Guillermo Almeyra
Pasaron las elecciones. Como en cada caso en que hubo una oposición de masas (Vasconcelos, Henríquez, Cuauhtémoc Cárdenas, AMLO), las clases dominantes hicieron un fraude descarado y masivo, demostrando una y mil veces que no toleran la democracia. Por eso exigir al Estado organizador del fraude que lo anule es necesario, pero pensar que lo hará es ingenuo. Otra cosa es resistir la imposición fraudulenta por todos los medios, con vistas al futuro, aunque esa resistencia deba vencer varios lastres.
Uno de ellos, el principal, fue el desvío durante años de la preocupación y los esfuerzos hacia el campo electoral, que sirvió y sirve para sembrar ilusiones sobre el inexistente respeto de la legalidad por los ilegítimos y corruptos y para desorganizar el frente de los que, con su resistencia, son los únicos que pueden dar otra salida. Otro, y no menor, es la corrupción del personal político de los partidos y grupos de “oposición ma non troppo” (PRD, PT e incluso en Morena). Arrastrados por la candidatura de AMLO, esos aparatos tuvieron millones de votos y obtuvieron posiciones institucionales a granel. Ahora sus beneficiados se atornillarán a esas poltronas nacidas también ellas del fraude y buscarán desesperadamente negociar y conciliar con el gobierno fraudulento y represivo que se prepara a hacer retroceder aún más el nivel de vida y las conquistas de los mexicanos. De los chuchos o de los salinistas, Camachos y Ebrards y otros semejantes nada se puede esperar: comparten las posiciones fundamentales del PAN y de Peña Nieto, temen las movilizaciones y la independencia política de los trabajadores, confían en el sistema y sólo piden que les permitan tener un rinconcito en el chiquero. Incluso a la hora de repartir las candidaturas se quedaron con la parte del león, dejando pocas migajas para Morena y un solo diputado, del SME, a la Organización Política de los Trabajadores (OPT).
Para ejercer la oposición AMLO no tiene hoy ni instrumento ni estrategia. No puede ofrecer luchar por otras elecciones –que serán aún más fraudulentas que las actuales– ni construyó el cauce para la autorganización de los trabajadores en torno de la lucha por sus necesidades sociales, culturales, económicas, nacionales, democráticas. El programa nacionalista-neodesarrollista que ofrecía aplicar desde arriba no sirve para organizar la lucha cotidiana desde abajo, así como los comités electorales sólo sirven para una lucha electoral, perdida siempre de antemano, que, por supuesto, había y hay que dar, para no regalar espacios democráticos, pero sin esperar cambiar a México mediante las urnas.
¿Y ahora qué hará? ¿Convertirá a Morena en un nuevo PRD, es decir, en un partido-órgano de mediación, integrado en el Estado capitalista dependiente cada vez más descompuesto y corrupto? ¿Lo hará con los políticos derechistas de todo tipo heredados del PAN y del PRI que, mezclándose con intelectuales decentes y aprovechando las esperanzas y las movilizaciones ciudadanas de millones de explotados y oprimidos, buscan rehacerse una virginidad política y prepararse para remplazarlo en un próximo futuro?
Pero un partido electorero no sirve para el actual cambio de época y, además, no despertará grandes entusiasmos. Porque las clases dominantes acaban de enterrar la alianza nacida durante la Revolución Mexicana entre los campesinos (entonces mayoría y hoy apenas residuales), los obreros (hoy reprimidos) y el aparato estatal, ya que éste está en manos del gran capital internacional (y de la delincuencia de guante blanco o de Kalashnikov) y no puede hacer concesiones democráticas, no le interesa la política nacional sino el mercado mundial y no respeta los pactos corporativos de ningún tipo.
Sólo queda arar y sembrar profundo en la sociedad mexicana y responder a la crisis del capitalismo en el país y en el mundo defendiendo y organizando a sus víctimas para expropiar a los hambreadores, saqueadores, banqueros y otros ladrones. Sólo quedan los movimientos sociales. Pero el único movimiento hoy importante es el de los #YoSoy132, aunque para mantenerse y no refluir desgastado deba definir mejor su programa y extender más su acción a otros sectores populares. Los obreros han sufrido duros golpes y derrotas; están luchando por reponerse y, desgraciadamente, fueron dejados en un lugar subordinado por el electoralismo ciego. Los campesinos, bajo el impacto de la emigración, del TLCAN, de la ocupación militar del país y del narcotráfico, también se esfuerzan por reorganizarse. Peña Nieto, además, se prepara públicamente a cambiar la Ley Federal del Trabajo y a darles el tiro de gracia a las organizaciones campesinas. Hay que impedirlo. El Pacto de Atenco en julio último y la Convención Nacional contra la Imposición unen la lucha contra el fraude a los procesos de lucha directos y llevan todo al terreno de la movilización y de la creación de conciencia, no al del legalismo ciego frente a un gobierno ilegítimo heredero de otro igualmente ilegítimo.
En el principio no fue el Verbo, sino la Acción. Es la acción, democrática, pluralista, en torno a fines claros discutidos masivamente, lo que unirá y seleccionará los cuadros del cambio social, llegando a los desocupados, obreros y campesinos y rompiendo el aislamiento de los grupos indígenas que luchan por sus derechos y su misma supervivencia. Es la acción la que creará las bases para un futuro partido de masas (o sea, para la agrupación en torno a ideas compartidas, comunes, no a aparatos verticalistas y decisionistas y electoralistas).
Para eso se necesitan confluencias y, en particular, audacia programática, iniciativa creadora para organizar y la comprensión de que la izquierda y los sindicatos combativos son una minoría y, por eso, deben lanzarse a estructurar las inmensas mayorías, hoy despolitizadas y desorganizadas, pero en las que circula la rabia por la carestía, la represión, la ilegalidad y la corrupción estatales.
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