desarrollo económico. El tabasqueño ha dejado en claro que no es
su enemigo, entre otras cosas, porque sin ellos no habría desarrollo posible en
las actuales condiciones y que sólo es contrario a sus abusos y sus negocios
turbios. Se ha declarado también contra los monopolios y la concentración
indebida de la riqueza. Se trata de una posición clara que, además, tiene la
virtud de ser abierta y pública. Todo mundo supo lo que él dijo.
El PAN no es ejemplo en el caso. Siempre ha sido, desde su
fundación, un partido patronal, enemigo del sector público de la economía. Los
panistas, a lo largo de casi dos sexenios, no han hecho otra cosa que hacer
negocios desde el gobierno y entregar la riqueza pública a los privados, muchas
veces violando la ley y la Constitución. El PAN no sabe gobernar de otra manera
y, de seguir en el poder, de seguro seguirán haciendo lo mismo. Basta con
recordar la enorme cantidad de personeros de la iniciativa privada que son y
han sido funcionarios o representantes del PAN para darse cuenta de lo que el
mundo de los negocios pesa en los gobiernos panistas y en los órganos
legislativos.
Para muchos el PRI sigue siendo el mismo antiguo partido
nacionalista y populista que, de cuando en cuando, sirve a los intereses
patronales. Los años de gobierno del panismo demuestran, si se hace historia,
que ese partido no sólo ha dejado de ser lo que fue una vez, sino que ha hecho
mancuerna con los panistas para promover el enriquecimiento desmedido de los
empresarios y, muchas veces, incluso son más celosos en el afán de favorecer en
todo a los empresarios, con posiciones más conservadoras que los mismos
blanquiazules, como se ha puesto de manifiesto en el asunto de las telecomunicaciones
y de los monopolios televisivos. El principal de sus precandidatos
presidenciales, Enrique Peña Nieto, es hechura de esos monopolios.
Si se da por hecho que la contienda interna por la
candidatura presidencial del PRI se dará entre el propio Peña Nieto y el
senador Manlio Fabio Beltrones tenemos un escenario muy claro: el primero
quiere representar directamente, como si fueran suyos, los intereses de la
clase dueña de la riqueza; el segundo, en cambio, trata de presentar una imagen
más acorde con los antiguos principios del priísmo, sólo que modernizados,
puestos al día. Enfrentados al hecho histórico que fue la Revolución Mexicana,
para Peña es sólo una ideología dañina y obsoleta que riñe con el desarrollo;
para Beltrones, las instituciones de la Revolución que dieron paz al país
muestran agotamiento y se han quedado en el pasado, lo que quiere decir que hay
que buscar otro camino para enfrentar tanta desigualdad y tanta pobreza.
En el fondo, ambos políticos piensan lo mismo, aunque desde
puntos de partida diferentes. El tema del petróleo lo revela plenamente: Peña
aboga por una mayor apertura a la iniciativa privada en la industria petrolera
(como declaró al Financial Times, Pemex puede lograr más, crecer más y hacer
más a través de alianzas con el sector privado); Beltrones, de hecho, piensa lo
mismo, pero es más cuidadoso en un tema que el primero nunca toca: la propiedad
de Pemex debe seguir siendo pública y, para él, la reforma de 2008 es más que
suficiente para permitir que la iniciativa privada invierta en la industria,
pero, dice, sin que ni una gota de petróleo pase a manos privadas y menos
extranjeras.
Como se ha podido ver, las reformas de 2008 no han sido
respetadas por el gobierno panista y, a través del contratismo, la riqueza
petrolera sigue siendo entregada a los privados, particularmente extranjeros.
Ese estilo que aparece como típicamente panista desde el gobierno, vale decir,
pasar siempre por sobre la ley, violándola e ignorándola, se revela como
típicamente priísta si uno echa una mirada a la historia del priísmo en el
poder. Aparentar obediencia a la ley para violarla cuando debería aplicarse, es
algo que, además, podemos ver también en los gobiernos priístas de los estados.
PRI y PAN actúan, llegado el caso, de la misma manera.
Lo que se desea que veamos es que Beltrones propone hacer
las cosas con la antigua sabiduría de gobierno, mientras Peña Nieto sería un
panista encubierto o, como solía decirse antes, un priísta empanizado. Pero la
diferencia entre ambos no parece ser otra que el método diverso que ambos
proponen para llegar al mismo fin: preservar el sistema de los negocios al que
ambos se deben. Peña Nieto habla de una alianza estratégica con el sector
privado: “Tenemos que detonar mayor infraestructura para el desarrollo
–declaró– y estoy convencido que un pivote para lograr este objetivo es la
alianza estratégica que se puede consolidar con el sector privado”. Beltrones
también quiere el favor de la patronal. Sólo propone un camino diferente. PRI y
PAN, en lo esencial, siguen siendo lo mismo.
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