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Audio de Diana Cordero, contiene un homenaje a Bety Cariño. Para escucharlo visita la página con los audios de la Columna Radiofónica En Tiempo, colaboración de Diana Cordero para el Noticiero de Somos Uno Radio. Da click aquí.
Cada vez somos más los que creemos que otro mundo es posible ! Las formas de comunicación son importantes en estos aciagos tiempos. Hagamos del ingenio y de la inteligencia un instrumento de lucha para construir un mundo nuevo.
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Escrito por Olga Harmony |
![]() Luis Valdez es el gran clásico del teatro chicano y si Zoot suit marca el momento en que su creador accede al teatro profesional, guarda muchas de las constantes de ese teatro y de las comunidades chicanas de la época y aunque no se ocupe del imposible regreso a Aztlán, sí habla de la familia patriarcal como núcleo de identidad (lo que muestra la única parte envejecida de la obra con las actuaciones de Alma Martínez y Marco Antonio García como los padres) o la vuelta a las raíces prehispánicas en la escena en que El Pachuco es desnudado y emerge como Tezcatlipoca. Para quien, en una de las frecuentes visitas que hizo a México, dijo que su teatro era mitad Brecht y mitad Cantinflas, el elemento brechtiano priva en este drama con música tanto por la estructura en escenas que tienen un nombre específico y las frecuentes rupturas que hace El Pachuco al dirigirse al público o hablar de su presencia, como al escribir de un suceso del pasado -el crimen de Sleepy Lagoon- para despertar conciencia en hechos más recientes, porque aun en los años 70, época de la escritura de la obra y todavía a la fecha, el racismo estadunidense golpea a los no nórdicos. Los tres finales que propone el autor corresponden a los posibles tres destinos que un joven chicano pudo haber tenido en los años 40 y que a lo mejor no son tan distantes de lo que puede ocurrir hoy: asimilación, muerte en la cárcel o en campo de batalla. Muchos hemos visto la película, que junto a La Bamba es el mayor referente de Valdez para la gente más joven, y hay que congratularse de que en esta nueva producción de la Compañía Nacional de Teatro con que se reabre el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM -coproductora a través de la Dirección de Teatro- no se intenten repetir los modelos del filme o de la producción de Broadway a pesar de que se contó con el mismo director, sino que se haya recurrido a nuevos diseñadores. Se conserva la música de Lalo Guerrero aunque en arreglos de otros compositores y también se conserva el imprescindible telón formado por un periódico del que emergerá El Pachuco, que da la tónica de la escenografía de Sergio Villegas que recurre a periódicos -además de las palmeras y otros aditamentos del centro nocturno- para formar paredes y moblaje, sobresaliendo el piano del booggie Marihuana que se transforma en estrado del juez. La iluminación de Matías Gorlero, con sus estridentes luces de neón, y el vestuario de Jerildy Bosch y Mayra Juárez, así como la coreografía del también director residente Antonio Salinas, respetan en todo la época del hecho en que se basa el espectáculo. Los actores de la CNT y algunos invitados, dan muestras de su versatilidad. En la imposibilidad de mencionar a todos los integrantes del elenco, daré cuenta de algunos sin extenderme. Enrique Arreola destaca como El Pachuco y Everardo Arzate como Henry Reyna, sus hermanos (Gabriela Betancourt y Luis Lesher), su pandilla (Karina Díaz, Arturo Reyes, Octavio Michel, Constantino Morán, Mileth Gómez y Ana Ligia García), las tres inquietantes pachucas (Carmen Mastache, Gabriela Núñez y Rocío Leal), sus amigos estadunidenses (Diego Jáuregui y Georgina Rábago), además de Juan Carlos Remolina en tres diferentes papeles y Óscar Narváez como el juez, con el añadido de las bailarinas y los bailarines invitados. |
![]() Miguel Hernández frente a la Catedral de San Isaac en Leningrado, septiembre de 1937 |
![]() Fotografía del carnet de presidiario de Miguel Hernández |
Perito en lunas Luis María Marina El de Miguel Hernández es uno de esos casos, tan del gusto contemporáneo, en que la figura del hombre pareciera luchar un duelo fratricida con la palabra del poeta. Se ha empleado tanto tiempo en discernir si su padre era tratante de cabras o simple cabrero, si el carácter del hombre se forjó en su formación o amistades católicas, en sus bucólicas excursiones o su enamoradiza inclinación, que nos hemos olvidado de leer toda su obra. Pecado venial si no fuese porque Miguel ha llegado a ser un poeta mayor de nuestra lengua con escasos cinco poemarios: Perito en lunas, El rayo que no cesa,Viento del pueblo, El hombre acecha y Cancionero y romancero de ausencias; sumados, no llegan a dos mil versos. Obedezca esta circunstancia a la confluencia azarosa de vida y obra o a una confusión inducida por el propio poeta en el Cancionero, lo cierto es que los dos Migueles, el hombre de letras y el hombre a secas, se funden en el torrente imparable de la Guerra civil y así llegan a nosotros, como aguas revueltas que los meandros de estas apenas siete décadas transcurridas desde su muerte han sido incapaces de decantar. Conscientes del riesgo de perdernos en tan tupido bosque, limitémonos a explorar cómo el poeta Miguel Hernández se convierte formalmente en tal, cómo publica sus primeros y acaso menos leídos versos, cómo, en fin, obtiene su peritaje en lunas.Perito en lunas, poemario publicado en 1933 en la Colección sudeste de Murcia, con una tirada de sólo trescientos ejemplares, supone el ingreso del poeta de Orihuela en el concurrido ruedo poético de la España de los primeros treinta. Por esas mismas fechas Juan Ramón continúa escribiendo versos de La estación total, Lorca rumia aún los poemas de su fecunda estancia en Estados Unidos (de la que nacerá Poeta en Nueva York, sólo publicado en 1940, en México, gracias a Altolaguirre), Aleixandre acaba de publicar Espadas como labios y de recibir el Premio Nacional de Literatura por La destrucción o el amor –que no verá la luz hasta 1935–, Jorge Guillén sigue ampliando las resonancias de su soberbioCántico, Cernuda está a punto de dar a la prensa Donde habite el olvido. Sin miedo aparente a parecer un enano en medio de esta generación de gigantes muy conscientes de su propia estatura (“hoy se hace en España la más hermosa poesía de Europa”, escribirá Lorca a Hernández), el joven y audaz (¿temerario?) poeta provinciano, su lira balbuciente, dubitativo aun en el nombre –es el único de sus libros firmado como Miguel Hernández Giner–, el corazón y la cabeza a punto de estallar por la opresión de los versos contenidos, tiene la osadía de presentarse con una breve colección de cuarenta y dos octavas reales, apenas 336 endecasílabos. Si la comparación, evidente, con sus maestros contemporáneos no arredra a Miguel, menos aún lo hará el cotejo con los clásicos, de quienes mana su verdadero manantial. La estrofa elegida es aquella “octava rima” que Boscán trajera a nuestra lengua rescatándola de las itálicas costas y que Garcilaso y Góngora elevarían entre nosotros a alturas inigualables. Siglos después de que la Tercera Égloga y laFábula de Polifemo y Galatea hubiesen aparentemente agotado los recursos de esta estrofa, Miguel Hernández busca mostrar su dominio del “bajo son de la zampoña ruda” que Garcilaso, donoso cortesano, y Góngora, poltrón beneficiario de suculentas canonjías, sólo habían experimentado en latinas páginas y que el poeta de Orihuela ha tallado con sus propias manos.
Pero, igual que el alma que abandona el cuerpo durante la experiencia mística no desdeña la prisión que antes la contuvo y a la que inevitablemente ha de volver, el poeta habla de esas cosas feas y tristes con alegre melancolía, pues en ellas va su íntimo ser y a ellas han de retornar sus pasos. En esa pobre mesa campesina hay “colores agradables a los dientes”. La vendimia se resuelve en animado baile. La granada es revolución de los huertos. El azahar, “en el principal mundo de tu aliento/ en un mundo resume un mediodía”. La lavandera agachada sobre la ropa, en la ribera, se convierte para el niño que la observa oculto tras de un árbol en deseo puro, suprema tentación infantil. El gallo, “arcángel tornasol, … dentado de amaranto, anuncia el día”. Las ubres de la cabra mudan en sutiles “manantiales de luna”. El surco, resumen y símbolo del ciclo vital, “brío, era, masas, horno”. Experiencias todas ellas que nos hablan de una infancia paleolítica en pleno siglo XX, inmutable, esencia permanente de la especie en su comunión iniciática con la naturaleza. Si amplia y bien documentada es la influencia de Neruda sobre la poesía de Miguel Hernández, no hay que olvidar que en este surco abierto por la yunta de Miguel y que eleva el artefacto cotidiano (rural aquí, y no bucólico) a artefacto poético, han de florecer, llegada la sazón, las Odas elementales del chileno. En otros momentos, la barroca perífrasis amenaza con anegar ciertos versos de honda inspiración popular. Tamizada, claro, a través de la lente de Lorca. Tal el caso de los que dedica a los gitanos en la octava XVI, “Serpiente”: “Dame, aunque se horroricen los gitanos,/ veneno activo el más, de los manzanos.” O los de la octava XXIX, una de las más logradas, dedicada a las gitanas, con claros resabios del Romancero gitano: “¡Lunas!, Como gobiernas, como bronces,/ siempre en mudanza, siempre dando vueltas./ Cuando me voy a la vereda, entonces/ las veo desfilar, libres, esbeltas.” En ese retablo lorquiano no pueden faltar dos siervos de la luna, el toro y el torero, a quien grita el poeta con castizo acento: “¡Ya te lunaste!” Perito en lunas es extraño y exuberante. Por momentos, la idea parece a punto de perderse en el laberíntico hipérbaton, en la frondosidad de la metáfora culterana. Mas las raíces de donde tales versos se nutren son tan profundas que impiden que la planta joven se destierre. Nos referimos, por un lado, a esa genialmente extraña unión que representa la doble herencia de nuestro Siglo de Oro: poesía excelsa y suprema pobreza. Del mismo modo que el estiércol nutre la más bella flor, la más postrada condición del hombre alienta versos soberbios. El de Orihuela no fue el primero ni será el último en la legión de poetas pobres que en el mundo ha sido (“he oído decir que [la poesía] es pobrísima y tiene algo de mendiga” espeta la gitana de la novela ejemplar de Cervantes al paje aspirante a poeta), pero quizás sí el primero entre nosotros que hace de la pobreza su patria poética, desbrozando el camino que luego seguirán la poesía social de la postguerra o la poesía pobre del Blues castellano. Por otro, al estoicismo nihilista impreso en las entrañas y la memoria de cada español y que Jorge Manrique convierte en adagio: “Cómo se viene la muerte/ tan callando.” Como hierba todavía fresca, en la poesía de Perito en lunas apunta ya el suicida en cierne, el Miguel nihilista que presiente la lluvia de cuchillos –muerte callada–, que los augura por doquier, también clavados en su pecho. Como en todo buen primer libro, múltiples son las influencias. La falta de oficio la suplen con creces las lecturas (si no incontables, sí exprimidas al máximo), los infinitos ensayos, la intuición febril. Perito en lunas bebede Garcilaso y Góngora, de Aleixandre y Ramón Gómez de la Serna, de Valéry. Aun en la visualidad de ciertas imágenes, atisbamos un cuasi caligrama: “Anda, columna, ten un desenlace de surtidor”, escribe en la octava V, “Palmera.” En lo profundo, Hernández no desdeña el impulso romántico, que llega a su venero por afluentes modernistas más que becquerianos (el raro epíteto opimos, que leemos en la octava II, aparece al menos en tres ocasiones en las Lascas diazmironianas). Como buen primer libro, Perito en lunas pasó prácticamente desapercibido para los lectores y la crítica de su tiempo. Federico García Lorca trata de consolar al oriolano: “Tu libro está en el silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro, que tanto encanto y tanta fuerza tenía.” Cómo saber si esta palabra de aliento del colega igualmente joven pero ya consagrado fue determinante para que Miguel Hernández siguiera haciendo versos, componiendo libros quizás mejores, más sinfónicos, más completos. En todo caso, ya en este primer ensayo su voz poética se afirma sólida, con la brillantez propia del poeta primerizo, impaciente, preñada de intuiciones. ConPerito en lunas y sus cuatro libros posteriores, señala Luis Felipe Vivanco –compañero de la generación de ’36, llamada “promoción de la República”, pero inevitablemente asociada ya para siempre a la guerra del millón de muertos–, Miguel acabará, pese a su muerte, “quedándose, y quedándose como poeta español, poeta de la verdad humana siempre” Dos poemas
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