Tuesday, December 21, 2010

JESÚS, LUZ DE ESPERANZA PARA LAS VÍCTIMAS DE MÉXICO Y DEL MUNDO


Mensaje de Navidad de Fray Raúl Vera López, O. P.

Librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara

Se apiadará del débil y del pobre; salvará la vida de los pobres. (Sal 72,12-13)



A su paso por el mundo, Jesús hizo una opción bien clara por las víctimas
La narración del nacimiento de Jesús dice que a los pastores que se encontraban esa noche en el entorno, el Ángel del Señor les trajo la noticia de la llegada del Salvador anunciado por Dios a través de Moisés y los Profetas y esperado por el pueblo de Israel; fue a ellos a quienes en primer lugar se dirigió el anuncio del nacimiento del Mesías. El ángel mensajero se expresó en estos términos: "No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,10-11). Por supuesto que se trataba de una Buena Noticia para el pueblo del que formaban parte los pastores, pues César Augusto se hacía llamar salvador y por todo el Imperio había inscripciones con la leyenda que lo presentaba con esa categoría, pero la realidad que vivían los pobres y despreciados del pueblo era todo lo contrario; el sistema social que imponía el Imperio los excluía de toda posibilidad de progreso hacia una vida digna.




Durante toda su vida en la tierra, Jesús mostró en sus gestos, en sus actitudes, en sus obras y palabras, que era el Salvador verdadero; expresó abiertamente la predilección de Dios por las víctimas del egoísmo humano. En su visita a Nazaret, al inicio de su vida pública, Jesús proclamó en la sinagoga de ese lugar, donde explicó el programa que vino a realizar de parte de su Padre Celestial, la acción salvadora de Dios que tiene como punto de referencia fundamental a las víctimas de las estructuras que provocan la muerte y la miseria de los pueblos, con toda la serie de esclavitudes y sometimientos que esto lleva consigo (Cf. Lc 4,16-22; Is 61, 1-2). 

En ese mismo texto de Isaías, Dios anuncia en qué consistirá la liberación de los oprimidos y segregados de la sociedad que viene a realizar el Mesías, Jesús: La vida de ellos va a cambiar totalmente. Jesús anuncia que ese oráculo del profeta Isaías llegaba a su cumplimiento ese día que Él lo leía ante los nazarenos que estaban en la sinagoga (Cf. Lc 4,21). Haciendo suya esa palabra profética, Jesús afirma cómo va a cambiar la vida de los pobres, pues Él vino a consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, la alegría de la alabanza en vez de espíritu abatido. Y anunció ese día que a los esclavizados y oprimidos llegarían a ser robles de justicia y plantación de Dios; que levantarían los lugares que desde hacía mucho estaban desolados y restaurarían ciudades en ruinas.
 
Esta es la obra que Jesús viene a realizar en el mundo, así lo anunciaron los ángeles a los pastores de Belén con el himno que entonaron en presencia de ellos: "Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que tanto ama Él" (Lc 2, 14), es decir, los hombres y mujeres de este mundo glorificarían a su Creador con la libertad y dignidad que venía a devolverles el Mesías, y de esa manera empezaba a construirse un mundo donde la paz sería el fruto de la justicia, dentro del respeto a los derechos y deberes que brotan de la dignidad humana.
 
Esta decisión de Jesús de actuar en favor de las víctimas producidas por sistemas sociales fundados en el lucro desmedido, que instrumentaliza a los seres humanos en pro de ganancias incapaces de satisfacer la sed de riqueza de quienes ambicionan lujo y poder, será el distintivo de su obra salvadora, así lo manifestó claramente a los discípulos de Juan el Bautista cuando éste, desde la cárcel, los envió a preguntarle si era Él quien debía de venir o deberían esperar a otro. Jesús les respondió: “Vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva” (Lucas 7:22).
 
 
 
Tres crisis mundiales que evidencian a los sistemas que victimizan a una gran parte de la humanidadEl derrumbe de las torres de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, a través de un acto terrorista, puso de manifiesto cómo los sistemas socio económicos y socio políticos excluyentes, producen grados de violencia inimaginables, una lección que no acabamos de entender. Ante este evento Juan Pablo II, declaró: La colaboración internacional en la lucha contra la actividad terrorista debe comportar también un compromiso especial en el ámbito político, diplomático y económico, con el fin de solucionar con valentía y determinación las eventuales situaciones de opresión y marginación que pudieran estar en el origen de los planes terroristas. En efecto, el reclutamiento de los terroristas resulta más fácil en los contextos sociales donde los derechos son conculcados y las injusticias se toleran durante demasiado tiempo (Cf. “No hay paz sin Justicia. No hay justicia sin perdón”. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002).
 
Los Obispos mexicanos, ante la violencia e inseguridad que vivimos en México, hemos afirmado: Al contemplar el panorama de millones de mexicanos que se han empobrecido, nos preguntamos: ¿Puede existir la paz cuando hay hombres, mujeres y niños que no pueden vivir según las exigencias de la plena dignidad humana? ¿Puede existir una paz duradera en un mundo donde imperan relaciones sociales, económicas y políticas inequitativas, que favorecen a un grupo a costa de otro? ¿Puede establecerse una paz genuina sin el reconocimiento efectivo de que todos somos iguales en dignidad? (Cf. “Que en Cristo Nuestra Paz México tenga vida digna”, CEM, MÉXICO 2010, n. 217; Juan Pablo II Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1987).
 
La segunda crisis mundial la provocó la caída de la Bolsa de Nueva York. Ese colapso ha puesto en evidencia la opción desmedida por el lucro que caracteriza al sistema económico global, donde los artificios de la especulación ofrecen los métodos de acumulación de riqueza, dejando fuera del acceso a la vida digna a millones de personas. Se está borrando del corazón humano el concepto del trabajo, entendido como un proceso que proporciona crecimiento en su ser y en su dignidad a la persona humana; en este sistema, quienes ostentan los medios de producción, pierden la perspectiva de que deben proporcionar la calidad de vida a la que tiene derecho todo ser humano en esta tierra, y cegados por las exigencias del libre mercado, que impone como norma suprema la competencia, olvidan en primer lugar la seguridad y el bienestar de sus trabajadores y trabajadoras, bajo la excusa de la productividad y, después, olvidan también el servicio que deben prestar al progreso y desarrollo integral de la población; ponen su mirada únicamente en la utilidad económica que deben obtener a costa de los bajos salarios e inseguridad en el trabajo, la disminución de las prestaciones laborales y la liberación de los precios, que para nada están proporcionados a los bajos salarios que percibe el ciudadano. Todo esto lo hacen con la anuencia de las autoridades políticas, a quienes han puesto al servicio de sus ambiciones.
 

Los obispos latinoamericanos y caribeños, reunidos en su V Asamblea General en Aparecida, Brasil, en 2007, califican así el actual sistema económico mundial: Absolutiza la eficacia y la productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas y se convierte en un proceso promotor de inequidades e injusticias múltiples. Debilita a los Estados, que aparecen cada vez más impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones. La concentración de renta y riqueza se da principalmente por los mecanismos del sistema financiero. La libertad concedida a las inversiones financieras favorece al capital especulativo, que busca el lucro inmediato en los negocios con títulos públicos, monedas y derivados. Es notable la corrupción en las economías, que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma la falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía y la corrupción vinculada al narcotráfico y al narconegocio. Destruye el tejido social y económico de naciones enteras. (Cf. Doc. Conclusivo de Aparecida, nn. 61, 62, 66, 69, 70).


La tercera crisis mundial la está provocando el así llamado “cablegate” o mejor conocido como el fenómeno Wikileaks, que está revelando documentos clasificados del trabajo de inteligencia del país más poderoso del mundo. Como esto todavía no termina, y probablemente apenas esté comenzando, las primeras marejadas que ha lanzado a la opinión mundial, muestran el desprecio que experimentan los poderosos del mundo hacia los países más débiles y sus gobiernos.  Lo que significa que los pueblos que están buscando una salida a las graves dificultades que experimentan para crecer y desarrollarse, se encuentran con el muro de esta desvalorización de su ser como pueblos, que les otorga el derecho a su propio desarrollo y autogestión. 


Ante una mentalidad como la que revelan tales documentos, la mayoría de los pueblos de la tierra siempre deben supeditarse a las decisiones de unos cuantos, que se han arrogado la autoridad para marcarles su derrotero a los demás, conservando ellos los intereses en los que se asienta el poder que tienen para seguir imponiendo sus reglas al mercado y a todo lo que les favorezca en cuanto al capital especulativo se refiere, a los tratados comerciales, a las industrias que instalan en los países más débiles y a los acuerdos internacionales en materia ecológica, como acaba de pasar en la Conferencia de Partes de Cambio Climático de Naciones Unidas (COP 16) en Cancún, donde decidieron crear un fondo para seguir enfrentando los problemas que causan las emisiones de bióxido de carbono en el cambio climático, y no han decidido crear las condiciones que impidan a los grandes países industrializados, seguir lanzando a la atmósfera grandes emisiones de bióxido de carbono.

Las Víctimas en México y en CoahuilaHace unos días en la ciudad de Chihuahua asesinaron a una mujer llamada Marisela Escobedo; ella sólo pedía se hiciera justicia por el asesinato de su hija. Marisela, al igual y junto con miles de mujeres en nuestro país, recorren día a día e incansablemente las oficinas de las instituciones de justicia suplicando que alguien les ayude a encontrar a sus hijas e hijos, a sus esposos, padres o hermanos y solamente encuentran puertas cerradas a la justicia, oprobio, humillaciones e incluso la muerte, como es el caso de Marisela. Estas mujeres valientes y dignas nos recuerdan a María, madre de Jesús, quien tuvo que huir de su pueblo y refugiarse en un país extranjero para evitar que su hijo apenas nacido fuera asesinado, porque los pequeños y pequeñas, de corazón limpio, son una amenaza para los poderosos, porque su mensaje de esperanza significa justicia y liberación para quienes son víctimas de quienes crean y sostienen las estructuras de muerte. María, al igual que Marisela y miles de mujeres de nuestros tiempos, nos interpelan y nos muestran el camino que conduce a la libertad, a la verdad, a la justicia a la paz y al amor y respeto entre nosotros y nosotras.



Hoy nuestro Pueblo mexicano es victimado, está herido, lesionado por la guerra, por la injusticia, la corrupción, la negligencia, la violencia y la impunidad. Si en nuestro país la situación de violencia e inseguridad es cada vez mayor, el estado de Coahuila no es la excepción, se incrementa el índice de robos, secuestros, extorsiones, masacres a jóvenes, personas desaparecidas, secuestro a migrantes centroamericanos; ésta es una grave realidad que no puede esconderse en discursos evasivos. Según datos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Coahuila ocupa el tercer lugar a nivel nacional en desapariciones de personas en los últimos tres años.


En este tiempo una de las maneras más dolorosas y trágicas de victimar, las padecen las personas migrantes que ingresan a México en tránsito hacia los Estados Unidos. Como no tienen documentos, se ven obligadas a cruzar el país en completa clandestinidad y graves riesgos por corredores que el crimen organizado domina y administra con total impunidad, apoyado por funcionarios de estado y agentes de seguridad pública de los tres niveles de gobierno. Los riesgos contra la seguridad y la vida que corren los y las migrantes al atravesar México, quedaron patentes a nivel internacional con la masacre de los 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas el pasado mes de agosto. El Estado mexicano lleva más de treinta años negando a la población migrante que transita por México un documento migratorio que permita que su paso por este país sea con seguridad. Mientras no cuenten con una protección de esta índole, las personas migrantes seguirán siendo víctimas de todo tipo de personas que, sin ningún escrúpulo, tejerán redes criminales en torno a la situación vulnerable en la que caminan, para encontrar una forma de obtener recursos económicos a través del secuestro, la explotación laboral, la explotación sexual y el tráfico de órganos. No corren distinta suerte los connacionales deportados, que son repatriados en las madrugadas por diversos municipios fronterizos en donde son robados, extorsionados y secuestrados.

 
La Iglesia ante la opción por las víctimas que tomó JesúsAl llegar a esta Navidad, nosotros, la Iglesia, tenemos ante nuestros ojos este panorama mundial y nacional de pobres con distintos rostros, que son los rostros del mismo Cristo, vejado, despreciado, abandonado, excluido, mutilado, segregado, golpeado, preso, enfermo, hambriento y sediento, sin techo y sin vestido, sometido a tortura, a explotaciones inhumanas, a las adicciones, a la migración forzada, a la muerte, al secuestro y la extorsión. 
 
Es la persona del mismo Cristo quien le reclama a su Iglesia, en la persona de todas estas víctimas del vilipendio a sus más fundamentales derechos, su compromiso con Él: “Lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron… Cuanto dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo dejaron de hacerlo” (Cf. Mt 25, 31-46). Es importante recordar aquí la palabra de Juan Pablo II: “Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya (de Cristo), que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos” (Novo millenio ineunte, n. 49). Y todavía más, refiriéndose al texto evangélico citado antes, ese mismo Papa comenta: “Es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo” (Ibid.). Y el Papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural ante los obispos latinoamericanos y caribeños, reunidos en Aparecida, Brasil, para su V Conferencia General, dijo que la Iglesia es “abogada de justicia” y “abogada de los pobres”.
 
En estos momentos, ante la triste situación por la que pasa la historia humana, en México y en el Mundo, nosotros la Iglesia, al contemplar esta Navidad a Jesús que nace entre los más humillados del mundo, empezando por sus padres María y José, identificándose con ellos y viviendo entre ellos y al lado de ellos toda su vida en el más impresionante abandono, dedicado únicamente a hacer la voluntad de su Padre celestial, aprendamos de Él a colocarnos en el lugar de las víctimas del poder y la soberbia del mundo. Esto implica seguirlo en la humildad, adheridos al único poder que puede rescatarnos de la triste situación en la que nos encontramos nosotros mismos como Iglesia y ayudarnos a corregir nuestros errores internos. También a no seguir dando escándalos por nuestras alianzas con el poder del mundo, actuando implícita y explícitamente como cómplices de él, o protegiendo su imagen. 
 
Que nuestros corazones se despojen hasta alcanzar la simplicidad del pesebre que acogió a Dios, hecho hombre, para que lo podamos acoger dentro de nosotros mismos y nosotras mismas. De esa manera hoy en esta tierra, de nuestro corazón brotarán las obras de justicia que abran las puertas al triunfo de la dignidad humana. Que los despojos de seres humanos que producen estos sistemas inhumanos vuelvan a ser los hombres y las mujeres libres que creó este Dios que nace hoy nuevamente. Como lo anunció Él mismo por medio de Isaías, y lo reafirmó en la sinagoga de Nazaret, los esclavos y oprimidos, las explotadas y humilladas, volverán a ser robles de justicia, levantarán nuevamente las tierras desoladas y reconstruirán las ciudades en ruinas (Cf. Is 61, 1-9). Debemos empezar por lograr que la Iglesia sea de las víctimas y que se ponga al servicio de ellos y ellas. Defendiendo sus derechos con toda libertad ante el Estado Mexicano. 
 
Con estos sentimientos llenos de esperanza y cariño por ustedes, a todas y todos les abrazo y les bendigo de todo corazón.
 

Saltillo, Coahuila, 20 de diciembre de 2010
 
 

Fray Raúl Vera López, O.P.
Obispo de Saltillo

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