Monday, March 24, 2008

La única defensa contra la muerte es el amor

Saramago: «La única defensa contra la muerte es el amor»

Ana Mendoza

El escritor José Saramago deja aflorar su lado más divertido y sarcástico, y también el más tierno y poético, en su nueva novela Las intermitencias de la muerte, una reflexión sobre la vida, la muerte y la condición humana, que desemboca en una tesis final: "nuestra única defensa contra la muerte es el amor".

En una entrevista con Efe, el escritor portugués desvela algunas claves de esta novela que a primeros de noviembre se publicará de forma simultánea en España y en los países hispanoamericanos, en Portugal, Brasil e Italia. Verá también la luz en catalán y se está traduciendo ya al francés. La presentación mundial tendrá lugar en Lisboa, el 11 de noviembre.

Libro a libro, Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, ha ido tejiendo un mundo narrativo propio y, libro a libro, el escritor ha demostrado su facilidad para novelar situaciones "improbables o imposibles". Basta si no recordar las dos personas idénticas de El hombre duplicado o ese 83% de la población de un país que decide votar en blanco de Ensayo sobre la lucidez, la anterior novela del escritor.

Inmortalidad

Situaciones imposibles que vuelven a darse en Las intermitencias de la muerte, cuyo comienzo no puede ser más sorprendente: "Al día siguiente no murió nadie", y eso es lo que sucede en la novela: de la noche a la mañana, los habitantes de un país sin nombre dejan de morir y consiguen la ansiada inmortalidad, aunque, eso sí, quien estuviera muy grave o a punto de morir, se queda igual porque su salud no mejora.

En la primera parte de su novela, que en España e Hispanoamérica publicará Alfaguara, Saramago desarrolla con humor, ironía y sarcasmo las consecuencias que la desaparición de la muerte tendría sobre la vida de un país.

Lo que en principio parece una magnífica noticia, pronto se verá que es todo lo contrario: el gobierno no sabe cómo responder ante esa insólita situación, el sistema de pensiones se tambalea, los hospitales y las residencias de ancianos no dan abasto y las funerarias no tienen a quién enterrar. La iglesia anda también consternada porque "sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia".

Caos

"La ausencia de la muerte es el caos, es lo peor que le puede ocurrir a la especie humana, a una sociedad", asegura durante la entrevista el escritor, que en la novela huye del tono grandilocuente con el que a veces se trata este tipo de cuestiones, y reconoce que su libro "sería impensable en el Romanticismo, en el que la muerte era algo aterrador y se trataba de forma muy retórica".

En la segunda parte del libro, y cuando ya todos empezaban a adaptarse a la nueva situación, la muerte decide reanudar su actividad, pero lo hace de una forma sorprendente: envía cartas a quienes van a morir y les comunica que tienen un plazo de siete días para prepararse. De nuevo, vuelven el caos y el desconcierto.

En el tramo final de la novela, traducida al castellano por Pilar del Río, esposa del escritor, Saramago se torna más poético e intimista y abandona el lenguaje satírico e irónico que invade buena parte del libro. Sátira e ironía bajo las que se esconden duras críticas al comportamiento de los gobiernos, la iglesia, los medios de comunicación y otros estamentos de la sociedad.

Música

La música adquiere un papel importante en esa recta final de la novela, la parte más hermosa del libro, en opinión de algunos de los que lo han leído, y en la que también irrumpe uno de los "personajes" preferidos del escritor: el perro. El escritor ha perdido recientemente uno de los que tiene en su casa de Lanzarote y se entristece cuando se le menciona el asunto. "No me hable de eso", ruega.

El autor de Ensayo sobre la ceguera y La caverna, entre otros muchos títulos, llega a una conclusión en su novela "de lo más obvia que hay: la vida no puede vivir sin la muerte, aunque parezca una paradoja; nosotros tenemos que morir para seguir viviendo".

"No es que sea mejor morir que vivir, sino que, sencillamente, deberíamos tener otra mirada en relación a la muerte, aceptarla como una consecuencia lógica de la vida", señala Saramago, quien en un momento dado recuerda lo duro que puede resultar a veces "tener conciencia de la muerte". A él le sucedió a los "17 ó 18 años, y eso es lo peor que hay".

Amor

El nuevo libro de Saramago es también "una historia de amor", y si hay "una tesis final, no prevista en un principio, ésa sería la de que nuestra única defensa contra la muerte es el amor". El escritor cree que Las intermitencias... es quizá su novela "más divertida".

El humor impregna las 280 páginas del libro y el autor espera que, "en un asunto tan serio como la muerte, la gente se ría e incluso más que eso, que ría a carcajadas".

Cuando se le pide una opinión sobre su novela, responde con un prudente "no está mal", ya que no se quiere "anticipar al juicio de los lectores y de la crítica". Pero reconoce que está "muy contento" con el libro porque "nadie ha escrito una novela sobre un tema como éste".


Las intermitencias de la muerte
Fragmentos del primer capítulo

Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada.

(...)

No todo es fiesta, porque, al lado de unos cuantos que ríen, siempre habrá otros que lloren y a veces, como en el presente caso, por las mismas razones. Importantes sectores profesionales, seriamente preocupados por la situación, ya comenzaron a transmitir la expresión de su descontento ante quien procediera. Como era de esperar, las primeras y formales reclamaciones llegaron de las empresas del negocio funerario.

(...)

Se esperaba de un momento a otro un dramático llamamiento del rey a favor de la concordia nacional, un comunicado del gobierno anunciando un paquete de medidas urgentes, una declaración de los altos mandos del ejército y de la aviación, porque, al no haber mar, marina tampoco había, reclamando fidelidad absoluta a los poderes legítimamente constituidos, un manifiesto de escritores, una toma de posición de los artistas, un concierto solidario, una exposición de carteles revolucionarios, una huelga general promovida conjuntamente por las dos centrales sindicales, una pastoral de los obispos llamando a la oración y al ayuno, una procesión de penitentes, una distribución masiva de panfletos amarillos, azules, verdes, rojos, blancos, incluso se llegó a hablar de la convocatoria de una manifestación gigantesca en la que participaran los millares de personas de todas las edades y condiciones que se encontraban en estado de muerte suspendida, desfilando por las principales avenidas de la capital en camillas, sillas de ruedas, ambulancias o en las espaldas de sus hijos más robustos, con una pancarta enorme abriendo la manifestación, que diría, sacrificando nada menos que cuatro comas por la eficacia del dístico, Nosotros que tristes aquí vamos, a vosotros felices os esperamos.

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