No se necesitan alas para volar. Imagina, sólo imagina para construir una realidad que pudiera ser, para muchos, particular, pero al final del camino esta es colectiva.
En un campo de fresas planear y deshojar la cebolla de cristal que te servirá de óraculo, un trasmisor interestelar, pero también que recorre el infinito virtual.
Roberto Ponce/ Apro ¡Talán, talán!
Antípodas correspondientes de la balanza artística, lúdicos pesos completos por el galardón de Euterpe, en éeeeesta esquina, de frac y chistera: ¡los invictos puristas musicales y su gremio antropológico nacionalista! Y en éeeeesta otra, vestidos de mezclilla rota y retando la corona: ¡un puñado de compositores vanguardistas pletóricos de abstracciones electrónicas!
Imaginemos la escena del ring-side a 15 asaltos y tres caídas.
En el centro está el rey de los réferis chidos, digamos que nuestro bienamado e incorruptible Negro Casas, árbitro neutral por excelencia anunciando “la lucha del siglo por los siglos de todos los siglos”, cual juez omnisciente ante cámaras y micrófonos de la televisión cultural, ansiosa de captar otro inolvidable fair-play como reflejo fiel que nutre sociedades en cualquier proceso de transformación social. Choque de titanes y maestros del arte en pugna.
La película se repite y corre video tape: un racimo de osados creadores work-in-progress con el lema “lo nuestro es la actualidad, el resto, plasta caduca al tímpano” alzan sus conceptos donisíacos carpe diem, contra consagradas divas, cuya trinchera cubren escudos tradicionalistas que bendijera por varias décadas la lira de Apolo. Una vieja guardia versus jóvenes futuristas; los técnicos de antaño enfrentando la rudeza del presente, sogas Ying y Yang en rounds de sombra y un mismo sol contrapuntístico (pongamos en primera fila al alemán Herman Hesse, el novelista de El lobo estepario y Demián, Nobel furibundo: “Quien quiere nacer deberá destruir un universo”).
Así pues, ¡hagan sus apuestas, béibis and rottendams y demás expertos del respetable público melómano, que espera decisión dividida! Antes de la pelea, los momios se inclinan a favor del conjunto estático dos por uno; mas una vez concluido el último inning, la muchachada de hoy ha logrado “hacer la chica”, triunfando las propuestas novedosas por una cabeza. Ganó el vanguardismo, término aplicado a los compositores que adoptan técnicas u objetivos radicalmente diferentes de los consagrados, reiterando su influencia planetaria después de la Segunda Guerra Mundial, hasta la llegada de otra marejada de artistas y técnicas, sacudiendo su guadaña generacional el inexorable Padre Cronos.
Porque si una buena idea funcionó un viernes, para el domingo es ya un periodicazo vil destinado al escatológico toilet --diría la pipa guitarrera de Georges Brassens en Morir por las ideas: “De acuerdo, pero de muerte lenta”-- y el juicio histórico tiene su propio ritmo estético, que supera marcadores de monarcas transitorios (aplica el pensamiento de Karl Marx, Adolfo Sánchez Vázquez, Jacques Fresco & Company: “Lo único que no cambia, es el cambio”).
Eternos Beatles
¿Por qué, entonces, en cuestiones de arte trascienden unos Beatles, dentro del mundo pop, al igual, por ejemplo, que el magnífico Ubu Roi de Jarry, obra iniciativa del teatro de protesta y paradoja forever and ever, mientras que un cubista como Picasso no pierde vigencia plástica?
La vida es breve; el arte, eterno...
Detengámonos un instante con los cuatro chamacos melenudos de Liverpool y leamos un párrafo que escribiera Paul McCartney en el folleto de su gira internacional 1989:
“John Lennon terminó siendo un chico avant-garde porque realizó todas esas cosas con Yoko Ono. Pues bien, unos cuantos años atrás y sin que a él siquiera se le ocurriese cuando vivía en los suburbios de un club de golf con su mujer Cynthia, yo frecuentaba a un cuate llamado Barry Miles y la gente estrafalaria de la Galería Indica en Londres…”.
Allí, Miles introdujo a Paul en lecturas de la Beat Generation, esperpentos alucinados a-la-Gérard de Nerval y Conde de Lautréamont, surrealistas fulminantes de locuras sello Marcel Duschamp, fuegos de discusión sobre jazz avant-garde (John Coltrane, Sun Ra, Cecil Taylor, Ornette Coleman); las cintas magnéticas del germano Karlheinz Stockhaussen, silencios y alteraciones atonales por el gabacho John Cage o estudios arquetípicos de comunicación dantesca con el italiano Luciano Berio, a la vez que ciertos compositores de electrónica experimental con la musique concrete: los franceses Pierre Henry y Pierre Schaffer.
Y allí también, en la Indica Gallery, Lennon se interesó en “la bruja” Yoko a comienzos de noviembre de 1966 cuando ella montó su exposición Pinturas Inconclusas y Objetos, habiendo publicado un librillo de aforismos poéticos, Grapefruit (“Toronjil”), apoyada por este foro de avanzada y el sobresaliente bonche de artistas neoyorkinos de Fluxus, grupo al que Yoko frecuentaba desde 1960.
Yoko, a cuadro
Fluxus es tema central de la reciente revista Pauta. Cuadernos de Teoría y Crítica Musical (número 99, julio-septiembre de 2006, INBA/Conaculta).
Para esta edición, Sebastián Pilovsky traduce de Grapefruit nueve Instrucciones de su autora Yoko Ono, presentada como “la bruja que desmembró a Los Beatles”. De los poemitas compuestos con cargas de haikú japonés entre 1962 y 1964, aquí ofrecemos tres ejemplos:
Pieza de concierto
Cuando se levante el telón, levántate y espera
hasta que todo el mundo se haya ido.
Entonces sal y toca.
Pieza de nieve
Piensa que está nevando.
Piensa que está nevando desde siempre en todas partes.
Cuando hables con alguien, piensa
que hay nieve entra esa persona y tú.
Termina la conversación cuando creas
que esa persona ha sido cubierta por la nieve.
Pieza de bicicleta para orquesta
Conduce una bicicleta por todos los lugares que puedas
dentro de una sala de concierto.
No hagas el menor ruido.
Lástima que Pauta no profundice más en tal aseveración de que Yoko “desmembró a los Beatles”, ni en su papel vanguardista, y resulta sospechoso el silencio ante tal omisión de la mismísima Musa inepta de Juan Arturo Brennan, quien gusta parodiar los dislates ajenos en esta sección de la revista, aunque se entiende. Además de ser persona non-grata para los fans del rock, la valía artística de Yoko ha sido puesta en tela de juicio por estudiosos del arte con bastante frecuencia.
En realidad, el primer beatle que conoció Yoko no fue su futuro esposo John Lennon.
Barry Miles escribió sobre esto en la biografía Paul McCartney: Many Years From Now (“Hoy hace tantos años”, Secker & Warburg, Londres 1997, 654 páginas.), donde cuenta que durante su primera visita a Inglaterra ella acudió a McCartney, quien guardaba copias de los manuscritos originales de sus canciones, para pedirle partituras de Los Beatles, pues ella deseaba obsequiar alguna para John Cage en su quincuagésimo cumpleaños. Después, Yoko solicitaría lo mismo a Lennon y de esta forma obtuvo una bonita reproducción de la letra The Word (“La palabra”), pieza que apareció en el álbum beatle Rubber Soul (“Alma de hule”), en 1965.
McCartney la compuso con su camarada Lennon en aquel barrio de Kenwood (donde El jefe vivía cerca de los golfistas), pero en vez de plasmarla sobre papel ordinario en blanco, optaron por uno psicodélico que ellos iluminaron con crayones multicolores. Después de todo y puesto que la palabra en cuestión se refería al amor, marcaba el inicio de sus composiciones acerca de la paz y el amor, era su primogénito himno jipi. Cage reprodujo dicho regalo en su libro Notations, colección de diversas partituras seleccionadas para la Foundation of Contemporary Performance Arts. Yoko nació el mismo año que Cage, 1912 (dudamos que haya sido un obsequio para el cumpleaños 50 de Cage, en 1962, como asegura Miles). Lennon declaró en una entrevista grabada en 1969:
“Yoko no habría amado a un baboso, pero era así como yo comenzaba a sentirme y ella me alivianó. Está claro que Yoko pasó por un período similar. Sin embargo yo la hubiese apoyado de la misma forma, una vez que superé lo snob de mis prejuicios en torno al arte avant-garde y todo aquello, pues yo mismo tuve que dejarlo atrás.”
Según Miles, la actitud de McCartney fue absolutamente diferente porque tenía su mente abierta a los más atrevidos experimentos vanguardistas, cosa que no significó que gustara sin más de muchos resultados artísticos o musicales de tal movimiento:
“En un período de dos años antes de grabar el Sargento Pimienta, McCartney estuvo receptivo a cualquier tipo de sonidos, asistía a obras teatrales y exposiciones de avanzada para llegar con Lennon lleno de ideas extraordinarias…”.
El jefe Lennon mantenía ya una relación amorosa con Yoko y la ocultaba a su esposa Cynthia, por tanto dejó que McCartney tomase las riendas de Los Beatles y lo confiesa a Miles:
“Yo me hallaba en medio de una gran depresión y Paul no. El poseía bastante confianza en sí mismo; yo estaba al borde del asesinato.”
McCartney fue quien sugirió al productor George Martin, discípulo de Cage utilizar arreglos avant-garde, jazzeros, de music-hall y orquestales para las rolas que firmaba con Lennon en discos de Los Beatles y usaron cortes radiofónicos o collages y loops de cinta grabada en Strawberry Fields Forever (“Campos de fresa para siempre”), I Am the walrus (“Soy la morsa”) y Tomorrow Never Knows (“El futuro es incierto”). En mayo de 1968, Yoko entró firme a la escena romántica de Lennon, quien quedó literalmente seducido por su rollo vanguardista, y ambos grabaron el disco experimental Two Virgins (“Dos vírgenes”) en 1969, disco de extravagancias que alarmó a los demás Beatles y ejecutivos de su nueva compañía Apple no por su fondo, sino por su presentación: John y Yoko querían que la portada fuese un retrato de los dos parados de frente y sin ropa.
Salió con cubierta pudibunda, comenzando con ello el fin del cuarteto de Liverpool, debido a la presencia sempiterna de Yoko con ellos en los estudios de grabación para el llamado “disco blanco de Los Beatles” y más tarde, en la cinta Let It Be (“Déjalo ser”). Lennon atacaba piezas de McCartney, como Obladi-Oblada y los otros se negaban a incluir en el disco doble su “jalada avant-garde” con Yoko, Revolution 9. Paul:
“Fue un período muy tenso. John estaba con Yoko de tiempo completo. Consumían heroína contagiando al grupo un montón de paranoias hasta conducirnos al limbo y nuestra relación comenzó a derrumbarse. Creo que a él la droga le divertía y a la vez, lo aterrorizaba... Vino el rompimiento de Los Beatles…
“Una onda que puso barreras en las sesiones de grabación en Let It Be fue su presencia (de Yoko). Desde el punto de vista de los dos, sólo se trataba de que se hallaba enferma y que, por recomendación médica, debía permanecer tirada en el suelo y John necesitaba estar junto a ella. Nosotros, como trío restante, su actitud no fue algo que pudiésemos comprender bien a bien. Era algo completamente inusual trabajar así en un álbum de Los Beatles y nos sentimos presionados. Desde entonces, Yoko me ha dicho que, si por algún motivo ella se colocaba más cerca de mí que de él, llegando a casa John la iba a regañar grueso con: ‘¡Te sentaste junto a Paul y no junto a mí!’…
“John era muy paranoico en estas cuestiones. Una de las cosas que la gente no sabe es que mucho del genio de John era un escudo de sus propias paranoias.”
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