José Steinsleger
La reflexión moderna acerca del derecho a la comunicación ha
tornado obsoletos (aunque integrándolos) términos que en otras épocas se
reves-tían de afanes puristas, animando grandes debates y combates: libertad de
imprenta (siglos XV al XVIII), de prensa (siglo XIX), de expresión (siglo XX).
La batalla teórica fue ganada. Ninguna fuerza política o
institucional se atrevería hoy a negar el derecho de todas las personas a
expresarse, informar y ser informadas. Hasta organismos como la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP), gremio de empresarios que agrupa a los magnates
de la comunicación, reclaman el derecho de marras.
¿Cuáles serían sus límites? En sus formas democráticas (haya
o no legislación explícita) se acepta que frente a las complejidades de la sociedad
moderna el ejercicio de la comunicación requiere de criterios amplios y
fundamentados, en los que la ética y moral de sus actores juegan un papel
fundamental.
En ese sentido, las diferencias entre la SIP y La Jornada
son claras. Los medios de la SIP han sido caja de resonancia del golpismo y el
terrorismo de Estado en América Latina, y La Jornada ha priorizado el derecho
de los mexicanos a estar informados.
Principio que quizá haya ido en detrimento de la
imparcialidad de los puros, pero en beneficio de la objetividad y cuidándose de
los abusos que, so pretexto de la libre expresión, no le hacen asco a la
desinformación y la difamación.
La revista Letras Libres y su director, Enrique Krauze (a
quien la SIP acaba de galardonar por su “meritoria labor en defensa de la
libertad de expresión…”), son buenos ejemplos de la amoralidad informativa y
ausencia de ética que, a cuenta de terceros, incurren en difamación.
Digo terceros, porque ya no sé a quiénes obedece Krauze, o
si tan sólo interpreta sus deseos: ¿la CIA?, ¿el Estado español?, ¿la
plutocracia mexicana?, ¿la mafia cubana de Miami?, ¿el Mossad israelí?, ¿la
Internacional liberal de tolerantes que integran terroristas cubanos como el
colaborador de Letras Libres Carlos Alberto Montaner, y preside el eurodiputado
holandés Hans van Baalen, ex militante uniformado de la organización neonazi
Nederlandse Volks Unie (NVU)?
Si lo afirmara, incurriría en la difamación de un personaje
que, tras ponderar la democracia sin adjetivos, superó los apuntados en el
diccionario de María Moliner para denigrar a los que piensan distinto de él.
Carlos Fuentes (escritor a quien, a diferencia de Krauze, respetan amigos y
enemigos) calificó al director de Letras Libres con un adjetivo desconcertante.
Le dijo cucaracha (Coloquio de Invierno organizado por Conaculta y la UNAM en
febrero de 1992).
No estoy de acuerdo. Leo a Krauze con atención, y no me cabe
más que reconocer su talento para dotar, con algo de cultura, el discurso
cínico y falaz de los que destruyeron a México en 30 años de neoliberalismo.
Krauze parece envidiar la independencia, libertad, y la masa
crítica de lectores que a diario juzgan a La Jornada. ¿Fue entonces por mero
despecho ideológico que uno de sus empleados acusó a esta casa editorial de ser
cómplice del terror (Letras Libres, marzo 2004)? ¿Dónde, las pruebas?
En marzo de 2007, cuando el Senado de la República
despenalizó el delito de difamación, injurias y calumnias, se estableció que la
persona (un periodista, por ejemplo) que sea encontrada de haber provocado daño
moral a otra por lo que publicó “… no será sancionada siempre y cuando revele
el nombre de quien le proporcionó la información”.
Lamentablemente, el dictamen adverso a la demanda por daño
moral interpuesta por La Jornada en contra de Letras Libres refuerza la
sensación de que en México, donde hay poca justicia, tener razón es peligroso
si el fiel de la balanza se inclina a favor y a conveniencia del más fuerte.
Mas evitemos comparar a los jueces con la justicia, cosa
equivalente a comparar a los curas con Dios. Según Bertolt Brecht, muchos
jueces son absolutamente incorruptibles: nadie puede inducirles a hacer
justicia.
También es sabido que la más estricta justicia no sea
siempre la mejor política. No obstante, La Jornada anhelaba que se le diera la
razón. Porque en México, país martirizado por las clases dominantes que en
Krauze reconocen a su intelectual orgánico, las personas honradas son mayoría
aplastante y rigen su derecho por su deber.
Un diplomático yanqui me comentó que La Jornada era el único
medio de comunicación que consultaba para elaborar sus informes sobre México.
Incrédulo, pregunté:
–¿Y los que piensan distinto?
El gringo sonrió:
–A ésos… les damos la información.
1 comment:
Me enteré de todo este chimse por las columnas de Milenio, y bueno, leo mas a Milenio que a La Jornada, mas que anda porque Milenio (chayotero eso que ni que) es menos parcial que la Jornada. Al parecer todo este show fue porque Letras Libres le picó la llaga a La Jornada por sus publicaciones con respecto al apoyo de la E.T.A. (Que alguienm e corrija porfavor). Me quedo con la conclusión que encontré en Milenio y el fundamento de la decisión de los Magistrados (Ladrones con licencia por cierto $450,000 mensuales es una patada en... para el Mexicano de a pie): Los medios deben soportar mas que los individuos el riesgo de la difamación, al final de cuentas, el Lector o el Seguidor es quen tendrá la última palabra.
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