Víctor M. Toledo
Hace por lo menos dos décadas que propuse, con otros
pensadores, la idea de que estábamos ante una crisis de civilización. Mi vía de
entrada fue el análisis de la crisis ecológica y del rol de las fuerzas de la
naturaleza como un factor central que se agregaba a la contradicción clásica
entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Estas ideas las
desarrollé en Modernidad y Ecología (Nexos, 169, 1992), un ensayo traducido al
inglés, francés, italiano y portugués. Esta idea opera como una tesis
estratégica para entender a cabalidad la dimensión del atolladero en el que
está metido el mundo contemporáneo. Aceptarla implica quitarse los anteojos
obsoletos de la especialización, de muchos supuestos ideológicos, de los dogmas
culturales y políticos y de las inercias conceptuales y teóricas, incluidas las
que aún dominan al pensamiento de izquierda. Estos 20 años anteriores han sido
claves, porque ha habido una acumulación progresiva de evidencias que han
demostrado la validez de esa idea. Hoy, afirmar que vivimos una crisis de la
civilización moderna es cada vez más un lugar común. Hoy existen nuevas
formulaciones teóricas que dejan atrás las ideas de desarrollo, progreso y
crecimiento para ser sustituidas por las de sustentabilidad, buen vivir y
decrecimiento. Ello supone una reformulación radical de paradigmas, valores y
maneras de concebir al mundo y a la historia. Y lo más importante, hoy existen
en muchas partes del mundo movimientos alternativos e innovadores, indignados
con el sistema y sus sectores hegemónicos.
Es en este contexto que la propuesta de Andrés Manuel López
Obrador (AMLO) de construir una república amorosa adquiere una especial
notoriedad. Extraña, surge en un mundo donde la política se ha convertido en
una práctica indecorosa, sin ideas ni valores, donde se repiten fórmulas
gastadas, en complicidad con los poderes económicos. AMLO ha invertido esta vez
la pirámide: en vez de proponer reformas estructurales, planes económicos o
proyectos sociales, le ha dado prioridad a lo que él llama una constitución
moral o un código del bien (La Jornada, diciembre 6, 2011). Sin mencionarlo,
AMLO realiza una tácita aceptación de la dimensión civilizatoria de la crisis
actual, al privilegiar la escala de valores del ser humano como el eje de su
programa. Al reconocer que es “…urgente revertir el desequilibrio que existe
entre el individualismo dominante y los valores orientados a hacer el bien en
pro de los demás”, desafía uno de los pilares de la civilización actual.
Regenerar es entonces cambiar radicalmente los valores dominantes para
“…auspiciar una manera de vivir, sustentada en el amor a la familia, al
prójimo, a la naturaleza y a la patria”, pues desde su visión el país goza de
una ventaja: “…en los pueblos del México Profundo se conserva aún la herencia
de la gran civilización mesoamericana y existe una importante reserva de
valores para regenerar la vida pública”, una idea madurada en su visita a
Oaxaca. Con ello sintoniza su propuesta con los experimentos societarios de los
países andinos, donde el concepto indígena del buen vivir se ha vuelto el
objetivo central de la política.
.
¿Cómo llevar a la práctica todos estos predicamentos?, ¿cómo
convertirlos en praxis política? Estas preguntas repetidas por numerosos
analistas, logran responderse cuando adoptamos una visión de cambio
civilizatorio, y cuando prestamos atención a los sectores que más han avanzado
en la construcción de modos de vida alternativos. Aquí la geometría sugerida
por Alfonso Reyes en su Cartilla moral y adoptada por AMLO, que va del
individuo hasta la naturaleza, pasando por la familia, la sociedad, la patria y
la propia especie, a manera de círculos concéntricos, felizmente se encuentra
con la misma proyección que hoy siguen propuestas de sustentabilidad y de
ecología política en todo el mundo. Y entonces es posible comenzar a construir,
bordar, conectar, regenerar…
En la escala individual hay que reforzar la educación
pública, laica y científica, pero matizándola para reducir el racionalismo
extremo que busca individuos tecnificados y obedientes, mientras se da el mismo
lugar a la ética y al arte, que es imaginación, sentimiento, compromiso y
libertad. Se trata de quebrar el modelo individualista y competitivo por el de
un sujeto solidario y consciente. Deben además abrirse miles de centros
comunitarios y barriales de apoyo al individuo, donde se ofrezcan encuentros terapéuticos
que privilegien la salud colectiva mediante la correcta socialización del
individuo. En el nivel doméstico, la meta será la de lograr casas ecológicas,
sustentables y/o autosuficientes, donde se viva a partir de energía solar, agua
capturada y reciclada, materiales locales, basura hecha útil, y alimentos
producidos ahí mismo o adquiridos en mercados orgánicos y justos, y bajo las
pautas de un consumo responsable. Veo a la república amorosa, formada por
millones de hogares autosuficientes donde no se depende más de la CFE o de las
agencias privadas o públicas de agua, con familias sanas y respetuosas de la
naturaleza y de los otros. A escala del país se requiere iniciar la transición
energética para dejar atrás al petróleo y al gas, y sustituirlos por fuentes de
energía renovables. Con ello, México estará contribuyendo al enfriamiento del
planeta y a la supervivencia de la especie. Se necesitan ciudades bien
planeadas, con aire limpio, espacios verdes para la producción sana de
alimentos, transporte colectivo y no contaminante, numerosos sitios para la
convivencia. Igualmente una industria, incluido el turismo, que se rija por
principios ecológicos y que respete los derechos laborales, y una producción
agropecuaria, forestal y pesquera basada en principios agro-ecológicos. En
suma, se necesita incentivar o robustecer al poder social, facilitando a los
ciudadanos organizados el control de los procesos que les afectan en cada
territorio.
Los principales enemigos de la república amorosa son los
individualistas que hoy conducen los bancos, las corporaciones, las petroleras
y los partidos. Ellos son el 1 por ciento denunciado por los indignados que
explota al otro 99 por ciento. Llevada hasta sus últimas consecuencias, la
república amorosa convierte al país en un mundo sin bancos, corporaciones,
petróleo y partidos. Ello se logra apuntalando el poder ciudadano y
sustituyendo bancos usureros por cajas de ahorro locales y regionales,
cooperativas y empresas familiares por corporativos, dispositivos multi-escalares
de energías alternativas por Pemex, y comunas y asociaciones en vez de
partidos. Ello es ya un cambio de civilización, el derrumbe de una idea de
sociedad basada en la acumulación de riqueza, el individualismo y el
racionalismo, los minerales fósiles, el uso perverso de la ciencia y la
tecnología, el contubernio entre poder político y económico, y la explotación
de los hombres y de la naturaleza.
vtoledo@oikos.unam.mx - http://twitter.com/@victormtoledo
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