Sunday, May 10, 2009

Argentina y la espiral de Vico



Guillermo Almeyra

Desde hace más de 60 años Argentina está condenada a repetir, siempre en condiciones diferentes, su pasado político y, como en la famosa espiral histórica del filósofo napolitano Giambattista Vico, retorna siempre al mismo punto, aunque a otro nivel.

Hagamos un poco de historia. El golpe militar de 1943 dividió a las fuerzas armadas entre las diversas variantes de nacionalistas y de desarrollistas, por un lado, y los pretorianos de la vieja oligarquía exportadora ligados al imperialismo de turno (primero inglés y después iusai), por el otro. De ese modo abrió el camino a la construcción del peronismo como gobierno capitalista conservador pero que, desde el poder, actuaba en nombre de una burguesía industrial. Ésta no tenía expresión política e incluso en buena parte lo resistía. Por eso Perón, para compensar la debilidad de aquélla y enfrentar la poderosa alianza entre la oligarquía y el imperialismo, se apoyaba en los trabajadores, cediendo ante sus movilizaciones y exigencias al mismo tiempo que combatía las ideas socialistas.

Antes del peronismo, la escena política estaba ocupada casi exclusivamente por el partido conservador, de los terratenientes, y la Unión Cívica Radical, nacida en 1890 de una rebelión de sectores medios y que sirvió para dar cauce al ingreso de las clases medias en la política y la vida social. En los años 30 los sectores más conservadores de la UCR, al igual que los del partido socialista, se habían amalgamado con la oligarquía mientras los radicales más nacionalistas intentaban infructuosos golpes de Estado.

El peronismo de 1945 pudo juntar así tendencias nacionalistas reaccionarias y hasta conservadores “populares” con sindicalistas revolucionarios, sectores socialistas, anarquistas y comunistas minoritarios y viejos votantes radicales en ruptura con su partido, y dividió a las instituciones al lograr el apoyo de una ala de la Iglesia, así como había logrado el de la mayoría del ejército. La oposición antiperonista, por su parte, tenía como eje también la amalgama entre los sectores más importantes de los capitalistas industriales, el capital extranjero, la oligarquía tradicional exportadora y el imperialismo, y reunía la mayoría de las clases medias urbanas, incluyendo la gran mayoría de los simpatizantes comunistas y socialistas, prisioneros de la ideología liberal.

En Argentina no existía una izquierda anticapitalista influyente. El conflicto social intercapitalista, por un lado, y la lucha entre explotados y explotadores, por el otro, se expresaron de modo deformado. Por un lado, como lucha feroz entre dos corrientes liberales y procapitalistas (la oligárquico-exportadora y la nacionalista conservadora industrialista) y, por el otro, mediante un sindicalismo obrero muy combativo pero también víctima de su ideología liberal que luchaba contra los patrones pero no contra el capital. En efecto, el proletariado urbano resultante de la industrialización quería vivir mejor y más dignamente, no acabar con la explotación. Por eso siguió tan fácilmente a un coronel hasta entonces desconocido que pudo legalizarle importantes conquistas sociales y que, al mismo tiempo, colmó su orgullo nacionalista con la promesa de la “Argentina potencia” y con la resistencia al comando de Washington.
Desde la huida de Perón en 1955 ante el golpe militar de septiembre de ese año, el peronismo de los trabajadores se refugió en la resistencia sindical y en las empresas mientras la derecha del peronismo (incluido el mismo Perón) negociaba continuamente con los dictadores. Cuando el derrumbe de la última dictadura provocada por el fracaso ignominioso de la aventura diversionista con la guerra de las Malvinas, esa derecha conservadora, que dominaba el aparato político partidario, creyó poder canalizar el peronismo de los trabajadores, pero en 1983 ganó las elecciones el radical Raúl Alfonsín, con el voto de la mayoría izquierdizada de las clases medias urbanas y de los trabajadores peronistas que repudiaban a las burocracias sindicales corruptas y la derecha peronistas. El liberalismo proimperialista de los dictadores fue sustituido así por el liberalismo antimperialista de una ala del partido radical que no tenía base firme y constante ni tampoco un verdadero partido (ya que en Argentina la UCR y el peronismo son más bien movimientos ). El derrumbe del gobierno de Alfonsín y los desastres producidos por los gobiernos peronistas de Menem provocaron después la crisis profunda y paralela de radicales y peronistas que llevó al estallido popular de diciembre de 2001. La pareja presidencial Néstor-Cristina Kirchner, en estos seis años últimos intentó lograr respaldo popular para una política de desarrollo del capitalismo y de la industria nacionales mucho menos audaz que la de Perón, que seguía siendo liberal (pero no neoliberal). Ahora la crisis mundial está llevando a la reconstitución de un bloque político de la derecha en torno al intento de juntar nuevamente los pedazos dispersos de la vieja UCR. Este bloque tiene una extrema derecha (lo que queda de la UCR, el menemismo, la derecha peronista, la Iglesia católica, el alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri) y una “izquierda” social en el conservadurismo de las clases medias urbanas y de los rentistas agrarios, feroces defensores del “mercado”. Frente a eso el kirchnerismo no encontró nada mejor que tratar de hacer bloque con los integrantes de la derecha peronista, los cuales hoy aceptan un acuerdo esperando después tomar el timón del partido con vistas a las elecciones presidenciales de 2001. Así marcha Argentina hacia las elecciones del 28 de junio próximo. El peronismo como caricatura del de 1945 se presenta contra el frente antiperonista que suma también lo peor del peronismo y es apoyado por el gran capital. Teóricamente, el tándem Kirchner-Kirchner podría ganar, pero eso no es nada seguro

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