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Sunday, November 11, 2007
Acteal: con máscara de lodo
Juan Bañuelos
Este Encuentro de poetas del mundo latino, de gran trayectoria desde hace varios años, fue un acto eminentemente cultural en el lugar más apropiado: el Palacio de Bellas Artes de nuestro país, el día 22 de octubre, y ahora lo es en esta belleza estética que es la ciudad de Morelia. Por esto mismo, y sin ninguna falsa humildad, acepté la formulación de un reconocimiento a mi obra escrita, no precisamente a mi persona. El hecho de encontrarme con poetas de 19 países de América Latina, el Caribe, Canadá, Estados Unidos y Europa, y con más de 40 poetas mexicanos, es un lujo increíble, significativo e imprescindible en estos momentos graves que vive el mundo. Agradezco la iniciativa y el apoyo concreto del Seminario de Cultura Mexicana, a la Secretaría de Cultura de Michoacán, a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, al Instituto Nacional de Bellas Artes y a la Secretaría de Relaciones Exteriores a través de su Dirección Cultural, así como la colaboración de la Dirección de Literatura y la Casa Universitaria del Libro de la UNAM, y de la Universidad Intercontinental. Espero no haber olvidado a ninguno; todos ellos, coordinados por el generoso poeta Marco Antonio Campos.
Pero abordemos problemas más concretos: aparte de los conflictos del hambre y el desempleo, ya bastante graves, de acuerdo con los informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), México ocupa el penúltimo lugar en los índices de lectura en una lista de más de 100 países del mundo. La situación empeora cuando no vemos una gran reforma constitucional acerca de los asuntos indígenas. El 13 de septiembre de este año, la Organización de las Naciones Unidas aprobó la declaración universal del organismo internacional sobre los pueblos indios; el relator especial exhortó al Congreso de la Unión de México a elevar a rango constitucional la Declaración Universal sobre los Derechos de los Pueblos Indios, y el mismo relator lamentó que el Presidente de México se haya reservado seis artículos concernientes a autonomía, libre determinación, autogobierno, territorios y recursos naturales de dichas etnias. El deber es ajustar las leyes nacionales a dicha declaratoria universal para que sea aplicada y cumplida por la sociedad, los gobiernos federal, estatales y municipales, y la gente en general, a nivel de colectividades, ya no de personas o individuos. No hay excusa alguna para no cumplir dichos acuerdos. Pero la guerra de más de 500 años contra los indígenas aún no termina, y la sangre de estos pueblos originarios de México sigue corriendo. Los Acuerdos de San Andrés, entre el gobierno y los pueblos indios, todavía no se cumplen. La resistencia está creciendo cada día más: 67 pueblos indígenas de 12 naciones de América se dieron cita en Vícam, Sonora, en octubre, para proclamar sus derechos históricos a la libre autodeterminación y su rechazo a la destrucción y el saqueo de sus territorios para actividades industriales, mineras, agroempresariales, turísticas y de urbanización salvaje, así como la privatización del agua, la tierra, los bosques, los mares y las costas, la diversidad biológica, el aire, la lluvia, los saberes tradicionales y todo aquello que nace en la madre tierra. Pero a lo que voy, concretamente, es a lo siguiente: el 22 de diciembre de 1997 se perpetró el asesinato de 45 indígenas en la comunidad de Acteal, que es un municipio de San Pedro Chenalhó, en el estado de Chiapas. La más sangrienta de muchas agresiones que han sufrido: la saña con que mujeres, niños y hombres fueron asesinados por grupos paramilitares. El gobierno quiso explicar que se trataba de “luchas intertribales”. No es casual, también, que la mayoría de los muertos hayan sido mujeres ni que la violación sexual hecha por los grupos paramilitares fuera para sembrar el terror en las comunidades y para atacar los proyectos autonómicos. Desde la fundación del grupo indígena Las Abejas la respuesta fue la violación tumultuaria, en diciembre de 1992, contra las esposas de los fundadores, una de ellas con siete meses de embarazo. La masacre de Acteal significa que matando a las mujeres se destruye un símbolo de la resistencia: el fin es “matar la semilla”, fue el grito de los paramilitares ese 22 de diciembre, que no se multipliquen más los indios. El asesinato en Acteal no es la hechura de una violencia loca ni de venganzas tribales o personales. El que no se haya investigado a fondo y se identifique a los culpables en estos 10 años de los hechos es responsabilidad sólo de los grupos de poder estatales y de los presidentes de México que hemos tenido. No se ha resuelto nada.
Al día siguiente del 22 de diciembre de 1997 fui enviado a Acteal como miembro de la Conai (Comisión Nacional de Intermediación por la Paz) para investigar lo que había sucedido. La impresión fue espantosa, revelándome la vida miserable en que se debaten los indígenas de esta región de México, producto de la discriminación: hallamos ropas ensangrentadas de niños y mujeres en las ramas de los arbustos, y en una cuevita donde trataron de esconderse. Algunos de los sobrevivientes dieron su testimonio contando pormenores sobre cómo fueron masacradas algunas mujeres al abrir su vientre (cuatro estaban embarazadas) y extraerles a sus nonatos, con tal saña que sintetiza una política de exterminio. Todo esto fue narrado y publicado luego en periódicos y algunos libros. La guerra de baja intensidad continúa en Chiapas. Los casos han pasado de homicidio calificado a genocidio y etnocidio. Es importante vincular los asesinatos de Acteal con la violencia de Estado en otras regiones indígenas de México, como Oaxaca, Veracruz, Guerrero y Chihuahua. Prosigo con Acteal: Micaela, una niña de 11 años, tiene mucho miedo. Ella nos cuenta que desde temprano está con su mamá rezando y jugando con sus hermanitos para que no den lata. Hay varias mujeres en la ermita. A las 11 de la mañana empezó la balacera, los niños empezaron a llorar, hombres y mujeres empezaron a correr, y a otros los alcanzó la bala ahí mismo; un disparo le llegó por la espalda a la mamá de Micaela. La encontraron por el llanto de los dos niños que luego fueron asesinados. Micaela se salvó porque la creyeron muerta. Tenía mucho miedo y fue a esconderse a la orilla del arroyo. Ahí vio cómo los paramilitares regresaron con machetes en la mano; se reían, hacían bulla, desvistieron a las mujeres muertas y les cortaron los pechos. A una le metieron un palo entre las piernas y a las embarazadas les abrieron el vientre y sacaron a sus hijitos y juguetearon con ellos: los aventaban de machete a machete. Después se fueron los tipos gritando, gritando y gritando. A Micaela la tomó de la mano su tío Antonio para ir a buscar a sus primos o a gente conocida que pudiera estar viva entre los muertos. Ella sigue relatando: “rescatamos a dos chiquitos que estaban junto a su madre muerta; el niño tenía la pierna destrozada, otra niña tenía el cráneo desbaratado y se revolvía tratando de aferrarse a la vida. Después del genocidio muchos no pudieron combatir la tristeza: Marcela y Juana han perdido la razón, ya no hablan, sólo emiten monosílabos ante el ruido de helicópteros militares que sobrevuelan la comunidad. Los paramilitares llamados Chinchulines, Paz y Justicia, Máscara Roja y otros siguieron entregando armas a los caciques y a sus partidarios para secuestros, quema de casas, robo de cosechas y animales”. (La otra palabra: mujeres y violencia en Chiapas).
La memoria de estos pueblos mayas es inconmesurable, su tradición oral los relaciona con la naturaleza y con la historia de sus colectividades. El elemento que guarda esa intemporalidad es la presencia de sus mitos, no la idea del mito que nos han impuesto como invención, mentira o simple ficción, sino el mito como revelación humana y tradición sagrada, donde intervienen elementos sociales, morales y de sus convicciones; un relato tradicional que refiere la memorable actuación ejemplar de personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso, según la opinión de algunos sabios historiadores. Los mitos indígenas siguen vivos en su poesía y en su prosa, muestran y justifican todo el comportamiento del hombre; es una realidad que se ha vivido y que expresan las imágenes primordiales del inconciente colectivo.
La violencia contra los indígenas mayas de Chiapas aún prosigue. Actualmente, en 2007, con argucias jurídicas el gobierno quiere quitarles sus tierras reconquistadas en 1994, con una ofensiva brutal contra las juntas indígenas de buen gobierno con 79 campamentos militares permanentes en Chiapas.
Que el público de esta noche me perdone si en esta fiesta de la palabra con poetas de diferentes países he tenido que abordar la matanza espantosa de Acteal, de hace 10 años, aún sin ninguna solución, pero es que yo nací en Chiapas y fui miembro de la ex Conai y no puedo mantenerme callado. A algunos les pareceré radical por exigir cambios profundos en mi país; sin embargo, les respondo con el pensamiento de José Martí, el gran poeta de América: “Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical a quien no ve las cosas en su fondo. Ni se llame hombre quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”, porque hay que sostener que “patria es humanidad”. Por lo mismo, y por lo tanto, este homenaje a mi persona lo trasfondo, lo cambio y lo transfiero a la memoria de los masacrados en Acteal, y exijo al gobierno federal y al del estado de Chiapas que se abra la acción jurídica pertinente ante el escándalo mundial de esta matanza despótica e impune. Hay que valorar de manera urgente los derechos humanos en la Constitución de México.
Termino mi turno leyendo dos poemas de dos mujeres indígenas víctimas de los paramilitares; los nombres de estas escritoras indias son Xuaka’ Utz’utz’Ni’ y María Kartones:
Para que no venga el Ejército
Escucha, sagrado relámpago,
escucha, santo cerro,
escucha, sagrado trueno,
escucha, sagrada cueva:
Venimos a despertar tu conciencia.
Venimos a despertar tu corazón,
para que hagas disparar tu rifle,
para que dispares tu cañón,
para que cierres el camino a esos hombres.
Aunque vengan en la noche.
Aunque vengan al amanecer.
Aunque vengan trayendo armas.
Que no nos lleguen a pegar.
Que no nos lleguen a torturar.
Que no nos lleguen a violar
en nuestras casas, en nuestros hogares.
Padre del cerro Huitepec, madre del cerro Huitepec,
Padre de la cueva blanca, madre de la cueva blanca,
Padre del cerro San Cristóbal, madre del cerro San Cristóbal:
Que no entren en tus tierras, gran patrón.
Que se enfríen sus rifles, que se enfríen sus pistolas.
Kajval, acepta este ramillete de flores.
Acepta esta ofrenda de hojas, acepta esta ofrenda de humo,
Sagrado padre de Chaklajún, sagrada madre de Chaklajún.
Xunka’ Utz’utz’ Ni’
Mujer con máscara de lodo
¿Qué me miras el culo ?
¿Acaso no tienes culo también?
¡Allí, vienen, allí vienen!
Van a tirar mi lodo al diablo.
Ya vienen con machete.
¡Aaaaay! Me van a matar.
¡Abre tu puerta, Antonio, me están acabando!
Defiéndanme, defiéndanme.
¡Me están matando!
¡Ya vienen los soldados! ¡Aaaaay!
Defiéndame de los soldados.
¡Me están matando, aaaaaay!
Defiéndanme de los soldados.
¡Me están matando, aaaaay!
¡Todavía no me quiero envolver con la tierra!
¡Todavía no me quiero envolver en el lodo!
María Kartones
Exigimos juicio sumario para el norteamericano ex presidente Zedillo y sus cómplices.
Palabras pronunciadas en el Encuentro de poetas del mundo latino
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