con Eduardo Galeano
Galeano y el oficio de narrar
Ilustración de Juan Puga |
Adriana Cortés Koloffon
Eduardo Galeano recibió en 2009 el doctorado Honoris causa por la Universidad Veracruzana y en aquella visita a nuestro país presentó su libro Espejos (Siglo XXI Editores, 2008). En la UNAM leyó fragmentos de sus obras.
–En la Sala Nezahualcóyotl le aplaudieron con las manos y los pies, ¿qué sintió?
–Hubo un gentío enorme y una electricidad de comunicación excepcional; ahí ocurrió algo que me emocionó mucho. A cierta altura yo estaba leyendo algo que tenía que ver con el oficio de los cuentacuentos. De Lorca lo que conté fue que cuando a él lo fusilaron en los albores de la guerra española desapareció de los escenarios de España. Pocos años después triunfa Franco y la memoria de la República Española es una memoria prohibida de la que Lorca era parte. Cuando se empieza a recuperar la memoria, un grupo de teatreros de Uruguay estrena en España La zapatera prodigiosa, una de las obras más jugosas de Federico García Lorca, que no se había vuelto a representar desde su muerte. Con alma y vida la actúan y cuando terminan se quedan atónitos, porque el público está callado y empieza a patear el suelo a toda furia. Cuando uno de los teatreros me lo contó yo pensé que ese trueno contra la tierra era una manera de decirle a Lorca: “Para que sepas Federico lo vivo que estás.” Yo había leído ese texto en España pero nunca había ocurrido esta prolongación del arte –de lo que el texto cuenta– con la vida, este contacto mágico, esta comunión que se dio con los chicos de la universidad.
–¿Por qué cuenta historias parecidas a las fábulas?
–Mi libro cuenta historias que ocurrieron y me parece que vale la pena contagiarlas para que no se pierdan, y de contarlas con la menor cantidad de palabras posible. Son el resultado de un proceso de creación que tacha mucho, de acuerdo con lo que me enseñó mi maestro Juan Rulfo. Un día, tomando entre las manos un lápiz, señaló el grafo y me dijo: “yo escribo con esto, pero mucho más escribo con esto”, señalándome la goma de borrar. En la vida y en la literatura Rulfo tuvo la capacidad de decir y después tuvo la dignidad del silencio: se calló. Yo también borro mucho hasta que encuentro las palabras que nacen de la necesidad. Mis libros nunca expresan pensamientos solos, trato de escribir un lenguaje sentipensante que sea capaz de unir la emoción y la razón.
–En Espejos escribe sobre Scherezada, conocedora del oficio de narrar.
–Scherezada aplaza su ejecución gracias a los cuentos que cuenta. Yo la imagino así: a la luz de la luna contando cuentos que entretengan al sultán, la técnica del tigre en el aire, del suspenso; muchas veces corta el relato, dice: “lo seguimos mañana”. Sobre todo, ella siente un vientito en el pescuezo, el rey le está estudiando el pescuezo y eso significa que puede aburrirse y si lo aburre la mata. Entonces, el primer mandamiento del arte de narrar es: prohibido aburrir; esa es la enseñanza que ella nos dejó a quienes pensamos que vale la pena contar historias que nos permiten conocer el mundo que habitamos; los científicos piensan que está hecho de átomos pero yo creo que está hecho de historias.
–¿Nunca ha tenido miedo de que le corten la cabeza?
–Alguna vez sí, pero por suerte la tengo sobre el cuerpo bien pegadita, salvo cuando me olvido de ella en el dormitorio porque soy muy distraído. Siempre fui muy preguntón y por eso he sido muy incómodo. Por ejemplo, en el libro hago este tipo de preguntas: ¿Adán y Eva eran negros?
–O también si el diablo es rojo o negro. ¿De qué color cree que sea?
–Depende, porque en el teatro del bien y el mal Dios y el Diablo intercambian sus papeles. Cuando se desata la guerra contra Irán, Sadam Hussein fue Dios de Occidente antes de ser el Diablo. Stalin era en los años últimos de la segunda guerra mundial el tío Joe y después se convierte en Satán.
–También escribe en este libro sobre la preservación de la memoria a través de la escritura, ¿aniquilada en Irak con la intervención estadunidense?
–No es casual que Irak, este país en ruinas, exterminado al cabo de una guerra infame que nació de una mentira y que mintiendo sigue –resulta que Irak no tenía armas de destrucción masiva–, sea este país exterminado. No sabemos en realidad el número de muertos que hubo, ¿por qué? Porque este es un mundo racista que desprecia lo que ignora, donde hay vivos y muertos de primera, segunda, tercera y cuarta categorías. Quizá porque el presidente Bush lanzó la guerra muy seguro de que la escritura había nacido en Texas ignorando que la escritura nació en Irak, cuna de la civilización humana, y que allí había nacido también el primer poema de amor que se escribió nunca, que fue en tiempos de los sumerios, escrito en tablillas de barro que cuenta el encuentro entre una diosa y un pastor.
–¡Qué paradoja: un poema de amor nacido en un país devastado por la guerra!
–¡Qué paradoja bella! Porque eso indica que hay una memoria para recuperar, que no es sólo la memoria del horror sino también la del amor, y que el mundo es mitad basura y mitad maravilla.
–Incluye en Espejos un fragmento sobre las máscaras. ¿Las utiliza para caminar por el mundo?
–Yo trato de ser yo mismo cuando escribo, hablo y camino por la calle. El orden social imperante nos obliga a mentir continuamente. Eso es más visible en las dictaduras militares donde se las arreglan para maquillarse mejor los dueños del mundo. Recuerdo que cuando estaba exiliado en la costa catalana solía recibir cartas del Uruguay anónimas, sin remitente ni dirección. Una de las cartas que más me impresionó era de un ciudadano uruguayo que me decía: “Lo peor es mentir y estamos obligados a mentir cada día porque quien dice la verdad marcha preso, va derechito a la cámara de tortura o recibe un tiro en la cabeza. Estamos obligados a mentir pero créame, no es lo peor. Peor que mentir es enseñar a mentir y cada día yo les enseño a mentir a mis hijos para que ellos sobrevivan.”
No comments:
Post a Comment