Friday, November 19, 2010

Pancho Villa y Friedrich Katz

In memóriam

¿Por qué un historiador como Katz necesitó tantos años para coronar su trabajo?, se cuestiona el autor del siguiente recorrido por la biografía del escritor de La guerra secreta en México, quien nos legó una imagen de Villa más allá del mito y las leyendas.


Para  Javier Garciadiego,
discípulo dilecto del profesor Katz

El 20 de julio de 1923 Pancho Villa fue asesinado a mansalva en las calles de Parral. Desde entonces pareció salir en definitiva del reino de la historia para entrar en el del mito. “¡Prodigiosa historia la de los mitos!”, dice Alfredo López Austin. “Se mide por milenios, porque la mitología es una de las grandes creaciones de los hombres. El mito, oral por excelencia, se cristaliza en la médula de los libros sagrados. Vivo, activo, refleja en sus aventuras divinas las más hondas preocupaciones, los más íntimos secretos, las glorias y los oprobios”.

Y por décadas Villa vivió en el reino del mito. En los mejores testimonios de los hombres que lucharon a su lado, se impone la estatura legendaria y heroica a los intentos de comprensión. Y como no había más fuentes que esas, o las desmesuradas, por fantásticas, de sus enemigos, era también el Villa mítico, casi inhumano, el que aparecía en los mejores intentos por explicar globalmente la Revolución mexicana.

Parecía no haber forma de asir al Pancho Villa histórico. El hombre que en cuatro años pasó de la nada a las más altas cumbres del poder; el peón semianalfabeto que fue capaz de organizar y conducir un ejército moderno y un gobierno revolucionario; el creador de un poderoso experimento social en la vastísima Chihuahua; el guerrillero implacable que durante cinco años impidió la consolidación del nuevo Estado; estaba fuera de la comprensión histórica. Y al ser Villa incomprensible, también lo eran, naturalmente, ese ejército, ese experimento revolucionario, esa indomable voluntad guerrera. Alguien tenía que explicárnoslo, que hacerlo comprensible, alguien tenía que permitirnos saber quién fue Pancho Villa.

Y ese alguien fue don Federico Katz (1927-2010), conocido en México desde su tesis sobre los aztecas, pero sobre todo, desde la publicación de La guerra secreta en México, libro en el que logra una magnífica síntesis de la historia social con la diplomática y revisa las relaciones de las grandes potencias con México y permite comprender la dimensión mundial de la Revolución mexicana; libro que integra la historia moderna de México a la historia moderna del mundo.

Pero además de eso, en La guerra secreta… Katz presenta una novedosa explicación del villismo que parte de la comprensión de la chihuahuense como una sociedad de frontera; el carácter del pie veterano del villismo, formado por los descendientes de los “colonos militares” de Chihuahua; las peculiaridades de una reforma agraria enraizada en las tradiciones regionales, y otros aspectos que empiezan a sacar a las bases sociales y al proyecto villista de las nebulosas indefiniciones hasta entonces disponibles, anunciando el inicio de un trabajo profundo, inteligente y exhaustivo sobre el tema. Desde entonces, desde antes incluso, como señaló James Cockroft en 1967, Katz era aceptado y reconocido como el mayor experto en el tema. Posteriormente publicó varios ensayos y prólogos que adelantaron algunos de sus descubrimientos sobre Pancho Villa y que anunciaban que la biografía que estaba preparando sería, como dijo John Womack, “una obra abarcadora de enorme autoridad”.

¿Por qué un historiador de la capacidad, la inteligencia y la disciplina de Katz necesitó tantos años —treinta, al menos, desde la nota de Cockroft hasta la publicación del Pancho Villa— para coronar su trabajo?

Recién publicada La guerra secreta, y ya metido de lleno al rastreo de Villa y del villismo en quince repositorios documentales públicos y ocho archivos privados de la Ciudad de México, diez archivos de distintas ciudades de provincia, 27 archivos públicos y privados de los Estados Unidos y doce archivos más en Alemania, Austria, Cuba, Francia, Gran Bretaña y España, Katz escribió la presentación de El verdadero Pancho Villa, de Silvestre Terrazas, donde señalaba las enormes dificultades de la labor que se había impuesto:

“De los líderes de la Revolución, probablemente no hay personalidad de la que más se haya escrito y de la que en última instancia se sepa menos que la de Pancho Villa. Por otra parte, ningún líder revolucionario mexicano sigue siendo hoy tan controvertido como Villa. Esto se debe a múltiples factores. En la espesa trama de leyendas en torno suyo que surgió cuando él estaba en vida, y que aumentó (…) tras de su muerte, radica la razón principal del misterio que todavía envuelve a Villa.”

No hacía falta ser Katz para advertir esos problemas, pero sí para resolverlos. Catorce años después, en el “Prefacio” de su monumental Pancho Villa, Katz dice que encontró dos dificultades principales para escribir el libro, “La primera, mucho menos importante que la segunda”, fue la escasez o ausencia de documentación de origen villista; y al final del libro don Federico explica someramente como resolvió, “a lo largo de muchos (tal vez demasiados) años de trabajo”, ese problema y el relativo al exceso de memorias y artículos sobre Villa.

“La dificultad más grave que enfrenté fue la de extraer la verdad histórica de las multifacéticas capaz de leyenda y mito que rodean a Villa debido, por una parte, a que él estaba enamorado de sus propios mitos e hizo todo cuanto pudo por bordar sobre ellos. Por otra parte, no existe uno solo, sino toda una serie de mitos en torno a Villa y su movimiento. Estos mitos contaminan muchos de los miles de artículos y memorias escritas en torno a Villa.”

Las leyendas empiezan con las versiones encontradas de su vida antes de la Revolución, una etapa sobre la que la documentación original era, antes de Katz, aparentemente inexistente. “Existen básicamente tres versiones de esos primeros años, a las que llamaré la leyenda blanca, la leyenda negra y la leyenda épica”. En la primera, Villa es una víctima inocente del régimen porfiriano; la segunda lo describe como un despiadado asesino y la tercera, basada en corridos y tradiciones populares, lo muestra como un “Robin Hood mexicano”.

La brillante y exhaustiva investigación de Katz sobre los primeros años de Villa, demuestra que no fue ni el sanguinario asesino y bandolero inescrupuloso pintado por sus enemigos, ni el ídolo de los campesinos y terror de los hacendados, como quiere el relato de sus admiradores. El peón de campo que nació con el nombre de Doroteo Arango Arámbula en 1878, se convirtió a los 16 años en un bandido de poca monta de las sierras de Durango, que más de una vez conoció la cárcel y que pasó unos meses como recluta en el ejército. No hay ninguna evidencia de la piedra sillar de la leyenda blanca, la violación de su hermana por parte del patrón, Agustín López Negrete, que habría sido la causa de su carrera de bandido. “Es más probable —apuntaba John Reed en 1914—, que la causa haya sido la insoportable altanería de Villa”. Hacia 1901, Arango, ya con el nombre de Pancho Villa, se trasladó al estado de Chihuahua, donde realizó diversas actividades legales que combinaba con la no muy legal de ladrón de ganado que, como nos explica Katz, en Chihuahua tenía una peculiar aceptación entre amplias capas sociales.

Este Villa histórico, bandido en Durango, pluriempleado y a veces ladrón de ganado en Chihuahua, sin rasgos particulares ni extraordinarios que lo distinguieran de su medio, fue encontrado por Katz tras un largo, desesperante y minucioso rastreo en archivos locales y particulares que permitieron reconstruir la existencia común de un hombre ordinario, en una región y una época inestables y dinámicas: el acelerado desarrollo de Chihuahua y sus enormes contradicciones sociales, que se entienden perfectamente en las páginas del libro de Katz, hacen que el desarraigo de Villa, sus diversos empleos, sus recorridos por amplias zonas del sur y el occidente de Chihuahua, fuesen mucho más normales de lo que hubiesen sido en épocas más estables.

En 1910, este hombre ordinario se convirtió en un notable capitán guerrillero y en menos de tres años en un caudillo popular sin parangón. Es cierto que, como pone Dumas en boca de uno de sus personajes, refiriéndose a Cronwell, “esos hombres no se conocen hasta que descargan el golpe”, pero también es cierto que, una vez descargado el golpe, hay algo en la manera de hacerlo —de ser y de hacer— que delata su acumulación en un pasado aparentemente ordinario. Y algunas de las páginas más brillantes de Katz están dedicadas a esa explicación, una explicación histórica y lógica a la vez, muy distinta, mucho más satisfactoria que las leyendas, hermosas, quizá, pero poco verosímiles y menos fundamentadas.

Y así una y otra vez: lo que hace Katz con los mitos del Villa prerrevolucionario lo hace también, separando la paja del trigo, con el capitán guerrillero, con el caudillo militar, con el gobernador revolucionario, con el guerrero implacable y con el mito viviente aparentemente retirado, pero bien atento, asesinado por órdenes del gobierno cuando iba dejando Parral, manejando su carcacha…

Quizá a algunos les gusten más las leyendas, alguna de las leyendas: a mí, me satisface muchísimo más la versión bien fundamentada, certera y verídica, de Katz: es esa la que me permite entender al caudillo y sus pulsiones. Fue la versión, la explicación histórica de la vida y la situación de Pancho Villa antes de la Revolución, la que me hizo entender cómo construyó Pancho Villa la red de amistades, complicidades y compadrazgos que le permitieron convertirse en capitán de un puñado de bragados en 1910 y, al frente de ellos y de otros que se irían sumando, en el gran caudillo popular de la Revolución. Es la explicación de Katz la que me permitió, incluso, discutir con él, diferir de él en algunos temas; pero pudimos discutir gracias a su monumental trabajo: sin él, los demás seguiríamos discutiendo sobre el bandido generoso y “sus quince mil jinetes bárbaros”.

Gracias a Katz, Villa puede combatir con nosotros, no sólo como mito. Ahora sabemos cómo se organizó desde abajo un formidable ejército y cómo surgió de sus filas, también desde abajo, un proyecto revolucionario. Ahora empezamos a saber quiénes son y qué querían los villistas. Y eso hubiera sido imposible si don Federico Katz no nos hubiera explicado, clara y coherentemente, de manera eficaz y convincente, quién fue Francisco Villa. Larga vida en nuestra memoria a ese hombre bueno que fue don Federico.

Pedro Salmerón • psalme@yahoo.com

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