Candidata que se regodea en la superficialidad y que no desarrolla ideas por su incapacidad y limitaciones, Josefina Vázquez Mota está muy lejos de ser la abanderada que pueda dar continuidad a los gobiernos panistas, caracterizados de cualquier forma por yerros e ineficiencia. El libro La debacle del PAN. Josefina Vázquez Mota, la candidata de la ruptura, del periodista Juan Veledíaz, que comenzará a circular esta semana con el sello editorial Temas de hoy, narra momentos, circunstancias y anécdotas que pintan con claridad el desconfiable estilo político de la abanderada panista. Adelantamos el capítulo titulado “El ‘producto’ Josefina”.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Qué bonito se adorna –decía una conductora de Televisión Azteca sobre Josefina Vázquez Mota cuando empezó a comentar en un programa de espectáculos el precio de los aretes que usaba la aspirante del PAN a la Presidencia de la República.
–Doña Pina es bien fina, tiene un gusto tan bonito para la joyería que hemos decidido hacer el catálogo de sus “aretitos”… arete por arete –comentaba otra de las conductoras.
Josefina tenía un gusto muy acentuado por la joyería H Stern, brasileña, que no era nada barata. Aretes siempre arriba de los 30 mil pesos, decían. Y, modelo a modelo, mostraron de un catálogo de esta firma los atuendos que iban de los 42 mil a los 46 mil pesos con fotos de las alhajas e imágenes de Vázquez Mota usándolos.
–Qué bueno que no dependa de su salario de diputada, porque tampoco le alcanzaría –comentaban a manera de justificación tras observar que el salario de un legislador oscilaba en 100 mil pesos. En realidad, el ingreso rondaba, en el año 2012, los 148 mil pesos, uno de los más altos del mundo.
–A lo mejor ella, su sueldo, lo usa para otra cosa y usa el sueldo de su marido para sus aretes –decían.
Manuel Clouthier recordaba que en el grupo parlamentario del PAN, del que formó parte hasta febrero de 2012, cuando renunció, siempre había una invitación para que fueran varios diputados a recibir a Josefina Vázquez Mota antes de que entrara al salón de plenos del recinto legislativo de San Lázaro. Necesitaba verse rodeada de gente, que se notara su llegada.
Del trato que tuvieron cuando ambos fueron diputados, hubo un episodio que la retrató de pies a cabeza. Ocurrió a principios de 2010, luego de unas declaraciones hechas por Clouthier a la revista Proceso, en las cuales descalificó la estrategia de Calderón contra el narco. La crítica fue no sólo por la ineficacia de resultados en el país y en Sinaloa en particular, sino por la ausencia de planeación contra el lavado de dinero y los narcopolíticos. Estos juicios tenían más que irritada a Vázquez Mota, quien lo mandó llamar.
La mañana del martes 16 de febrero de 2010, el diputado federal entró a la oficina de la coordinadora de su fracción parlamentaria en San Lázaro. Sobre el escritorio estaba una fotocopia de la nota, la cual, minutos después, se percató que ni siquiera había leído. Notó que Josefina confiaba más en su retórica que exhibía la superficialidad en el trato de los temas. Así era ella, no profundizaba, no ahondaba en lo que decía.
–Qué pasa, Manuel –inquirió.
El legislador tomó asiento y comenzó a relatarle que todo lo que dijo ya se lo había dado a conocer al presidente Calderón desde agosto de 2008, a través de una carta que le entregó el día en que fue invitado, junto a su familia, su madre y sus hermanos, a la residencia oficial de Los Pinos a una comida organizada por la primera dama, Margarita Zavala.
Le contó algunos momentos de aquel encuentro, de cómo le informó al presidente de que la sociedad sinaloense se había convertido en rehén del crimen organizado y cómo el negocio del tráfico de drogas había desembocado en una clase política no sólo tolerante con los capos, sino con la posibilidad de que uno de los suyos se quedara en la gubernatura. “Le doy referencias y detalles de las cosas, cómo están en el estado, cómo nos estamos ahogando en la mierda del crimen organizado, cómo a Sinaloa lo están convirtiendo en el excusado del país. Y le manifiesto mi desesperación al ver lo que está sucediendo en mi estado. Con angustia y desesperación le narré a Josefina lo que está pasando”, recordaba Clouthier en una entrevista en los primeros días de 2012.
Al terminar su relato, Vázquez Mota le preguntó:
–¿Qué quieres, Manuel?
–Josefina, lo único que quiero es seguir como diputado –respondió.
A partir de ese momento, Vázquez Mota ya no habló. Se puso muy seria y permaneció callada. Antes de que Clouthier abandonara su oficina, le dijo:
–Hay que cuidar las formas, Manuel.
Al salir de ahí no imaginó que dos días después tendría una respuesta.
La tarde del jueves 18 de febrero, el legislador panista Julio Castellanos realizó una serie de declaraciones a la prensa en las que le pidió a Clouthier dejar su curul a su suplente. El argumento fue que las críticas vertidas a la estrategia de seguridad del presidente no iban acordes con su condición de representante de Acción Nacional en el Congreso. Lo primero que le pasó por la cabeza, recordó Clouthier, fue que la charla con Josefina no sirvió de nada, pues ella había tomado la decisión, desde mucho tiempo atrás, de convertirse en “una incondicional del presidente Calderón”.
Aquel episodio, visto a la distancia, retrató a Vázquez Mota de cuerpo entero. “Me llamó la atención cómo ella toma la información, que yo con honestidad y con el corazón le di y le compartí. Y cómo ella utiliza esa información, en lugar de citarme y hablar y tomar una decisión ahí, conmigo, ahí de frente comunicándolo; lo hace públicamente y me pone el chingadazo. Eso te la describe perfectamente. El estilo, el estilo, es un estilo de dobleces, de chicanas. Tú le abres el corazón, de frente, y ella te pega el chingadazo para sacarle raja al asunto. Te la describe totalmente.”
Al paso de los días el ambiente en la bancada panista se calentó. Clouthier no asistió el martes 23 de febrero a la reunión de su bancada previa a la sesión del pleno, y al jueves siguiente, también en el cónclave preliminar, se apersonó. Esperó a que llegara Vázquez Mota y, cuando ésta arribó, solicitó la palabra para subir al estrado del auditorio Carlos Castillo Peraza, donde hacían este tipo de juntas, en el Palacio Legislativo de San Lázaro.
Sentada en la mesa, Josefina presidía la reunión de los legisladores panistas. Entonces Clouthier sacó la carta que le había entregado al presidente y comenzó a leerla. Resumió que si como diputados del PAN estaban “escandalizados” por su reclamo a Calderón, él lo estaba más por lo que ocurría en Sinaloa. Después de año y medio que de viva voz le había planteado el tema al presidente, y que no pasara nada, aumentaba la gravedad de la situación. “Y ahorita estamos en una circunstancia en que incluso pueden llegar a gobernar personajes directamente vinculados con el crimen organizado”, señaló. Entonces tocó el tema del mensaje del legislador Castellanos y giró para ver a Vázquez Mota. Mientras hablaba la miró fijamente, después volteó y observó al resto de sus compañeros. Les recordó que a los diputados no podían reconvenirlos por sus opiniones y reiteró que, si algún señalamiento había en su contra, lo podían haber hecho en privado y no en público.
Cuando fijó la vista de nuevo en Vázquez Mota, exclamó con firmeza:
–Señores, aquí se cometió un error.
Había planteado un tema en privado y había sido recriminado públicamente, insistió. De nuevo soltó:
–Aquí se cometió un error. Lo que se dijo en privado debió reconvenirse en privado –decía con la mano firme y el dedo índice apuntando hacia abajo.
En el rostro de Josefina se dibujaron facciones que denotaban cierto aire de rabia. Clouthier tampoco disimulaba su molestia. Cruzaron miradas por segundos y el legislador descendió del estrado. Algunos diputados quisieron hacerle preguntas, pero les dijo que no contestaría, que se reservaba su derecho.
Con aquel episodio quiso dejar en claro que el reclamo contra la política de seguridad no era de ese momento, sino de tiempo atrás. En Los Pinos lo sabían desde 18 meses antes. Y la prueba fue que Sinaloa continuaba en medio de la zozobra de los asesinatos sin que ocurriera nada.
“Y ahí en particular fue un reclamo a la señora, en las formas, de que si tenía algo qué pedirme y decirme, me lo hubiera dicho a mí, no me mande a un testaferro y mucho menos lo haga público antes de decírmelo a mí. Están escandalizados porque estoy declarando, sepan cómo estuvieron las cosas y quién cometió un error, les dije. Y yo volteando a ver a la señora. Para el ego de la señora eso es imperdonable. Señalarle que cometió un error, hacerlo frente a todo su grupo, era imperdonable.”
Desde entonces la relación se mermó de manera radical. Clouthier recordó que le perdió la confianza y ya no le interesó tener un diálogo con ella. Lo que más llamó la atención de su relación como legisladores fue que Vázquez Mota tenía el recurso de la “verborrea”, podía hablar y hablar sin decir nada en concreto. Y con aquel señalamiento se puso de manifiesto que no estaba acostumbrada a que le mencionaran en público sus fallas.
Era muy superficial al momento de tratar los temas, apostaba demasiado a la improvisación sin desarrollar una idea en profundidad. Desde enero de 2011, cuando buscó a un publicista que la ayudara en su estrategia rumbo a Los Pinos, Vázquez Mota mostró que su mensaje era emocional, iba dirigido a las mujeres en su condición de género y “empoderamiento”.
“A México ya la gobernó una mujer y fue Martita”, comentó Clouthier. “No es de género, es de capacidades, capacidad y madurez. Josefina no tiene la madurez para asumir el poder”.
En la Cámara eran notorios sus complejos, recordó; la vestimenta, por ejemplo, era al estilo Martita. A su obsesión por verse delgada se sumaba que ponía como requisito que a donde ella fuera siempre llevaría a su peinadora. La imagen por encima del contenido.
Esa premisa fue la que impulsaron varios panistas, como Patricia Flores Elizondo, antigua jefa de la oficina de la Presidencia de la República. Tenían en mente a alguien “guapito”, alguien que le compitiera a Enrique Peña Nieto en ese terreno, y apostaron por Alonso Lujambio, recordó Clouthier. En vista de sus problemas de salud, se les cayó la opción y su apuesta fue ahora por Josefina. La opción vía género, y la empiezan a apuntalar.
El producto Josefina Vázquez Mota sedujo a Alejandro González Padilla. El que fuera director de mercadotecnia de Coca-Cola durante ocho años recordó que, cuando en al año 2000 dejó la primera etapa publicitaria de la campaña presidencial de Vicente Fox, pensó que nunca más regresaría a la publicidad electoral, sino hasta que conoció en enero de 2011 a Josefina. Cineasta de profesión, este chiapaneco fue el encargado de dirigir la campaña publicitaria de Ernesto Zedillo; antes realizó los comerciales del fallecido Luis Donaldo Colosio. Según declaró al portal de noticias sinembargo.mx, hizo anuncios para el gobierno federal con Zedillo de presidente y tiempo después participó con Fox en los primeros meses de su campaña proselitista; se retiró cuando Marta Sahagún asumió el control.
Desde su mirada de publicista, González Padilla comentó en aquella entrevista que el producto Josefina encaraba fortaleza, se parecía a Margaret Thatcher, la conservadora primera ministra británica que gobernó entre 1979 y 1990 y que fue conocida por su gestión como la Dama de Hierro.
“Cuando la conocí, le pregunté a Josefina: ‘¿Qué quieres hacer? ¿Quieres una campaña publicitaria para mejorar tu carrera, crecer tu capital político, o quieres verdaderamente ser presidenta de México?’ Y me contestó súper seria: ‘No te equivoques, voy a ser presidenta de México’”. González Padilla aceptó ser el publicista desde principios de 2011, mucho tiempo antes de que presentara su informe de actividades parlamentarias. Pensó que la campaña para la contienda interna del PAN sería un éxito si creaba “un producto coherente, que pensara, que sintiera, dijera y actuara de la misma forma”. El éxito que atribuyó a su triunfo en la elección interna fue que supo “interpretar un producto” y no lo inventó, a diferencia de Enrique Peña Nieto, que estaba “totalmente fabricado”. Creía que al priista nunca lo íbamos a conocer realmente.
La estrategia de Vázquez Mota apuntó hacia otros horizontes cuando en febrero de 2012, tras la elección interna del candidato presidencial del PAN, González Padilla concluyó su contrato. Días después de que se difundieron los primeros mensajes en el inicio de la contienda electoral presidencial, rechazó ser autor de los “spots del terror o del miedo”, como los calificó. Quien lo señalara, decía, “manchaba su carrera”. Eran unos mensajes con poca iluminación, donde Josefina apareció muy rígida, con música que “daba miedo, parecía thriller”. Eran comerciales sin esperanza, muy limitados en idea y concepto. La hechura la atribuyó a Pedro Torres, productor asociado a Televisa que ha llevado a cabo realities como Big Brother y series como Mujeres asesinas. En el “cuarto de guerra” panista se habían integrado a su salida Dick Morris, el publicista favorito de George Bush, y gravitando estaba Antonio Solá, el creador de los mensajes electorales de 2006 que desataron la “guerra sucia” contra Andrés Manuel López Obrador.
Tras agradecerle que lo hubiera tomado en cuenta en la primera etapa, el realizador deseó suerte a Josefina y recordó que, a diferencia de cuando él estuvo en el equipo, a partir de marzo de 2012 no dejaba de caer en las encuestas de preferencia.
Lo bueno de Vázquez Mota es que no representa nada. Es como una lámina en blanco donde cualquiera puede proyectar sus esperanzas, escribió Sabina Berman sobre un comentario que le hizo un gobernador que apoyó a Josefina en la interna del PAN. Una semana después, en su programa de televisión, la tuvo frente a ella para una entrevista. Iba vestida de blanco, llegó sonriente, bajó el tono de voz sin dejar de sonreír para decirle algo a Sabina que la dejó impactada. Todo eso era fuera de grabación, off the record.
Cuando se activaron las cámaras, Berman escribió que no le dijo nada que tiempo después pudiera recordar. “Su discurso es un goopie que se me resbala de las manos. Una espuma de sonrisas que se diluyen en una sensación de empatía burbujeante pero sin contornos”, escribió.
“¿Continuarás la guerra de Calderón?”. “Sí, porque esto y lo otro”. “¿Cómo elevarías el producto interno bruto de México?”. “Bueno, soy mujer y sé lo que padecen las familias”. “¿Y qué harás con la necesidad de seguridad de la gente?”. “La gente, Sabina, necesita esperanza”.
Corte, se apagaron las cámaras, se diluyó la luz en el estudio. “Josefina se acoda en sus rodillas y me vuelve a decir, baja la voz, cosas que me importan, me preocupan o me sorprenden, y aún hoy recuerdo, pero como me las dice off the record no puedo publicarlas”.
La idea de que ser mujer beneficiaría a la candidata del PAN había sido la tónica del texto de Berman hasta este punto. Después comenzó a desgranar que podría dañarla en la medida en que encarnara uno de los defectos asociados a lo femenino. “La falta de autoridad e independencia intelectual para formular un proyecto propio”.
El lema central de Josefina en la contienda interna del PAN fue “valor ciudadano”. Berman concluyó: “La falta de un proyecto independiente al del presidente Calderón le sirvió a Josefina en las elecciones internas del PAN. Ofreció programas, mejoras, enmiendas, no algo más amplio, una visión de país, menos un camino para realizar la visión. En las elecciones nacionales, ser percibida como la mujer del presidente le heredará el descontento de la población con la guerra (contra el narcotráfico), pero acaso de mayor consecuencia, volverá dudosa su capacidad de gobernar”.
Utilizar la bandera de género le valió desde el inicio de las campañas una reprimenda a Vázquez Mota por parte de una legisladora del PRI: “No se gobierna con recetas de cocina”, le dijo. El discurso de Josefina eran sólo frases sin contenido o, en palabras de Sabina Berman, “la retórica de la espuma de la candidata”.
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