Lorenzo Meyer
Al final, en México hubo un cambio de partido en el poder, pero se mantuvo
el espíritu y el proyecto del pasado
Juicio
Al final, el partido en el poder ya es diferente pero no el espíritu ni el
proyecto dominante. Al final, quedó claro que la prioridad del gobierno de
Vicente Fox fue consolidar el dominio de la derecha ideológica, no la
democracia.
A ocho días de acabar su periodo, Fox declaró que esperaba confiado "el
implacable juicio de la historia". Sin embargo, ese juicio no existe, lo que
hay son una variedad de juicios elaborados por observadores y estudiosos,
una pluralidad de opiniones en torno a su persona, su gobierno y su papel
histórico. En el arranque tales expresiones tendrán un carácter acusadamente
polémico, contradictorio y crispado, reflejo natural del desorden
administrativo, de la gran confrontación política y de la aguda división
social que ha dejado el guanajuatense al concluir su mandato. Aun cuando el
observador debería guiarse por la objetividad, desafortunadamente, en el
estudio de los fenómenos sociales la objetividad plena no es posible, y
menos cuando se está tan cerca de los acontecimientos en el tiempo y el
espacio.
Perspectiva
Fox y su obra pueden ser dictaminados desde múltiples ángulos: personal,
económico, administrativo, jurídico, social, cultural, político, etcétera.
El que aquí se intentará será político y en sentido propuesto por Otto von
Bismarck en 1867, al definir a la política como "el arte de lo posible".
Desde esta perspectiva, el Presidente no estaba obligado a lo imposible,
pero sí a poner todo su empeño en alcanzar, dentro de lo posible, lo
prometido: consolidar una democracia duramente ganada. En vez de dedicar el
grueso de su energía a este propósito, lo empleó en impedir, a como diera
lugar, que la elección del 2006 abriera la puerta de la alternancia a la
izquierda.
La coyuntura histórica
Con la elección de Fox la sociedad mexicana logró no sólo un cambio de
gobierno sino de régimen político, pues al acabar con el monopolio de 71
años del PRI sobre la Presidencia, se operó una transformación en las viejas
reglas que regían la adquisición, el ejercicio y la pérdida del poder
político. México pasó del autoritarismo a un sistema plural y supuestamente
democrático. El origen de tal cambio fue la combinación de transformaciones
en el entorno mundial -el fin de la Guerra Fría y del anticomunismo más el
surgimiento de la "tercera ola democrática"-, mudanzas estructurales en la
sociedad mexicana -urbanización, educación, acceso a la información, rechazo
creciente a los abusos del autoritarismo priista, etcétera-, el esfuerzo de
un buen número de actores colectivos e individuales -el neopanismo, el
neocardenismo y el neozapatismo, entre otros- y, finalmente, el papel de Fox
como líder de una oposición conservadora pero cargada de optimismo,
energía... y simplismo.
El simplismo como engaño
El antiguo administrador de Coca Cola convertido en candidato presidencial
encabezó una ola de insurgencia electoral con una estrategia distinta de la
inmediatamente anterior -la de 1988- y muy acorde con su experiencia y
formación en el arte del "marketing". Fox se vendió a sí mismo y al proceso
de cambio como la respuesta fácil a un problema difícil.
Una buena parte de la sociedad mexicana compró la idea de que si el cambio
de régimen se hacía por la derecha el proceso sería sencillo, rápido y
seguro. Como candidato, el guanajuatense proyectó la imagen del líder
decidido que sin problemas sacaría al PRI de "Los Pinos" sin tocarle un pelo
a la estabilidad política o económica. Una Presidencia no priista y "de
empresarios para empresarios" aseguraría honestidad personal, transparencia
de gestión, libertad de expresión, crecimiento económico, empleo, guerra a
la corrupción, justicia real, nuevo trato con Estados Unidos, mejoras en la
distribución de la riqueza, baja en la pobreza, arreglo rápido del conflicto
en Chiapas, combate efectivo al narcotráfico y al resto del crimen
organizado, impondría un alto al deterioro ecológico y muchas cosas
positivas más.
Maquiavelo
Hace ya casi cinco siglos que Nicolás Maquiavelo dejó en claro que en
política no había nada más difícil que lograr el arraigo de un nuevo
régimen. Esa empresa siempre era una de un alto grado de dificultad porque
tendría en contra a todos los desplazados por el cambio pero también a
muchos de los aliados originales, insatisfechos al no recibir lo que
esperaban. Justamente por ello el nuevo gobernante necesitaba también una
ética nueva. Para el florentino, en esa coyuntura el objetivo -estabilizar
el sistema en su conjunto- justificaba los medios. Y estos últimos eran
todas las conductas reprobadas por la moral cristiana pero muy efectivas en
política: la mentira, el engaño, la corrupción, la injusticia, el abuso del
poder y la violencia, pues lo que en el ciudadano eran vicios en el
gobernante que encabezaba un nuevo régimen eran virtudes.
En el inicio, Fox parecía ser todo, menos un lector de Maquiavelo. Sin
embargo, alguien debió de convencerlo de que, para asegurar que el cambio
mexicano continuara por la derecha, él y los suyos deberían oír los consejos
del gran teórico renacentista. Para un observador con sentido común era
claro que la simplicidad de su "marketing" llevaba a un análisis erróneo de
una realidad muy compleja, pero si finalmente el cambio prometido nunca se
dio fue, para empezar, porque nunca se intentó. La meta no era el cambio
sino sólo un objetivo mucho más limitado: lograr que la derecha ideológica
desplazara a la derecha priista. Y eso sí se consiguió.
La gran promesa política del foxismo fue dedicar todo su empeño a consolidar
la recién adquirida democracia. Para lograrlo se debía estar efectivamente
dispuesto a conducir en el 2006 una campaña dominada por el espíritu
democrático y respetar el veredicto efectivo de las urnas, incluso si eso
implicaba ceder el poder al opositor.
Sin embargo, desde muy pronto en el sexenio se echó de ver que el verdadero
esfuerzo desarrollado por "Los Pinos" se dirigía menos a profundizar y
consolidar el cambio y más a construir la candidatura presidencial de la
esposa del Presidente, es decir, a lograr la prolongación de su poder
personal más allá del sexenio. Para llevar adelante su empeño, construyó una
alianza política con una de las fuerzas más importantes del no-cambio: Elba
Esther Gordillo y su gran maquinaria corporativa: el SNTE.
El Presidente decidió concentrar lo que quedaba de poder en demoler no a los
viejos intereses creados sino a la candidatura de la izquierda: la de Andrés
Manuel López Obrador (AMLO). Y para ello eligió un camino obviamente
tramposo pero aparentemente contundente en su resultado: negociar con el PRI
el desafuero de AMLO en el Congreso para anular su candidatura y no tener
que confrontarlo en las urnas. Qué la razón formal de esa acción fuera
ridícula -supuestamente no detener a tiempo la construcción de una calle
para comunicar un hospital- no importó a Fox ni a la coalición
antidemocrática que ya había armado en defensa del "Estado de Derecho". Al
final, no le fue posible a Fox mantener el desafuero y debió dar marcha
atrás, pero su acción se tradujo en un debilitamiento del aparato
institucional.
Finalmente, en el 2006 Fox mantuvo su empeño abierto por impedir el triunfo
de una izquierda electoral. La energía que el gobierno no usó contra el
narcotráfico, contra los grandes corruptos del pasado o para resolver otros
males acumulados, la utilizó contra AMLO. Tan parcial fue su conducta que el
propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación -una
institución que también pecó de parcial- se vio obligada a declarar que el
Presidente puso en peligro a la elección misma.
El fin justificó los medios
Al final, Fox ganó y él mismo así lo admitió en un acto de rara sinceridad
al declarar que entre sus logros estaba el haber ganado "dos elecciones": la
propia y la de su sucesor. En el antiguo régimen era el artífice del
"triunfo" de su sucesor pero se suponía que ése no sería el caso en el
nuevo. En la medida en que Vicente Fox triunfó en el 2000, ayudó a abrir las
puertas de la democracia electoral, pero en la medida en que él "ganó" la
Presidencia para su sucesor, revivió uno de los peores aspectos del viejo
régimen y contribuyó a erosionar la confianza en una democracia que aún
necesita de consolidación.
Al concluir el El Príncipe, Maquiavelo justifica lo brutal de una ética
política tan vieja como la humanidad como el único medio de sacar a Italia
de su postración y dar a los italianos la posibilidad de vivir en paz y
reconstruir la gran nación que alguna vez fueron. En nuestro caso, ¿cuál es
la justificación histórica de Fox para haber seguido, quizá sin conocerlo,
el camino sugerido por Maquiavelo?
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