Rolando Cordera Campos/ La Jornada
Ni los tristes escenarios que hoy
ofrece la economía mundial y que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el
Banco Mundial (BM) nos dibujaran hace unas semanas desde Lima, pueden nublar la
sospecha de que algo anda muy mal en la economía mexicana y no sólo con cargo a
lo que acontece en el resto del globo. Habría que empezar por admitir que en
medio y de frente a la adversidad mayúscula que nos impone una crisis que no
parece conocer su fin, los gobernantes y principales responsables de la
conducción económica nacional dejaron de lado los pocos márgenes de libertad
que nos quedaban, y como personajes de tragedia o rencarnaciones del gran
estudio de Bárbara Tuchman sobre la marcha de los necios a lo largo de la
historia, se dispusieron a expiar sus culpas sin tomar nota del sufrimiento
ajeno.
Ahora no queda mucho más que
rendirse a la evidencia del decaimiento económico y el empeoramiento de la
cuestión social contemporánea. Por enésima vez, el Banco de México, donde moran
los arúspices y astrólogos que dicen ver el futuro, anuncia una rebaja en sus
estimaciones sobre el crecimiento de la economía para este año y el que viene.
Para su sumo sacerdote, el doctor Carstens, sólo se crecerá 4 por ciento en
2017 para advertir que “estas buenas noticias no son para dormirnos en nuestros
laureles ni caer en complacencias (…) ya que crecer a 4 por ciento no es lo
ideal” ( El Universal, 5/11/15).
Por lo pronto, el intervalo de
crecimiento esperado para este año va de 2.4 por ciento como máximo a 1.9 por
ciento como mínimo. Para 2016, el Banco de México mantiene su proyección de
crecimiento entre 2.5 y 3.5 por ciento, que luego nos llevaría al ansiado 4 por
ciento para 2017. Que, gobernador dixit, no es ideal. Desde
luego que desde ningún mirador, menos desde el social, es mínimamente
satisfactoria esta proyección de la economía. Con esas tasas de crecimiento, la
tragedia del mal empleo y el abultamiento de la informalidad mantendrán su
marca de hierro ardiente sobre nuestra vida social, mientras el mercado interno
languidecerá más sin que pueda esperarse con realismo un relevo proveniente de
la recuperación estadunidense.
Se apostó todo a la estabilidad
mal llamada y peor entendida macro, porque se le redujo al control de los
déficit fiscal y externo y a dizque domar la inflación; y, con el correr del
tiempo, se desestabilizó todo lo demás, lo que en verdad constituye lo macro:
la cohesión; la racionalidad política de un pluralismo sin duda agreste, pero
con posibilidades de gestar alternativas y visiones de conjunto diferentes; se
deterioraron las de por sí frágiles capacidades instaladas para crecer con el
apoyo de nuestras potencialidades internas.
La confianza tan arduamente
buscada y comprada hace mutis: el Indicador de Confianza Empresarial (ICE) que
calcula Inegi ha caído en todos los frentes. En comparación anual, el ICE en la
construcción se reduce en 8.5 por ciento; en el comercio 7.5 por ciento y en
las manufacturas 3.1 por ciento. No en balde, Morgan Guaranty Trust nos declara
poco seguros y no sólo ni principalmente por la presencia de los malos.
Es como si el cuerpo social y
económico mexicano, para recobrar la estabilidad devastada por la crisis de la
deuda, se hubiera encogido por demasiado tiempo hasta hacérsele imposible
volver a la estatura previa. Y, tal vez lo peor, la jibarización del
Estado que empezara con la privatización y cierre de las empresas estatales y
la reducción salvaje de la inversión pública, se volvió tumor maligno en el
cerebro de la gobernación y del Estado en su conjunto.
Así, la economía política
heredada de la posrevolución y forjada en la industrialización dirigida por el
Estado se vació de contenidos y perdió rumbo, se despojó de cualquier noción de
interés general o bien común y se dispuso a andar en círculos hasta perder el
sentido de las coordenadas básicas para, al final, percatarse de que tampoco es
posible ni deseable volver atrás. Ahora vivimos una implacabledictadura de la
senda vuelta máscara de hierro.
Los pasos perdidos, pues, pero
sin siquiera haber pretendido construir nuevas ciudades en la selva, como nos
lo contó magistralmente Alejo Carpentier. Esos pasos ya pasaron y no volverán.
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