El novelista enseña
al lector a aprehender el mundo como pregunta.
En un mundo edificado sobre verdades sacrosantas, la novela está
muerta.
Gustavo Sainz
El azaroso siglo XX sacudió los fundamentos de la vida humana con
múltiples consecuencias. El arte en particular sufrió una metamorfosis al
alterarse su proceso evolutivo que, a pesar de diferencias específicas y
variedad de estilos, mantenía características estables. En la creación
literaria se produjo un rompimiento con los patrones tradicionales de
estructura y modos lingüísticos: tanto poesía y teatro como novela y cuento
experimentaron un cambio significativo en expresión y forma.
La literatura en español pasó por una doble coyuntura: la
revelación internacional de los escritores latinoamericanos y la eclosión de
autores que se apartaron del paradigma narrativo. Obviamente este proceso tuvo
un factor editorial, en el caso de México el medio se vio ampliado por nuevos
proyectos editoriales entre los que sobresalió la editorial Joaquín Mortiz
–fundada en 1962 por Joaquín Díez-Canedo después de su salida del Fondo de
Cultura Económica– que pronto ofertó un catálogo donde se podían encontrar
libros de escritores reconocidos, como Paz, Arreola o Fuentes y notables
traducciones de narradores europeos, como Günter Grass o Samuel Becket, pero
que también apostaba por una nueva generación de autores mexicanos como José
Emilio Pacheco, Ibargüengoitia, García Ponce, Sabines y un largo etcétera.
Algunos de estos escritores noveles produjeron obras que
claramente se desmarcaban del camino literario trazado por autores como Rulfo,
Paz o Fuentes. Nos referimos a los que Margo Glanz denominó “la literatura de
la onda”, que tenía entre sus exponentes a José Agustín, Gustavo Sainz y
Parménides García Saldaña. Estos escritores noveles, ajenos a los ambientes
rurales postrevolucionarios, se enfocaron en retratar literariamente un medio
urbano confuso y dinámico, escenario cotidiano de una juventud que se
encontraba a punto de ebullición. Su presencia en el panorama literario supuso
una ruptura generacional porque fragmentaron la compacta estructura narrativa y
temática que les precedía e introdujeron nuevas formas de desarrollar historias
diferentes, prescindiendo del relato lineal y las voces únicas. Abrieron otra
vía para hacer literatura que en la actualidad se amplifica con las
posibilidades digitales.
Entre las obras realizadas por estos escritores hay una que se
puede considerar, tanto por su repercusión como por su contenido, la piedra de
toque que confirmó la realidad de esta nueva época para la literatura
mexicana: Gazapo. La novela, publicada por Joaquín Mortiz en 1965,
tuvo en un año tres ediciones y fue traducida a varios idiomas. Gazapo es
el primero de los diecisiete libros que integran la controvertida obra
literaria de su autor, Gustavo Sainz.
Búsqueda
El problema de un escritor joven es encontrar su voz.
Gustavo Sainz
Gustavo Sainz (1940-2015) cuenta que desde niño estaba interesado
en escribir: “Yo sentí la necesidad de ser escritor al oír las radionovelas; a
los 10 años de edad, cuando cursaba el cuarto año en la escuela primaria, ya
hacía un periódico impreso en offset.” (Entrevista con Martha
Paley-Francescato,Hispamérica, 1976). A través de una compañera de clase
conoce al escritor es-pañol, exiliado republicano, Simón Otaola (1907-1980) que
lee unos cuentos de Sainz y se convierte en su asesor de lecturas. Le presta
libros de Borges, Faulkner, Carson McCullers… “Me tomó bajo su protección y me
prestó los primeros libros serios que leí. Yo tenía 16 años.” En esa época
frecuenta a otros jóvenes que luego se convertirían en escritores: “Cuando
estaba en preparatoria conocí a mis primeros amigos escritores, hoy famosos,
como Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y José de la Colina”
(Entrevista con Ivonne Sánchez, Perfiles, 2009).
Sainz se convierte en un lector pertinaz y encuentra tres autores
que marcan su obra: Henry Miller, del que heredó la pasión por la temática
erótica; Lawrence Durrell que, a través de su obra El cuarteto de
Alejandría, le descubrió la posibilidad de relatar una historia desde
diferentes punto de vista; y James Joyce, que le enseñó a dar trato literario
al diálogo interior de un personaje. Esos escritores tuvieron en la narrativa
de Gustavo Sainz una resonancia reconocida por el propio autor: “Yo comienzo a
escribir un poco a imitación de Lawrence Durrell y de Henry Miller, que también
fue para mí un baño absoluto de ideología, de moralidad, de todo” (Francescato,
1976). “Buscaba copiar la energía y el cinismo de Henry Miller, la melancolía
de Lawrence Durrell, sobre todo los pasajes líricos de Justine,
libros que estudiaba concienzudamente.” (Autoentrevistas, Conaculta,
2007). “Para escribir después de Joyce habría que extenderse en todas
direcciones […] Después de Joyce ya no deberían existir simplificaciones narrativas.”
(“Libros de cabecera”, 2004).
A través de esas lecturas el joven escritor se da cuenta de que lo
importante es buscar un estilo personal, encontrar una voz propia. “Descubrí
que cada escritor debe escribir como es él mismo. Y yo me puse a escribir como
un muchacho de la Colonia del Valle, una colonia de clase media idiota, con una
lengua que me habían enseñado en la escuela marista y a ser lo más honesto,
sincero y directo que pudiera. Y así empecé a hacer mi novela Gazapo.”
(Sánchez, 2009). En principio produce una treintena de cuartillas que publica
en la revista Cuadernos del viento, dirigida por Humberto Batis; el
texto aparece con una nota, “Fragmento de novela”. Gustavo Sainz cuenta:
“Entonces el editor de Joaquín Mortiz me llama por teléfono y me dice: ‘Oiga,
cuando acabe esa novela yo se la publico, me interesa mucho’.” Tres años tardó
en terminar el primer manuscrito y se lo llevó a Díez-Canedo; Sainz relata
aquel encuentro: “Le pregunté si me la publicaba. Y me dijo: ‘Claro, se la
publico’; dije, ‘bueno, a ver si le gusta’. Y él me respondió, ‘aunque no me
guste’.” (Francescato, 1976)
Así nació Gazapo, novela que ya apuntaba las
características que marcarían su obra: textos autobiográficos que tratan sobre
relaciones personales, juventud, sexo y literatura. También apostaba por la
experimentación, dando al lenguaje urbano coloquial un estatus literario que no
tenía, e introduciendo recursos que le permitían la creación de múltiples
puntos de vista.
Sainz consigue una beca de la Fundación Ford en la Universidad de
Iowa donde gesta su siguiente novela:Obsesivos días circulares (Mortiz,
1969). En ella vuelve a desarrollar los mismos temas con un dejo de crítica
política y social. El personaje principal lee el Ulises, de Joyce,
durante el tiempo narrativo y el texto tiene un final insólito: una frase
cantinflesca se repite y crece durante trece páginas. Con su tercera
novela, La princesa del Palacio de Hierro (Mortiz, 1974),
Sainz logra el reconocimiento, vende miles de ejemplares y recibe el Premio
Xavier Villaurrutia. El autor comenta que tenía la intención de dar una voz
diferente a cada capítulo y envió uno de ellos a la revista Plural,
dirigida por Octavio Paz: “En ese momento está Juan Goytisolo en México y le
gusta mucho el capítulo; comemos y me habla de los hallazgos de este ritmo
coloquial.” (Francescato, 1976). Ante ese comentario, Sainz desiste de su
proyecto primitivo, articula toda la novela con la voz exclusiva de la
protagonista y el contrapunto, al final de cada capítulo, de fragmentos de
poemas de Oliverio Girondo. El relato se convirtió en un monólogo donde “la
princesa” hace gala de una verborrea coloquial frívola y desinhibida. Sainz
prendió a los lectores al lograr fundir el lenguaje hablado con la palabra
escrita en una obra que ha quedado como un hito en la historia de la literatura
mexicana. La novela es relevante y actual, sobre todo por esa coexistencia
filológica y el “ventaneo” al modo de vivir y relacionarse de un estrato social
que parece persistir después de cuarenta años.
Experimentación
La literatura es desafío, es quebrantar todas las reglas, es
experimento, es obra abierta.
Gustavo Sainz
A partir de entonces la obra de Sainz se centra en un camino de
experimentación constante. A las novedades temáticas, lingüísticas, gráficas y
tipográficas de sus primeras novelas, añade recursos inéditos y ensayos
narrativos en sus siguientes obras, que terminan siendo textos corales
neobarrocos saturados de citas. Entre sus libros podemos apuntar: Retablo
de inmoderaciones y heresiarcas (Mortiz, 1992), un mosaico de imágenes
literarias y referencias encubiertas alrededor de personajes que vivieron una
época oscura de la Colonia; La muchacha que tenía la culpa de todo (Ediciones
Castillo, 1995), un texto donde cada frase es una pregunta; La novela
virtual (1998), un libro abierto de trazos postmodernos que, según su
autor, “está escrito bajo la estética del pulsador electrónico.” (Entrevista
con César Güemes, La Jornada, 29/03/1999); y A troche y
moche (Alfaguara, 2002) que, como su título indica, reparte sin medida
ni orden aparente, citas, aforismos, datos de todo tipo y elucubraciones.
Mención aparte merece A la salud de la serpiente (Grijalbo,
1991), una recapitulación histórica de la masacre de Tlatelolco escrita desde
la distancia física y temporal. Un “proyecto narrativo” hipertextual, donde
Sainz enlaza noticias de prensa, cartas y un discurso personal en tercera
persona, para reflexionar sobre arte y literatura. El autor cierra un círculo
serpentino sobre sí mismo y los escritores de su generación, en-marcado en los
hechos que relata.
Gustavo Sainz es un investigador del lenguaje literario porque
experimenta con la palabra escrita, con su ritmo y sus interpretaciones; es un
escritor consciente de la hegemonía del lenguaje y lo hace protagonista de
todos sus textos. Su manera de escribir invita a la participación del lector
porque en la mayoría de sus novelas la situación narrativa es ambigua,
equívoca. Quizás quiere que apliquemos a su obra el método de lectura que nos
comparte en Compadre Lobo (Grijalbo, 1978): “Leer es elegir
ciertos puntos privilegiados de los textos, vamos a decir, los nudos del
tejido. Y frente a autores que no se ofrecen sino hasta una segunda o tercera
relectura, acepto que leer es también trastornar el orden aparente en el que se
constituyen los libros, acercar las partes alejadas, descubrir repeticiones,
oposiciones y gradaciones.”
El sujeto coral
Pero dime/ –si puedes–/ ¿qué haces/ allí, sentado/ entre seres
ficticios/ que en vez de carne y hueso/ tienen letras/ acentos/ consonantes/
vocales?
Oliverio Girondo
En sus libros, Sainz aplica el método del punto de vista múltiple.
Para conseguirlo, utiliza el hipertexto e incorpora voces diferentes al
convencional narrador único, en primera o tercera persona. Los personajes y
medios utilizados para relatar la historia, el sujeto coral, son peones y
herramientas del autor para construir un relato poliédrico que nos acerca a la
verdad ficticia del hecho narrativo y genera en el lector inquietudes que la
visión exclusiva no provoca.
Estas polivoces narrativas de Gustavo Sainz se manifiestan en casi
todas sus obras. El autor se vale de personajes, cartas, grabadoras, medios de
comunicación, citas textuales o implícitas, conversaciones telefónicas, diarios
personales, letras de canciones, ideas y reflexiones, para dar entrada a un
coro de voces que son interlocutores de sus experimentos literarios. Sainz se lanza
a una aventura narrativa que casi siempre va más allá del territorio explorado.
En Fantasmas aztecas (Grijalbo, 1982) nos deja un
ejemplo de esas polivoces: un narrador introduce el libro, el narrador-autor lo
relata, el protagonista nos lo cuenta y un personaje femenino nos da su versión
de los hechos. En su última novela, El tango del desasosiego (Atemporia
Narrativa, 2008) Sainz usa de nuevo la doble voz: el diálogo interior del
protagonista con esa entidad ambigua que a todos nos habla desde el fondo de la
mente y unas veces nos reprende, otras nos adula o justifica pero casi siempre
nos engaña.
Gustavo Sainz supo entender que había dos formas posibles de
escribir, “una que pretende devenir precisamente escritura, en configurarse
literariamente, en representar la mente pensando, en fragmentarse, en
autodestruirse; y otra feliz en sus limitaciones, que se desarrolla con
inocencia informativa, sin pretensiones de bien decir, diciéndose, dejándose
decir sin atacar la lengua, sin convulsiones de ninguna especie” (Sainz, 1998).
Gustavo Sainz optó por el camino difícil, el de representar la convulsión de la
mente pensando, nunca se traicionó a sí mismo y se mantuvo fiel a su audacia
literaria hasta el final, algo que pocos escritores hacen y que sus lectores
debemos de admirar, disfrutar y, sobre todo, agradecer •
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