Sanjuana Martínez
Sao Paulo, 26 de noviembre. El contraste de la ciudad financiera y empresarial de Brasil se divisa desde cualquier ángulo: la próspera avenida Paulista, el río Tieté, afluente del Paraná, y las mil 863favelas que albergan el símbolo de la desigualdad del crecimiento económico y el subdesarrollo.
En los alrededores de esta megalópolis no solamente están las grandes ensambladoras de automóviles europeos, asiáticos y estadunidenses; las industrias papeleras, farmacéuticas, químicas, de alimentos y de la construcción; también se encuentran los asentamientos humanos provocados por el desequilibrio en la distribución de la riqueza. Más de 2 millones de personas viven en las favelas de esta ciudad, generadoras de noticias sobre la violencia y el narcotráfico.
Al lado de los edificios de viviendas suntuosas, separados por una calle en la subprefectura de Ipiranga, se ubica Heliópolis, la favela más grande de la ciudad con 190 mil habitantes en una superficie de un millón de metros cuadrados.
En los cerros, las estrechas y empinadas calles cubiertas de casitas de cartón, madera, lámina, ladrillos y cemento son una aproximación visual de la pobreza urbana que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva intentó atacar con programas sociales para reducir las desigualdades económicas de casi 7 millones de brasileños. Casi 4 por ciento de la población de Brasil sigue viviendo en favelas. En la pasada década la población ha ido creciendo de manera paulatina en un 40 por ciento.
Entrar a Heliópolis, Ciudad del Sol, es adentrarse en una configuración urbana singular con un sistema de organización social único en el mundo. Es un entorno autogestionado desde hace 30 años, cuyos vecinos no esperaron a que el Estado resolviera sus problemas. Los habitantes de esta periferia que concentra a la clase trabajadora y obrera tienen su propio banco, escuelas, seguridad, tiendas, bares, centros comunitarios, deportivos, bibliotecas, cines... Es un Estado por encima del brasileño.
La violencia, la inseguridad y el tráfico de drogas forman parte de la vida en las favelas, ciudades perdidas hasta donde han llegado los flujos migratorios de las zonas rurales. La autonomía del lugar es asumida por todos. Aquí ni la policía paulista entra: “Más que combatir a los narcos, combatimos la pobreza”, dice Emerson Abreu Santana, encargado de la seguridad del barrio junto a otros 39 hombres y líder de la Unión de Núcleos y Asociaciones de Vecinos de Heliópolis (UNAS, por sus siglas en portugués).
La situación en las favelas de Río de Janeiro, que viven un gran operativopoliciaco y militar, ha alertado a los vecinos. El encargado de la seguridad intenta explicar el fenómeno del tráfico de drogas dentro de las favelas: “Losnarcos están en esto por no tener otras oportunidades, ni otra forma de ganar dinero. Entraron al mundo de las drogas por las dificultades que enfrentaron en la vida. Nuestro trabajo es de prevención. Intentamos que nuestros adolescentes nunca caigan en las adicciones. Es nuestra manera de combatir el narcotráfico, pero no podemos correr a los traficantes. Ellos nacieron aquí y forman parte del lugar”.
Emerson habla mientras recorremos las calles de la favela en moto. Los puntos de venta están claramente identificados y los traficantes también. La mayor parte de los compradores de droga son personas de clase media y alta. Los forasteros son fácilmente identificados. También existe el sistema de entrega a domicilio. Los traficantes se desplazan en motos para llevar la droga a sus clientes. El verdadero negocio, sin embargo, no es elnarcomenudeo, sino el tráfico a gran escala que también sale de aquí.
“Hay cocaína, mariguana y crack. Cada dosis cuesta entre 5 y 10 reales. No es caro. Pero aquí el tráfico sobrevive no por los habitantes de lafavela, sino por las personas de afuera que vienen a comprar. Son consumidores y vienen porque saben que aquí hay seguridad. No hay policías. No serán robados. Vienen personas con poder adquisitivo muy fuerte a comprar aquí”, dice Reginaldo José Gonçalves, coordinador de la radio comunitaria de Heliópolis.
Para entrar a la oficina de la estación de radio hay que pasar por un auténtico laberinto de pasillos y casas:Para nosotros un traficante de droga es un vecino más. No podemos interferir en lo que hace. Él respeta nuestro trabajo de prevención y nosotros respetamos lo que hace. No podemos decir no trafiques. Nuestro trabajo es evitar que las personas se conviertan en consumidores. Y vamos a lograrlo, dándoles opciones: estudio, proyectos sociales o educativos. Entre más pobre sea un lugar, más vulnerables serán los jóvenes ante las drogas.
El nivel de adicciones es una preocupación generalizada. No existen en las favelas centros de rehabilitación, y Reginaldo reconoce que el trabajo comunitario se centra en la prevención: “No hay programas de desintoxicación. Por lo mismo, evitamos que entren en ese mundo, porque difícilmente van a salir. En Heliópolis no hay manera de salir. Trabajamos en un concepto de barrio educador. Y a las personas les da vergüenza ser traficantes. Los actualesnarcos ya estaban antes. Entran y no encuentran la manera de salir. Son personas que no tienen opción de trabajo con poco estudio. Y acaban infelizmente en el mundo de las drogas. Tienen la vida contada, muy corta”.
Decenas de jóvenes son reclutados como soldados por los narcotraficantes. El crimen organizado factura millones de dólares al año por la venta de droga.
Reginaldo asegura que a través del proyecto Centro de los Niños y los Adolescentes se refuerza la comunidad escolar de entre 7 y 14 años:Pretendemos mantenerlos siempre ocupados con clases de refuerzo escolar, teatro, medio ambiente, ciudadanía, música...
–¿Y la policía?
–Aquí no entra la policía. La policía no resuelve nada; al contrario, lo empeora todo. Y la comunidad ya no habla a la policía cuando pasa algo, porque ya entendimos que la policía no hace lo que tiene que hacer. En vez de llegar y ayudar, muchas veces estorba. Quien hace la propia seguridad son los habitantes de Heliópolis. Antes las matanzas eran normales. Ahora ya no. Ya no hay asesinatos ni robos. Hay una seguridad de hombres de la misma comunidad. Nosotros tenemos nuestra propia seguridad. Nos organizamos y nos cuidamos unos a otros. Es muy difícil que aquí tengamos crimen organizado. Yo me siento más seguro dentro de la favela que afuera. Por increíble que parezca.
La tranquilidad del barrio es precisamente lo que le gusta a Thays Foge Jacintho, de 19 años. Es mulata y va vestida con una miniblusa y un pantalón tejido a la cadera que deja ver su ombligo. Camina por los callejones hasta llegar a la cabina de la radio comunitaria. Allí la locutora ofrece servicio social entre samba y bossa nova: A Doña Sandra se le perdió su cotorro y pide información. Si alguien lo ha visto por favor comunicarse con ella.
Al principio en la favela había que comunicar las noticias y las necesidades de la gente por medio de bocinas y con micrófono en mano, recorriendo las calles. Pero hace 18 años nació la Radio de Heliópolis, una estación clandestina que fue cerrada en varias ocasiones, pero que finalmente el Estado legalizó hace dos años. La importancia de este medio de comunicación ha sido decisiva para la construcción de ciudadanía y solidaridad que mueven los hilos del lugar. Reginaldo está orgulloso de los resultados: En Heliópolis trabajamos con un concepto de barrio educador. En cada casa, en cada esquina, en cada bar, en cada tienda, siempre tenemos a alguien que está enseñando algo a niños y jóvenes. Les ayudamos a buscar trabajo, a entender los conceptos de solidaridad y tolerancia. Es una manera de combatir la violencia, el tráfico de drogas, la falta de escuelas, de hospitales. Aquí no hay parques, ni espacios de esparcimiento para los niños ni para los jóvenes. Y como no tienen esos espacios y están mucho tiempo en la calle son vulnerables a la criminalidad y a las drogas.
La droga fue una de las grandes preocupaciones de Gerardo Pereyra de Sousa a la hora de educar a sus dos hijas. Vive en la favela desde hace 27 años. Logró que sus dos hijas fueran a la universidad con el ingreso que obtiene de su bar. Se siente satisfecho de poder romper el ciclo de marginalidad y pobreza: “La favelatiene su propia vida. Lo que tengo lo conseguí aquí adentro. La casa en la que vivo costó 200 mil reales y la compré con dinero que gané aquí. Nosotros somos dueños de nuestras vidas, y si queremos lo mejor, lo tendremos.”
La clave es el liderazgo
Ofrece una cerveza Skol a Gil, el fotógrafo del barrio, un hombre alegre y dicharachero: “El gobierno local quería acabar con Heliópolis. Imposible. Las favelas no van a desaparecer así. Luego llegó Lula y nos dio dinero para hacer mil 500 departamentos. Esta es una de lasfavelas más desarrolladas. La clave es el liderazgo. Obtuvimos lo básico exigiendo al gobierno hospitales. guarderías, escuelas... Ahora estamos mucho mejor y si las cosas no van bien, salimos a protestar. Hay que luchar. No podemos estar de brazos cruzados. No nos conformamos con lo poco que nos quieren dar. Si no reclamamos, nada caerá del cielo. Hay que hacer ciudadanía. No es nada más votar”.
Aunque los traficantes de droga dominan la mayoría de las favelas, en Heliópolis la comunidad no ha permitido que impongan su ley como en otros barrios, dice Delmiro Monteiro Farias, de 71 años, quien fundó con un grupo de vecinos la favela: Aquí había 26 campos de futbol cuando llegamos. Ahora no hay ninguno. Las drogas y los traficantes no son el problema. El problema es la desorganización de la gente y la apatía. Nuestro reto es hacer más participativas a las familias. Con ciudadanía el bien siempre triunfará sobre el mal.
Gráfica: Sanjuana Martínez
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