Lorenzo Meyer/ Grupo Reforma
El 26 de julio, el presidente del Partido Acción Nacional (PAN) anunció en Guanajuato y con gran entusiasmo que el propósito de su partido es, ni más ni menos, que la "guanajuatización" de México. Como proyecto nacional de un partido en el poder, la propuesta muestra que, por lo que a pobreza de ideas se refiere, el PAN es radical y va a fondo. Por la circunstancia en que el proyecto del PAN fue anunciado, se puede colegir que "guanajuatizar" incluye "foxizar": hacer de México un territorio compatible con las formas e intereses que representa el ex Presidente Vicente Fox.
El contraste
En general, en México el político es percibido como un personaje que concibe al poder como un medio para servir, en primer lugar, a sus intereses personales y de grupo. Al político profesional se le considera un individuo de relaciones y conexiones, dispuesto al compromiso, de buena memoria, pero capaz de olvidar al instante, gente de palabra fácil, espina dorsal flexible y principios éticos desechables. En cualquier caso, rara vez se le percibe como una fuente de ideas aunque sí propenso a ocurrencias, como la "guanajuatización".
Entre nosotros abundan los personajes públicos decididos a no perder el tiempo buscando y analizando los "grandes textos". Prefieren invertir su energía en "hacer política" y no en la ciencia política. No le ven sentido a dominar la teoría ni a aprender de lo sucedido en otras partes o épocas. En tales circunstancias resulta fuera de lo ordinario toparse con un político profesional, como es el caso de Porfirio Muñoz Ledo -Secretario de Estado, presidente de partidos, legislador, candidato presidencial, embajador, etcétera- que también se mueve con soltura en el campo de las ideas de la teoría política y que, vía el ensayo, es capaz de formular un diagnóstico del proceso político mexicano y que contiene explicaciones de fondo sobre la realidad en que estamos inmersos, así como propuestas para modificarla positivamente.
De libros a libros
No es Porfirio el único político que ha publicado un libro en estos días, pero "La ruptura que viene. Crónica de una transición catastrófica" (Grijalbo, 2008 ), se hace más notable justamente porque se le puede comparar con las obras recién aparecidas de Vicente Fox, Carlos Salinas o Manuel Espino. La distancia que separa a uno de los otros es enorme. En los ensayos de Muñoz Ledo hay elementos de justificación personal, pero finalmente éstos son secundarios, lo central es un diagnóstico del poder en México que obliga al lector a la reflexión y a definirse. En contraste, los otros libros son justificación pura, obras pequeñas en su espíritu y cuya lectura sólo se justifica por obligación de periodista, investigador o por lealtad personal.
Porfirio es un personaje controvertido. Los caminos de su biografía lo han llevado a asumir conductas que parecieran contradictorias. Ha cambiado de adscripción varias veces y ha chocado con numerosos actores y herido algunas susceptibilidades. Sin embargo, eso no debe contar al juzgar sus ideas, de la misma manera que, por ejemplo, es improductivo analizar las ideas pedagógicas de Juan Jacobo Rousseau en torno a la educación moral y "natural" del niño que propone en su "Emilio", en función del desapego que el autor mostró frente a sus propios hijos. Lo útil es examinar los argumentos de Muñoz Ledo considerando su capacidad para explicar la situación en que se encuentra México y las soluciones que ofrece.
Juicio
Es obvio que la publicación de los ensayos de Muñoz Ledo no se pensó como alternativa al proyecto panista de "guanajuatizar" a nuestro país, pero en los hechos puede funcionar como tal, al proceder a contrastar las formidables posibilidades que se abrieron para México con el triunfo electoral de Vicente Fox en el 2000 y la manera tan irresponsable, absurda y torpe como éste las desperdició.
Ese desperdicio de la oportunidad para poder introducir cambios sustantivos en las instituciones y en sus contenidos, tan largamente esperada y trabajada por muchos, va a pasar a la historia como la gran responsabilidad de Fox, de su grupo y de los intereses económicos que lo respaldaron y alentaron a seguir por el camino que finalmente siguió.
El 2000 fue un momento histórico con características que difícilmente se podrán replicar en el futuro previsible. En la pérdida de esa oportunidad no sólo entraron en juego la ignorancia política y la falta de visión histórica de Fox sino también la pusilanimidad y un terrible fallo moral, pues no fue otra cosa la decisión de él y los suyos de poner el poder y la legitimidad recién ganados al servicio no del cambio constructivo sino de sus intereses personales y de los grandes grupos empresariales, sin importar que en el discurso que les ganó el voto hubiera un compromiso con el "bien común" de largo plazo, tal como ellos mismos lo habían definido en documentos y discursos.
Porfirio Muñoz Ledo, que ha vivido en el ojo del huracán de la transición mexicana, ha logrado destilar, en "La ruptura que viene", su experiencia personal combinada con una visión del conjunto. Gracias también a su capacidad para fundamentar sus explicaciones en términos teóricos, su libro resulta, entre otras cosas, una cadena bien argumentada de dónde estamos, de las tareas incumplidas y de las salidas posibles. Es, además, un juicio muy severo sobre Fox como hombre público, sobre el foxismo y sobre la "guanajuatización" de México.
La tarea que no se acometió
En "La ruptura que viene", el autor da testimonio que al momento de su victoria, Fox y su círculo contaban ya con la información y los elementos teóricos y prácticos, para saber que su tarea central era llevar a cabo el gran cambio del andamiaje constitucional para acelerar la cancelación del pasado y ganar el futuro. Muñoz Ledo, desde el 2000, propuso que "toda transición culmina en una nueva Constitución" y luego sentenció: "Sería anómalo que una transición democrática que por definición es una ruptura pactada, no culmine en una Nueva Constitución".
Ya con Fox en la Presidencia, nuestro autor se colocó a su lado para insistir y proponer que la extraordinaria energía política surgida de la nueva legitimidad se encauzara al logro de una gran meta: la reforma del Estado. De inmediato, Muñoz Ledo se puso, y puso a muchos otros, a trabajar en una comisión plural para trazar el objetivo y el plan de ruta de una tarea que debería consistir en "algo... de demolición y mucho de reconstrucción".
Se trataba de destruir, así como de construir otras reglas del juego para facilitar el arranque de una etapa histórica con una nueva estructura constitucional que girara en torno a un puñado de temas, todos sustantivos: los derechos humanos, los deberes fundamentales, la soberanía y el poder ciudadano, los objetivos económicos y sociales del Estado, los poderes públicos y las disposiciones generales cuyo meollo sería lograr y sostener el estado de derecho.
En realidad Fox nunca tomó en serio la comisión y sus 180 propuestas. Sí, en cambio, vio a Porfirio Muñoz Ledo como a un aliado incómodo al que se quitó de encima dándole un cargo diplomático en Europa. Al final, el cambio de Fox resultó pobre, huero y desembocó en lo que ya a inicios del 2001 sentenciara el autor de "La ruptura que viene": "Una transición que no desemboca en una nueva legalidad no es una transición. Es un cambio de autoridades o de partido, pero no una transición". Eso fue lo que pasó, eso es lo que hoy tenemos, ésa es la "guanajuatización", uno de cuyos productos ha sido la parchología, es decir, continuar con un arte dominado por el PRI: parchar (la Constitución, las instituciones y las prácticas) para no cambiar.
En suma
El fracaso de la reforma del Estado lleva a concluir, entre otras cosas, que hoy "la sociedad no está en el poder, pero el poder tampoco está en el Estado. La concentración del ingreso produce invariablemente la concentración del poder, pero éste ya no se encuentra esencialmente radicado en los poderes constituidos, sino en instancias ajenas a la república".
México, en vez de consolidar su democracia, va en camino de convertirse en un Estado fallido caracterizado por "la descentralización del autoritarismo y la metástasis de la corrupción". El resultado es un país donde "el Estado se vacía de poder y la sociedad de confianza".
No ha habido cambio de régimen: "Rompimos con un sistema, pero no acertamos a crear otro nuevo... el autoritarismo no se terminó, sino que se repartió, y la venalidad no se extinguió, sino que se pluralizó". Una ruptura con lo caduco fue posible, pero quienes debieron conducirla se negaron a aprovechar la oportunidad. Por tanto, el pasado no ha pasado y la tarea sigue pendiente.
opinion@elnorte.com
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