Germaine Gómez-Haro
Hay creadores cuyo arte sufre las inclemencias y bondades del paso del tiempo de manera más enrevesada que otros. El contexto y la circunstancia que a cada artista le toca vivir son factores determinantes del devenir de su obra, en algunos casos inclusive más allá de la justa valoración de su trabajo. Gustav Klimt es un claro ejemplo del artista celebrado en sus días, olvidado e inclusive rechazado después de su muerte, y rescatado años más tarde para ser colocado en uno de los pedestales más altos del arte del siglo XX. Sus pinturas, confiscadas por los nazis por ser consideradas “arte degenerado”, después de la segunda guerra mundial recuperaron literalmente el esplendor áureo que su autor les imprimió, a tal punto que en 2006 el celebérrimo Retrato de Adèle Bloch-Bauer se convirtió en el cuadro más caro del mundo, adquirido en subasta por 135 millones de dólares por el magnate de la industria cosmética Ronald Lauder. A 150 años de su nacimiento, Gustav Klimt es festejado con diez magnas exposiciones en Viena y otras más en diferentes partes del mundo. Los estudiosos del artista consideran la ocasión pertinente para revisitar su obra y proponer una fresca lectura de su compleja y exuberante pintura que –como en el caso de Frida Kahlo– ha sido víctima de una enajenación mercantilista desmesurada que banaliza el valor intrínseco de su trabajo, una de las creaciones más originales, honestas y estremecedoras del arte moderno universal.Nuda Veritas, 1899 |
El surgimiento de un icono
Gustav y sus dos hermanos, Ernst y Georg, se iniciaron en el oficio de la orfebrería, al cual solo Georg dio seguimiento, mientras que Gustav y Ernst muy pronto manifestaron una inusual destreza para la pintura y el dibujo, lo cual los llevó a matricularse en la Escuela de Artes Decorativas. Junto con Franz Matsch, los hermanos Klimt fueron los discípulos más cercanos de Ferdinand Laufberger, pieza clave del movimiento de diseño decorativo que por esos años estaba en pleno apogeo en la renovación de la capital vienesa. Entusiasmado por el extraordinario trabajo en equipo que realizaban los tres jóvenes, Laufberger fue el motor que los lanzó a la realización de importantes obras por encargo que muy pronto los catapultaron a la fama: en 1879 trabajaron en el proyecto para celebrar las bodas de plata de los emperadores Francisco José y Sissi; en 1880 decoraron las pechinas y el plafón de la sala de reuniones del Palacio Sturany en Viena y la escena principal del plafón del balneario de Karlsbad, en la República Checa. En 1883, tras finalizar sus estudios, los tres artistas rentaron un estudio y formaron la Compañía de Artistas, un taller que ofrecía la producción de pintura mural decorativa para espacios públicos. Dado el auge de la renovación arquitectónica por el que atravesaban numerosos edificios de la recién trazada Ringstrasse (la majestuosa calle circular que rodea la ciudad, donde el monarca hizo levantar los edificios más suntuosos) el trío de jóvenes artistas recibió múltiples encargos, entre ellos las pinturas para el nuevo teatro de Viena –el Burgtheater–, por el que Gustav recibió en 1888 de manos del emperador la Cruz de Oro al Mérito Artístico. Formó parte de la Kunstlerhaus (Casa de los Artistas), donde se reunían los creadores más destacados del momento, y ese mismo año realizaron las pinturas para el Museo de Historia del Arte (Kunsthistorisches Museum), por las que les fue otorgado otro importante reconocimiento. Las obras de este período obedecían a la tradición académica neoclásica promovida por el Estado, un estilo historicista que muy pronto comenzó a cansar al inquieto Gustav, cuyos demonios internos comenzaban a aflorar.
Las tres edades de la mujer(fragmento), 1905 |
La secesión vienesa y la lucha por la libertad del arte
1897 es una fecha crucial en el panorama cultural de la flamante capital austríaca, por esos años ya convertida en una urbe altamente sofisticada y cosmopolita comparable a París, el epicentro artístico del fin de siècle. En los cafés y tertulias de salón en las que Klimt participaba, alternaban los escritores Karl Kraus, Arthur Schnitzler, Hermann Bahr, Hugo von Hofmannsthal, Peter Altenberg; los pintores Carl Moll, Ferdinand Andri y Koloman Moser; los arquitectos responsables del nuevo urbanismo vienés Otto Wagner, Adolf Loos, Josef Hoffmann y Josef Maria Olbrich; los músicos Gustav Mahler, Arnold Schönberg y Anton von Webern, y una figura clave cuya influencia fue crucial en el devenir de todos los creadores del momento: Sigmund Freud.
Judith II (Salomé),1909 |
Del escándalo a la consagración
Inmerso en el frenesí creativo propiciado por los aires liberales de la secesión, Klimt realiza dos pinturas emblemáticas que son el detonante de un estilo que alcanzará el más alto grado de sofisticación en la representación de la mujer: Palas Atenea (1898) y Nudas Veritas (1899), en cuya sección superior se lee un verso de Schiller que el artista hace suyo como leitmotiv de su postura estética: “No puedes agradar a todos/ con tu hacer y tu obra de arte;/ haz justicia sólo a unos pocos;/ gustar a muchos es malo.” Con esa premisa, Klimt entra de lleno a la modernidad y consolida su lenguaje estético contra viento y marea, según sus propias palabras: “Lo importante para mí no es a cuántos gusta, sino a quiénes.”
Palas Atenea, 1898 |
Judith con la cabeza de Holofernes, 1901 |
Friso de Beethoven (fragmento), 1902
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