MARÍA DE GUADALUPE VELA POR LA JUSTICIA Y LA PAZ EN
MÉXICO
CONFIAMOS A ELLA EL RETORNO CON VIDA
DE NUESTROS DESAPARECIDOS
“¿No estoy yo aquí, que tengo el honor de ser tu
madre?
¿No estás bajo mi sombra y resguardo?…
¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de
mis brazos?
¿Acaso tienes necesidad de alguna otra cosa?”
Cf. Nican Mopohua, Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, 2008.
Hermanas y
hermanos,
Tenemos
presentes las palabras con las que María de Guadalupe expresó ante Juan Diego
su deseo de que se le construyera un templo en este lugar: “Porque en verdad yo
me honro en ser tu madre compasiva, tuya y de todos los hombres que viven
juntos en esta tierra…, los que me amen; los que me llamen, los que me busquen,
los que confíen en mí. Porque ahí en verdad escucharé su llanto, su tristeza,
para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus
dolores” (Nican Mopohua, Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, 2008).
Con esta
confianza de que seremos escuchadas y escuchados por ella, y de que ella se
moverá para poner remedio a nuestra situación, venimos a poner en su regazo
nuestro llanto, nuestras penas y nuestros dolores. Porque somos personas que
tenemos nuestra esperanza en su Hijo Jesucristo y estamos trabajando por la paz
en nuestra patria, a través del restablecimiento de la justicia, tan herida en
estos momentos por todos los rincones del país.
En este
recinto en el cual se resguarda el tesoro de su imagen grabada milagrosamente
en la tilma de Juan Diego, ponemos nuestra atención en la Palabra de su Hijo
que ha sido proclamada en esta Eucaristía que estamos celebrando. Entendemos
muy bien que: “Ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la
perdición” (Mt. 7,13) porque precisamente nuestra nación está colmada de
violencia y muerte, por quienes buscan el camino fácil para enriquecerse;
porque se busca la felicidad en los placeres y en el lujo, obtenidos a
cualquier precio. Porque para acumular poder y control sobre personas, y sobre
territorios y bienes, se paraliza la justicia y se abre un amplio espacio a la
impunidad.
Es muy claro
Jesús cuando habla de que éste es el camino que lleva a la perdición, porque
nuestro país está sin rumbo, está extraviado, está en un desfiladero de sangre
y muerte, de crueldad y odio, de corrupción política, de soberbia y
deshumanización creciente. Esta situación nos ha hundido a miles y miles de
mexicanos, en el llanto y la tristeza.
Sin embargo
estamos aquí porque hemos aceptado la invitación que Jesús nos hace en el
evangelio de tomar: “La puerta estrecha y el camino angosto que conducen a la
vida” (Cf. Mt. 7,14), pues nos reconocemos como personas incómodas al sistema
político actual, y también sabemos que algunos de nuestros hermanos que dicen
creer en Dios, se avergüenzan de nosotras y nosotros, y les gustaría que nos
paralizáramos, y nos resignáramos para no molestar las conciencias de quienes
quieren poner sus oídos sordos ante nuestras denuncias.
Quienes
buscamos la justicia tenemos que realizarla a través de una peregrinación cuyo
camino está tachado de mentira, impunidad, complicidades y desprecio a la vida.
Algunas de nuestras hermanas y hermanos han caído ya también, asesinados
directamente por los mismos victimarios de sus familiares, o por quienes les
encubren.
También
asumimos la palabra de Jesús cuando dice: “Traten a los demás como quieren que
ellos les traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas” (Mt.
7,12). Porque este camino de dolor, en el que soportamos engaños y desprecio de
parte de quienes deben administrar la justicia, lo recorremos sin odio, ni
rencores, porque sabemos que esa no es la manera de reclamar la vida, pues el
odio y el rencor engendran violencia, y nuestros seres queridos asesinados,
desaparecidos y secuestrados, están padeciendo, y nosotros con ellos, una
realidad violenta; por ello, nosotras y nosotros caminamos buscando el
horizonte de la paz que se logra con la justicia. Somos muy conscientes de que
el amor que nos mueve a resarcir el mal que se actúa tanto contra nuestro seres
queridos como contra nosotras y nosotros, no se vence sino a fuerza de bien,
sino con la fortaleza de la esperanza, y con las armas de la justicia y la
verdad. Ésta es la plataforma en la que nos movemos, con el motor de la
perseverancia, teniendo como brújula, la búsqueda de la Paz.
No somos
personas ingenuas, sabemos que nos enfrentamos a una estructura de poder que se
ha construido y se sustenta, a base de la violación de los derechos, sobre todo
de las personas más vulnerables. Las víctimas del sistema político y el sistema
económico que padecemos las y los mexicanos, son las personas más vulnerables
de este país: Los jóvenes y los niños, los migrantes y las mujeres, las y los
trabajadores. Estas personas, en su mayoría, forman parte del ejército de
pobres que ha creado la arrogancia internacional del dinero, y los sistemas
políticos que lo apoyan.
Ante la
situación que vivimos, la Palabra de Dios, también viene a nuestro encuentro en
la Primera Lectura que se nos ha proclamado, tomada del Segundo Libro de los Reyes.
En ésta se narra la manera en la que Dios rescata al pueblo de Judá, de la
destrucción con la que le amenazaba en esos momentos el imperio más fuerte de
la región, que era el imperio Asirio, cuyo ejército, al frente del cual iba el
Rey asirio, ya había sitiado la ciudad de Jerusalén para invadirles. El texto
relata por un lado, la arrogancia del Rey asirio, que se siente intocable, y
por ello, envía al Rey de Judá la advertencia de que no se confíe en el Dios de
los israelitas porque muchos otros pueblos que confiaron en sus dioses, fueron
destruidos por él, y por lo tanto, no va a escapar Judá del poder de su
ejército.
La reacción
del Rey de los judíos, por otro lado, es la reacción humilde, pues se va al
Templo a hablar con el Dios vivo en quien creían los israelitas y a Él le
confía la salvación de su pueblo en esos momentos, argumentándole que si el Rey
de Asiria ya había destruido otros pueblos, era porque adoraban ídolos que no
eran dioses vivos, no así el Dios de Israel que es Dios vivo y tenía poder para
salvarlos. Dios escuchó la oración de Ezequías, Rey de Judá; esto lo conoció el
Rey por el profeta Isaías que le aseguró que su oración había sido escuchada
por Dios, y que el mismo Dios le prometía que el ejército asirio no entraría en
la ciudad de Jerusalén, no lanzaría flecha alguna contra ella, y no la cercaría
con escudos, ni construiría terraplenes para invadirles (Cf. 2Reyes 19,32). Y
así sucedió. Las condiciones de amenaza cambiaron, el texto sagrado dice que el
ángel de Dios provocó un exterminio masivo en el ejército del Rey asirio
Senaquerib.
Estamos en
esta basílica ante la presencia de la Virgen María de Guadalupe que se
identificó con Juan Diego como la Madre del Dios por quien se vive. Nosotras y
nosotros sabemos que Jesús, Hijo de Dios, vino de parte de Dios vivo, a
enseñarnos a trabajar por la justicia, a pedirnos que nos amáramos unos a
otros, y a decirnos que no hay amor más grande, que el que da la vida por
aquellos a quienes se ama. Al venir nosotras y nosotros a exponer nuestro
sufrimiento y derramar nuestras lágrimas ante María de Guadalupe, nuestra
tierna madre, también vienen a nuestra memoria sus palabras, las palabras
dirigidas a Juan Diego cuando le dijo: “Hijo mío, el más pequeño, que no se
perturbe tu rostro, tu corazón… ¿No estoy yo aquí, que tengo el honor de ser tu
madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?… ¿No estás en el hueco de mi
manto, en el cruce de mis brazos? ¿Acaso tienes necesidad de alguna otra cosa?”
(Cf. Nican Mopohua, Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, 2008).
El pasaje
del Segundo Libro de los Reyes nos enseña que con el apoyo de Dios, como lo
buscó el Rey de Judá, es posible dar un vuelco histórico en la vida de un
pueblo. En las narraciones del Hecho Guadalupano también comprendemos a la
persona de Juan Diego como colaborador de María Santísima, para que ésta se
acercara a su Pueblo, no sólo para escuchar sus males, sino para ponerles
remedio. Si nos vamos al evangelio de Lucas, en el diálogo que María tuvo con
su pariente Isabel cuando la visitó en las montañas de Judá, en el momento en
que esperaba Isabel al hijo que sería Juan el Bautista, ante ella, María
proclamó la grandeza de Dios que interviene en la historia humana con la
colaboración de personas pequeñas como ella, para cambiarla (Cf. Lc.1,46-53). Así
también, ella pidió la colaboración del pequeño Juan Diego, para empezar en
estas tierras la construcción de una historia ligada al respeto de la dignidad
del pobre, y ligada a la colaboración del pequeño como sujeto constructor de la
historia de estos pueblos.
Al entrar en
esta Basílica, estamos recorriendo ya ese camino que María vino a animar no
sólo en México, sino en todo este Continente. Quienes estamos aquí, estamos
trabajando por la justicia en México, trabajando por el respeto de la dignidad
de todas y todos, por la participación activa de todas las mexicanas y
mexicanos en el México que quiere María de Guadalupe. Estamos propiciando la
intervención de Dios para un cambio histórico en nuestro país: No queremos ya
más impunidad, no queremos ya más injusticias ni desigualdad, no queremos más
mentiras, no queremos más corrupción en las estructuras políticas, no queremos
más muerte, no queremos más violencia, no queremos más desapariciones forzadas,
ni desplazamientos, ni secuestros, ni extorsiones, queremos la Paz, queremos
Justicia, queremos a nuestros familiares y amigos desaparecidos en sus hogares,
queremos a los jóvenes formándose en las universidades, a nuestra gente
caminando tranquila y segura por las calles, a las niñas y los niños cuidados
en su crecimiento, por padres que gocen de un salario digno, y disfrutando a
sus hijos en viviendas dignas.
Que nuestra
participación en esta próxima jornada electoral, contribuya también a rescatar
a México, y a las mexicanas y mexicanos, de toda la corrupción, de los malos
políticos, de la impunidad, de la mentira, de la violencia y de la guerra. Que
al emitir nuestro voto pensemos en las niñas y los niños, en las y los jóvenes,
en las mujeres y los hombres de todo nuestro pueblo. Todas y todos tienen
derecho a una educación que les abra el camino al progreso integral, que les
haga constructoras y constructores de paz en la justicia, que les lleve a ser
artífices de una sociedad fundada en la dignidad de toda persona y el respeto a
sus derechos.
María de Guadalupe,
Madre de todas las mexicanas y los mexicanos, míranos aquí reunidas y reunidos
a tus plantas, implorando de nuestro Padre Celestial la paz para nuestra
Patria; confiamos en tu intercesión poderosa ante tu Hijo Jesucristo, para que
pidas por quienes estamos aquí, que seamos dignas y dignos colaboradoras y
colaboradores de la construcción del Reino de Dios en México. AMÉN.
“Hasta que la justicia y la paz se besen” Sal. 85,10
¡Justicia! ¡Vivos se los llevaron, Vivos los queremos!
1 comment:
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